Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

«La rebelión de las masas», de José Ortega y Gasset

Ilustración: Diego Fermín

Recomendado por José María Torralba


Dominar todas las cosas, pero no ser dueños de nosotros mismos. Sentirse capaces de realizar cualquier cosa, pero no saber qué vale la pena hacer. Esta es la situación cuando las personas andan perdidas en su propia abundancia. Así definió Ortega y Gasset al hombre-masa de su tiempo. Para el catedrático de Filosofía Moral y Política José María Torralba [Fia 02 PhD 07], cualquier universitario que lea hoy palabras como estas, escritas hace casi un siglo en La rebelión de las masas, las considerará tan actuales como entonces. 

La tesis es clara, afirma Torralba: para funcionar bien, la sociedad necesita de las minorías. En este ensayo de 1929, el filósofo español explica cómo la dinámica histórico-social ha conducido a un mundo dominado por las masas, y analiza sus maneras de pensar y vivir. 

La división entre masa y minoría no tiene nada que ver con el nivel educativo ni económico. Es una diferencia entre clases de seres humanos, no entre clases sociales. Consiste en una manera de concebir la vida y estar en el mundo.

 

Contra la apología del camaleón

«La persona minoría “no es el petulante que se cree mejor a los demás, sino el que se exige más que los demás”, mientras que el hombre-masa es aquel “que se siente ‘como todo el mundo’ y, sin embargo, no se angustia”. Según Ortega, la “habitual bellaquería” tergiversará sus palabras para presentarlas como una apología del elitismo excluyente. Por eso, no está de más recordar que él fue un indiscutible defensor de la democracia, es decir, de la soberanía popular. Ahora bien, con la misma radicalidad rechazaba los excesos de la “hiperdemocracia”: una sociedad dominada por hombres-masa».

Boyas que van a la deriva

«La autoexigencia es una de las ideas centrales del libro. El hombre-masa se comporta como un niño mimado. Es un heredero —ha recibido la democracia y el progreso técnico— radicalmente ingrato. Una educación defectuosa (sin límites a los deseos, centrada en las “técnicas de la vida moderna” e incapaz de introducir los grandes debates intelectuales) le ha hecho olvidar el enorme esfuerzo realizado por las generaciones pasadas. Ahora ya solo se habla de derechos, y no de deberes».

Una elección vital

«Lo que realmente inquieta a Ortega es que, en esta situación, el progreso de la sociedad está en grave peligro. Por eso, urge que nuestras instituciones —las educativas, en primer lugar— vuelvan a generar minorías. Es lo que llama nobleza, en consonancia con lo que actualmente reivindican Rob Riemen o, en el ámbito hispanohablante, Javier Gomá y Enrique García-Máiquez. La vida noble está siempre dispuesta “a superarse a sí misma, a trascender de lo que ya es hacia lo que se propone como deber y exigencia”. Se diferencia de la vida vulgar del hombre-masa en que esta “se recluye a sí misma, condenada a perpetua inmanencia”».

No somos iguales

«Michael Sandel ha reabierto el debate sobre la meritocracia, en una propuesta tan interesante como malinterpretada. La lectura de Ortega ayudaría a comprender que el igualitarismo no nos beneficia como sociedad. Lo decisivo es que quienes más han recibido (por sus capacidades intelectuales, el contexto social o las oportunidades que se han encontrado) sean agradecidos y tomen conciencia del deber que tienen de exigirse más para aportar al bien común. Además, es imprescindible crear unas condiciones sociales en las que todo el que esté dispuesto a esforzarse pueda realmente medrar».

 

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