Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Candelas Varela: «África necesita un cambio generacional basado en la formación»

Texto: Borja Centenera Crespo [MIC 15]

Recién recuperada de una malaria grave que le obligó a volver a España en un avión medicalizado, Candelas Varela [Enf 93] recuerda su paso como estudiante de Enfermería de la Universidad de Navarra y residente del colegio mayor Goimendi. Y también cómo el hecho de vivir un cuarto de siglo en África la ha llevado a adoptar varios perfiles profesionales y a encontrarse en situaciones impensables en Occidente.


Vigo es, sin temor a equívoco, la antítesis de Kinsasa. Allí se encuentra Candelas Varela, antigua alumna de la Facultad de Enfermería y salvavidas de pacientes congoleños desde hace veinticinco años. En agosto de 2022 contrajo una malaria grave que la llevó a un cuadro médico complejo: fiebre, fallo renal, un edema pulmonar y problemas cardíacos. Consciente de la gravedad de la situación, la trasladaron el 4 de septiembre a la Clínica Universidad de Navarra en Madrid para una intervención urgente. Cuatro semanas después, y ya fuera de peligro, viajó a Vigo para terminar un largo reposo cerca de su familia. Aunque todavía le queda pendiente una operación de vesícula. 

Candelaria, según su documento nacional de identidad, o Candelas, como la conoce todo el mundo —incluso aquellos que hablan lingala—, recuerda su paso por el campus de Pamplona como alumna. Cuando acabó, como todos los que estudian una carrera, tuvo que elegir sus próximos pasos. Como es compostelana de nacimiento, aplicó el refranero gallego, tanto ten xan coma perillán (algo así como que la elección entre una cosa y otra da lo mismo), si de lo que se trata es de hacer lo que a uno le llena. 

De sus 51 años, veinticinco los ha vivido en el Congo, donde ha sido directora de enfermería en el Hospital Monkole nueve años y formadora de enfermeras y auxiliares los otros dieciséis en el Institut Supérieur en Sciences Infirmières. Es un país de extensa población —unos 96 millones de habitantes— en el que los conflictos bélicos se han sucedido desde 1996, cuando la Primera Guerra del Congo pretendía terminar con una dictadura. Luego estallaron otras tres, con multitud de expolios y saqueos de los recursos naturales. En el Congo, realizar un trayecto de veinte kilómetros en Land Rover cuesta dos horas. «Con suerte», apostilla Candelas. Y, sin embargo, define su nación de acogida como «alegría de vivir».

Ha mirado a la muerte cara a cara en muchas ocasiones en estos años. Y hace menos de uno todavía más próxima, tanto que Caronte le tendió la mano para acompañarla. Pero ni la guerra, ni una pandemia, o su reciente enfermedad, la han apartado de su lugar en el mundo. 

 

Candelas en Vigo durante su reciente etapa de reposo | FOTO: Borja Centenera

 

Después de tanto tiempo de enfermera, ¿cómo es vivir la enfermedad desde el otro lado?
Cuando me puse enferma, quienes me recibieron en el Hospital Monkole fueron antiguas alumnas. Comprobar que estaba en buenas manos, que las personas que he formado han sido muy competentes, me ha dado mucha alegría. Al final recibes lo que das.  


Llegaste a Kinsasa en 1997, ¿qué lecciones magistrales has aprendido durante estas dos décadas?
Allí es imprescindible vivir día a día. Todo avanza a cámara lenta y si te marcas objetivos muy ambiciosos acabas desesperándote. También resulta clave no hacer las cosas solo, aunque pienses que irás más rápido o que el resultado quizá sea mejor. Porque el riesgo del enfoque individualista es que las personas a tu alrededor, al final, no aprendan. Merece la pena tardar más y que ellas sean el centro de su aprendizaje. Eso te permite decir «Ahora lo haces tú» al día siguiente.

 

¿Ibas para médica?
Sí, me matriculé en Medicina, pero me pasaba muchas horas estudiando con pocos frutos. Así que me planteé si realmente quería ser médica o prefería estar al lado del paciente. Y encontré mi sitio: en la Facultad de Enfermería, viviendo la experiencia, descubrí mi vocación.   


¿Qué recuerdas de tu paso por el campus de Pamplona?
Residí en los colegios mayores Goimendi y Goroabe, y me marcó el hecho de convivir con alumnas de distintos países y facultades. Eso te abre la mente, te da nuevas perspectivas. Aunque con las prácticas de la carrera te adentras tanto en el mundo profesional que a veces no puedes compartir lo que hacen otros estudiantes, recuerdo un ambiente universitario muy especial.      


¿Cómo imaginabas tu futuro profesional?
No lo tenía claro, pero la idea de estar a turnos en un sitio fijo no me atraía. Tampoco me planteé quedarme algún año más en Pamplona para hacer la especialidad, porque me apetecía empezar a dar lo que había recibido. Al graduarme, trabajé en el hospital público de Logroño y en una consulta, lo que iba surgiendo. Hay que adaptarse: a veces tu sueño tiene que esperar. Después, me incorporé a una clínica privada de Vigo y entonces, en octubre de 1996, la ONG Institut Européen de Coopération et de Développement, que ayudaba al Centro Congolés de Cultura, Formación y Desarrollo, me ofreció la posibilidad de ir a África para colaborar. No lo dudé: era realmente lo que me gustaba.


¿Cuál era tu misión allí?
Necesitaban ayuda para poner en marcha una escuela de Enfermería —el Institut Supérieur en Sciences Infirmières (ISSI)— y buscaban a alguien que hubiera estudiado en la Universidad de Navarra. En aquel momento, estaban en guerra en la República Democrática del Congo y Laurent-Désiré Kabila llevaba poco tiempo en el Gobierno tras derrocar a Mobutu Sese Seko, quien estuvo en el mando treinta y dos años en lo que entonces se llamaba República Democrática del Zaire. Esto provocó que tardara unos meses en viajar, así que aproveché para formarme: aprender francés, hacer alguna práctica… En realidad, no sabía qué me iba a encontrar. La estancia, en principio, iba a durar dos años.
 

Kinsasa es el lugar en el mundo de Candelas Varela | FOTO: Hemeroteca NT

 

¿Cómo fueron tus primeros meses en Kinsasa?
Llegué el 17 de septiembre de 1997 sin expectativas, solo quería ayudar. Al principio, trabajé cuatro meses en varios hospitales públicos y privados para conocer de primera mano la sanidad del país. Esta etapa me ayudó a entender no solo las competencias de una enfermera, sino también cómo viven, cómo piensan… Esto me dio pistas para enfocar los contenidos del plan formativo de ISSI: organización, higiene, servicio, empatía y amabilidad eran los conceptos clave. Parece mentira que ya tengamos más de seiscientos antiguos alumnos de veinte promociones.


¿Te resultó difícil adaptarte?
La verdad es que no, son gente muy acogedora. Solo recuerdo una ocasión en 1998 en la que, por seguridad, tuvimos que recluirnos cuatro o cinco días en casa. Los congoleños creen que algunos organismos, como la ONU, se aprovechan del país sin que repercuta en su beneficio. En aquella época se generó un intenso debate en torno a esto. Por eso, cuando veían una persona blanca por la calle, lo asociaban con la ONU y pensaban que venía a robarles.


Con frecuencia leemos titulares sobre el cierre de centros sanitarios a causa de la violencia terrorista. ¿Se aprende a vivir con esa amenaza?
El este del país es una zona muy inestable y, para que la paz se abra camino, se cuenta con la ayuda de las tropas de Kenia. Lamentablemente, se cometen numerosas atrocidades: se mata a lo bestia, da igual si eres médico o enfermera. Como profesionales, debemos estar preparados para todo.


También para una pandemia…
Teníamos muchísimo miedo. Pensábamos en hospitales sin aparatos ni respiradores... Tanto era el pánico que a la primera persona con covid le impidieron salir del hotel donde se alojaba con tanques militares en la puerta. A los siguientes diagnosticados los encerraron en un hospital y nadie se acercaba a ellos. De hecho, algún paciente murió por no recibir asistencia. Gracias a Dios, luego no fue tan grave como en Europa. 


¿Funciona la sanidad pública en Congo?
En realidad, no existe. Aunque estés afiliado a la seguridad social y cotices, cuando acudes a un hospital público para una consulta o una prueba tienes que pagar por adelantado. Abundan los planes para mejorar la red de salud —el acceso universal que cubra el tratamiento de la malaria sin coste o la atención gratuita durante el embarazo y el parto, por ejemplo—, y el Gobierno recibe mucha ayuda para ello. Sin embargo, esas propuestas tardan en materializarse porque parte de ese dinero suele acabar en los bolsillos de políticos, gestores u otros intermediarios. 

Es bastante común ver aparatos como respiradores o tensiómetros abandonados por los pasillos porque no saben usarlos y, si se estropean, nadie se encarga de su mantenimiento. Cada vez se abren más centros privados: son los que mejor funcionan y los que más empleo ofrecen.


¿Cuál sería, en tu opinión, el modo de impulsar el desarrollo del continente?
Creo que se requiere un cambio generacional basado en la formación. Los jóvenes no deberían dejarse influir por la corrupción ni por la idea de utilizar el camino fácil para alcanzar un resultado. Para sacar adelante tu país, vale la pena no hacer ciertas cosas o ganar menos dinero. Tampoco irse fuera es una solución, porque el futuro queda en manos de gente menos preparada. 

En mi ámbito, yo intento enseñar lo que sé desde el punto de vista humano, profesional, técnico e incluso espiritual. Porque han de ser los propios congoleños los que se pongan en marcha. Por ejemplo, en Monkole, de trescientos profesionales que hay en plantilla (cien son enfermeras), solo cinco son extranjeros. Con esa misma idea, desde el ISSI impulsamos el Master en Administration et Programmes de Santé en 2017, con la ayuda de Marie Hattem, profesora de la Universidad de Montreal.

 

La formación de estudiantes, junto con el ejercicio de la enfermería, han ocupado los últimos veinticinco años de Candelas | FOTO: Cedida

 

Vuestro hospital se encuentra en la periferia de la capital, ¿qué tipo de personas acuden?
Es una zona especialmente castigada por la pobreza y atender a una población que no tiene nada exige hacer trigonometría con el presupuesto para no poner en riesgo los sueldos. Son personas que viven situaciones muy duras y acaban con facturas enormes que sabes que no van a poder asumir. Por ejemplo, en los centros de salud —llamados antenas— los pacientes pagan cincuenta céntimos por una consulta: se les trata con la misma dignidad que en el hospital cobrándoles lo menos posible. 

Para estas circunstancias contamos con el respaldo de donantes dispuestos a ayudar. La generosidad de los benefactores y de la Fundación Amigos de Monkole, que se mueve mucho para buscar financiación, sostiene programas sociales para dar asistencia a las madres que no tienen recursos económicos para hacer frente al parto —como Forfait Mamá—, para operaciones de niños con raquitismo, para la drepanocitosis —una enfermedad que afecta a la sangre muy común en el África—, etcétera.


¿Qué resulta prioritario en enfermería allí?
Sobre todo, humanizar los cuidados. Ese otro modo de ser y de hacer, de servicio y empatía, que aprendimos en la Universidad. Han pasado por aquí muchísimos alumni en prácticas y voluntariados: Mónica Domingo, Esther Ballesteros, Miriam del Barrio… tantos que no puedo nombrarlos, y a todos estoy agradecida. De hecho, Nicole Muyulu [Enf 95], la actual directora de ISSI, también es antigua alumna. Hoy en día, la mitad de las enfermeras y los enfermeros de Monkole se han formado en nuestra escuela, con ese bagaje que nosotras trajimos de Pamplona, y han desarrollado esa sensibilidad. Se trata de un perfil muy valorado a la hora de contratar personal. 


¿Cuál es el perfil de vuestras estudiantes?
Son jóvenes con dieciocho años de media, aunque también se inscriben personas más mayores o que están casadas. El 70 por ciento del alumnado necesita ayuda económica para poder pagar la matrícula —1500 dólares al año—  o una beca completa porque viven en circunstancias muy precarias. 


¿Cómo describirías las condiciones en que se ejerce la enfermería en el Congo?
Hay centros públicos en los que no pueden lavarse las manos, trabajan sin luz… Es indignante. Sin embargo, en las huelgas que se han convocado no se protesta para mejorar las condiciones laborales; casi siempre están relacionadas con los sueldos. 


¿Alguien vela por los intereses de enfermeras y enfermeros?
Aunque somos un grupo profesional numeroso, creo que a otros —médicos o profesores— se les escucha más. Hace dos años la Asociación de Enfermería del Congo se instituyó como colegio profesional, pero por ahora funciona muy mal. Nadie cumple con lo prometido, como mejorar la situación laboral de las enfermeras o aumentar los salarios, y no se puede seguir lo que está escrito en los estatutos. Esto es igual que cuando alguien decide no parar ante un semáforo en rojo, pero a gran escala, porque esto sucede en muchos campos. La gente cree que si respeta la ley es probable que no coma, y tampoco sabe adónde les va a conducir actuar de manera legal.


¿Qué diferencia a una enfermera africana de otra formada en Occidente?
Hace dos décadas Nicole y yo hicimos un estudio sobre qué puede aportar la enfermería congoleña a Europa, y llegamos a esta conclusión: más práctica. Una de nuestras alumnas fue de intercambio a Italia y había una vena que nadie podía encontrar. Sin embargo, ella lo consiguió a la primera. Las enfermeras de Congo tienen mucha más experiencia porque atienden a un mayor número de enfermos. 

 

Después de la operación, en la Clínica Universidad de Navarra | FOTO: Cedida


¿Cómo has cambiado tú en estos veinticinco años?
Diría que me he hecho polivalente. Ahora mismo sé de contabilidad, comunicación, informática… ¡Incluso cómo hacer un pozo de agua! En el plano personal, he aprendido a vivir más el presente y a cultivar la paciencia.


¿Qué aspecto de la idiosincrasia africana te sigue sorprendiendo hoy?
Expresan los sentimientos de una manera muy dramática. Puedes ver a gente en la calle lamentándose por una muerte, tirada en el suelo o hablando a gritos a sus hijos. No podemos perder de vista que esa persona que agoniza en el hospital es lo más importante para otra, y debemos tratarlas con empatía. Esta es una cualidad esencial de las enfermeras. Porque estamos al lado de seres humanos que sufren y tenemos que ser capaces de ponernos en su lugar.


La malaria es la primera causa de muerte en el Congo, ¿qué hacer cuando no se puede curar?
De esta enfermedad normalmente se sale, pero si un niño llega en una fase muy avanzada, como malaria cerebral —cuando los parásitos obstruyen los vasos sanguíneos del cerebro—, solo podemos acompañar y dar unos cuidados cariñosos. Ponemos todos los medios hasta el final, y muy pocas veces comunicamos el estado en el que se encuentra el enfermo. Ayudar a que la familia vaya aceptando la situación es lo más difícil. Se aferran muchísimo a la vida: una madre mantiene la esperanza por su hijo hasta el último minuto, aunque vea que el niño se está muriendo, piensa que saldrá adelante. 


De los centenares de personas que atendéis cada año, ¿hay alguna historia que te haya marcado?
Aunque todos los pacientes dejan huella, llevo en el corazón a dos niños a los que intenté ayudar para que pudieran operarles en España, gestionando los fondos que costeaban el tratamiento. En 2020, Jacques llegó con cuatro años al Hospital Universitario de Navarra. Padecía un linfoma de Burkitt, lo ayudó el Dr. Leoncio Bento y logró recuperarse. De hecho, su padre continúa mandándome fotos todas las semanas para que vea cómo está creciendo. 

La segunda historia la protagoniza Emmanuel. En Valencia, el Dr. Pedro Cavadas le operó de un enorme tumor en la cabeza. Tristemente, el pequeño de diez años falleció en el avión de vuelta a Kinsasa. Aunque su padre era pastor protestante quiso que lo bautizaran en la fe católica.


¿Sientes que Kinsasa es tu lugar en el mundo?
Cuando era yo la que estaba en la camilla, he podido percibir cómo se valora mi trabajo durante estas décadas. Muchísima gente me ha escrito para agradecer mi labor y eso produce una gran satisfacción. Hasta ese momento creían que siempre iba a estar ahí, formándoles. Pero se han dado cuenta de que soy una más, que puedo enfermar y morir como cualquiera. Los necesito a ellos como ellos me necesitan a mí. Me siento útil y querida. Por eso fui, por eso me quedé y por eso volveré.