Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

De indies y vaqueros

Texto Daniel Dols [Com His 19] Ilustración Carlos Rivaherrera

En los años ochenta, la movida madrileña encauzó los deseos contraculturales de numerosos artistas españoles, algunos de cuyos herederos abrieron poco después un camino singular en el panorama musical como «independientes». Décadas más tarde, varios grupos continúan priorizando la fidelidad a su estilo propio por encima del reconocimiento de un público mayoritario o el éxito comercial y, además, consiguen estos objetivos. La permanencia y la calidad artística de bandas como Love of Lesbian y Vetusta Morla permiten hablar de un buen momento en la escena indie española.

 

PARA ESCUCHAR: aquí tienes nuestra lista de reproducción con veinte canciones imprescindibles del indie español.

 

Es 15 de diciembre. La banda barcelonesa Love of Lesbian aterriza en Pamplona con su gira «Espejos y espejismos». En el Auditorio Baluarte cuelga el cartel de sold out. Tras veinte años pisando escenarios y recorriendo las carreteras españolas, han logrado convertirse en uno de los grupos más escuchados y respetados del país. Hay expectación por ver la propuesta. El formato de su nuevo espectáculo ​es, según ellos, «un concierto teatralizado» en el que, a través de cajas de cartón a modo de ciudad en miniatura, títeres y sombras chinescas, representan el imaginario construido por su líder, Santi Balmes. 

En la sala principal de Baluarte más de mil personas disfrutan con el repertorio, pero no corean las canciones; veinteañeros que siguen las letras con el movimiento silencioso de la boca o matrimonios de cuarenta que acompañan el ritmo con palmadas en las piernas. Las historias que ocurren sobre el escenario van seduciendo a los asistentes. La banda baja al patio de butacas, interactúa con el público e improvisa. La atmósfera, cuidada, es de intimidad. Balmes bromea incluso sobre la banda madrileña Vetusta Morla para resolver al final que el vacile solo tiene lugar porque ambos grupos son «grandes amigos». No es para menos. Comenzaron hace veinte años y, desde entonces, pasaron a ser los padres de esa etiqueta tan ambigua llamada indie. 

Vetusta Morla debutó en 2008 con su primer disco, Un día en el mundo. ​Doce canciones que resumían nueve años de trabajo. Pocos meses más tarde, en 2009, Love of Lesbian se dio su última oportunidad para triunfar en eso de la música con 1999 (o cómo generar incendios de nieve con una lupa enfocando a la luna)​, su tercer álbum en castellano. Ninguno de los proyectos alcanzó el número uno. Sin embargo, fueron sumando copias vendidas y se mantuvieron en las listas de éxitos incluso años después de su publicación hasta convertirse en lo que son ahora: dos discos de culto que suponen un punto y aparte en la historia del indie ​en España.

 

 

DESPUÉS DE LA MOVIDA

El movimiento musical que marcó la década de los ochenta fue la movida madrileña​. Las bandas que emergían miraban al fenómeno independiente que triunfaba en Estados Unidos o Reino Unido de la mano de Pixies​ o The Jesus and Mary Chain. ​Llegaba a España el indie, caracterizado por proponer estilos fuera de lo culturalmente demandado, al margen de los grandes sellos comerciales y donde dominaba la autogestión de los artistas en sus actuaciones. 

Esta actitud independiente fue abanderada por grupos y solistas como Dover, Surfin’ Bichos, Los Hermanos Dalton, Australian Blonde (autores de «Chup Chup», la primera canción propiamente indie​ que se popularizó en 1993), Nacho Vegas, Sr. Chinarro y, por supuesto, Los Planetas. Los granadinos lanzaron en 1998 Una semana en el motor de un autobús. Este álbum confirmó su buen hacer tras Pop​ (1996) y Super 8​ (1994), trabajos que​ les auparon a la cabeza de eventos como el Festival Internacional de Benicàssim (FIB). Desde entonces, Los Planetas ocupan en la memoria colectiva un lugar destacado en la etapa inicial del indie​ español. Su caso resulta llamativo, ya que publicaron la mayoría de sus primeros discos con multinacionales —RCA-BMG, RCA-Sony BMG y Sony Music—, lo que permitió que su eco resonara con fuerza en los medios de comunicación.

Para una de las miradas nacionales más autorizadas, el periodista musical Nando Cruz, Los Planetas rompieron con muchas las inercias del indie canónico: «No tenían ninguna intención de ser minoritarios. Incluso ficharon a una serie de músicos para tener un mejor directo y así poder presentarse ante audiencias mayoritarias».

Si existe una etiqueta indie, muchas veces esa independencia consistía en llegar al público evitando pasar por las emisoras de radiofórmula, con excepción de Radio 3. Tanto en esta primera etapa como en la siguiente, a la que dieron inicio Vetusta Morla, Sidonie, Love of Lesbian o Lori Meyers, el indie se entendía como una actitud do it yourself​ por parte de las bandas, creando una música alternativa a la dominante, grabando con sus propios medios y manteniendo un compromiso incorruptible con su música. Según Cruz, ambas etapas difieren en que los primeros, en general, no tuvieron en cuenta al público, mientras que los segundos se han esforzado por defender iniciativas en las que creen, a la par que tratan de conectar con la mayor audiencia posible. Un claro ejemplo fueron los dos conciertos solidarios que ofreció en 2012 Vetusta Morla junto con la Orquesta Sinfónica de Murcia, en Lorca, al año siguiente del terremoto que asoló la localidad, para la reconstrucción del Conservatorio Narciso Yepes. Algo que contrasta con la errática y fría actuación de Los Planetas en el Primavera Sound, en Barcelona, un año después de la de Vetusta, para conmemorar el decimoquinto aniversario de su álbum Una semana en el motor de un autobús. 

 

LOS MALES PASAJEROS

Los noventa fueron la década de la primera hornada de artistas indies ​en España, pero con el cambio de siglo nuevas bandas pasaron a escribir la historia de la independencia, aceptando no obstante que para dedicarse a la música hay que poder vivir de ella.

Love of Lesbian comenzó a recoger lo sembrado en 2009. Hasta entonces, vagaron durante doce años en el terreno de la incertidumbre, conjugando el tiempo invertido en la banda con otros empleos para sobrevivir. Empezaron a tocar en otoño de 1997 y crearon su primera maqueta juntos antes de realizar siquiera un ensayo. Eligieron el nombre del grupo, Love of Lesbian, en recuerdo a una exnovia de su cantante, Santi Balmes, la cual, tras romper con él, descubrió su orientación homosexual. Hoy día, siguen sosteniendo que llamar así a la banda ha sido su mayor error en estos veinte años de trayectoria. 

Publicaron sus tres primeros discos en inglés y la media de asistencia a sus conciertos era, según ellos mismos, de dos a cinco personas, salvo en Barcelona, donde tenían amigos. Sin embargo, la crítica especializada acogió bien sus propuestas, sobre todo la prestigiosa revista Mondosonoro, que valoró sus álbumes Is it Fiction? (2001) y Ungravity ​(2003) como el octavo y cuarto mejor disco nacional, respectivamente. Su mayor éxito por aquel entonces fue telonear en tres conciertos a la mítica banda británica The Cure ​a su paso por España en 2009.

Uno de los primeros puntos de inflexión de Love of Lesbian llegó al dejar atrás el inglés. No conseguían conectar con el público y apenas tenían ingresos. Su plan era dar a luz un primer y último álbum en castellano, ofrecer una serie de conciertos de despedida y disolver el grupo para retomar sus trabajos como oficinistas. En cambio, la publicación de Maniobras de escapismo​ (2005) trajo, además de buenas críticas en los medios, un espejismo de lo que parecía ser un público real, fan y leal. A pesar de la imposibilidad para vivir en exclusiva de la música y de que los integrantes superaban los treinta años, decidieron guiarse por la intuición y preparar un nuevo disco.

Cuentos chinos para niños del Japón​ se presentó en 2007 y recibió el premio al mejor disco del año por parte de Mondosonoro. La  buena acogida del álbum les permitió presentarse en EE. UU. con una pequeña gira. Por ello, la banda acordó  fichar por la discográfica Music Bus, ligada comercialmente a Warner Music. Aunque el terreno estaba bien abonado para un nuevo lanzamiento, no lograron resultados hasta marzo de 2009, con 1999 (o cómo generar incendios con una lupa enfocando a la luna)​. El disco consiguió entrar en trigésimotercera posición en la lista oficial de ventas española. Además, les valió el reconocimiento de la revista Rolling Stone como grupo y gira del año. Love of Lesbian estuvo veinticuatro meses de gira y recibió en 2012 el disco de oro por el número de copias vendidas. 

 

PEQUEÑO SALTO MORTAL

1998. Instituto José Luis Sampedro de Tres Cantos (Madrid). Un grupo de seis jóvenes se
reúne para tocar en las semanas culturales del centro. Como ocurre cuando se tiene mucho que ganar y poco que perder, lo hicieron para disfrutar: versionaron canciones de Loquillo, Aerosmith o Lenny Kravitz. Allí, en Tres Cantos, germinó una idea que vino acompañada de un nombre: Vetusta Morla, en honor a la tortuga que imaginó Michael Ende en La historia interminable. Hasta 2008, tras una larga travesía por el desierto en busca de su sonido, no publicaron su primer álbum. 

Empezaron sin apenas experiencia y con los conocimientos musicales justos. Hicieron de la necesidad virtud y aprendieron a funcionar como un grupo que sabía que solo encontraría su fuerza en el conjunto. Los guitarristas Guillermo Galván y Juanma Latorre escribían las letras. Por eso, cuando en 2001 el cantante, Juan Pedro Almarza, alias Pucho, abandonó su carrera de Historia y se marchó a Londres a trabajar, la formación pudo sobrevivir con él en la distancia. 

Fueron años de dar conciertos sin apenas público, de grabar maquetas que hoy solo pueden encontrarse en internet, como es el caso de 13 horas con Lucy (2000), y de tocar muchas puertas. Las discográficas independientes los rechazaban porque, en su opinión, tenían un sonido muy comercial, mientras que los sellos comerciales aducían su carácter demasiado independiente. A esto se sumó la explosión del fenómeno Operación Triunfo en TVE, lo que supuso el cierre a cal y canto de muchas de las puertas que las discográficas españolas podían abrir a nuevos grupos nacionales. 

Continuaron buscando alternativas. Aparecieron en algunos conciertos de Radio 3 y ganaron varios concursos. Tocaron en muchas salas de Madrid y hasta publicaron una maqueta con siete canciones: Mira (2005). Pero no conseguían publicar un primer disco. El poco dinero que ganaban lo iban ahorrando y, al igual que sucedía en el caso de Love of Lesbian, mantenían otras ocupaciones paralelas para poder llegar a fin de mes. No fue hasta 2006, en una terraza de Beirut y cerveza en mano, cuando el grupo, reunido con motivo de un festival, se vio ante la encrucijada. Todos los integrantes superaban la treintena y algunos, como Guillermo, ya eran padres. Vetusta Morla se la jugó por la música y cruzó el punto de no retorno. La tortuga caminaba lenta pero con paso firme. 

Pucho dejó su empleo como diseñador gráfico; Juanma realizó su último programa para Radio 3; Álvaro B. Baglietto, bajista, abandonó su puesto de conductor para una empresa de reformas; y David García y Jorge González, batería y percusionista respectivamente, dejaron la Pedagogía y la Educación Física. Hartos del constante rechazo de las discográficas, se atrevieron a fundar un sello propio con el dinero que habían ahorrado. Acababa de nacer Pequeño Salto Mortal, la firma con la que desde entonces han editado y publicado todos sus álbumes. También decidieron encargarse ellos mismos de la relación con la prensa y las salas de música, además de llevar la contabilidad. 

Era 2008 y Vetusta Morla publicó, diez años después de su creación, su primer disco: Un día en el mundo​. Para muchos, el mejor álbum debut de un grupo en español. Los reconocimientos llegaron en alud: artista revelación por el suplemento cultural de El País; galardón Tras la 2 de TVE como mejor propuesta musical; mejor álbum de pop alternativo, autor revelación y artista revelación por la Academia de las Artes y las Ciencias de la Música; y en 2010 recibieron el premio al mejor disco nacional de la última década de manos de la revista IndyRock. El público también los respaldó: su gira se prolongó hasta 2010. Recorrieron toda España e incluso dieron el salto a Latinoamérica. La tortuga, al fin, había llegado a su destino. 

 

VEINTE AÑOS

De aquellos comienzos erráticos han transcurrido más de dos décadas. Si antes la gente arqueaba la ceja al escuchar nombres como Love of Lesbian o Vetusta Morla, ahora hay seguidores con frases de sus canciones tatuadas y son las bandas que, verano tras verano, encabezan la mayoría de los festivales nacionales. En estos veinte años han pasado de tocar delante de apenas una decena de personas a llenar el Palacio de los Deportes de Madrid o el Palau Sant Jordi de Barcelona. Como hitos representativos de su auge, destacan el concierto que ofreció en 2018 Vetusta Morla en la explanada de la Caja Mágica de Madrid ante 38 000 personas o el hecho de que Joan Manuel Serrat recitara unos versos en El poeta Halley, último disco de Love of Lesbian. 

Los dos grupos han sabido crear un estilo propio, consolidado, que hasta hace bien poco no había captado la atención de las principales radiofórmulas, espacios televisivos o discográficas del país. Quizá por la excesiva duración de algunas de las canciones, incluso de más de siete minutos, que coinciden la mayor parte de las veces con las más queridas por el público; o quizá por el singular mundo interior que puebla las letras de sus álbumes.

Si bien no se puede hablar de un sonido indie estable a lo largo del tiempo, ​sí que se puede hacer referencia a una actitud indie​: la que llevó desde sus inicios la fe en el valor de su obra artística hasta sus últimas consecuencias. Esta actitud y este movimiento musical no acaban ni empiezan exclusivamente en Vetusta Morla o Love of Lesbian, aunque sean dos de sus ejemplos más representativos, sino que fue seguido por otros artistas como Iván Ferreiro, primero con Los Piratas y después en solitario; Xoel López, primero con Deluxe y después en solitario; Lori Meyers; Sidonie; Izal, La M.O.D.A. o Supersubmarina, entre otros. 

El indie ​llegó a España en los noventa, pero hasta bien entrado el siglo xxi no empezó a gozar de buena salud y reconocimiento. Un ejemplo es Mikel Izal, que con su actuación el 29 de marzo en el Navarra Arena de Pamplona, ante cerca de seis mil personas, se convirtió en el primer navarro en actuar en este pabellón. El mismo lugar donde un mes más tarde lo hizo Bob Dylan. 

Es 15 de diciembre y una banda etiquetada como indie tiene al Baluarte pamplonés entregado. El público estaba avisado de que no iban a desplegar su repertorio más popular, sino uno más melancólico y poético, el que no suele entrar en festivales por la dictadura del beat​. Y aun así, aforo completo. Si lo alternativo es lo que difiere de los modelos comúnmente aceptados, ¿sigue esto siendo música alternativa? 

 

Santi Balmes: una ciudad llamada Bruma

 

 

«La vida son ironías en forma de capicúa. Más tarde o más temprano todo vuelve al origen, como un dibujo en forma de perverso lazo. La meta se parece al punto de partida, y lo del medio es solo un camino que sirve para que, al final, comprendamos el inicio». Esto lo escribió un adulto que, como todos, un día fue niño. Era hijo único y sintió cómo todo se desmoronaba a su alrededor a raíz del divorcio de sus padres. Para guarecerse, construyó un refugio dentro de sí mismo al que acudir cuando la realidad se volvía demasiado desagradable como para habitarla. Eran los cimientos una ciudad imaginaria a la que más tarde llamaría Bruma».

 

El niño creció en Barcelona. Le gustaba escribir, cantar y dejarse acompañar por esa amistad de auricular que fue para él David Bowie. Se matriculó en Psicología, aunque pronto se dio cuenta de que su búsqueda era la de entenderse, y de que para ello solo necesitaba una letra y una melodía. También un grupo.

 

Santi Balmes (Barcelona, 1970), vocalista de Love of Lesbian, empezó a cantar en público lo que había escrito en la intimidad. Ese imaginario que alimentó durante la infancia es la gran seña de identidad de la banda. Un día en que Santi estaba en una biblioteca, una melodía le asaltó. Tras meses de arreglos, presentaron la canción Club de fans de John Boy, sobre el personaje más famoso de cuantos pueblan su universo interior.

 

El éxito de 1999 dio paso a una marea de dudas y cierta angustia. ¿De verdad quería ser cantante? ¿Estaba hipotecando su vida por un sueño adolescente? Al otro lado del teléfono, Santi rompe el silencio: «Digamos que los motivos mitómanos por los que un chaval de diecisiete años quería dedicarse a la música se han ido diluyendo. Llega un momento en el que hay que reinventarse para que esto te siga llenando. Es una lucha continua para entender quién es el Santi de ahora y qué es lo que le mueve una vez que ha pasado por todas las épocas: desde el fracaso hasta la popularidad». De aquel punto de inflexión nació La noche eterna. Los días no vividos (2012), un álbum que ha inspirado la puesta en escena de su gira más íntima, Espejos y espejismos (2018-2019), con cajas de cartón a modo de ciudad en miniatura. 

 

Ese viaje subconsciente que Santi había emprendido le llevó de vuelta a la infancia: lo que fue —el niño— visitado por lo que es —el artista—. De la intersección del lazo salió El poeta Halley (2016), un proyecto que le ayudó a reconciliarse con aquel hijo y a hablar de su «herida»: «Parecía que todo se iba desintegrando con el divorcio de mis padres. Es una sensación de pérdida constante que yo creo que, en el fondo, tenemos todos».

 

Del recorrido de Halley salieron dos libros que tienen lugar en la ciudad imaginaria de Balmes, donde habitan todos sus alter ego: Canción de Bruma (2017), que combina la poesía con la prosa poética, y la novela El hambre invisible (2018).

 

Santi se ve como «un transmisor de experiencias universales»: «Hablo de mí, pero al mismo tiempo hay un proceso de desidentificación que me permite llenar las canciones de un simbolismo donde yo me puedo esconder y se puede adentrar quien esté escuchando». Quizá siga siendo, como le dijo una vez Julián Saldarriaga, guitarra del grupo, «esa pieza que no encaja en ninguna parte»; sin embargo, sus canciones hacen sentir al resto de piezas que, al menos, encajan en alguna parte.