Cuerpo humano

Materia y perplejidad

21 de marzo de 2025 3 minutos


Carlos Javier Morales
Renacimiento, 2024
100 páginas, 11,90 euros  

Las islas son espacios liminales, ellas mismas una lección de metafísica. En la isla hay siempre un límite: hasta aquí, non plus ultra. Y también —¡ah!— un horizonte que promete el infinito. ¡El mar! Hay plus ultra. Conviene enmendarle la plana a Nuccio Ordine: los hombres sí son islas, simultáneamente finitud y apertura, cuerpo y espíritu, tiempo y eternidad, aquí y en todas partes. Por eso tenía que ser en una isla, en Tenerife, donde el poeta Carlos Javier Morales ha escrito Cuerpo humano. Allí no es paradoja que la forma más acabada del cuerpo sea el poema.

Hay en estos versos lugares recurrentes: la playa, la ola, el amor —¡el matrimonio!—, el universo, lo creado, Dios. Y sin embargo la repetición de los temas no es puro pleonasmo, sino más bien crecimiento, al modo en que son distintos todos los «te quiero». Morales articula, en el fondo y en la forma de su poesía, una visión intuitiva y robusta de cómo conviven carne y espíritu, y cómo se expanden. Eso se ve ya en el índice, que comienza donde empiezan todos los linajes: en el amor apasionado, eterno, sensual y concreto de una mujer y un hombre —el primer capítulo, «Nuestros cuerpos»—, para expandirse después a la familia, a los amigos, a la creación entera —«Los cuerpos de los otros»— y adentrarse por último en el misterio de la finitud —«Carne mortal»—.

A su modo, este librito contiene también una filosofía práctica: 

«Explorar y mirar son ya lo mismo
contemplar la continua transparencia
de todo lo que existe y no se explica;
de lo que sólo puede celebrarse»

A la luz de esa declaración contracultural, no se sabe si oriental o más bien mística, a lo san Juan de la Cruz, han de leerse los versos de este profesor de Lengua de instituto. Si los alumnos de la ESO leyeran poesía, ¡qué sonrojo se llevarían con algunos pasajes! Cómo iban a sospechar que debajo de un funcionario puede vibrar ese anhelo de «las piernas con que guardas / el secreto que nunca se desvela del todo». Ni de lejos imaginarán que hay en ese cuerpo un alma capaz de cantar «Ya estás aquí, conmigo: / dentro de ti y de mí / los dos estamos». 

Sin embargo, no quiero llamar a engaño: siendo un libro íntimo, no es intimista. No se cierra, sino que se expande y se pasma. Como prueba esgrime el poema «Frente al volcán de Cumbre Vieja (La Palma)», en el que el poeta contempla la erupción, el desastre, y se queda perplejo ante «la angustia en pijama de los que van huyendo». En el mundo poético de Morales, todo el universo converge siempre en una mirada. Como en «Luz del alba»: 

«Tus ojos que ven todo,
desde el volcán inmenso de tu isla
hasta las buganvillas del paseo
es igual de infinito
que el mar a donde entras».

Si la poesía, en general, tiene carácter blasfemo en este tiempo obsesionado con la eficiencia, la propuesta de Morales lo es todavía más. Ni siquiera en la contemplación asoma el deseo de poseer el otro cuerpo ni el universo. Es un poemario, el noveno del autor, escrito desde la perplejidad y el asombro, y al exponerlos propone, acaso sin querer, una forma inesperada de ejercer la vida.


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