Arcane. League of Legends

Verlo todo arder o la esperanza de la magia

26 de noviembre de 2024 2 minutos


Netflix, 2024 (9 episodios)
Creadores: Christian Linke y Alex Yee

Netflix reventó la animación adulta hace tres años exactos con Arcane. Aquella primera temporada, soberbia, combinaba acción pistonuda, ritmo frenético, ambiente retrofuturista, dilemas morales y una historia estupendamente anclada en los conflictos de los personajes. El dibujo —entre realista, espectacular y punki— vibraba en la pantalla hasta emocionar con su atmósfera majestuosa e inmunda. Así, no es extraño que los más jugones se apresuraran a catalogarla como la mejor adaptación de un videojuego. Desde luego, personalidad visual le sobra; brillantez narrativa y dramática también. 

Es una calidad que se mantiene en esta segunda temporada que, como ya hiciera entonces, dosifica sus episodios en tandas de tres. Es un movimiento de distribución prácticamente inédito para las ficciones propias de Netflix, acostumbrada al todo-de-una-tacada, pero que busca un crescendo y una comunión colectiva que se pretende épica. Y es que tanto las andanzas de las hermanas protagonistas —Vi y Jinx— como toda la corteza sociopolítica que refleja Arcane ostentan un punto fascinante de agonía, de batalla por el alma del mundo. El bien contra el mal, el progreso contra el oscurantismo o la solidaridad frente al egoísmo de clase. La deliciosa puñeta es que tampoco queda claro qué bando ostenta qué banderas. Tanto Piltover como Zaun acumulan suficientes muertos en sus armarios como para avergonzarse y luchar hasta la desesperación. El heroísmo aquí se ha convertido en una cuestión de perspectiva. 

El final de la primera temporada puso a todos los personajes contra las cuerdas... y a un buen puñado de ellos bajo tierra. Esto ha permitido renovar de manera natural el elenco con un plantel más femenino y étnicamente variado, dando protagonismo a nuevas criaturas sci-fi, sin que en ningún momento se huela la pesadez de la corrección política. Porque los personajes siguen aspirando, antes que nada, a ser tridimensionales. Y a luchar como jabatos, con esos brazos mecanizados cada vez más letales. Por eso, lo que hemos visto de esta segunda temporada ha servido para constatar que la adrenalina continúa bombeando al máximo y que las nuevas coaliciones generan extraños compañeros de viaje. Asociarse o morir parece la máxima, en un entorno con sobreabundancia de villanos, traidores y malnacidos. Menos mal que también hay una rendija para la compasión, la duda y el ansia de redención. La solidez dramática sigue por encima de la pirotecnia visual. 

Los episodios ya emitidos siguen regalando batallas acrobáticas y alucinadas, incluyendo nuevos guiños a la estética del cómic o del combo (esa ralentización en el momento del gran golpe). Siguen pasando multitud de cosas en la congestionada peripecia narrativa de Arcane, pero quizá la mayor novedad es cómo se apunta un protagonismo cada vez mayor de la magia, en un giro que podríamos calificar de espiritual. Ahí yace uno de los más jugosos interrogantes de lo que nos queda de Arcane: cómo recobrar la esperanza en un mundo que Jinx, la nihilista y letal Jinx, quiere ver arder por completo.


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