Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Pura vida. Pura épica

Texto Sonsoles Gutiérrez [Com 04] Fotografía Arena Comunicación Audiovisual

El Annapurna se levanta, imponente, a la espalda del alpinista Iñaki Ochoa de Olza (Pamplona, 1967) que, en primer plano, habla a la cámara: “Es uno de los sitios más impresionantes que he visto en mi vida. Viendo esta pared detrás de mí se me encoge un poquito el corazón”. Con esas imágenes, grabadas la víspera de empezar la que sería su última expedición, comienza Pura Vida, el documental más visto en las salas de cine españolas durante 2012. En él se cuenta la historia de una gesta deportiva que acabó convirtiéndose en una gesta humana.


El plan estaba perfectamente definido. Después del tiempo de aclimatación, de abrir ruta y de encuentros y desencuentros que modificaron el equipo inicial, el ruso Alexei Bolotov, el rumano Horia Colibasanu y el navarro Iñaki Ochoa de Olza acordaron salir del campo base del Annapurna el 15 de mayo de 2008, jueves. 

Ese mismo día subirían hasta el campo 2, y en las jornadas sucesivas, alcanzarían un campo por día, hasta hacer cumbre el lunes, 19. Sobre el papel, la conquista de una de las montañas más peligrosas del mundo parecía asequible. Pero además se anunciaban buenas condiciones climatológicas y los tres escaladores acumulaban experiencia suficiente para acometer el ascenso con ciertas garantías. El camino elegido transcurre por la pared sur de la montaña, y a partir del campo 4, a 7.400 metros de altitud, obliga a caminar por una arista de casi siete kilómetros de longitud que lleva hasta la cima, a 8.091 metros sobre el nivel del mar. 

El intento de cumbre

El día 19, de madrugada, Iñaki, Horia y Alexei se despertaron en la tienda instalada en el campo 5, el último antes de llegar a la cumbre. En las imágenes de vídeo con que suelen documentar sus expediciones, se les ve casi a oscuras, aún dentro de los sacos, tosiendo y bromeando mientras terminaban de espabilarse. Se tomaron un té hecho con nieve derretida en un hornillo y antes de las cinco de la mañana echaron a andar, buscando el camino más adecuado. 

Cuando estaban a unos 200 metros de la cumbre, se dividieron. Alexei había encontrado un paso desde donde acceder a ella, pero Iñaki y Horia lo consideraron demasiado arriesgado, así que decidieron volver a la tienda y buscar otra alternativa. A 7.800 metros, con un viento helador y varios días seguidos de esfuerzo, no hay proporción entre la rapidez con que se toman las decisiones y el alcance que puedan tener. Esa nueva dificultad para coronar el Annapurna no fue nada comparada con la que Iñaki le mostró a Horia cuando ya llevaban un rato descansando: en su mano izquierda la punta de algunos dedos se tornaba entre azul y morado. No había más opción que renunciar. Al menos para Iñaki, pero como Horia no quiso dejarle solo, comenzaron a descender al campo 4 mientras, a las doce y media de la mañana, el ruso hacía cumbre. 

Unas cuatro horas más tarde se encontraban ya en la tienda, y empezaron a llamar a familiares y amigos, para comunicarles que no habían podido hacer cumbre, pero que todo estaba bien. O no tan bien. Horia iba marcando en el teléfono satélite los números que Iñaki le pedía: el de la casa de sus padres y los de tres amigos íntimos. Hablaba con normalidad, hasta que recibieron la llamada de Ueli Steck y Simon Anthamatten, dos alpinistas suizos que esperaban noticias en el campo base. Cuando Horia descolgó el teléfono y se lo pasó a Iñaki, comprobó alarmado que su amigo no era capaz de hilar frases con sentido. Comenzó así una movilización nunca antes vista para rescatar a un alpinista a esa altura. 

El rescate

Horia es dentista, sus conocimientos en Medicina le aportaban cierta facilidad para entender lo que estaba sucediendo, pero, aparte del teléfono, no tenía más medios para ayudar a Iñaki. Ni medicinas, ni siquiera un hornillo donde deshacer nieve para darle de beber. Cuando Alexei, de vuelta de la cima, llegó donde estaban ellos, Iñaki apenas podía ya hablar ni moverse, y Horia le insistió para que siguiera bajando, argumentando que solo hacía falta una persona para dar agua a Iñaki. Alexei accedió, y en su descenso se cruzó con Ueli Steck, el primero que había salido al rescate, junto con Simon Anthamatten, que tuvo que desistir por falta de preparación. Su decisión, tan apresurada como después sería la de otros, le hizo salir apenas equipado en cuanto recibió la llamada de Horia. Por eso, cuando Alexei se lo encontró, subiendo al Annapurna con un anorak y unas botas más adecuadas para dar un paseo por el monte, se las cambió por las suyas. Había empezado ya una operación que movilizaría a catorce alpinistas en los Himalayas, más otras tantas personas a miles de kilómetros, en un desafío al tiempo contado por minutos. 

A Ueli le preocupaba el estado de Iñaki, pero también el de Horia. Ambos llevaban ya mucho tiempo, 72 horas, a una altitud que hace resentirse al organismo, por muy preparado que esté. Por eso, intentó convencerle por teléfono de que empezara a bajar antes de que él llegase. Con un empeño que puede considerarse heroico teniendo en cuenta su estado, Horia insistía en no dejar solo a Iñaki, hasta que Ueli encontró el argumento definitivo: “Si le digo que baje y deje solo a Iñaki, no lo hace. Pero si le digo que baje y abra huella para mí, sí lo hará, y así puedo hacer que baje”, reconocería después el suizo. Con esa treta, Ueli consiguió cruzarse con un Horia “completamente ido”, a quien le inyectó una dosis de dexametasona equivalente a “ocho expresos” para que pudiera seguir bajando hasta el campo base mientras él llegaba  hasta Iñaki

Al mismo tiempo, otro alpinista mítico, ya jubilado, Sergei Bogomolov, movilizaba junto con Nima Nuru, responsable de una empresa de trekking, un helicóptero al que se sumaron el militar kazajo Denis Urubko y el canadiense Don Bowie, con quien Iñaki había discutido pocos días antes de iniciar el ascenso, cuando Bowie decidió echarse atrás. Y en Katmandú, un grupo de montañeros formado por Robert Szymczak, Alex Gavan y Mihnea Radulescu hacía lo propio con otro helicóptero. 

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