Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Yuriko Saito: «La belleza es como un faro, es una luz que hace que la vida merezca la pena»

Texto: Victoria De Julián  [Fia Com 21] Fotografía: Manuel Castells [Com 87]

La filósofa Yuriko Saito (Japón, 1953) es un referente mundial en Estética de lo cotidiano y profesora emérita de la Escuela de Diseño de Rhode Island, una de las mejores universidades en estudios de Diseño de Estados Unidos. Pero a Saito no le gusta hablar de arte. Al menos no en los términos occidentales, que abstraen, subliman y confinan la belleza al panteón de los museos. Ella prefiere la perspectiva japonesa, que enfatiza la experiencia y el cuerpo. En su primera visita a España, invitada por la Universidad de Navarra, ha compartido su peculiar forma de vivir la belleza: en la naturaleza, en el bullicio de la calle, en la cocina, en el tacto de una toalla, en el cuidado de un enfermo, en el trato con cualquier persona.


Yuriko Saito camina despacio y sonriente por la Escuela de Arquitectura. Charla por los pasillos con una doctoranda en Filosofía. Se divierten intercambiando ideas sobre la estética de Ludwig Wittgenstein y recordando aquel aforismo: «Las palabras significan lo que significan porque las usamos como las usamos». Se detienen en el sillón negro estilo Bauhaus que ocupa un luminoso rincón del edificio, bello porque se experimenta con sentido y sirve para el fin para el que ha sido creado. Hace dos largos años, la profesora Raquel Cascales, del grupo de Estética y Arte Contemporáneo, le envió a Saito una invitación para visitar la Universidad. El catedrático Ricardo Piñero y ella se habían interesado mucho por el pensamiento de la japonesa, y sus gestiones para traerla por primera vez a España por fin daban su fruto.

Dos pequeños vasos de cartón protagonizan el ritual del café, que se han servido una a otra con delicadeza. El techo bajo de la sala embota, en esta mañana de finales de octubre de 2023, el ruido de las conversaciones durante la pausa del IX Encuentro Ibérico de Estética de la Sociedad Española de Estética y Teoría de las Artes, cuyo tema este año es «Arte y vida». Ese rumor cargante no impide que, a ojos de Saito, estén disfrutando de una experiencia estética. 

Recuerda un día de pequeña en el que, mientras esperaba para entrar en su lección de piano, escuchó a un alumno tocar una pieza de Brahms. Aquella melodía la conmovió y despertó su inquietud estética. Cuando inició sus estudios de Filosofía en la Christian University de Tokio, no tenía claro a qué quería dedicarse, hasta que en una clase se dio de bruces con Descartes. Saito dice que cuestionar aquello que damos por supuesto, rastrear el porqué de las cosas y hacernos preguntas es una aventura muy divertida. 

Esta búsqueda la llevó a Estados Unidos, donde en 1983 se doctoró en Filosofía en la Universidad de Wisconsin-Madison. En su tesis, dirigida por Daniel Crawford, se encuentra en germen lo que floreció a lo largo de su trayectoria académica posterior: el vínculo entre belleza y moralidad, el diálogo entre Occidente y Japón. Crawford impartía entonces una asignatura sobre la apreciación de la naturaleza en la que mostraba a los alumnos diapositivas de jardines europeos tipo Versalles, formales y geométricos. Al verlas, Saito, que no daba crédito, levantó la mano enfadada: «Eso no es un jardín. ¿Cómo puede llamarse jardín si su apariencia es tan artificial?». Después investigó un poco y lo que encontró la desconcertó aún más: resulta que ese tipo de jardín, cuando se creó en el siglo XVIII, pretendía representar la naturaleza. Al ahondar más, comprendió lo que la naturaleza significaba en el pensamiento occidental: orden y regularidad.

Su sensibilidad estética nació en las antípodas de esta tradición. Todo comenzó, como la filosofía misma, observando. Con la curiosidad propia de una niña escudriñó los paisajes de Sapporo, la ciudad norteña donde creció. Allí, entre la nieve —solía esquiar con su padre todas las semanas—, los bosques y las lilas aprendió a apreciar la belleza por su fugacidad. Saito explica que en Japón es habitual que las formas de los caminos hagan meandros. De este modo quienes los recorren pueden contemplar el entorno desde diversos ángulos. «En última instancia, están pisando una baldosa que cumple perfectamente su función —subraya—, pero su diseño estético permite deleitarte y sentirte más inmerso en el lugar». Una reflexión que la ha acercado a explorar la belleza de los objetos cotidianos y, como haciendo un zoom, a las experiencias de cuidado entre las personas.

Tras casi cuatro décadas consagrada a la filosofía —impartió docencia en la Escuela de Diseño de Rhode Island hasta 2018— y una serie de libros con eco mundial que la han convertido en referencia indiscutida en Estética —Everyday Aesthetics (2007), Aesthetics of the Familiar: Everyday Life and World-Making (2017) y, más recientemente, Aesthetics of Care: Practice in Everyday Life (2022)—, Yuriko Saito todavía se ruboriza cuando, momentos antes de comenzar su ponencia, Javier Antón, profesor del grado en Diseño, la presenta como la experta mundial en Estética cotidiana. Habló sobre la belleza de los objetos cotidianos, los que pueblan los hogares, y de cómo los cuidamos. 

 

¿Entonces la clave de la belleza es «la forma amable y cuidadosa» de relacionarnos con las cosas y las personas?

Sí, eso es la estética. Para cuidar a alguien hace falta sensibilidad estética. Por ejemplo, puedo ayudarte a cruzar la calle con cara de perro o con una sonrisa. Aunque lleguemos al mismo lugar, hay un abismo entre ambas posibilidades. La diferencia tiene que ver con la estética del cuerpo: la delicadeza con la que te sujeto, el tono de mi voz, mi expresión facial… Si las formas expresan desdén, no me voy a sentir cuidada.

 

¿Por qué nos cuesta tanto ser amables?

Porque ahora la vida está orientada al resultado. Pensamos en hacer muchas cosas y todas para ya [Chasquea los dedos y finge agobio en su voz]. Sentimos cierta presión por ir cada vez más rápido, más rápido, más rápido. Pero, al centrarnos en el resultado, nos perdemos el proceso y el contenido de la experiencia. Debemos desacelerar y ser más reflexivos.

 

¿Cómo vive esa actitud en su día a día?

No siempre hago lo que digo… [Ríe con timidez]. Sobre todo si tengo muchas cosas que hacer. En mi caso, soy hija única y viajo a Japón cinco veces al año para cuidar de mi madre. Suelo estar preocupada con lo que necesita ¡y eso me abruma! Así que blindo ciertos momentos en los que parar; sencillamente miro por la ventana y me asombro con lo que veo.

Incluso cuando estoy preparando una sopa, procuro no picar la verdura a todo correr. Presto atención a detalles como el tacto del mango del cuchillo, el sonido de la tabla, la sensación al cortar las zanahorias… Intento poner en juego todos mis sentidos y concentrarme en el ahora. Aquí y ahora [Saborea lento la palabra ahora y, tras un golpe en la mesa que detiene el tiempo, reanuda la conversación con una risa]. 

 

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Hoy día parece que hay que llenar cada momento haciendo algo. Y la verdad es que esto no excluye la posibilidad de realizar las tareas de forma atenta y cuidadosa.

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¿Cuida estéticamente de su madre?

¡No es fácil! Sufre demencia y su memoria a corto plazo se ha deteriorado. Por eso me pregunta lo mismo una y otra vez. En algunas ocasiones pierdo la paciencia, pero ella no pretende molestarme, es que no se acuerda. Entonces encuentro respuestas en la sensibilidad estética. Por un lado, necesito hacerme cargo de su modo de pensar. Por otro, emplear un tono amable al hablar con ella. Este ejercicio estético requiere práctica.

 

Ese cuidado amable y pausado me recuerda a Pablo d’Ors, que escribe sobre el silencio y la necesidad de ir despacio.

Nos falta silencio, ir despacio, no hacer nada. En cambio, hoy día parece que hay que llenar cada momento haciendo algo. Y la verdad es que esto no excluye la posibilidad de realizar las tareas de forma atenta y cuidadosa. Puedo estar muy ocupada pero muy concentrada, como cuando pico verduras. La clave es cómo me relaciono con las cosas. Por ejemplo, aunque podría ver el pelador o la prensa de ajos como simples objetos, viejos y sin nada especial, los valoro porque me sirven y han estado conmigo fielmente mucho tiempo. Y cuando no los encuentro, ¡entro en pánico! Me importan porque me han hecho bien y me siento agradecida.

 

Usted señala que, para que se dé esa relación de cuidado y gratitud, hace falta humildad.

La espiritualidad oriental facilita la experiencia estética cotidiana, porque está orientada a la humildad, a aceptar la limitación y vivir con lo que se te da. Algo que también he apreciado en esta Universidad. El director de la Escuela de Arquitectura, Carlos Naya, fue muy amable y me entregó una traducción al inglés de la «homilía del campus» del fundador. «Toma, te va a gustar mucho», me dijo. Y acertó. Me pareció que decíamos lo mismo: concentrarse en el aquí y el ahora.

 

En lo ordinario.

¡Sí!

 

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La verdadera belleza aparece cuando estoy abierta al mundo con una actitud humilde basada en la gratitud. Tener una vida estética implica esa disposición moral.

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He encontrado muchas conexiones entre su «estética cotidiana» y el mensaje de san Josemaría: descubrir un algo divino oculto en las cosas más corrientes cuando las vivimos con amor.

[Cabecea pensativa]. Es lo que me comentó Carlos. Me encantó que viese esos vínculos. Pensé: «¡Dios mío, qué interesante!». En esta Universidad realmente lo estáis llevando a la práctica. No solo habláis de ello o lo estudiáis, sino que lo vivís. Mi estancia ha sido francamente buena. No lo digo por decir. He participado en muchos congresos y aquí me siento cuidada, todo el mundo me está tratando muy bien. 

 

El teólogo Hans Urs von Balthasar dice «quien se burle de su nombre [de la belleza] como si fuese el ornamento de un pasado burgués, ya no sabe rezar y pronto no sabrá amar».

Aunque no sé mucho sobre el cristianismo, pienso que a veces ha entendido la belleza más como una distracción o una seducción. Ahora bien, la estética está vinculada a la moralidad. Un periodista italiano publicó una crítica a mi libro Estética del cuidado en la que planteaba: ¿puede haber vida estética sin vida moral? Un nazi puede disfrutar de la música, pero la verdadera belleza aparece cuando estoy abierta al mundo con una actitud humilde basada en la gratitud. Tener una vida estética implica esa disposición moral.

El crítico también me preguntaba: ¿puede haber una vida moral sin vida estética? Es posible hacerse una idea de cómo debes tratar a la gente sin entrar para nada en la estética. ¡Pero basar nuestra conducta en la estética y el amor a la belleza es más fácil y alegre! Si nos mueve la experiencia de la belleza de la otra persona y del mundo, no actuaremos a regañadientes sino con cuidado, amabilidad y respeto. 

 

CUIDADO Y GRATITUD

 

Yuriko Saito cita con frecuencia el poema «The Patience of Ordinary Things» de la escritora estadounidense Pat Schneider. Le gusta mucho cómo habla de las cosas ordinarias como si estuviesen vivas. Se trata de un homenaje a los objetos que nos sirven en nuestro día a día y, por tanto, merecedores de cuidado y gratitud. 

¿No es esto en cierto sentido amor?

Cómo la taza guarda el té,

cómo la silla se sostiene firme y robusta,

cómo el suelo recibe las suelas de los zapatos

o las yemas de los dedos. 

Cómo la planta del pie sabe dónde debe ir.

He estado pensando en la paciencia de las cosas ordinarias,

cómo la ropa espera con respeto en el armario,

y el jabón se seca callado en el fregadero,

y la toalla bebe el agua de la piel de mi espalda.

Por no hablar de la dulce repetición de las escaleras.

¿Y hay algo más generoso que una ventana?

 

 

En la actualidad, como hemos comentado, la prisa entorpece nuestras relaciones. ¿Cuándo empezó a perder el cuidado su dimensión humana?

[Se incorpora y se sienta al borde de la silla. Erguida, toma carrerilla para una clase de filosofía]. Quizás esto sea un poquito abstracto. En el siglo XVII, en la tradición filosófica occidental surgió la idea de que una vida buena tiene que ver con superar los límites que nos impone la naturaleza. No podemos volar, no podemos vivir debajo del agua, no podemos hacer montones de cálculos en un segundo. Como respuesta a esto, un filósofo de la revolución científica, Francis Bacon, escribió una novela fascinante, Nueva Atlántida, en la que imagina una utopía tecnológica y describe toda clase de inventos: el avión, el submarino, el microscopio, la calculadora… Es increíble, porque anuncia lo que se creó después. De este modo, nos legó una visión que proyecta la vida buena como superación de las limitaciones humanas y naturales. 

Después de cuatro siglos, nos hemos empezado a dar cuenta de que el desarrollo tecnológico, que nos posibilita hacer más cosas y más rápido, no conduce necesariamente a una vida buena. No estoy en contra de la tecnología, pero ahora, con ChatGPT y la inteligencia artificial, debemos cuestionarnos para qué sirve. Y para saberlo hace falta plantearse antes una gran pregunta: ¿qué es una vida buena?

 

¿Y qué es una vida buena?

Una vida buena es… [Vacila un instante]. Si dejamos aparte circunstancias trágicas que escapan a nuestro control —podría tocarte vivir en Israel o en Gaza—, una vida buena es aquella en la que puedo encontrar alegría en mi relación con los demás, en la felicidad de los demás, y en la que disfruto de una relación recíproca, es decir, que también me siento cuidada [Sonríe y se encoge de hombros, como disculpándose].

 

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El desarrollo tecnológico, que nos posibilita hacer más cosas y más rápido, no conduce necesariamente a una vida buena. Ahora, con ChatGPT y la inteligencia artificial, debemos cuestionarnos para qué sirve.

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Volviendo a la utopía tecnológica de Bacon, parece que en Occidente queremos dominar la naturaleza. Una perspectiva que también afecta a la estética. ¿Por qué tendemos a abstraer el objeto bello?

Es un legado de la tradición platónica. Para Platón, las cosas reales no son estas [Palpa la mesa con varios golpecitos], sino la forma o la idea de esto. La revolución científica del siglo XVII adoptó este pensamiento para ver el mundo como un mecanismo abstracto que se puede predecir y controlar. En cambio, la tradición japonesa viene del sintoísmo, que es una religión que habla de varios dioses y se centra en este mundo, aquí. La estética japonesa no distingue entre sujeto y objeto, sencillamente se adentra en la experiencia. 

 

Nietzsche, influido por la espiritualidad oriental, estaba muy enfadado con Platón.

[Cierra los ojos y ríe de forma pícara] Exacto. Su noción del eterno retorno implica que estamos condenados para siempre a esta vida, que no es un preludio para otra vida, sino la única que tenemos. Por eso el superhombre es aquel que con fuerza y valentía dice sí a todo lo que le depare. Incluso si pasase algo que no puedo controlar, ¿sería valiente para aceptarlo? Me gusta Nietzsche.

 

También afirma Nietzsche que la vida es como una obra de arte.

Así es: defiende que somos artistas porque creamos la propia vida. Nacemos con ciertas cualidades innatas, también con debilidades. ¿Podremos crear, con los ingredientes que tenemos, una escultura preciosa, una obra de arte?

 

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Si eres alguien con una psicología herida, debes afrontarlo en lugar de querer que tu cicatriz sea invisible. Esa herida puede ser el comienzo de algo nuevo y más creativo.

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Nietzsche no lidió muy bien con la debilidad… Pero en Japón tenéis el arte del kintsugi, que consiste en reparar piezas rotas con oro. ¿Cómo extrapolar este cuidado de los objetos al cuidado de las personas? 

¡Es interesante! Algunos psicólogos usan la metáfora del kintsugi para hablar sobre salud mental. Es una metáfora poderosa porque, cuando algo está roto, es imperfecto. En lugar de poner pegamento transparente para que la grieta no se note, el kintsugi subraya la belleza de la imperfección. Del mismo modo, si eres alguien con una psicología herida, debes trabajar con ello, afrontarlo, en lugar de ignorarlo o querer que tu cicatriz sea invisible. Esa herida puede ser el comienzo de algo nuevo y más creativo. 

 

Frente al deseo occidental de superar los límites, el kintsugi pone de relieve su belleza. Además, hay un autor japonés, Junichiro Tanizaki, que escribió el famosísimo Elogio de la sombra. ¿Qué tiene la penumbra?

Desde la revolución científica entendemos la vida buena como superación de los límites. Así, la noche es oscura y procuramos evitarla con luz muy brillante. En Japón claro que tenemos luz eléctrica, pero a lo que se refiere Tanizaki es a que el ethos japonés procura hacer lo que puede con lo que tiene. Si se me da oscuridad, tendré que ver qué puedo hacer con ella. Eso requiere humildad. Sin humildad, lo que surge es decir «No quiero eso, cámbialo». De nuevo, habría que preguntarse primero si cambiarlo te lleva a una vida buena.

 

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La aceptación es una actitud proactiva parecida al sí de Nietzsche: «Vale, tengo esto, ¿cómo puedo lidiar con ello de la mejor manera posible?». El miedo siempre está ahí. La valentía es ser capaz de decir que sí.

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La oscuridad puede atemorizar…

Sí, da miedo. Y ansiedad. En mi caso, cuidar de mi madre es algo que tengo que aceptar. No puedo fabricar una hermana que me ayude. Así son las cosas. Claro que me angustia pensar hasta cuándo podré ocuparme de ella, pero intento hacer lo mejor dentro de mis circunstancias. ¡No hablo de resignarnos! Eso implicaría lamentarnos de manera pasiva. La aceptación es una actitud proactiva parecida al sí de Nietzsche: «Vale, tengo esto, ¿cómo puedo lidiar con ello de la mejor manera posible?». El miedo siempre está ahí. La valentía es ser capaz de decir que sí.

 

Por último, ¿qué es la belleza?

[Silencio] Esa es una gran pregunta. No quiero ser muy relativista pero no pienso que sea una propiedad de los objetos. En última instancia, se necesita de alguien que se relacione con ese algo bello. La belleza se crea. Más bien, se cocrea de forma colaborativa. Es algo… Es luz. Ilumina el mundo como un faro. Sí, es una luz que hace que la vida merezca la pena.


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