Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Inmortales en piedra

Texto: Paola Bernal [His Com 23]. Colaboradora:  Ana Eva Fraile [Com 99]. Fotografía: Clau Creative

A golpe de cincel, el artesano tallaba palabras en latín sobre la roca. Había al menos una officina lapidaria en cada ciudad del Imperio, desde Roma hasta el finis terrae de Occidente. Las inscripciones nacieron hace dos mil años para dar testimonio perenne de la vida en aquella época y sus voces resuenan todavía. El proyecto europeo «Valete vos viatores», que capitanea el catedrático Javier Andreu, rastrea la huella del legado epigráfico en los cimientos de la identidad europea. Uno de los frutos de esta investigación es el documental que dirige Quim Torrents [Com 96] y presenta Ane Urrizburu [His Com 23]. Porque, como ellos nos descubren, todas las piedras tienen algo que contar.


En la Antigüedad, los romanos creían que mientras alguien reviviera su recuerdo serían inmortales. Con esta idea alzaron miles de epitafios y monumentos funerarios en las vías de entrada a las ciudades del Imperio. Cuando un caminante se detenía a leer las palabras grabadas en la piedra contribuía a que la existencia del difunto no cayera en el olvido. Y aquella memoria continúa renaciendo hoy en día, veinte siglos después, gracias a la labor de arqueólogos y epigrafistas que las desempolvan y tratan de descifrar su significado.  

La serie audiovisual Valete vos viatores, dirigida por Quim Torrents, al frente de la productora Clau Creative, nos acerca a estos tesoros de la historia dormidos bajo nuestros pies. Ya desde el título —«Hasta luego, caminantes»— invita a emprender un viaje en cuatro capítulos por las provincias de Lusitania (Portugal), Hispania (España) y Aquitania (Francia) hasta llegar a la capital del Imperio. La cicerone que acompaña al espectador en esta singular expedición es Ane Urrizburu, una estudiante del doble grado en Historia y Periodismo y del Diploma en Arqueología. Tiene veintiún años y su mirada vibra al conocer sobre el terreno lo que ha aprendido en el aula. 

Santa Criz. Descubierto en 1917 por el sacerdote Juan Castrillo, en los años noventa se llevaron a cabo las primeras excavaciones arqueológicas.

Durante las clases de la asignatura Mundo Clásico, Ane había escuchado al catedrático de Historia Antigua Javier Andreu explicar cómo la epigrafía ayuda a saber más sobre nuestros ancestros. Los hallazgos de inscripciones en lápidas, templos o miliarios son fuentes históricas originales que ponen en contacto directo con los individuos que vivieron hace miles de años. Y ahí radica su valor: los expertos en esta disciplina interpretan estos textos y los datan para entender mejor la sociedad romana. A veces, incluso ofrecen pistas sobre nuevos lugares donde iniciar excavaciones.

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Los romanos creían que mientras alguien reviviera su recuerdo, serían inmortales

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A solo cincuenta kilómetros del campus de Pamplona, en dirección sudeste, se encuentra la ciudad romana de Santa Criz de Eslava. Y a otros cincuenta, en la provincia de Zaragoza, el yacimiento de Los Bañales de Uncastillo. El profesor Andreu dirige ambos proyectos, en los que han colaborado cerca de ochocientos estudiantes universitarios. Ane conoce bien estos territorios. En verano, cambia los libros, sus apuntes y el portátil por el paletín, los picos y las palas. También ha colaborado como voluntaria en La Custodia (Viana, Navarra), El Cristo (Caparroso, Navarra), Ampurias (Gerona, Cataluña) y, más recientemente, en Pollentia (Pollença, Islas Baleares). 

Acostumbrada a rascar la tierra durante horas, el documental Valete vos viatores le ha dado la oportunidad de realizar su primera autopsia. Haciendo un símil con los exámenes que los médicos forenses practican en las morgues, los epigrafistas llaman así al acto de observar las inscripciones con sus propios ojos. De la mano de Armando Redentor, profesor de la Universidad de Coímbra, la mirada de Ane —y la del público— se detiene en los detalles de cada grafismo. Un análisis minucioso que lee las frases y se pregunta por los vacíos, si aparecen incompletas. En esta tarea, las nuevas técnicas digitales, como la fotogrametría y la reproducción tridimensional de imágenes, pueden ayudar a determinar una misma autoría, según la presión que se ha ejercido al tallar los mensajes o la forma en la que se terminan los trazados.    

Autopsia. Armando Redentor, profesor de Epigrafía Romana en la Universidad de Coímbra, y Ane Urrizburu en el yacimiento de Idanha a Velha (Portugal).

Roma fue una civilización epigráfica. Las inscripciones se globalizaron en el imperio y se convirtieron en el medio de comunicación para dejar constancia de mensajes de naturaleza muy diversa, desde las esferas más íntimas hasta las más públicas. Y por ello, como reivindica Javier Andreu, estos documentos son esenciales para comprender el modelo de vida que, a partir del siglo I a. C., «unió a las tierras del Mediterráneo en una gran casa común que está en la entraña misma de la idea de construcción de una Europa unida».

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Roma fue una civilización epigráfica. Las inscripciones se globalizaron en el imperio y se convirtieron en el medio de comunicación

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Para poner este patrimonio arqueológico y cultural a disposición del gran público, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra impulsó a comienzos de 2021 el proyecto «Valete vos viatores», gracias al apoyo del programa Europa Creativa. En él han colaborado las universidades de Coímbra (Portugal), Burdeos (Francia) y La Sapienza (Italia), así como el Museo Nacional Romano y el municipio portugués de Idanha-a-Nova. Junto con Trahelium Studio, especializado en tecnología 3D, y la productora Clau Creative han gestado un museo virtual —el repositorio alberga más de ciento ochenta inscripciones—, el primer videojuego de temática epigráfica en Europa y la serie audiovisual que se estrenó en septiembre en RTVE

En una de las escenas, Ane Urrizburu recorre la Vía Apia, la calzada original de acceso a Roma, dos mil trescientos años después de su construcción. Confiesa que fue uno de los momentos más importantes para ella: «Hay un punto en el que estás tan dentro que casi no escuchas la carretera, simplemente el silencio, tus huellas sobre las piedras, el crujir de las ramas y los pájaros». Ya decía Cicerón que en este sendero «se entra a través del espesor de los muertos» por las inscripciones funerarias que reciben al viajero. Inmersa en esa atmósfera, casi podía escuchar las voces de piedra que resurgen de las entrañas de la tierra.

Vía Appia. Se la conocía como Regina Viarum (la reina de las carreteras). Fue construida en el año 312 a.C. y a su vera permanecen restos de monumentos funerarios.

Quim, ¿imaginaste que el documental alcanzaría tanta repercusión?

El reto era conseguir la mayor difusión posible para un tema especializado y, sobre todo, atraer a un público joven. Vi claro que sería un formato televisivo, en capítulos. Y también que lo protagonizaría un estudiante universitario, para que trasladara al público sus ganas de aprender

 

¿Cuáles fueron los siguientes pasos?

Primero tuvimos que aprender qué era la epigrafía. En la fase inicial pensamos qué íbamos a contar y en qué lugares. Ahí ya surgieron dificultades porque los rincones de interés dentro de una misma ciudad eran tantos que no sabíamos cómo abordarlo. En Roma, por ejemplo, nuestro recorrido incluía los Foros Imperiales, el Coliseo, la Res Gestae, el Museo Nacional Romano, el Cementerio del Verano, la Universidad de La Sapienza, el Panteón, Porta Maggiore… 

Luego convocamos un casting, en el que conocí a Ane, y organizamos los rodajes, traslados, alojamientos… Fue un reto porque en cada localización, incluso en Roma, estuvimos muy poco tiempo, unos tres días. Cerca del cierre, ya durante la etapa de posproducción, acabamos de dar forma al guion y se locutó la voz en off

 

Ane, ¿cómo te embarcaste en el rodaje? 

El profesor Javier Andreu me contó que tenía entre manos una idea atrayente porque combinaba periodismo y arqueología: un documental sobre epigrafía. En cuanto mencionó el viaje a Roma, decidí mandar el currículum. Después me entrevistaron y me pidieron que grabara un vídeo explicando algo que me apasionara. Yo elegí las tablillas de maldición romanas, que son placas de plomo delgadas en las que se pedía a los dioses infernales que otros sufrieran daños o se escribían conjuros de magia negra, y parece que gustó.

Recuerdo este proceso con bastante ilusión y miedo. Soy una estudiante de grado y creía que el proyecto me venía grande, pero al mismo tiempo me ilusionaba la posibilidad de aprender muchas cosas nuevas, conocer gente y desarrollar habilidades relacionadas con mis dos pasiones: la comunicación y la historia. 

Dos alumni. Urrizburu, la presentadora del documental, se sitúa junto a Torrents para cuadrar un plano en Porta Maggiore (Roma).

Quim, ¿cuál es la fórmula para que el relato provoque interés y curiosidad?

El lenguaje audiovisual combina la fuerza de imagen con otros ingredientes como la música, el sonido y la voz. Según el momento, los directores y los realizadores de televisión cocinamos un aperitivo ligero o un plato más radical.

Además, el verdadero poder de la imagen es que no solo cuenta algo de un modo objetivo, sino que una escena es capaz de emocionar y de proponer un viaje mental al espectador. A veces, esas sensaciones surgen al margen del guion, de manera inesperada. Del capítulo de Portugal recuerdo cómo una arqueóloga se acercó a Ane, mientras recorría Coímbra con el profesor de Epigrafía Romana Armando Redentor, para enseñarles un dedal que acababan de encontrar. 

También pueden generar emoción las palabras de un entrevistado. Por ejemplo, José d’Encarnação, impulsor de la creación del Ficheiro Epigráfico de la Universidad de Coímbra, dijo una frase que me hizo pensar: «Yo espero en algún momento reencontrarme con aquellos de los que he estudiado sus epitafios». Como narrador audiovisual, mi trabajo consiste en buscar esos momentos tan valiosos y entrelazarlos en una secuencia.

 

¿Ha resultado difícil guionizar un documental sobre historia?, ¿cómo se conjuga el rigor con cautivar a la audiencia?

Quim: La divulgación científica implica un modo de contar. En este caso, hemos tenido la suerte de rodearnos de los mayores expertos en epigrafía del mundo, y saber que ellos avalan el proyecto nos ha dado mucha tranquilidad.

Pero, si quieres traspasar la pantalla, hay que conmover a la gente, conquistar su atención. Nosotros hemos intentado contarles cómo algo que sucedió dos mil años atrás es común, cercano, a lo que vivimos hoy día. Las cosas que le preocupaban entonces a un romano —los hijos, la familia, el trabajo— no son muy distintas de las de ahora. 

Ane: Esta narración engancha y no se percibe como una clase de Historia más gracias a la intrahistoria. El documental no cuenta lo de siempre, sino que busca comprender quién es la persona, por qué actúa, en qué contexto se mueve, qué le motiva… Lo que ocurrió en el pasado fue obra de mujeres y hombres con sentimientos que se parecen bastante a los nuestros. Y por eso considero que la Historia es empatía, porque a través de ella nos identificamos con el relato de las vidas detrás de los hechos. 

Por otra parte, escuchar los testimonios de investigadores que aman hasta la locura lo que hacen también facilita que conectes con su mensaje, porque en el fondo te contagian. Son los mejores expertos pero también los más apasionados.

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Por eso considero que la Historia es empatía, porque a través de ella nos identificamos con el relato de las vidas detrás de los hechos.

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¿Qué parte del proceso exige más creatividad?

Quim: Durante el rodaje se capta todo, y en la fase de posproducción llega el momento de tomar decisiones. Se trata de un trabajo oculto, que nadie ve, pero es ahí donde realmente se cocina el documental. Para contar bien la historia resulta clave tener en cuenta tanto la dimensión científica como la audiovisual. Cada capítulo dura treinta minutos y, al hacer cálculos, son igual de importantes las entrevistas de los cinco o seis expertos que las escenas de transición. Por este motivo, no se pueden incluir, por ejemplo, las declaraciones completas de los invitados. Con agilidad, sin miedo, debemos acortar sus palabras hasta quedarnos con la esencia. Hay que saber combinar muy bien estos dos aspectos porque si te pasas de científico corres el peligro de perder frescura.

En el Machado De CastroPedro Carvalho, profesor de Arqueología de la Universidade de Coimbra, con Urrizburu.

El documental se estrenó en junio en el Museo Universidad de Navarra. ¿Cómo lo acogió el público?

Quim: Era la primera vez que el resto de socios del proyecto comprobaba el resultado y también nos interesaba mucho la reacción de los espectadores. Después de tantos meses de trabajo es una satisfacción que nos transmitan que hemos conseguido superar las expectativas. Los socios se han mostrado orgullosos del documental y no dejan de aportar ideas para amplificar la difusión.

Ane: El día del debut me puse muy nerviosa. Mis padres no quisieron perdérselo y estuvieron muy contentos. Pensé que solo vendrían personas del ámbito universitario o arqueológico y me sorprendió que acudiera gente de Pamplona por el efecto llamada del anuncio en el periódico. Justo es lo que pretendemos: que alguien que no sepa de qué va la epigrafía sienta curiosidad y quiera ver el documental. 

 

Tres meses después, el proyecto saltó a la pequeña pantalla. ¿Misión cumplida? 

Quim: Que el espacio La aventura del saber de La 2 haya apostado por nuestra serie es significativo porque se trata de una cadena pública que promueve la divulgación del conocimiento. Me parece que este tipo de documentales sobre un tema especializado pero con una vocación de contar muy universal encaja bien en ese tipo de formatos. 

La emisión de Valete vos viatores prueba que el saber no se queda solo en las universidades sino que consigue llegar al gran público. Esto beneficia, en primer lugar, a los espectadores, porque aprenden, y también a los investigadores de una disciplina tan concreta como la epigrafía. Es muy satisfactorio producir proyectos que puedan dejar esa huella. 

Ane: El problema es que, si no sabemos identificar nuestro propio patrimonio y reconocer su valor, no lo vamos a proteger. En definitiva, proteger la identidad es proteger el patrimonio. Y ese es el verdadero sentido de la labor que realizan los académicos: cuando sus investigaciones se divulgan nos enriquecemos todos.

 

SABER MÁS

 

El documental Valete vos viatores repasa las inscripciones romanas de Portugal, España, Francia e Italia a lo largo de cuatro episodios. La serie se enmarca en un proyecto multidisciplinar que lidera Javier Andreu, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras. A través de formatos divulgativos tan actuales como un museo virtual y un videojuego, busca poner de relieve un patrimonio cultural hasta ahora soslayado. Una veintena de expertos —entre epigrafistas, arqueólogos, historiadores, conservadores, divulgadores, técnicos y artesanos— desvelan los entresijos de un fenómeno comunicativo que se globalizó por todo el Imperio. El primer capítulo se estrenó en septiembre en el programa La aventura del saber de La 2 de RTVE y el último el 21 de diciembre. 

 

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