Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

«Ha llegado Collar»: el cielo no puede esperar

Texto Pablo Echart [Com 96 PhD 01]Fotografía Archivo Fotográfico Universidad de Navarra

El 16 de abril falleció en París el crítico cinematográfico Jorge Collar. Comenzó a colaborar en Nuestro Tiempo en 1955, un año después de su fundación, y desde entonces su firma no faltó nunca en la revista. Cuatro de sus incondicionales comparten sus recuerdos sobre este pescador certero de joyas del celuloide, humilde como pocos pese a su veteranía, que amó el cine hasta el final. 


Es difícil olvidar el primer trabajo. A mí me lo dio Nuestro Tiempo y las gracias se las debo, en especial, a Pedro de Miguel. Corría el año 1997, y fue Peter quien me ofreció la oportunidad de incorporarme a la revista como redactor jefe, tarea que compaginaría con mi iniciación en una tesis doctoral sobre la comedia del Hollywood clásico. Yo me sentía algo abrumado en aquella redacción en la que era fácil cruzarse con algún crack. Obviamente, el primero de ellos era Peter, tan sagaz a la hora de detectar temas de interés para la revista y tan divertido e inteligente en sus columnas; pero también una serie de brillantes —y jovencísimos— colaboradores, que escribían con una facilidad para mí pasmosa y envidiable; o Joseluís González [Filg 82], cuyas correcciones de estilo hechas a mano sobre los textos que íbamos a publicar han sido la mejor clase de Lengua que he tenido nunca. 

En fin, allí estaba yo, sin saber mucho de nada y sin experiencia en ninguna otra redacción. Una de las primeras tareas que Peter me encomendó para espabilarme fue la edición de algunos artículos y reseñas, incluidas las críticas de cine que con puntualidad británica nos enviaba Jorge Collar desde París. «Ha llegado Collar», me decía Peter, y me tendía el sobre blanco que incluía invariablemente unas palabras afectuosas, una copia impresa de las reseñas, diapositivas de las películas y un floppy  —los cedés no habían llegado, y el correo electrónico por ahí andaría— con el que ponerse a faenar. A diferencia
—debo reconocerlo— de algunos ensayos sesudos con los que me tenía que pelear, el «Ha llegado Collar» era el anuncio de un buen plan para las siguientes horas de trabajo. 

Lo primero que me llamaba la atención de aquellos sobres era la generosidad de Jorge. Siempre enviaba más críticas de las que podían publicarse, dejando que nosotros hiciéramos la selección de las más adecuadas (por calendario de estrenos, por procedencia, etcétera). Tampoco escatimaba en su extensión, y jamás se enfadó por los tijeretazos —a veces salvajes— que yo metía a los textos para que encajaran en la maqueta. Jorge demostraba tener un gusto heterodoxo, con el que era capaz de apreciar películas de muy distinta procedencia y naturaleza, desde el Hollywood más ruidoso e industrial hasta las filmografías periféricas más remotas y modestas. Estaba en las antípodas de esos críticos estridentes que tratan de imponer su yo al escribir, como también de esos otros a los que es preciso leer una y otra vez para tratar de comprenderlos. Siempre pensaba en su lector, y acometía su tarea con rigor y modestia, sin orillar sus puntos de vista pero sin imponerlos tampoco de manera grosera. Como se espera de un buen crítico, Jorge atendía a los aspectos formales del celuloide, pero lejos de agotarse en la mayor o menor brillantez de los giros de guion, de la interpretación de los actores o del uso virtuoso de la cámara, ayudaba al espectador a dar razón de sus emociones y a comprender la misteriosa relación que se establece entre él y una película. Para Jorge, no eran solo un entretenimiento más o menos conseguido, sino expresiones de valor artístico, cultural y social capaces de emocionarnos y, también, de ampliar nuestra imagen del mundo y de nosotros mismos. 

En 2002 tuve la oportunidad de entrevistarle con motivo de su participación en un congreso celebrado en la Universidad de Navarra. Por supuesto, le pregunté por Cannes, el festival más importante del mundo y del que Jorge fue su crítico más fiel y el más longevo, lo que le hizo merecedor en 2010 de la Plume d’Or. Le pregunté también por la función y las cualidades del crítico, profesión que puede convertirse en una verdadera tortura si este pierde la capacidad de admirarse. Reconocí su estima por los intérpretes, la fe en que su presencia en la pantalla es insustituible y misteriosa, más rica «que la mayor de las imaginaciones virtuales». Y le animé a improvisar un canon, en el que hicieron doblete Tarkovski (Andrei Rublev y Sacrificio), Bergman (Gritos y susurros, El séptimo sello) y Welles (Ciudadano Kane, Campanadas a medianoche), y que clausuró con un «y cualquier cosa de Robert Redford».   

Jorge escribió para Nuestro Tiempo desde sus inicios, y lo hizo de forma continuada prácticamente hasta el último día de su vida. Tuvimos la suerte, en el número 700, de darle las gracias por sus colaboraciones escritas a lo largo de más de seis décadas, casi nada. Sin duda, su firma es la que más veces se ha recogido en esta revista, y será imposible superarle. 

En aquella entrevista que le hice, hablamos de Truffaut, de Shyamalan, de Ivory, de Fellini (y de la conmoción que le provocó ver Los clowns). No mencionamos en cambio a Hawks. Al escribir estas líneas me pregunto qué pensaría de sus películas. Y me digo que tendrían que gustarle a la fuerza, con toda esa constelación de personajes que demuestran la excelencia en su dedicación profesional. Y que si son excelentes lo son, sobre todo, por una razón: porque sienten un profundo amor, una profunda pasión por aquello a lo que han dedicado su vida.