Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

De fusiles y piñas. Una historia de paz en Colombia

Texto: Laura Bello Urbina Fotografía:  Andrés Cardona, Ángel Carrillo y Laura Bello Urbina  

Recorro el camino que bautizamos durante el conflicto como «la ruta del infierno». Íngrid Betancourt, excandidata presidencial y emblema de las víctimas en Colombia, fue secuestrada aquí en 2002. Su imagen resurge de mi memoria. Recuerdo un cuerpo enfermo y famélico que luchaba contra hombres y mujeres que, hasta este viaje, no tenían cara ni corazón. Voy directa a conocer a sus captores con quince compañeros y dos profesoras de Psicología de la Universidad de La Sabana. Viviremos durante once días con ellos en la comunidad Héctor Ramírez para anotar nuestras percepciones y compartirlas con los exguerrilleros de las FARC, en un proceso que en psicología se conoce como «experiencia transformadora de servicio y aprendizaje». Después de tantos años en la selva, ¿qué hace una persona cuya misión ha sido extorsionar, secuestrar y matar para volver a vivir en paz?


2 de diciembre de 2018

Carretera Nacional entre Florencia y La Montañita, Caquetá 

El calor es intenso, la ropa estorba y las botas de goma empiezan a pesar mientras esperamos el transporte que nos llevará al municipio de La Montañita, donde está ubicado el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Héctor Ramírez.  

El Caquetá, a 550 kilómetros al sureste de la capital, arranca en el piedemonte de la cordillera y termina en la selva amazónica. Es uno de los departamentos menos poblados del país por la densidad de la vegetación tropical. Sin embargo, sus ríos navegables lo convirtieron en un enclave estratégico para el tráfico de drogas.

—La chiva está lista. Suban y agárrense bien para no caer —anuncia el conductor.

Los ETCR son lugares —eran, porque dejaron de existir en agosto de 2019. El ETCR Héctor Ramírez se convirtió en el Centro Poblado Héctor Ramírez y los demás se desmantelaron— en los que exguerrilleros de las FARC se encuentran en proceso de reinserción social, económica y política. Nacieron en 2017 para sustituir a las Zonas Veredales Transitorias de Normalización, la ubicación temporal de los guerrilleros durante las conversaciones de paz con el Estado. Están repartidos en áreas rurales donde hubo grandes campamentos. Allí, los miembros de las FARC y sus familias pueden terminar la educación básica y formarse en diferentes oficios. 

 

La chiva en la que la periodista y sus acompañantes llegaron al ETCR, justo después de apearse en Agua Bonita | Laura Bello

Nunca hubiera imaginado la ruta del infierno tan llena de vida. La vehemencia de los verdes que tiñen los árboles y las imponentes montañas, el azul entre maya y capri que cubre el cielo, el discurrir incansable del río Orteguaza y el tapiz multicolor de los campos de arazá, de plátano y de yuca dibujan una secuencia de paisajes fascinante. El camino se ha vuelto grava y piedra. Resulta difícil manejar la chiva. Silencio. Estamos cerca. 

 

24 de noviembre de 2016

Teatro Colón, Bogotá

El presidente Juan Manuel Santos estrecha la mano del comandante guerrillero Luciano Marín, alias Iván Márquez. Acaban de sellar el «Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera». Han pasado cuatro años de conversaciones en La Habana para establecer cinco puntos clave: políticas de desarrollo rural, participación política, fin del conflicto, solución al tráfico de drogas ilícitas y reconocimiento de víctimas. Con estas medidas, un grupo al margen de la ley se transforma en un partido político. Sus siglas significarán a partir de este momento Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. 

Lejos queda la escenografía del acuerdo anterior, en septiembre de 2016: camisas de lino para Santos, para Timochenko, para las decenas de políticos y exguerrilleros que copaban las portadas de los diarios internacionales, propias de un festival de música o de una misa del Papa.

Aquí están, en este teatro de finales del XIX, porque el 2 de octubre los colombianos, en un plebiscito nacional, no refrendaron el acuerdo de paz. Un mes después no se pidió permiso: se firmó tras una negociación política en el Congreso. Los desmovilizados deben concentrarse ahora en veinticuatro ETCR y fundar su propio partido político: las armas metamorfosearon en urnas.

 

2 de diciembre de 2018

ETCR Héctor Ramírez, Agua Bonita, Caquetá 

Siento cómo se me sacude el cuerpo con el último frenazo de la chiva: hemos llegado. La vereda termina y deja ver entre árboles los pequeños ranchos como un caleidoscopio de colores. El retrato de Héctor Ramírez, alto dirigente del grupo armado que controlaba el sur del territorio, nos da la bienvenida. Aparece junto a una rosa roja, el nuevo símbolo de la exguerrilla y casi idéntica a la del PSOE a finales del siglo XX. La chiva se detiene frente a una sala de eventos y el conductor nos recuerda que regresará en once días. 

«Luchemos por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres», leo en una pared. Diferentes grafitis decoran los muros de los hogares, de tres pequeñas tiendas, tres comedores y la biblioteca. La palabra igualdad se repite en varios diseños. No sé si lograron establecer un estado marxista-leninista-bolivariano, como se propuso la guerrilla en sus orígenes, pero estéticamente se parece bastante: todas las casas son idénticas y abundan los espacios comunes.

 

Vista del ETCR Héctor Ramírez | Andrés Cardona

 

Palomo, como un centinela, está sentado junto a uno de los ranchos. Me acerco a él con cautela, chasqueo la lengua en un saludo perruno. Me atrevo a acariciarle el pelo dorado. Miro sus ojos café profundos un segundo más de lo que debería. Él me muerde.

Amparo, una mujer robusta, ordena a gritos que nos dividamos en grupos de tres personas para ubicarnos con una familia guerrillera. Mónica, Guadalupe y yo nos alojaremos en la casa de los grandes pájaros amazónicos. Duber, el dueño, sale a recibirnos. Un mostacho negro enmarca su sonrisa. Viste chanclas negras y mono de trabajo a medio poner. 

Los ranchos son construcciones sin puertas —solo los aseos y las habitaciones las tienen, aunque sin cerrojo— en los que dos familias comparten cocina, baño, lavandería y ducha.

Duber y su compañera sentimental, Tatiana, poseen dos pequeñas habitaciones. Con amabilidad, el hombre nos muestra el cuarto donde dormiremos. Empezamos a instalar mosquiteros alrededor de las camas y ponemos las sábanas. Él nos observa y después de una pausa dice:

—Las personas que nos visitan suelen interesarse por la experiencia completa. Quieren saber qué se siente al pasar las noches en el monte. ¿A ustedes también les gustaría? —pregunta, y continúa sin permitirnos contestar—. Les puedo prestar un kit guerrillero. Consiste en un saco de dormir y un mosquitero muy sencillo, lo mismo que yo solía cargar en la mochila.

No, gracias. Preferimos dormir sobre un colchón. Duber ríe. Él vivió  desde los dieciséis años en esas condiciones. 

 

10 de agosto de 2017

Vereda de Agua Bonita, Caquetá

Todavía los ranchos no están en pie y los exguerrilleros viven en un campamento a tres kilómetros de aquí. Sin embargo, han decidido comenzar una plantación en las hectáreas en las que se levantará el ETCR. Hoy han cultivado doce mil matas de oro miel, una variedad de piña muy jugosa y dulce, sin corazón. Dentro de dieciséis meses la comunidad estará lista y la siembra empezará a dar frutos. 

 

Después de la guerra, hombres y mujeres tienen tiempo para jugar fútbol o estudiar | Andrés Cardona

 

El caso de Agua Bonita es especial. A diferencia de los otros ETCR, propiedad del Estado, este pertenece a los exguerrilleros. Le compraron los terrenos a un sacerdote y van cumpliendo puntualmente los pagos según la temporada de la piña. Así podrán seguir viviendo aquí tanto tiempo como quieran, trabajando la tierra. 

Los hombres que antes mataban ahora siembran piña. Y también pescan, crían cerdos y gallinas o fabrican zapatos. Cuando se inició el proceso, el Alto Comisionado para la Paz contabilizó 13 202 guerrilleros en las filas de las FARC. 179 de ellos se negaron a participar en la reincorporación. De los restantes, 3 220 residen en alguno de los veinticuatro espacios territoriales que se desmantalarán en 2019. En la comunidad fariana Héctor Ramírez viven casi trescientas personas. Cuando cierren los ETCR, aquí se trasladarán muchísimas más, miembros de otros espacios territoriales e incluso las familias de algunos de los exguerrilleros hasta alcanzar los cuatrocientos habitantes. 

 

2 de julio de 2008

Helicóptero que sobrevuela La Paz y Tomachipán, Guaviare 

«Somos el Ejército Nacional de Colombia, bienvenidos a la libertad», les dice un militar infiltrado a quince personas recién liberadas que sobrevuelan las selvas húmedas del sur del país. Entre ellos está Íngrid Betancourt. Han pasado seis años desde su secuestro. 

La operación ha sido perfecta, sin un solo tiro. Un grupo de militares camuflados bajo insignias de una ONG ficticia ha convencido a Gerardo Antonio Aguilar, alias César, y Alexander Farfán, alias Gafas, de que venían de parte de los mandos guerrilleros a trasladar a los rehenes con más valor político a otro campamento. Los dos jefes de las FARC suben con los soldados de incógnito a un Mi-17 pintado de blanco y rojo. Se han cambiado las tornas: los captores están presos y los rehenes son hombres y mujeres libres. 

 

3 de diciembre de 2018 

Rancho del ETCR 

El reloj marca las 4  a. m. y sentimos pisadas. El olor a café me atrapa y sigo su rastro hasta la cocina. Encuentro a Tatiana sirviendo con frialdad tres tazas. Nos las ofrece al tiempo que saluda con un buenos días casi imperceptible. 

Tatiana ahorra palabras. Anoche no salió a nuestro encuentro pero, a través de la fina pared de las piezas, noté su respiración. El silencio de la selva es profundo y nunca he visto una oscuridad tan opaca: imposible determinar la distancia entre mi cama y la de al lado.  

Aparenta más de sus 28 años. Su barriga de ocho meses no le impide caminar con rapidez y cumplir a diario con la tarea que le asignó la comunidad: atender un pequeño supermercado. 

—¿Cómo mantienes la piel tan tersa y esa melena de anuncio? —le pregunto para romper el hielo.

—Cuando una recorre la selva aprende mucho de la naturaleza —responde—.  Sin champú ni cremas probé algunas plantas. No sabía sus nombres, pero con el tiempo ya las identificaba y entendía sus propiedades. 

No le importa hablar de cosmética, pero de sí misma cuenta poco: que fue militante, que disparó algunas veces en los enfrentamientos... Tatiana tiene cicatrices de guerra en el rostro y en uno de los brazos, aunque las historias que carga con ella las protege como tesoros. 

Tatiana y otras mujeres de la comunidad se reúnen por las noches para estudiar. Con las cartillas de homologación de saberes distribuidas por la Cruz Roja Colombiana, intentan terminar la formación escolar básica. De este modo se cumple uno de los puntos del pacto y se disminuye la brecha entre el campo y la ciudad.  Ellas saben de plantas, de animales y de guerra. Tantos años de lucha bajo ideas comunistas han permeado la manera de expresarse. Utilizan palabras engorrosas salidas de El capital y de los diarios del Che Guevara, que leían en los campamentos y ahora guardan en los estantes de la biblioteca popular.

 

Dos mujeres en la selva toman clases de política y acuerdos de paz en previsión de volver a la vida civil | Andrés Cardona

 

La cara de Tatiana se ilumina cuando habla del bebé que espera. Prefiere no ponerle nombre aún ni conocer el sexo. Ella ignora que dará a luz el 13 de diciembre, un día después de mi partida.

Según los estatutos que regían a la guerrilla, estaba prohibido que hubiera niños pequeños en las tropas. Por este motivo, uno de los giros decisivos del pacto fue permitir que se formaran familias. Una nueva generación crece fuera de los montes y selvas colombianas. Más de la mitad de las mujeres que viven en el ETCR están embarazadas o educando a niños de un año o menos. 

 

18 de junio de 2019

Auditorio Teresa Cuervo del Museo Nacional, Bogotá

Seis organizaciones de mujeres entregan a la Jurisdicción Especial para la Paz de Colombia (JEP) y al Congreso Nacional los testimonios de la violencia que padecieron durante el conflicto armado. Su llamamiento, «Por una verdad que nos nombre y una justicia que nos una», busca visibilizar la vivencia de la mujer en la guerrilla, olvidada durante años. En las FARC ellas luchaban a la par de los hombres, disparaban igual que ellos, pero su sufrimiento sí se distanciaba. 

Una investigación de Women’s Link Worldwide y la JEP asegura que se realizaban aproximadamente mil abortos anuales. El informe también habla de 232 casos de violaciones en la guerrilla entre 2002 y 2008. En diciembre de 2015 la fiscalía confirmó 150 casos abiertos por denuncias de abortos forzados en las FARC. Han pasado ya cinco años y aún no se han cerrado. 

 

3 de diciembre de 2018

Carpintería, ETCR Héctor Ramírez, Agua Bonita 

Las astillas se me clavan en la piel. Las hojas de palma seca son rígidas y quebradizas pero debo usarlas para hacer una escoba. «Coger la más larga, girar la hoja, atar un nudo y pasarla hasta el final», me repito para no olvidar los pasos que Tucán me estuvo explicando desde las ocho en punto de la mañana.

Me rehúso a no completar la tarea que me han asignado en la carpintería, donde se fabrican artesanalmente los muebles de Agua Bonita y algunos que se venden en Florencia, la ciudad más cercana. Tucán es el carpintero, desde pequeño lo fue. Sueña con ser mecánico y en la guerra era «buscador de caminos» para refugiarse o montar un campamento.

—Una vez me enviaron con un indígena que formaba parte de uno de los frentes. No entendía cómo, sin un GPS, él caminaba sin perderse. Cuando le pregunté me enseñó que el sol siempre nace hacia donde no están inclinados los árboles, debido a que el musgo crece donde no le cae luz. Así calculaba exactamente las coordenadas y lograba atravesar la selva.

 

Tucán salió de la cárcel al acogerse al proceso de paz y perfeccionó el oficio de carpintero en el ETCR Héctor Ramírez | Andrés Cardona

 

Tucán ronda los cuarenta años. Es originario de Cartago, «la ciudad del sol», ubicada en el Pacífico. Hace nueve años que no vuelve allí a ver a su madre.

Era parte del Frente 1 de las FARC, uno de los más importantes porque mantenía en su poder a los secuestrados políticos y militares: los canjeables. Como a otros guerrilleros, lo capturaron y le impusieron una condena suficiente como para que él no esperase volver a pisar la calle. Tras cinco años en prisión, el proceso de paz le dio la libertad. No habla mucho de aquellos días. 

—Cuando nos ofrecieron acogernos a la Ley 1820 de Amnistía acepté sin dudarlo. A mí me respetaban y logré convencer a varios reclusos, pero otros por rebeldía no lo hicieron. Allá siguen y ya no podrán salir  —cuenta Tucán mientras mide unas tablas. 

Al final de la jornada, después de cinco horas de trabajo, logré acabar la escoba. Tucán terminó una cama entretanto. 

 

29 de agosto de 2019 

Video de YouTube en una zona del río Inírida, en la región amazónica

«Nunca fuimos vencidos ni derrotados ideológicamente. Por eso la lucha continúa. La historia registrará en sus páginas que fuimos obligados a retomar las armas», declara Iván Márquez, que era entonces el segundo al mando de las FARC y que hoy se considera un disidente. Tiene un arma en la cintura y viste de militar. 

El video dura treinta y dos minutos. Y, según dice, las armas vuelven a ser una opción para los que decidan enlistarse de nuevo. Colombia se pregunta si se acabó la paz

A Márquez le acompañan más de veinte guerrilleros, a los que se les oye gritar al unísono «¡Vivan las FARC!». Su discurso «es la respuesta a la traición del Estado al acuerdo de paz de La Habana», después de que el Gobierno intentara encarcelar a Seuxis Pausías, alias Jesús Santrich, uno de los altos mandos de las FARC, a quien se puede ver a su lado durante la grabación. 

Rodrigo Londoño, alias Timochenko, líder de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, el partido en el que se transformaron las FARC, desautorizó poco después a Márquez: «Proclamar la lucha armada en la Colombia de hoy constituye una equivocación delirante». Los malos ya no están unidos. ¿Qué bando elegirán los exguerrilleros que dijeron sí a la paz en 2016? 

 

6 de diciembre de 2018

Plantación de piña, ETCR Héctor Ramírez   

El presidente de Colombia o un bogotano cualquiera puede haber comido una piña sin saber que fue sembrada, cosechada y transportada por un exguerrillero. Ese pensamiento cruza mi cabeza mientras avanzo con Andrés y María Fernanda por un pequeño camino de tierra en medio de plantas de piña. 

La temperatura roza los 35 grados y la humedad de la selva se filtra entre la ropa. Casi no me mantengo en pie. Hoy aprenderé a recolectar las piñas de las plantaciones y a dejarlas listas para su distribución en varias ciudades del país.

Las hojas de la variedad oro miel son duras y puntiagudas, así que los guantes negros de caucho que me han dado resultan inútiles. Mientras yo extraigo un par de piñas, los guerrilleros llevan ya varias carretas llenas. Las plantas no exceden el metro de alto, pero es difícil pasar entre las matas y alcanzar la parte baja de las hojas de la piña que sobresalen. 

 

Las mochilas que utilizan los guerrilleros para recoger piña son las que usaban para transportar armas | Laura Bello

 

—Deben coger las hojas y doblar con fuerza la raíz para que salga la fruta —nos explica el encargado del cultivo. 

Usamos unas mochilas poco convencionales. Están hechas con canecas de plástico recortadas y sirven para transportar las piñas desde las plantaciones hasta las carretillas. En la parte trasera han cosido dos correas y un cinturón acolchado que parecen haber pertenecido a otro equipamiento. 

—En el monte, nuestras únicas pertenencias eran un fusil AK-47 y una mochila. Al acabarse el conflicto entregamos las armas y solo quedaron las mochilas. Decidimos adaptarlas para que nos ayudaran en la recolección —cuenta Fernando [nombre ficticio] mientras recoge piñas sin esfuerzo, como un autómata. 

En 2017, la misión de la ONU encargada del desarme destruyó 1.238 armas, 488.489 municiones de diferentes calibres de armas ligeras, 26.489 kilos de explosivos diversos, 39.849 metros de cordón detonante y mecha lenta, 4.277 granadas, 2.647 minas antipersona y 1.767 municiones de mortero. 

 

Ya en la selva, muchas labores de los guerrilleros eran en el campo. Aquí, uno de ellos en una molienda para hacer panela en octubre de 2016. | Andrés Cardona

 

El compañero más fiel de cualquier guerrillero de las FARC era el AK-47. Hubo quien le ponía nombre y lo trataba como a un ser humano. Pero el 15 de agosto de 2017, en Mesetas, dieron por terminada la entrega de armas. Nunca más volvieron a ver el fusil. Algunos cuentan que se sienten desprotegidos sin él. 

El sol se hace más intenso y me fallan las fuerzas. La mochila pesa demasiado y ya no puedo cargar con ella. Uno de los desmovilizados la lleva por mí. Yo continúo recogiendo piñas. 

Carlos [nombre ficticio] es el que más rápido las recolecta. Le falta el brazo izquierdo. Una mina antipersona que él mismo estaba construyendo estalló cuando no debía. Llevamos más de dos horas trabajando en la plantación, y nos ofrece un trozo de piña para refrescarnos. Mientras maneja hábilmente el cuchillo, Carlos cuenta que en la guerrilla aprendió a cultivar la tierra, y eso le permite abastecer a la comunidad. 

 

7 de diciembre de 2018

Gallinero, ETCR Héctor Ramírez, Agua Bonita

 —Sí, he tenido que matar. En la guerra hay que matar. A veces lo difícil es que esa persona con la que te enfrentas en combate puede ser tu vecino. Nos matamos solo porque portamos uniformes distintos. Unos prefirieron el dinero y se fueron al Ejército Nacional, y yo la lucha y me uní a la guerrilla —cuenta don Jaime, exjefe de uno de los frentes del sur. Todavía hoy sus compañeros le llaman con el don, y no Jaime a secas.

La Fiscalía General de la Nación ha registrado 52.220 casos de graves violaciones a los derechos humanos por parte de las FARC. Entre 1958 y 2012, el Gobierno contabilizó 218.094 fallecidos en la guerra, entre civiles y combatientes, además de 24.482 víctimas de secuestro. Es inevitable pensar que tal vez don Jaime tiene muertos encima. Hoy Mónica y yo debemos acompañarle en la recogida y limpieza de los huevos. En la comunidad fariana es conocido como uno de los más amables y dispuestos a ayudar. 

 

Carlos perdió su brazo izquierdo manipulando una mina. En el ETCR se dedica a la piña. | Ángel Carrillo

 

Al tocar al timbre del galpón aparece don Jaime a mi espalda. Diría que supera los cincuenta años. Muestra el torso y se refriega con frecuencia el ojo derecho en un vano intento por enfocar la mirada. Lleva un pantalón desgastado y manchado de plumas, y carga cientos de cartones para los huevos —el pedido de hoy es de más de dos mil— en una carreta oxidada. 

Don Jaime nos ubica en una pequeña banca en la sección donde se encuentran las gallinas enfermas. 

—Ellas se han convertido como en mis hijas; todo el día me la paso acá. Me dicen que las mate, pero véalas. Yo no soy capaz. Prefiero que se mueran solas; mientras tanto las cuido, les doy de comer y las limpio —dice señalando a una gallina con el pescuezo torcido que intenta caminar recta pero acaba en el suelo. 

Don Jaime trata a las gallinas con tanto cariño que, a pesar del hedor, los cacareos abrumantes y el picoteo, esto parece su hogar. A él la guerra le quitó a su esposa y a dos hijos. Tuvo que escoger entre ellos o la lucha, y prefirió lo segundo. Han pasado más de diez años desde la última vez que los vio. 

Cuenta que, al principio, colaboraba desde su casa. Recibía a guerrilleros o les informaba de los movimientos del Ejército. Pero un día fue llamado a la lucha y desapareció en las selvas del sur del país. Pasaron los años y su familia rehuyó el contacto con él, en especial sus hijos, avergonzados de tener un padre guerrillero. El proceso de paz le abrió la posibilidad de reencontrarse con sus allegados. Sin embargo, a diferencia de los de otros excombatientes, ellos no quisieron irse a vivir al ETCR. Ahora espera pacientemente su visita en Navidad.

—¿Qué actividad realizaba en la guerrilla? 

—Para serle muy sincero, lo que más disfrutaba eran los enfrentamientos; la adrenalina de encontrarnos con el enemigo y darnos bala.

 

10 de diciembre de 2018

Junto a la hoguera, última noche en el ETCR Héctor Ramírez 

—Si yo todavía tuviera mi arma, ustedes no estarían aquí —reflexiona Juan, con más de cincuenta años y guerrillero desde la juventud, al sentarse a descansar del trabajo en las gradas de la cancha de fútbol. 

Algunos de los estudiantes conversamos sobre el calor, las actividades que hemos realizado ese día y las manos enrojecidas por la recolecta de piña.  Su frase nos devuelve a la realidad. Juan ha matado. Yo le he temido. Nos miramos a los ojos. 

Es extraño estar aquí, en esta zona del país a la que ni soñaba con acercarme. Han sido cinco décadas de conflicto, ¡medio siglo! Y la paz ha costado tanto… Diez acuerdos fallidos desde 1981. Ahora, al observar a Jaime, Juan, Carlos, Tucán, Tatiana, Duber, y a cada uno de los que me han permitido compartir sus historias, pienso que el infierno quizá no es tan infierno; que los demonios no lo parecen tanto.

 

La última noche, antes de marcharse, los estudiantes de Psicología compartieron su vivencia con los guerrilleros en una «experiencia transformadora de servicio y aprendizaje». | Laura Bello

 

La comunidad de Agua Bonita está compuesta por personas perseguidas por su pasado, pero su aprendizaje en las profundidades de la selva les enseñó a sobrevivir y hoy pueden construir sus vidas lejos de la muerte. 

Han pasado diez días. Llueve lo suficiente como para pensar que una fogata de despedida no es una buena idea. Los anfitriones prenden un cúmulo de ramas secas sobre el cemento y hacen un círculo con cajas de cerveza para sentarnos alrededor. Contra las leyes de la física, el agua no apaga el fuego, y dejamos de sentirla cuando nos acomodamos.

—Primero quiero agradecer que estén aquí hoy porque es muy importante para nosotros la llegada de ustedes a la comunidad. Como exguerrilleros, necesitamos que la gente nos conozca y cuente qué clase de personas somos. No deberían tener solo la versión de los medios de comunicación —inicia don Jaime el ritual de despedida.

Es el momento de compartir con la comunidad el resultado del trabajo que nos ha traído hasta Agua Bonita. Cada uno hemos elegido un hecho que nos ha impactado de esta experiencia y lo hemos convertido en una narración. El libro va pasando por las manos de todos. Sus nombres están allí. Ven sus vidas como merecedoras de ser contadas. Se están observando a través de los ojos de dieciocho jóvenes universitarios.

 

11 de diciembre de 2018

¡Adiós, compañeros! 

Los ojos café de Palomo, el perro que me mordió el primer día, después de once de convivencia, buscan mi afecto sin que yo tenga que insistir.

Los guerrilleros se llaman camaradas entre sí, como solían hacerlo en la extinta Unión Soviética. Los demás son compañeros. Cuando nos despedimos me llaman compañera.

La chiva no llega puntual. La lluvia ha dañado los caminos y el vuelo que nos iba a devolver a Bogotá ha sido cancelado. Algunas camionetas 4x4 nos trasladan hasta el cruce donde nos espera la chiva. Llevamos en cada mochila una piña y una nueva forma de acercarnos a la realidad. 

 

5 de marzo de 2020

Barrio de El Tintal, Kennedy, Bogotá

Son las diez de la mañana. Kennedy, al suroeste de la capital, es uno de los barrios más peligrosos de la ciudad. Cinco balas derriban a Astrid Conde, alias Nancy, la primera mujer desmovilizada ejecutada después del proceso de reincorporación. «No había “mejor forma” de sabotear la paz que asesinando a los firmantes», escribe en Twitter Benedicto González, miembro del Consejo Nacional de los Comunes del partido FARC

Desde el día en que se firmó la paz hasta hoy, según cifras compartidas por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, más de doscientos líderes sociales han sido asesinados en Colombia. ¿Los seres humanos tenemos la capacidad de cambiar? ¿Y todo un país? 

 

Nota: En este texto aparecen distintos tipos de nombres. Unos son reales. Otros, alias que usaban los guerrilleros en la selva. Dos de las personas retratadas aquí no quisieron dar ningún nombre. Salvo que se especifique lo contrario, los nombres expuestos son reales, o al menos aquellos con los que estas personas se presentaron.