Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

El escultor japonés que entendió a Gaudí

Texto Teo Peñarroja [Com Fil 19]   Fotografía Fátima Rosell [Com His 19] y © Junta Constructora del Temple de la Sagrada Família

Etsuro Sotoo (Fukuoka, Japón, 1953) llegó a Barcelona en 1978 para trabajar en el templo de la Sagrada Familia. Cuarenta años después, es el escultor jefe del proyecto. Su pauta es simple: «Mirar donde miraba el maestro». Visitó la Facultad de Filosofía y Letras para hablar en el XVI Foro de Humanidades sobre su personal forma de entender el arte. Para él, «esculpir la Sagrada Familia es como cultivar tomates: consiste en colaborar con la creación de Dios». 


España acababa de romper el embalaje de la Constitución cuando aquel joven japonés de veinticinco años entró por primera vez en el pórtico del Rosario —del Roser, dice él en catalán con acento indescifrable— de la Sagrada Familia de Barcelona. Aquella habitación estaba fría, muy fría. Congelada cincuenta años atrás. «Me sentí como si entrara en una enorme gelatina», recuerda. «Era un frío muy duro. Algo estaba helado allí, donde nadie había entrado hacía más de medio siglo».

Sentado en una esquina, un octogenario lloraba al contemplar la obra inacabada de Antoni Gaudí. El arquitecto e historiador del arte Isidre Puig i Boada, uno de los últimos discípulos del genio del modernismo, aquel día de 1978 seguía mirando con impotencia lo que la Guerra Civil había destruido y la desidia y el olvido habían dejado corromperse. El japonés enclenque que lo había acompañado se dijo a sí mismo que aquella puerta debió de ser extraordinaria. «Pero la mujer no tenía cara, el niño no tenía cabeza, ni brazos, ni pies. Todo agujereado, todo fusilado. Uno imaginaba que habría sido preciosa». Cuarenta años después, una de las cosas que recuerda con más fuerza es el mirar acobardado de Puig i Boada. «Para un escultor aquello era lo más triste del mundo», sentencia. Entonces el anciano levantó la cabeza de las manos:

—¿Puedes restaurarla?

Él no conocía prácticamente nada de aquello: ni a Gaudí, ni las herramientas ni la piedra que se empleaban entonces en la Sagrada Familia. Pero la expresión del viejo arquitecto le obligó a responder:

—Lo intentaré.

—Solo tenemos dinero para pagarte dos meses de nómina. ¿Crees que podrás terminarla?

Entonces Etsuro Sotoo rio. «Era un trabajo que solo aceptaría un japonés», reconoce ahora. La restauración del pórtico del Rosario le llevó dos años. «Esa puerta fue para mí como el testamento de Gaudí».

Etsuro Sotoo viajó por primera vez a Europa en 1978 después de estudiar Bellas Artes en la Universidad de Kioto. Iba buscando piedra. «Vine aquí porque quería tocar la piedra de la vieja Europa», cuenta. Su primera parada no fue Barcelona. Antes recaló en París, pero pronto descubrió que en aquella ciudad no quedaba más roca que esculpir. «París ya estaba terminada. Si picaba piedra en París me detendría la policía. Allí siempre me hubiese sentido extranjero», asegura. Así que renunció a la idea de hacer carrera en la capital francesa y decidió dirigirse a Alemania. Pero primero tomó un tren hacia el sur  de Europa para reponer fuerzas.

Entonces Gaudí no gozaba de la fama mundial que tiene ahora, y solo unos cuantos iniciados conocían su dimensión vanguardista. Sotoo era uno de ellos, así que, cuando viajó a Barcelona, se interesó por su obra. Cuando vio la Sagrada Familia supo que ese era su lugar: «Aquello era un montón de piedra. Me quedé porque ahí podía picar tanta piedra como quisiera». Entró como paleta. Tuvo que superar los obs-
táculos de ser un japonés en la España de los setenta y, al mismo tiempo, un intelectual y un esteta en un ámbito en el que muchos de sus compañeros tenían como rutina ir  a beber alcohol a las siete de la mañana antes de entrar a trabajar. Pero consiguió abrirse paso a golpe de cincel y de años. Probablemente sea uno de los que mejor han comprendido a Gaudí y al final no quedó duda de que era uno de sus herederos. Así, en 2013 fue nombrado escultor jefe de la Sagrada Familia. Aunque él no se considera exactamente heredero, sino más bien compañero. «Gaudí es un poco mayor, un poco más adelantado, pero compañero al fin y al cabo. Caminamos el mismo camino», afirma. «Lo único que tengo que hacer es mirar donde miraba Gaudí».

P. ¿Y dónde miraba Gaudí?

R. Antes debemos preguntarnos dónde estaba Gaudí. Tenemos que estar en el mismo sitio para ver lo mismo. ¿Dónde estaba Gaudí? ¿Quién es su maestro? Esta pregunta me facilitó convertirme al catolicismo, simplemente mirando donde miraba Gaudí.

P. Porque el maestro de Gaudí es...

R. Jesús. Gaudí es un gran maestro precisamente porque sabe indicar dónde está el verdadero maestro.

La historia de la conversión de Sotoo se narra ampliamente en De la piedra al Maestro, un libro-entrevista de 152 páginas editado  por el arquitecto José Manuel Almuzara, presidente de la Asociación Pro Beatificación de Antoni Gaudí. La causa de beatificación se abrió en 1992 y, actualmente, Antoni Gaudí recibe en la Iglesia católica el título de siervo de Dios, reconocimiento anterior a venerable, beato y santo.

Lo único que sabía Sotoo del catolicismo antes de encontrarse con Gaudí era lo que aprendió en la guardería de monjas donde fue de niño. Se casó con Hisako un 3 de noviembre por el rito budista zen y tuvo una hija, Yuki. Su conversión no llegó hasta 1991: se bautizó el 3 de noviembre de ese año, aniversario del día que Gaudí asumió la dirección de la Sagrada Familia. Veintiocho años después él todavía se considera «novato» en la religión. «Vosotros, cuando nacéis, tenéis mucho de cristiano en el modo de entender el mundo. Yo no tenía nada», asegura. Su forma de arañar la roca cambió con su conversión. Reconoce que, de alguna manera, se parece a los pintores rusos de iconos, que se preparan para su pintura con dos años de oraciones y rezos diarios. «Cuando trabajo en una escultura, a través de ella hago algo más: estoy buscando. Siempre estoy en una búsqueda. Cuando esculpo, lo que hago es sacar la forma de la verdad», asegura. 

P. ¿Cómo se hace eso?

R. La forma de la verdad ya estaba ahí. La gente la estaba esperando. Hay obras antiguas que son modernas, siempre actuales: Tchaikovski, Rajmáninov... Siempre nos dan algo fresco, algo nuevo. Esto es la obra de arte: hace siglos que existe, solo había que sacarla.

P. Eso es muy platónico.

R. Sócrates es un gran maestro.

P. Usted es como un traductor de poesía. Hace arte, pero el arte de otro. ¿Ha tenido que renunciar a su estilo para convertirse en Gaudí?

R. El problema de hoy es que la gente no sabe lo que es el arte. Antiguamente no era así. Antes no sabíamos quién era el autor, ¡no importaba! Ahora damos por supuesto que el artista debe ser uno solo, que tiene que ser como Dios, pero eso es un invento de las últimas décadas. Gaudí es un hombre muy original, pero no se cree autor en ese sentido. Pensemos en los agricultores que producen tomates. Ellos colaboran con la naturaleza: ponen la semilla y recogen su fruto. Este es el verdadero arte, eso es lo que hace Gaudí: simplemente colabora con la creación de Dios.

P. Y usted cree que está haciendo eso mismo: colaborar con la creación de Dios.

R. Sí, y por eso no tengo miedo de que Gaudí no dejara planos. Todas mis ideas están en esta línea de colaboración.

P. O sea que la Sagrada Familia ya está ahí; usted solo tiene que sacarla, como los tomates...

R. ¡Eso es! Simplemente tengo que ir con cuidado de no traicionar nada de lo que ya está ahí. Es una forma de concebir el arte muy antigua, pero que hoy aparece como nueva y necesaria.

En esa línea de colaboración, Etsuro Sotoo ha sido el primero en introducir color en la Sagrada Familia. Ha esculpido los remates de los pináculos coronados con frutas de colores «porque el alma necesita dar fruto». También ha esculpido las puertas de la fachada del Nacimiento, todas llenas de color y de insectos gigantes, para que los adultos que las vean puedan sentirse como niños, porque «nunca debemos salir de un corazón de niño». Además ha propuesto una nueva simbología que represente a los cuatro evangelistas para las gárgolas que expulsan el agua de la cubierta de las torres y otros elementos alegóricos de colores, como una gran escultura situada en la nave central de un campo de trigo que representa la eucaristía, con una gran amapola roja. Porque «en todos los campos de trigo crecen amapolas. Solo hay que observar la naturaleza». Por otra parte, está trabajando en unas campanas tubulares para el campanario. Gaudí no dejó bocetos de nada de eso, pero él está convencido de que todo guarda una íntima unión con la obra del maestro.

Sin embargo, no todos los que han continuado la obra de Gaudí comparten el mismo planteamiento. Por ejemplo, Josep Maria Subirachs (1927-2014), autor de la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia y uno de los grandes escultores que han picado la piedra del templo barcelonés. El escultor catalán recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Educación (1998), entre otras muchas distinciones, y fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando o de la Hispanic Society of America de Nueva York. Su visión de la catedral modernista se parece mucho más a la concepción medieval, donde un estilo sucede a otro, y en el mismo templo, que tarda doscientos años en construirse, se ven convivir puertas románicas, techos góticos y presbiterios barrocos. Él aceptó el encargo de esculpir la fachada de la Pasión con la condición de no verse obligado a seguir al pie de la letra las indicaciones de Gaudí, porque «imitarlo es ensuciar su obra y sería perjudicial para todos», como consignó en una entrevista a Vicenç Pagés en 1990.

Así pues, la fachada de la Pasión, que Subirachs realizó en estilo neofigurativo, tiene poco que ver con el resto de la obra de Gaudí. Sotoo no comparte este planteamiento y considera que hay que buscar ante todo la unidad en el conjunto, terminar lo que empezó Gaudí como Gaudí lo hubiera hecho. Como reconoció el japonés en el XVI Foro de Humanidades organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad, lo que hay que hacer en la Sagrada Familia es «mantener un mensaje correcto para que dure mil años. El estilo debería ser secundario: lo importante es el mensaje».

Junto con esto, su visión eminentemente religiosa de la obra de Gaudí le lleva a criticar con fuerza que la basílica, para muchas personas, se haya «convertido en un museo». Durante su visita al campus de Pamplona, dijo que «la Sagrada Familia es una empresa muy grande que hace mucho dinero, pero Gaudí no la pensó para eso», y su peculiar batalla es hacer que las piedras del templo sirvan no solo para ser admiradas, sino, sobre todo, para hablar con Dios.

Al escultor japonés le parece que Antoni Gaudí fue un adelantado a su tiempo, como Leonardo Da Vinci, a quien el mundo no comprendió hasta muchos siglos más tarde. «Todavía nadie sabe quién es Gaudí». Y uno de esos puntos del gaudinismo que aún no se entienden es la idea —también muy oriental, por otra parte— de la unidad: todo es uno.

Ni Gaudí ni Sotoo distinguen planos. Todo está unido, todo forma parte del todo de la naturaleza. Por eso Sotoo no utiliza reloj. Le parece un invento que separa y aprisiona, cuando el tiempo, por sí mismo, es infinito. Y cree que esa idea de formar parte del todo en comunión con él la aplica Gaudí a su obra. «Gaudí sabe que la arquitectura es lo que el hombre hace contra la gravedad. Dios pone la gravedad y el hombre la arquitectura. De algún modo los arquitectos han luchado durante miles de años contra Dios, y Gaudí se rebeló contra eso. Solo obedeciendo, siendo un niño fue como inventó la catenaria». Muchos dicen que este tipo de arco, que invierte la curva descrita por una cadena al sostenerse por sus dos extremos, es el más acorde con la naturaleza de las cosas, el que mejor se adapta a la fuerza de la gravedad. Y esa idea de completud atraviesa toda la obra del genio catalán.

P. ¿Concibe Gaudí alguna diferencia entre la arquitectura y la escultura?

R. Ya no solo entre arquitectura y escultura. Para Gaudí no hay separación entre el techo y la columna, ¡todo continúa! Y pasa lo mismo con la escultura. La estructura es parte de la escultura y sin escultura la estructura se desvanece. ¡Eso es Gaudí! Eso es el futuro. Descartes aprendió de César aquello de «Divide y vencerás». Dice en el Discurso del método que siempre hay que dividir los problemas; cree que la solución a un gran problema es cortarlo en pedacitos más pequeños. Pero no. Si divides un problema tienes dos problemas, ¡la división es infinita! Por eso el trabajo del moderno nunca termina. Urge que el siglo xxi aprenda a sintetizar, a ver todo el conjunto. 

P. El hecho de que Gaudí no utilice líneas rectas, ¿tiene algo que ver con eso?

R. Eso es un tópico. Gaudí siempre ha utilizado la línea recta. La línea siempre es recta; la superficie es curva. La recta es la mejor forma de comunicar. Y luego, sobre la recta, se construye siempre una superficie curva: hiperboloide, paraboloide... Parece complicado, pero la esencia es siempre una línea recta.

Sotoo se ha convertido en una continuación viviente del maestro modernista. En su tierra natal se le conoce como el Gaudí japonés. No ha aprendido solo su técnica escultórica, sino también su visión del arte, su religión y su forma de vivir. En la puerta de su taller tiene grabadas unas palabras que representan a la perfección la forma gaudiniana de concebir el trabajo: «Para hacer una buena obra, primero amor, luego técnica».

P. ¿Usted también planea irse a vivir a la Sagrada Familia, como hizo Gaudí al final de su vida?

R. ¡Si me dejaran! Me encantaría. Mi ilusión es dedicar todo el tiempo que me queda a esa obra. Cada vez que trabajo en una escultura se me ocurren otras dos que podría hacer. Y antes de morir me gustaría intentarlo.

Antoni Gaudí falleció el 10 de junio de 1926 en una cama de hospital, tres días después de haber sido atropellado por un tranvía en la calle Cortes de Barcelona. Iba a ver a su confesor. Su aspecto era tan desaliñado que nadie acudió en su ayuda porque lo confundieron con un mendigo. Fue un guardia civil quien obligó a un conductor a llevarlo al hospital. Los últimos años de su vida los pasó volcado en cuerpo y alma a una obra que sabía que no iba a terminar, pero, como decía él mismo, su cliente no tenía prisa. El día anterior había dejado una nota para uno de sus discípulos: «Nos vemos mañana a las cinco y media. Vamos a hacer cosas muy bonitas». Etsuro Sotoo morirá sin ver rematada la gran obra de Gaudí a la que ha dedicado los últimos cuarenta años, y al día siguiente todavía quedarán por hacer cosas muy bonitas.