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Una vez entrevisté a un escultor japonés que estaba convencido de que esculpir es como cultivar tomates. Uno siembra, riega y cosecha, pero el germinar y el crecer, el florecer y el madurar son verbos que caen del lado de la naturaleza. Me gustó esa certeza de que los trabajos creativos están vinculados con la tierra. Trabajar es, en esencia, colaborar con la Creación para habitarla de un modo humano.
En la carrera, Ana, mi mujer, produjo un documental sobre la panadería que Carmelo Martínez regenta en Vallecas. «Empiezas a trabajar por necesidad, pero luego te das cuenta —dice a cámara— de que estás haciendo algo por los demás. Ese es el sentido de la vida». En ese momento se emociona. «Yo he heredado el barrio. Hay gente que viene a comprar el pan durante tantos años… Si te paras a pensarlo, dices: “Vale la pena”». En efecto, el trabajo bien hecho es un servicio a la sociedad y los seres humanos necesitamos dar un significado a lo que hacemos.
Lo que yo no recordaba era la primera frase: «Empiezas a trabajar por necesidad». ¡Claro! El propio oficio ha de ser, sin duda, un espacio en el que florecer y desarrollarse y un servicio… Pero, antes que nada, el trabajo es nuestra forma de ganarnos la vida. Por eso resulta sangrante el hecho de que muchas familias con dos empleos tengan problemas para llegar a fin de mes o para comprarse una casa. Por no hablar del tiempo que no dedican a los hijos porque cada hora en la oficina suma al presupuesto.
En la encíclica Quadragesimo anno, de 1931, Pío XI dejó escrito que «al trabajador hay que fijarle una remuneración que alcance a cubrir el sustento suyo y el de su familia». Ea. Ahí tienen una definición magisterial del salario justo. Y, ahora, que levante la mano el que pueda sostener a su familia con un solo sueldo. El problema se agrava en los jóvenes. Según la Encuesta de Población Activa de 2021, el salario medio de las personas entre 25 y 34 años —convendrán conmigo que es la mejor edad para fundar una familia— fue de 21.212 euros brutos anuales, unos 1.500 euros netos al mes. Crucemos el dato con la Encuesta de Presupuestos Familiares del mismo año: el gasto medio mensual de una pareja con hijos subía a 3.047 euros. No me salen las cuentas ni sumando los dos sueldos. El trabajo humano vale más que su precio de mercado porque no es un mero producir, sino una actividad que vertebra la vida social, que genera ecosistemas de sentido, que mejora la naturaleza y las condiciones en que la habitamos.
Hay una pulsión profundamente ecológica en estas intuiciones. La sostenibilidad, como señala María Iraburu en el ensayo que cierra este número, significa en primer término durabilidad. El error sería pensar que lo que tiene que durar es el planeta, con independencia de sus habitantes. Las familias hemos de ser también sostenibles. O sea, hemos de poder sostenernos, sustentarnos. Otra cosa es una tremenda injusticia.