Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Devolver la esperanza

El psicólogo: Alfonso Echávarri


Hay personas con ideas suicidas sin nadie a mano que alivie su inquietud. Algunas hacen un último esfuerzo en busca de ayuda y llaman, por ejemplo, al Teléfono de la Esperanza, una iniciativa que nació en 1971 en Sevilla y que hoy cuenta en España con casi 1 800 voluntarios que atienden anualmente más de cien mil llamadas, de las que un 2 por ciento
(2 000) están relacionadas con el suicidio. De estas, 70 son suicidios «en curso».

En Pamplona el director del Teléfono de la Esperanza es el psicólogo Alfonso Echávarri. Él mismo ha atendido llamadas vinculadas al suicidio. Recuerda una muy concreta: un joven le anunció que se iba a quitar la vida y le pidió que entregara a una chica el colgante que llevaba. Echávarri le preguntó si no le resultaba angustioso morir solo: «¿No te gustaría estar junto a alguien? Yo, si quieres, me brindo». El joven le explicó dónde estaba y cómo iba vestido, pero con la condición de que no llamara a los servicios de emergencia. Echávarri colgó y mientras iba hacia el coche alertó a la Policía y a una ambulancia, aunque les pidió que no llamaran la atención. Al llegar al lugar indicado encontró a un joven sentado en un bordillo. Le preguntó si había llamado al Teléfono de la Esperanza. Él le dijo que sí. Estaba muy decaído, había a su alrededor botellines de agua y medicamentos. «Era un paciente psiquiátrico, tratado de  esquizofrenia, y tenía problemas amorosos. La vida se le hacía muy cuesta arriba y quería suicidarse». Alfonso Echávarri habló con él y logró tranquilizarlo. Al día siguiente volvió a llamar: «Te doy las gracias porque hoy no tengo tantas ganas de morir como ayer», admitió, ya más aliviado.

«El suicidio —dice Echávarri— es una decisión permanente para un problema temporal: solo si la persona continúa con vida podrá tomar otro tipo de elecciones». «Alguien que se quiere suicidar no siempre es libre», añade. «La misión del Teléfono de la Esperanza es potenciar la salud emocional de las personas, principalmente de aquellas que se encuentran en una situación de crisis». 

La educación de los voluntarios es vital. Trabajar a esos niveles requiere una formación exquisita; no bastan las buenas intenciones. Como la mayoría de las llamadas son anónimas, averiguar la localización de la persona tiene una gran  importancia. La habilidad del voluntario resulta crucial. No preguntan el porqué, lo decisivo es el para qué. Es ahí donde el Teléfono de la Esperanza explora nuevos horizontes. Según Echávarri, «el suicidio no es un fracaso personal; es un fracaso de la sociedad».