Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Hollywood y el huracán Harvey Weinstein

Texto Jorge Collar, periodista y decano de los críticos del Festival de Cannes

El ciclón originado tras la noticia de los abusos cometidos por Weinstein durante décadas ha arrastrado a otros rostros célebres y ha provocado una reflexión necesaria. 



Desde octubre se desarrolla un fenómeno de una amplitud insospechada que comenzó en el seno terriblemente mediático del cine pero que ha alcanzado después, en ondas sucesivas, a otros sectores de la sociedad occidental. Resulta imposible analizar aquí de manera completa el llamado caso Weinstein, un acontecimiento que va mucho más allá de la industria del cine. Pero sí quiero apuntar unas primeras reflexiones de lo que se muestra como uno de los numerosos síntomas negativos de la modernidad, incluso si el estallido del caso Weinstein se considerase un hecho de consecuencias positivas, ya que libera una verdad y lleva a tener conciencia de un problema. 

Todo empezó con las revelaciones que aparecieron en The New York Times y en The New Yorker en las que varios grupos de actrices denunciaban haber sido víctimas de acoso sexual grave. Señalaban además al culpable: Harvey Weinstein, uno de los grandes productores de Hollywood que, a través de la firma Miramax, ha alimentado el sector del cine americano con grandes aspiraciones intelectuales y artísticas. Las acusaciones, precisas y repetidas, movilizaron las instancias jurídicas desde Nueva York a Los Ángeles. Se hace imposible negar las numerosas acusaciones, aunque será la justicia la que tenga la última palabra. Expulsado de las asociaciones profesionales, desposeído de todos los honores, Weinstein se somete a una terapia para rehabilitarse de su adicción al sexo. 

Otras personalidades del mundo del cine —actores, productores, etcétera— han sido también objeto de acusaciones diversas. Reviste particular interés, por sus repercusiones, el caso de Kevin Spacey, que, a pesar de haber sucedido hace varios años, arrastró inmediatamente consecuencias económicas. El protagonista de la serie House of Cards, que figuraba en el reparto de All the Money in the World (Todo el dinero del mundo) de Ridley Scott, fue acusado por el actor Anthony Rapp de acoso sexual cuando tenía catorce años. Sin juzgar el fondo, Scott consideró que unir el destino de su película al nombre de Spacey era un riesgo comercial que no estaba dispuesto a correr. Y así sucedió un hecho nuevo en los anales del cine americano, por razones de orden moral en su correlación con un peligro económico. Scott y la productora Sony decidieron volver a rodar todas las escenas en las que aparecía Kevin Spacey, a quien reemplazó Christopher Plummer. La operación se efectuó pocas semanas antes del estreno de la película y costó diez millones de dólares adicionales. Plummer encarnó a Jean Paul Getty, el millonario que en 1973 se negó a pagar el rescate de su nieto, víctima de un secuestro. La entrada de la moral en el horizonte de la producción cinematográfica aparecía así con perfiles nuevos.

El caso Weinstein seguía su curso y la preocupación por el acoso sexual saltó a otros terrenos fuera del cine —en Francia afectó a los jóvenes del Partido Socialista y a un sindicato estudiantil de izquierdas: la UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia)— pero la influencia más llamativa se dio cuando la causa feminista se apoderó del asunto. Sin abandonar el mundo del cine, la ceremonia de los Globos de Oro y, después, la de los Óscars estuvieron dominadas por la solidaridad con las víctimas de los acosos sexuales. En Francia, la voz de Catherine Deneuve se elevó en un tribuna libre de Le Monde frente a los peligros de los excesos y defendió a los hombres, identificados como los villanos de la historia. En las celebraciones de la Jornada Mundial de la Mujer en el país galo, se formularon propuestas de paridad mujeres/hombres en las ayudas estatales a la producción. 

La reflexión sobre el caso Weinstein quizá necesite una consideración más detenida. Muchos conocían los mecanismos del acoso y se desentendían. Al mismo tiempo, la devaluación de las relaciones sexuales, en una sociedad dominada por el hedonismo, facilitaba todos los excesos. Queda ahora por saber, después de la explosión de las acusaciones, cuál es el mejor método para evitar en el futuro el acoso sexual. A los que temen la instalación de barreras de puritanismo en el cine, conviene decirles que es necesario sacar todas las consecuencias del huracán Harvey. La primera consiste en recordar este principio simple: la libertad personal no puede nunca vivirse en detrimento de la libertad de los otros. 


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