Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

La JMJ en primera persona

Texto Sandra Ambrogio [Com 13] Fotografía Ismael Martínez [Com 96] y Chus Cantalapiedra [Com 02]

“Nadie ha inventado las jornadas mundiales de los jóvenes. Fueron ellos quienes las crearon”, dijo Juan Pablo II. Cada Jornada Mundial de la Juventud se vive y percibe de manera nueva y diferente, ya sea porque cada país lo festeja según su cultura o, simplemente, porque uno mismo madura con el tiempo y, con la edad sus inquietudes cambian. A mis veinte años he tenido la suerte de participar en las jornadas de Colonia y de Sidney. Madrid me ha demostrado que estas jornadas no pasan desapercibidas, marcan un antes y un después en el corazón de quien las vive de verdad.


La experiencia habla por sí sola y uno mismo se sorprende de cómo se puede llegar a tratar con mimo un evento de este tipo. En mi caso, y supongo que en el de muchos otros jóvenes, estos días en Madrid han sido el colofón final de años de intensa preparación, tanto personal y espiritual, como económica. Sidney nos supuso todo un reto: muchas horas de trabajo, campañas para recolectar dinero, organizar a más de cincuenta jóvenes, etcétera. Trabajamos duro y obtuvimos nuestra recompensa en Australia. Este año, en Madrid, anhelábamos vivir la experiencia con la misma intensidad y escuchar aún con más entusiasmo lo que el Papa quería decirnos. Por lo tanto, no estábamos dispuestos a conformarnos con viajar en autocar hasta Madrid. De esta manera no perdíamos el espíritu joven y peregrino de nuestra parroquia, y no menospreciábamos el esfuerzo realizado en las pasadas jornadas. Esta es una de las razones por las que emprendimos la entrañable aventura de peregrinar a pie desde Barcelona hasta los pies del Santo Padre. Fueron 600 kilómetros, 28 días y 131 jóvenes peregrinos de la parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús, en el barrio de Gracia. Vivimos días de intenso esfuerzo físico (sobre todo para quien no acostumbra a hacer mucho deporte), de superación personal y de convivencia. En fin, una escuela de virtudes: la perseverancia, la paciencia, la reciedumbre, el servicio, la fortaleza… La ruta a pie fue además una metáfora de las diferentes etapas de la existencia de un joven que vive su fe en el siglo xxi. Hay momentos en los que te crees el rey del universo: si por ti fuera, te comerías el mundo. Pero también surgen ocasiones en las que te agotas y crees que estás solo. Hay etapas en la vida, como en la ruta, en que el camino se hace fácil y todo a tu alrededor te sonríe; y otras en las que tanto el terreno rocoso como el tiempo de tormenta te juegan una mala pasada y te abaten. En nuestro camino nos hemos encontrado gente que nos animaba y felicitaba, pero también hubo quien nos abucheaba, insultaba e incluso apedreaba. En fin, como la vida misma de un joven católico, que sufre en el ámbito escolar o universitario las mofas de sus compañeros aunque sabe que otros, muchos o pocos, le apoyan y confían en él. A medida que nos acercábamos a Madrid los ánimos se acrecentaban, la ruta llegaba a su fin y se empezaba a respirar el ambiente de las Jornadas. Medinaceli, Sigüenza o Guadalajara recibían ya a peregrinos italianos, polacos, mexicanos, franceses... Como también hicieron las localidades de toda España desde mediados de agosto. Himnos, banderas, mochilas del peregrino y jóvenes, muchos jóvenes con un mismo fin y completamente diferentes entre sí. Como nosotros, muchos grupos peregrinaron hasta Madrid: italianos en bicicleta, un ruso a pie, catalanes en moto…

El jueves 18 de agosto concluimos nuestra caminata ante la Virgen de la Almudena, patrona de Madrid. Con solo pisar Madrid descubrimos en primera persona lo que Benedicto XVI había dicho el 6 de agosto de 2010: “No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad cristiana, el apoyo de la Iglesia”. “No somos creyentes aislados, sino que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia”. Es verdad: todos somos Iglesia y en la capital todos éramos Iglesia, una Iglesia viva y moderna. Madrid fue testigo de estas afirmaciones. Mirásemos donde mirásemos, encontrábamos tanto cristianos felices y convencidos de su fe, como jóvenes que habían acudido a Madrid en busca de respuestas y esperanzados en reafirmar su fe. Grupos rezando el santo rosario en la sombra de algún parque, otros cantando y bailando, religiosas y religiosos paseando por la calle Mayor. Familias con la bandera del Vaticano atada al cuello vigilando que sus niños no se perdieran entre la muchedumbre. Voluntarios que bajo el sol abrasador regalaban su tiempo y probaban su paciencia atendiendo a numerosos grupos de peregrinos extranjeros perdidos en la gran ciudad. Madrid se había convertido en la capital del mundo joven. 

Todos hacíamos tiempo para recibir al Santo Padre en Cibeles. Abanico en movimiento y botellín de agua en mano, después de esperar en las largas colas del McDonalds y de alegrar al estómago con un buen bocadillo de calamares, hacia las 16.00 horas buscábamos algún hueco en la calle de Alcalá. Muchos de los peregrinos que allí se concentraban habían visitado antes el Parque del Retiro, donde se celebró la llamada Fiesta del Perdón:  más de 1.000 sacerdotes confesando en más de quince idiomas durante doce horas diarias. El trasiego de penitentes y la variedad de color y edad de los confesores convertía el sacramento en una verdadera fiesta. La escena de sacerdotes entregados confesando de diversas maneras –sentados en sillas, de pie, en el suelo, cara a cara, a través de la rejilla…– nos recordó la universalidad de la Iglesia. En ese mismo parque instalaron la Feria Vocacional, con 80 stands donde se daban a conocer de primera mano algunos movimientos e instituciones de la Iglesia. El objetivo de esta feria era facilitar información a los jóvenes sobre los caminos vocacionales y animar a los peregrinos en su búsqueda de lo que Dios espera de cada uno. Una clara demostración de que en una misma Iglesia existen numerosos caminos para llegar firmes en la fe al Señor, tal y como recuerda el himno de la JMJ. Se vieron representaciones de países como Francia, Noruega, Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Irlanda, Bélgica, Guatemala, Chile o Perú. 

Ya sólo faltaba una hora y media para la llegada del papamóvil por la Plaza de Independencia. La temperatura subía y los bomberos y voluntarios ayudados con mangueras rociaban a los peregrinos hasta dejarnos, literalmente, empapados. Chaparrones que agradecíamos como bendiciones divinas. El tiempo pasaba casi sin darnos cuenta, los presentadores lograron amenizar y distraer a los miles de jóvenes que esperábamos al Santo Padre. Las pantallas colocadas en las calles cercanas a Cibeles proyectaban vídeos sobre las Jornadas Mundiales anteriores, sobre Juan Pablo II y Benedicto XVI, intercalados con música actual para animar la fiesta. Cabe remarcar que estas jornadas han sido una fiesta, una gran fiesta cristiana, moderna, divertida y sana. El ánimo se iba despertando y los corrillos de jóvenes acalorados y animados se iban formando por todas partes. Se respiraba alegría, ánimo y ganas de ver al Papa. Europeos, americanos, asiáticos y africanos, codo con codo, compartiendo agua y sombra, risas y sonrisas, e intercambiando experiencias.

Las balconeras de los edificios brindaban carteles de bienvenida y banderas de todo tipo, por lo general, agradables. Por fin llegó la hora y al sucesor de San Pedro le entregaron las llaves de la ciudad después de entrar, simbólicamente, en la ciudad de Madrid atravesando la Puerta de Alcalá. Desde el papamóvil, nuestro Papa saludó entrañablemente a los jóvenes que habíamos acudido hasta allí para darle la bienvenida. Muchos cantaban a coro “Sí, sí, sí, el Papa ya está aquí” o “El Papa me ha mirado”. Las jornadas empezaban con gran júbilo y energía. Aun así, produce lástima comprobar que algunos no aceptan ni toleran este tipo de encuentros juveniles totalmente inocentes y respetuosos. Basta con ver lo ocurrido en Sol o con escuchar anécdotas sueltas, como la de aquel que por poco recibe un botellazo desde un balcón. A pesar de todo, los jóvenes cristianos no nos desanimamos con facilidad, y las jornadas no habían hecho más que empezar. El mismo Benedicto XVI dijo: “Vosotros sois el futuro de la sociedad y de la Iglesia”. Por lo tanto, vamos a dar el máximo de nosotros mismos, aunque nos persigan y abucheen. Este tipo de hechos nos han ayudado a hacernos más fuertes y a estar más convencidos de lo que somos y de aquello en lo que creemos. 

Durante las jornadas, Madrid mantuvo más de 50 iglesias abiertas con actividad de adoración eucarística constante. Fue uno de los puntos centrales de la Jornada Mundial de la Juventud. En el mismo Parque del Retiro se instaló una carpa, a cargo de las Misioneras de la Madre Teresa, donde el Santísimo quedaba expuesto de 10:00 a 00.00 horas para que los jóvenes pudieran acercarse a rezar. 

El Vía Crucis del viernes 19 permitió a los visitantes admirar las mejores tallas de España. Los pasos recorrieron la ciudad durante la noche anterior y las horas previas al evento, hasta quedar expuestos en el Paseo de Recoletos. El Vía Crucis se inició en la Plaza Colón, donde peregrinos de diferentes puntos del mundo cargaron con la Cruz de los Jóvenes hasta Cibeles. Allí esperaba el Santo Padre. No se hizo largo ni pesado, pues el texto de cada estación contenía referencias a la realidad actual y facilitaba a los jóvenes vivir el Vía Crucis. Gracias al Magnificat que nos entregaron en la mochila del peregrino, pudimos participar vivamente en este acto y, de esta forma, no perdimos ningún detalle. Junto a este librito, guías y planos, nos hicieron llegar el Youcat: una recopilación en forma de preguntas y respuestas que el propio Benedicto XVI estaba interesado en hacer llegar a todos los peregrinos. Se trata de una versión reducida del Catecismo de la Iglesia, dirigida especialmente a los jóvenes, con cuestiones que nos pueden inquietar e interesar. 

A pesar de todos los actos, actividades y encuentros celebrados desde el 16 de agosto, la jornada más importante y que todo participante de una JMJ recuerda es, sin ninguna duda, la vigilia de Adoración. Esta vez fue el aeródromo de Cuatro Vientos y reunió a más de un millón y medio de peregrinos en una extensión equivalente a 48 campos de fútbol. Estaba equipado para la ocasión con ocho campamentos sanitarios que atendieron los primeros auxilios, 48 torres de sonido y veinte pantallas gigantes en las que se pudieron seguir los actos. El área tenía también dos zonas especiales, una para discapacitados intelectuales y físicos, y otra para las discapacidades auditiva y visual. También contaba con puntos de venta de alimentos y servicios distribuidos por toda la explanada. El altar representaba el lema de este encuentro en Madrid: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. Como explicó el Santo Padre, un gran árbol con las raíces que lo alimentan: “Arraigado”. “Edificado” se refiere a la construcción. Y “Firme” alude al crecimiento de la fuerza física o moral. “Es Cristo mismo quien toma la iniciativa de arraigar, edificar y hacer firmes a los creyentes”. 

El recinto abrió sus puertas a media mañana y a partir de las 14.00 horas comenzó la animación desde el escenario principal. A lo largo de la tarde, más de veinte jóvenes alegraron la espera con actuaciones musicales. Eran los ganadores del concurso “Madrid me encanta”, que se inició en enero del 2011 y al que se presentaron 270 candidaturas de más de 40 países. Los cinco finalistas fueron elegidos por más de un millón de personas que visitaron la página web. Había artistas de Nepal, Colombia, Francia, Italia y España, y todos lograron que Cuatro Vientos bailara al más puro ritmo internacional.

A medida que pasaban las horas, el aeródromo recibía a más y más jóvenes que se instalaban en su zona asignada y agrupaban a su gente para esperar el inicio de la vigilia. Llegaron camiones cisterna con más de 200.000 litros de agua para rociar a los acalorados visitantes, aunque más tarde el propio cielo hizo su generosa contribución. Hacia las 19.00 horas llegaron las autoridades, los obispos y cardenales, el coro y una orquesta sinfónica, más el Orfeón Donostiarra y la Escolanía de El Escorial. Los voluntarios repartían botellines de agua a diestro y siniestro, de vez en cuando se oía la sirena de la ambulancia atendiendo a quien lo necesitara, de los altavoces fluía música para animar, se daban avisos de seguridad y se tomaba conciencia de lo que estábamos a punto de vivir. 

Por fin llegó la hora y el Papa inició la Vigilia de Adoración. La Cruz de los Jóvenes, que durante este año ha viajado por todo el país, y el icono de la Virgen María fueron subidos al escenario para presidir los últimos actos de las jornadas. El inesperado mal tiempo fue el único que hizo que se parase momentáneamente el acto. Mientras en el escenario se repartían gorritos blancos al clero y se protegía de la lluvia al Santo Padre con unos cuantos paraguas, en la explanada los peregrinos sobresaltados por la lluvia hacía cualquier cosa para mojarse lo menos posible. A medida que el viento soplaba más intensamente y la lluvia picaba la piel, los gritos de alegría y emoción se acrecentaban: “¡Esta es la juventud del Papa!”, “¡Esta lluvia no nos moverá!”, “Viva el Papa!”, “Estamos emPAPAdos”. Los bomberos subieron al escenario para reforzar la seguridad y repararon los daños de una estructura. El cardenal-arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, ante las inclemencias del tiempo, preguntó al Santo Padre qué hacer, si continuar o suspender el acto. Con espíritu joven y 84 años a la espalda, el Papa decidió continuar la vigilia y ante la Custodia de Arfe –de tres metros de alto y elaborada en oro y plata, obra maestra de la orfebrería española de la catedral de Toledo, con más de 500 años de historia– más de un millón y medio de personas arrodilladas adoraban a Cristo en un silencio sobrecogedor. La vigilia, aunque breve, fue emotiva y tocó los corazones de cada uno de los que participamos. Fue un encuentro masivo, pero nuestro Papa “nos esperaba a cada uno personalmente” y así fue como vivimos esa cita. 

Se instalaron diecisiete carpas de adoración eucarística para continuar con la vigilia, aunque muchas quedaron inhabilitadas por el fuerte viento y la lluvia. Gracias a bastantes oraciones, durante la noche no cayó más agua. Los pasillos que separaban los cuadrantes parecían las Ramblas de Barcelona, se trataba de un constante ir y venir de peregrinos. Como es ya tradición, los jóvenes neocatecumenales animaron la noche con un guitarreo imparable y danzas en corro. Algunos jóvenes incluso comentaban: “¿Nos vamos de quicos?”. Se calcula que participaron unos 200.000 jóvenes misioneros quicos en esta JMJ. A lo largo de la noche del sábado muchos pudieron descansar en mullidos sacos de dormir, entre mochilas y botas, las horas suficientes para poder participar en la eucaristía del domingo 21 a las 9.30 horas. 

La mañana del domingo 21 nos regaló un cielo despejado. Poco a poco los peregrinos nos fuimos despertando ayudados por los “¡Buenos días, peregrinos!” de los presentadores. Se formaron colas infinitas en los lavabos (hasta de una hora y media), y era hora de guardar sacos y esterillas para dejar espacio a los que la noche anterior no pudieron acceder al recinto. 

La santa misa fue muy solemne, y contó en la parte musical con el coro y a la orquesta. Debido a las incidencias temporales de la noche anterior,  que obligaron a desmontar varias carpas, la organización prefirió no distribuir la comunión. Por lo tanto, la eucaristía se vivió, en cierto modo, diferente a otras Jornadas Mundiales de la Juventud. Al finalizar el ángelus, el Santo Padre pronunció las palabras esperadas por todos los jóvenes peregrinos: “Me complace anunciar ahora que la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en el 2013 será Río de Janeiro”. Los miles de brasileños que se encontraban en la explanada gritaron de emoción y alzaron sus banderas como respuesta al Papa. Será la primera jornada mundial en tierra brasileña. Como símbolo de recibimiento de este encargo, los jóvenes brasileños tomaron la Cruz de los Jóvenes.

Estas Jornadas Mundiales de la Juventud han demostrado al pueblo español que sí existen cristianos, que sí somos muchos y que sí vamos a seguir adelante. Ahora es sólo cuestión de tiempo esperar que se fortalezcan las semillas que se han sembrado en estos días de adoración y experiencia cristiana.