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Paolo Sorrentino, herido por la belleza

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Por medio de excesos que apelan a todos los sentidos, Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) ha desdibujado los límites entre la realidad y la ficción. Esteticismo e ironía, surrealismo y sinceridad, juventud y nostalgia son algunas de las notas que definen a un director que, a través de sugerentes contradicciones, intenta escapar de cualquier categorización.
«Gracias a mis fuentes de inspiración: Federico Fellini, Talking Heads, Martin Scorsese y Diego Armando Maradona. Y gracias a Roma, Nápoles y a mis grandes bellezas personales: Daniela, Anna y Carlo. Y gracias a mi hermano Marco y a mi hermana Daniela; y esto [la estatuilla] es para mis padres». Así fue el brevísimo discurso que Paolo Sorrentino pronunció en marzo de 2014 al subir al escenario del teatro Dolby en Los Ángeles para recoger el Óscar a la mejor película extranjera por La gran belleza (2013).
Tras más de dos décadas y doce largometrajes, desde su debut en la gran pantalla con Un hombre de más (2001), Sorrentino se ha consolidado como el cineasta italiano de referencia en nuestro tiempo. «Ya sea apabullado por el poderoso componente estético de numerosos planos, cautivado por la historia o la constante reflexión de la actualidad o, en el polo opuesto, apático o indignado al no haber conectado con el filme, eso que podríamos denominar el estilo sorrentiniano es, cada vez, más reconocible para el espectador», afirma Elios Mendieta, periodista y doctor en Estudios Literarios, en el libro Paolo Sorrentino (Cátedra, 2022). En Sorrentino, vida y obra se confunden con frecuencia. La autoficción es parte, casi siempre, de ese estilo tan personal.
El primer llanto de Paolo Sorrentino se escuchó en Nápoles el 31 de mayo de 1970. Nació en el seno de una familia perteneciente a la pequeña burguesía de la ciudad. Con un padre banquero, una madre ama de casa y dos hermanos, disfrutó de una infancia y adolescencia corrientes. Sus principales aficiones eran la música de Talking Heads y el fútbol. En el verano de 1984, Diego Armando Maradona llegó al club partenopeo, y este fichaje marcó un antes y un después no solo en la historia de la ciudad sino también en la de Paolo. A hombros del genio porteño, su equipo empezó a competir contra los mejores del Calcio y ganó los Scudettos de 1987 y 1990, los primeros títulos de liga en la historia del club. «Les traje fútbol, pero, sobre todo, orgullo», manifestó el Pelusa. Sin embargo, la alegría y locura colectiva que enardeció Maradona contrasta con la tragedia que desgarró la vida de Sorrentino. A los 16 años, acompañó a su hinchada a un partido en la Toscana. Durante ese fin de semana, ocurrió una gran desgracia en la casa de campo familiar: una fuga de gas mató a sus padres. Mientras el Napoli se alzaba campeón, él y sus hermanos quedaron huérfanos.
Sorrentino encarnó sus infortunios en Fabietto Schiesa, el personaje que protagoniza Fue la mano de Dios (2020), su penúltima película hasta la fecha, 34 años después de la desgracia. En la escena del funeral del matrimonio, el tío Alfredo, que idolatraba a Maradona, se acerca a dar el pésame a Fabio y le pregunta por qué no estaba en Roccaraso con sus padres. Triste, le responde que tenía que ver jugar a Maradona. En ese instante, los ojos de Alfredo se iluminan, lo agarra de los brazos y exclama: «¡Fue él quien te salvó! ¡Fue la mano de Dios!».
Desde aquel dramático momento, Paolo, desencantado, buscó refugio en los fotogramas, como también muestra la película. «Ya no me gusta la realidad. La realidad es vulgar. Por eso quiero hacer cine». Es de madrugada, en un muelle de Nápoles, y la frase se la dice Fabietto al director Antonio Capuano, treinta años mayor. Capuano, una figura importante del nuevo cine napolitano, se convirtió en algo así como el padrino de Fabietto. Y de Sorrentino, al que ayudó a dar sus primeros pasos en este mundo. A finales de la década de los ochenta, se matriculó en la Facultad de Economía y Comercio de la Universidad de Nápoles Federico II, pero a los 25 años abandonó la carrera para dedicarse al séptimo arte.
Los noventa fueron una época de renovación en Italia. Federico Fellini, icono nacional, cerró su etapa de director con La voz de la luna (1990) y murió tres años después. Sin embargo, no dejaron de estrenarse exitosas películas como Cinema Paradiso (1990), dirigida por Giuseppe Tornatore, que inspiró a Sorrentino en medio de una depresión juvenil. «Tendría unos 18 años… La vi entonces y pensé: “Esto es lo que quiero hacer”», revela en una entrevista con El Mundo.
En esos años, Roma dejó de ser el epicentro del cine y otras ciudades, como Nápoles, empezaron a tomar protagonismo. En este contexto se asentó la «escuela vesubiana», un grupo de creadores, entre ellos Capuano, que se caracterizaban por alejarse de los cánones de representación naturalista y convencionales, y por tener un notorio gusto por lo grotesco y simbólico, de acuerdo con Mendieta.
Sorrentino se abrió campo en este mundo como guionista. A los 25 años, trabajó de ayudante de dirección en el corto Drogheria (1995), de Maurizio Fiume. En 1997, ganó el premio Solinas, un prestigioso certamen de guiones. Su éxito llegó a oídos de Capuano, quien lo contrató para que escribiera el guion de Povere di Napoli (1998), con el que cobró su primer sueldo en la industria. «No sería director si no hubiera nacido en Nápoles [...] En los noventa había una gran vitalidad cinematográfica en la ciudad que me permitió formarme», señala Sorrentino en una entrevista para ElDiario.es.
Cuando tenía 31 años se estrenó en la gran pantalla con Un hombre de más (2001). Protagonizada por Toni Servillo y Andrea Renzi, cuenta la historia de un futbolista y un cantante de rock cuyas carreras caen en desgracia debido a sucesos inesperados. Servillo, que era un reconocido actor de teatro, se convertiría en un compañero recurrente de Sorrentino: actuó en siete de sus filmes. Además, su ópera prima anticipó algunas de sus obsesiones: el vacío existencial, la memoria, el paso del tiempo y la vocación creativa.
Para su segundo proyecto, Las consecuencias del amor (2002), Sorrentino confió en el director de fotografía Luca Bigazzi. Desde entonces, Bigazzi colaboró en todas sus obras, excepto en Fue la mano de Dios y Parthenope (2024). Es el artífice de uno de los signos distintivos del estilo sorrentiniano, «una construcción medida del plano en la que no se deja nada al azar: muchas de las tomas —explica Mendieta— podrían considerarse verdaderos lienzos».
En 2007, Sorrentino y su esposa, la periodista Daniela D’Antonio, se marcharon a Roma tras 37 años en Nápoles. Un amigo en común los presentó mientras trabajaban en el mismo edificio; ella escribía para La Reppublica sobre política en el piso de arriba, y él rodaba en el de abajo. A ella le dedicó Il divo (2008), que finaliza así: «A Daniela, que me ha salvado». En El País le preguntaron sobre esto: «“Nadie puede escapar de sus fracasos. Pero el amor salva siempre”. ¿Ha sido su caso?». «Sé que es una frase banal de cancioncita, pero es así —respondió—: el amor modifica la marcha de las cosas. Te permite cambiar incluso el funcionamiento del tiempo».
Con Il divo, la obra acerca de la vida de Giulio Andreotti, siete veces primer ministro de Italia, Sorrentino saltó al estrellato. En 2009, le otorgaron el premio del jurado en el Festival de Cannes y recibió elogios de la crítica. Por ejemplo, Guido Bonsaver, profesor de Oxford, lo encumbró como «el director italiano más prometedor de su generación», y Alex Marlow-Man, doctor por la Universidad de Reading, sostuvo que es algo distinto a todo lo que hay en el cine contemporáneo, tanto de su país como del mundo.
En 2011, presentó This Must Be the Place, que lleva el título de una canción de su grupo de música favorito, Talking Heads. Sean Penn, ganador de dos premios Óscar al mejor actor, protagonizó la historia del ocaso de un artista de rock. Y dos años después llegó la que se considera su obra maestra, La gran belleza, galardonada con el Óscar a la mejor película extranjera en 2014.
Jep Gambardella, de nuevo interpretado por Toni Servillo, es un periodista y talentoso escritor —aunque con una única novela en su haber— que habita en la fiesta y la noche de Roma. «Pero no solo quería vivir a lo grande, quería ser el rey de la alta vida», dice de sí mismo el personaje. En medio de la banalidad que lo rodea, Gambardella pierde el equilibrio a raíz de la muerte de su amor de juventud, Elena. Sus hábitos, sus amistades y su actividad literaria… Todo se pone en duda en este viaje de autoconocimiento por medio del recuerdo. «En la película, aparentemente, no hay destino. Sin embargo, el protagonista, sin darse cuenta, se dirige hacia un lugar muy preciso. Es una cita con el momento álgido de su adolescencia y su pureza», manifiesta Sorrentino en una entrevista con Eye for Film.
En La gran belleza, el director se sirve no solo del recuerdo, sino también de la hermosura (y la decadencia) de Roma para contar la historia. Sus planos muestran la grandeza de la ciudad eterna —el Coliseo desde su balcón, los paseos mañaneros al pie del Tíber y el tour nocturno por los museos Capitolinos, el Palazzo Barberini y la Villa Médici—, en claro contraste con realidades vulgares y degradadas, que se entregan al derroche, el alcohol y las drogas. Después de décadas en Roma sin escribir una línea, Jep Gambardella acepta la derrota con resignación: «He buscado la gran belleza, pero no la he encontrado».
Fotograma de Juventud (Youth, 2015), dir. Paolo Sorrentino. Indigo Film / Pathé / Medusa Film.
Tras el Óscar, Sorrentino dirigió La juventud (2015), sobre dos amigos —Michael Caine y Harvey Keitel, un director de orquesta ya retirado y uno de cine en ciernes, respectivamente—, que veranean en los Alpes suizos. Al año siguiente, trajo a la luz El papa joven (2016), la polémica y satírica serie acerca de Pío XIII, un papa americano y tradicionalista, representado por Jude Law. Y, en 2018, llegó a las salas Silvio (y los otros), su segundo filme político, ahora con Silvio Berlusconi como personaje principal, al que encarnó Toni Servillo una vez más.
Fue la mano de Dios (2020) y su última película, Parthenope (2024), forman un díptico. Hace un lustro contó la desdicha de su adolescencia y dejó una visión agridulce de Nápoles. En la nueva cinta, Sorrentino explora la juventud que nunca tuvo y compone una canción de amor: una oda a su apabullante ciudad que toma cuerpo en el personaje de una hermosa joven, Parthenope, protagonizada por Celeste Dalla Porta. En 137 minutos narra su vida, desde su nacimiento en los años cincuenta hasta su jubilación como académica en 2023, que coincide con el penúltimo Scudetto del Napoli. Entre los balcones, el Mediterráneo, la fiesta y los veranos eternos, se cruzan las miradas y aparece el erotismo de Sorrentino.
Parthenope tampoco se limita al puro esteticismo. El espectáculo visual se entrelaza con la soledad, la muerte, la memoria y la desarticulación de la belleza de la juventud. «Las películas son mi segundo mundo, el lugar donde puedo exprimir la locura, la valentía. Hago películas valientes porque en la vida no lo soy. Aunque conforme envejezco, empiezo a arriesgar más», afirma Sorrentino en El País.
El filme ha suscitado controversia. La cara. Diego Garrocho resaltó en Ethic que «Sorrentino es un exorcista del exceso y había una belleza más grande que la que pudo imaginar para La gran belleza. Su Parthenope [...] te rinde voluntariamente ante un universo de verdades y ficciones indistinguibles para las que Nápoles parece convertirse en [...] la capital del mejor mundo que haya existido jamás». Y la cruz. Claudio Sánchez de la Nieta criticó en Aceprensa «una contemplación que pretende ser arrebatadora y termina siendo tediosa. El drama es tan nimio y epidérmico, que ni siquiera el gran reparto [...] es una excusa suficiente para tantos minutos de esta indigestión de ego».
A pesar de estas contradicciones, las escenas quedan grabadas en la memoria del espectador. Ya sea Pío XIII antes de entrar a la Capilla Sixtina para dirigirse a los cardenales, con la tiara papal sobre la cabeza y un cigarrillo en la boca; o un grupo de remadores que contemplan a Parthenope en su balcón, rodeada de bustos clásicos, al pie de la costa napolitana, el estilo de Sorrentino comparece en todas ellas: el plano perfectamente compuesto y la música que lo acompaña, tan sublime como mundana. Las miradas de los personajes y la belleza que los encuentra. Y los elementos surrealistas. Sorrentino se permite colocar un canguro en los jardínes vaticanos.
«Melancolía, nostalgia y la relación con la soledad. Estos son los temas dominantes que atraviesan todas mis películas», se sinceró en una entrevista con Alain Elkann en 2017. Y, a pesar de que cada vez le interesa menos el cine y lo dejaría si pudiera vivir de vender sus dibujos, Sorrentino ya trabaja en su próximo proyecto, La grazia, con su inseparable Toni Servillo. De la trama solo ha trascendido que es una historia de amor en Italia. Como todas las demás.
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