Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Dificultades que se convierten en trampolín

Texto: Miguel Ángel Iriarte [Com 97 Phd 16] Imagen: fotograma de un vídeo de Universidad de Navarra

Maider Triviño llegó desde Aretxabaleta (Gipuzkoa) en 2015. Se matriculó en Bioquímica y cuatro años después se graduó. No había suspendido ninguna asignatura y, lo que es más importante, había aprobado con nota su pelea contra el síndrome de Asperger que sobrelleva. Recientemente ha terminado un máster en la Universidad. En esta etapa de esfuerzo y recompensa reconoce que ha resultado clave participar como voluntaria en el Campus Inclusivo organizado por Tantaka.

 


Muchos cambios a la vez. Venir desde un lugar de 7.000 habitantes, pasar de la casa familiar a un piso con amigas, el salto de exigencia académica, y todo eso con el añadido de las dificultades objetivas creadas por el síndrome de Asperger, podía ser demasiado. Por eso, Maider y sus padres tenían dudas cuando comenzó en 2015 el grado de Bioquímica en la Universidad.

Según recuerda Almudena Lomba, entonces coordinadora de Estudios de la Facultad de Ciencias, Maider «llegó con muchos miedos, especialmente sobre cómo relacionarse con los demás. Era insegura pero pronto se unió a distintos grupos de clase». Diciembre de ese año representó un cambio importante: «Al aprobar todas las asignaturas —afirma Almudena— cogió mucha confianza. Quedó claro el potencial de Maider, y  yo comprendí que mi papel era quitarle las barreras que ella se ponía sin querer».

A partir de entonces, no dejó de avanzar. En la parte académica, elevó su nivel de inglés, realizó trabajos de laboratorio en verano y se inscribió en cursos y seminarios para profundizar en la neurología, campo que le interesa por el síndrome que siempre la acompaña. Y en junio terminó el Máster de Investigación Biomédica en Neurociencia y Cognición. Fuera de las aulas, dio pasos que parecían imposibles meses antes, como participar en el grupo de teatro Atrezzo, pronunciar un monólogo en un concurso organizado por la Facultad, reunirse con alumnos apasionados por la poesía… Ella no se da importancia pero Almudena explica dónde cree que ha estado la clave en esta transformación: «Las dificultades —de atención, de comunicación, de relación...— le han servido de trampolín para superarse».

También en el plano extraacadémico, Maider conectó con voluntarios de Tantaka y decidió involucrarse en Campus Inclusivo. En este proyecto, que ha desarrollado siete ediciones y por el que han pasado ochenta jóvenes con discapacidad de distintos lugares de España, los asistentes visitan durante una semana los campus de Pamplona y San Sebastián. Realizan actividades ayudados por profesores y voluntarios y adquieren una visión de conjunto de los estudios universitarios y ánimo para no autoexcluirse de realizarlos. De hecho, como señala Iñaki Nava, primer responsable de la iniciativa, 29 alumnos se han matriculado en diversas universidades a lo largo de estos años.

Sin embargo, Maider considera que, con su ayuda como voluntaria, fue ella quien salió ganando: «Ves a personas con discapacidades distintas, algunas muy graves, pero se les ve felices y eso enriquece mucho».

Hay varios modos de conocer a Maider. Uno, recurrir al anglicismo googlear y encontrar en la red algunas referencias y, especialmente, un vídeo en que da sus impresiones sobre Campus Inclusivo. Otro, acercarse al edificio de Ciencias en cualquier día del invierno pamplonés y buscar una chica morena y simpática en manga corta —«No soporto el calor», dice con gracia—: una persona con un termostato propio pero, sobre todo, con una mirada propia.

 

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