Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

50 aniversario de dos conciertos míticos

Texto: Jaume Aurell, historiador. Fotografía: Agencia EFE

El 2 y 3 de julio de 2015 se cumplió medio siglo de los conciertos de los Beatles en Madrid y Barcelona. Este acontecimiento ya obtuvo un notable eco en los medios de la época, y supuso un punto de inflexión para la penetración en España de los movimientos asociados a la revolución de los sesenta. 


Hace unos días, un amigo mío, con el que comparto la afición —mejor, la «pasión»— por los Beatles, me contó, entre perplejo y encantado, que su hijo de catorce años le había formulado una pregunta que le dejó sin habla: «Papá, ¿te has fijado en la risilla estridente que aparece al final de la canción “Ob-La-Di, Ob-La-Da”? ¿Tú crees que fue un error generado por el proceso de grabación, que por algún motivo quedó registrado en la toma final de la canción, o que los Beatles la grabaron conscientemente en una de sus típicas premeditadas improvisaciones?». Esta misma mañana me he cruzado en la Biblioteca del campus de Pamplona con un estudiante que llevaba puesta una camiseta con los cuatro rostros de los Beatles y hemos intercambiado sonrisas de complicidad. 

Aunque ya hace casi medio siglo que se separaron, es evidente que los Beatles siguen estando presentes en nuestras vidas. El último sábado de octubre, el Museo Universidad de Navarra organizó un magnífico concierto conmemorativo de la actuación de los Beatles en España, que consistió en un repaso a los principales éxitos de la mítica banda de la mano de La Pamplonesa —la banda municipal de la ciudad— y el cuarteto The Beat-Less, con la colaboración especial del Coro de la Universidad. 

Por este motivo, no es extraño que, al cumplirse cincuenta años de las actuaciones de los Beatles en Madrid y Barcelona, celebradas el 2 y 3 de julio de 1965 respectivamente, los principales medios  de comunicación nacionales hayan dedicado especiales para recordarlos.

—Los Beatles en Madrid. El primer concierto de los Beatles en España fue en la madrileña plaza de toros de Las Ventas. Actuaron de teloneros Los Pekenikes.

Un somero repaso por los artículos publicados durante el pasado mes de julio en España me ha confirmado que, probablemente, ha tenido más cobertura este aniversario que aquellos días de mediados de los sesenta. Con el agudo timbre característico de la voz del NO-DO, el noticiero oficial del franquismo, después de hacer una breve reseña sobre los conciertos, despachaba el asunto en pocas palabras, refiriéndose a la primera de esas actuaciones: «Y los Beatles pasaron por Madrid sin pena ni gloria…». Pero ¿fue realmente así?

Los Beatles se encontraban en 1965 en pleno apogeo de su productividad. Sus canciones, aunque todavía no habían alcanzado la sublimidad artística del periodo entre Sargent Peppers (1967) y Abbey Road (1969), desbordaban entusiasmo y vitalidad, y habían dado la vuelta al mundo. Sin embargo, el precio de la fama y el cansancio de las agotadoras giras internacionales empezaban a pasar factura al grupo. Es fácil reconocer en la portada del disco Beatles for Sale la fatiga de los cuatro magníficos, que aparecían ya, quizás deliberadamente, ojerosos y con la mirada algo perdida —causa una cierta nostalgia no contar ya con esas portadas grandes de los discos en vinilo, que eran tan significativas de la música que se anunciaba—.

 

BEATLES CON MONTERA

Faltaba poco para que, como fruto de ese agotamiento, abandonaran definitivamente las giras y se centraran —se concentraran, hasta límites obsesionantes— en el proceso de creación y producción de sus canciones en los estudios de Abbey Road, dirigido por Georges Martin, de los que salieron las joyas que hoy día seguimos reconociendo, como «Penny Lane», «A Day in the Life», «Hey Jude», «Let it Be», «Get Back», «Here Comes the Sun», «Something» o «Lady Madonna». Pero el reclamo de una España, para ellos castiza y absolutamente remota pero simpática y atractiva, les llevó a introducirla dentro de la agotadora gira del verano de aquel 1965.

Desde luego, los Beatles demostraron, nada más bajarse del avión, que lo único que sabían —o querían saber— de España estaba relacionado con los tópicos más típicos de aquellos tiempos: la España de la pandereta, las monteras y el flamenco. Una de las fotografías del grupo en tierras españolas les mostró bajando del avión ataviados con monteras de torero en la cabeza, unas llamativas gafas de sol y unas graciosas muñecas flamencas en las manos, regalo de Juanita Biarnés, la presidenta del club de fanes de Barcelona, que les había acompañado durante el viaje de avión desde Madrid a Barcelona.

Como todo en los Beatles, al igual que pasaba con su música, no se trató de un gesto espontáneo, improvisado, o desenfadado, aunque pudiera parecer así a primera vista: según los testigos, los Beatles bajaron y subieron las escaleras del avión dos o tres veces para que los periodistas, fotógrafos y reporteros pudieran hacer a conciencia su trabajo. Siempre me ha parecido muy expresiva esta historia de lo exhaustivos que llegaron a ser con su trabajo musical: en ocasiones, repetían varios centenares de tomas las canciones, en un complejo proceso de creación en el que intervenían los cuatro componentes del grupo, que podía durar semanas. Una minuciosidad que corría el riesgo de llegar a ser exasperante y que podría haber estado en la base de la separación del grupo en 1970, más allá del fracaso comercial de Apple Corps o del intervencionismo de Yoko Ono. En todo caso, a los políticos que se encargaron de coordinar la visita pareció encantarles aquella especie de comedieta de los Beatles con monteras y bailaoras que, hoy día, parece un poco esperpéntica, cómica y hasta algo cruel con la cultura española de aquellos años, pero que fue hábilmente utilizada por quienes en aquel momento promocionaban el Ministerio de Información y Turismo, encabezado por Fraga Iribarne.

—Entre vino y flamencas. Durante el acto organizado por el Instituto Sherry en el hotel Fénix de Madrid, los Beatles firmaron barricas de vino de Jerez.

Desde la llegada de los Beatles al aeropuerto de Barajas el 1 de julio, todo quedó integrado en una combinación entre modernidad y casticismo típica de esa época en España. A la imagen de monteras y bailarinas flamencas, se unieron los toneles de vino de Jerez, pues se dio la circunstancia de que el acto estaba organizado por el Sherry Institute de España, que se ocupó lógicamente de promocionar en Inglaterra la imagen del conocido licor. Francesc Betriu, estudiante por aquel entonces de la Escuela Oficial de Cine y encargado de grabar las imágenes de la estancia de los Beatles en España, recuerda divertido los comentarios cómicos, ácidos y sarcásticos de John Lennon mientras escuchaba el extravagante panegírico del alcalde de Jerez, en el discurso oficial de bienvenida, mezclando el reciente nombramiento de los Beatles como caballeros del Imperio Británico —que ellos mismos se habían tomado bastante a la torera, nunca mejor dicho— con loas a la figura de Franco.

En su presentación ante los medios de comunicación, en el hotel Fénix de Madrid, los Beatles encarnaron a la perfección la imagen de chicos sencillos, espontáneos, despreocupados, ingenuos y simpáticos que habían proyectado por todo el mundo. Esta apariencia atenuaba su evidente carga de crítica a todo poder constituido, como portavoces de una nueva aristocracia juvenil que no escondía sus orígenes humildes pero que tampoco disimulaba sus aspiraciones de conquistar el planeta —como literalmente consiguieron ellos y los jóvenes que se identificaban con valores que después serían conocidos como los de la generación del 68—.

Ya en Barcelona, se alojaron en el hotel Avenida Palace, de la Gran Via, en las habitaciones 111 y 113. La rueda de prensa se realizó en el salón Parrilla del hotel, organizada hasta el último detalle por el promotor Francisco Bermúdez y el mánager del grupo, Brian Epstein. El concierto fue anunciado por el cartel promocional como «la atracción más famosa del mundo», y los Beatles tuvieron de teloneros a otros grupos pop de la época como los Sirex o los Shakers, que sustituían a la generación de vocalistas melódicos que habían surgido a principios de los sesenta.

—Miles de fanes. El grupo abrió el concierto del 2 de julio con «Twist and Shout» y cerró con «Long Tall Sally». Las entradas costaron entre 75 y 450 pesetas.

En Barcelona los presentó el showman de la televisión de aquellos años conocido como Torrebruno —una especie de Ed Sullivan a la española— . Los Beatles interpretaron el repertorio que solían utilizar en las actuaciones de aquella gira mundial de verano del 65, que incluía canciones como «She’s a Woman», «I’m a Loser», «Can’t Buy Me Love», «Baby’s in Black», «I Wanna Be Your Man», «A Hard Day’s Night», «Everybody’s Trying to Be My Baby», «Rock and Roll Music», «I Feel Fine» y «Long Tall Sally». El concierto empezó hacia las 23.30 y terminó media hora después de medianoche. Asistieron unas dieciocho mil personas. Tal como cuentan los testigos —el arquitecto Oriol Bohigas recuerda que «no fue un concierto revolucionario»— y por lo que se puede apreciar en las tomas de baja calidad que milagrosamente se han conservado del evento, el ambiente poco tuvo que ver con el de la histeria de la beatlemania instaurada en buena parte del mundo, quizás por la mirada inquisitiva de los «grises» que seguían de cerca el espectáculo, quizás por la hipnotizante fascinación que generaron los Beatles a los asistentes que apenas habían tenido oportunidad de conocerlos por otros medios, o simplemente por lo avanzado de la hora. En todo caso, quedó en el aire la convicción de que se había vivido algo realmente histórico, que ahora los medios españoles se han encargado de resaltar.

 

MÁS QUE UN FENÓMENO FAN

Aquellos eventos fueron estudiados por Magi Crusells y Alejandro Iranzo, en su libro The Beatles, un filmografía musical (1995), quienes destacaron el efecto que tuvo el hecho de que aquellas actuaciones reunieran por primera vez, en un espacio abierto, a más de dieciocho mil personas, la mayor parte de ellos jóvenes y con una afición común. Hoy día, para las generaciones que hemos venido después, es difícil imaginar el impacto que estos conciertos de música pop tuvieron en la cultura juvenil de aquellos años —algo que ya habían experimentado jóvenes de otros países que habían asistido a espectáculos de los Beatles—. Pero casi todos los que vivieron aquellas experiencias coinciden en afirmar la importancia que tuvieron para la creación de un clima cultural común. En ese contexto, los Beatles, por su parte, no eran ni unos líderes generacionales ni unos representantes de los jóvenes, sino parte de ellos, lo que sin duda contribuyó enormemente a la divulgación, para bien y para mal, de todos los valores asociados a aquella revolución que, por primera vez en la historia, partía genuinamente de los jóvenes.

—Con la prensa española. «¿Os gusta España? ¿Y la paella?». Tras estas primeras preguntas de los medios, los periodistas de Fonorama abordaron cuestiones sobre el rock and roll y sus referencias como grupo.

El periodista Carles Gámez, en el número 678 del suplemento Cultura/s, ha defendido que, más allá de la doctrina oficial y de las consignas, el desembarco del grupo gozó de amplia cobertura en las revistas y la prensa en general. Hasta unos grandes almacenes como El Corte Inglés aprovecharon para organizar una Semana Beatles promocionando moda y otros productos de consumo asociados a la juventud —y a las vestimentas y pelambreras con que estaban ataviados esos roqueros—.

Quizás algo más llamativo que esas promociones comerciales es el hecho de que los discos de los Beatles se siguen vendiendo hoy, en esos mismos grandes almacenes —y en la mayor parte de tiendas especializadas— a precio de «novedad». Esos jóvenes melenudos no solo consiguieron un gran nivel de excitación entre los asistentes a aquellos conciertos, sino que también fueron capaces de generar una música de tal calidad, que cincuenta años después —el mercado es neutro, y no engaña— siguen estando a la altura, siguen estando presentes en nuestras vidas.