
El rock de Arde Bogotá, con apenas cuatro años de trayectoria, les ha llevado de tocar en salas pequeñas a agotar el WiZink Center de Madrid.
No había en España una banda como Arde Bogotá. Literal. Es el motivo por el que el jurado de los Premios Ondas los nombró Fenómeno Musical del Año en 2023: «Por haber supuesto la salvación del rock en español en un tiempo marcado por los géneros urbanos». ¿Exagerado? Su ascenso desde que el año pasado sacaron su segundo álbum, Cowboys de la A3, demuestra que no: han pasado de tocar en salas pequeñas a agotar las entradas, en apenas unas horas, de tres conciertos en La Riviera, la sala más importante de la capital. En los festivales, ya no ocupan la parte baja del cartel, con letra pequeña y como apuesta de nicho. Ahora son un reclamo. Al premio Ondas siguieron dos nominaciones en los Latin Grammy que finalmente no se llevaron: mejor álbum y mejor canción de rock. También vendieron en un día, a más de un año vista, todas las entradas para su concierto de final de gira en el WiZink Center de Madrid, programado para el próximo 13 de diciembre.
Hace seis años a la banda solo le faltaba un cantante. Dani Sánchez, el guitarrista, coincidió una noche de bares con Antonio García. La conversación derivó en grupos que les gustaban a ambos, como Arctic Monkeys o Foo Fighters. Estuvieron de acuerdo en que esos sonidos no tenían su réplica en español. Fueron más allá: desde Héroes del Silencio había un tipo de rock en castellano que ya no se hacía. Antonio le dijo a Dani que él cantaba. Dani le dijo que le mandara algo. La noche siguió y sus caminos se separaron, pero al volver a casa Dani recibió un audio de un número que no tenía guardado. Seis meses después lanzaban «Antiaéreo», su primer tema. La banda ha contado en varias ocasiones que les sorprendió su voz grave, profunda, como salida de una cueva. Se imaginaron a alguien corpulento, fumador empedernido, y no al chico delgado que en el primer ensayo preguntó tímidamente dónde enchufaba su guitarra.
Se entendieron rápido. No solo compartían una idea parecida de la música que querían hacer, sino que los cuatro eran de Cartagena y casi de la misma edad: el batería, José Ángel Mercader (Jota), del 93; Antonio y el bajista, Pepe Esteban, del 95; y Dani, del 96. En 2019 se presentaron con un manojo de temas inéditos al Big Up!, un evento celebrado en Murcia donde se dan cita jóvenes promesas y agentes de la industria. Salieron con un contrato con Sony y Son Buenos bajo el brazo, que en 2020 se transformó en su primer EP: El tiempo y la actitud. Con aquellas cinco canciones apenas hicieron diez conciertos. Fue la publicación de La noche, su primer largo, lo que les trajo el «sí, quiero» de crítica y público. También uno de sus temas más queridos: «Exoplaneta», la canción de amor que cierra el disco y que sucede en su Cartagena natal. El álbum les llevó a dar 86 conciertos por las salas de todo el país.
Su experiencia mientras giraban con La noche fue dando forma al concepto de su segundo álbum, una road movie que juega con la vida en la carretera. «Los perros» es el primer tema de Cowboys de la A3. También con el que arrancan los conciertos de esta gira. Suena una base donde se escuchan alarmas y las espuelas de un vaquero. Entonces aparecen los integrantes de la banda y empiezan a tocar. El último en salir es Antonio. Guitarra eléctrica en mano, avanza con paso firme hacia el micrófono. Cuando la música se detiene, el público, motu proprio, calla para escucharle dar la orden: «Soltad a los perros porque me he escapado». Después, la explosión.
Este trabajo habla, con un ritmo rotundo, del movimiento inherente a la búsqueda, de lo que se encuentra y lo que se deja atrás: es el caso de «Qué vida tan dura», que cuenta las dificultades de vivir de la música, o «Cowboys de la A3», una mirada nostálgica a lo que dejaron en Cartagena, a donde se llega desde Madrid por la A3, por vivir su sueño. «Copilotos» es la única balada del disco, un respiro antes de entrar en la parte más directa con «Escorpio y Sagitario», «Besos y animales» o «Todos mis amigos están tristes».
El último tema y final del viaje es también el tema de su generación: encontrar una salida para tanto dolor, atreverse a querer, a que duela el pecho de amor, preferir una caricia en el pelo y una noche en el espigón antes que a los dioses modernos. Y gritarlo, gritarlo fuerte, que ahí está «La salvación». Si el jurado de los Ondas destacaba que el signo de los tiempos son los géneros urbanos, salvar el rock implica llevarnos al mar por la A3 para recordarnos que ningún bloque de hormigón puede competir con la belleza del horizonte.