Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Un defensor de la ciencia al servicio de la vida humana

Texto: Pilar León Sanz, catedrática de la unidad de Humanidades y Ética Médica Fotografía: Archivo Universidad de Navarra y Pilar León

Gonzalo Herranz Rodríguez (1931-2021), catedrático de Histología y Anatomía Patológica, vicerrector (1974-78) y decano de Medicina (1978-81), en 1987 cambió el rumbo de su investigación hacia la ética médica, campo en el que fue un referente mundial.


Al inicio de una primera clase de Anatomía Patológica, Gonzalo Herranz provocaba así a su auditorio: «Cierren los libros, aquí han venido a pensar». Y, en efecto, toda su vida se esforzó por cultivar un pensamiento fuerte y franco. En 1985 disfruté de sus lecciones en el curso de doctorado de Escritura, Lectura Crítica y Bibliografía Médica. Llegó a publicar en Medicina Clínica una serie de artículos con títulos tan sugerentes como «¿Por qué no escribir claro en medicina?». 

Muestra su coraje el hecho de que, en 1987, cuando tenía un gran prestigio en Anatomía Patológica, decidiese dedicarse a la Ética Médica porque vio la necesidad de formar a los futuros médicos en esta disciplina. Fue el primer profesor ordinario de Bioética de España. 

Desde esa fecha colaboré y sobre todo aprendí de él en la Comisión de Ética y Deontología Médicas de la Clínica y en el departamento de Bioética, donde le hemos visto preparar con rigor y empeño cada reunión, cada informe, cada clase. Y, con la misma claridad con la que pensaba y escribía, defendió la vida desde su concepción hasta su término natural.

El profesor Herranz nació en Porriño (Pontevedra). Estudió Medicina en Santiago de Compostela, donde conoció el Opus Dei, y en Barcelona. Allí obtuvo el doctorado en 1957 y dio sus primeros pasos en el Hospital Sant Pau, donde una revisión de los gliomas le llevó a la anatomía patológica, área la que se especializó en Pamplona de la mano del profesor Letterer, y también en Alemania, en las universidades de Tubinga y Bonn. 

 

Jokin de Irala, Pilar León y José María Pardo celebraron con Gonzalo Herranz la publicación de su última obra, sobre la contracepción

Salvo un paréntesis en 1971 en la Universidad de Oviedo, permaneció en la capital navarra, desde donde proyectó su magisterio a más de treinta promociones de alumnos y profesionales. También colaboró con instituciones de los ámbitos de la anatomía patológica y la ética médica, desde el Comité Permanente de los Médicos de la Comunidad Europea hasta la Academia Pontificia para la Vida. Su espíritu de servicio, fruto de una profunda visión cristiana, así como su deseo de difundir una buena praxis médica, le llevaron a viajar por todo el mundo.

Con los años sufrió dificultades auditivas, pero eso no le impidió estudiar, además del alemán, la lengua de Shakespeare. De ahí su gozo cuando el editor de la revista Zygote le felicitó por el buen inglés de un artículo que envió en 2012.

Fue muy querido y apreciado, y por eso entabló largas amistades. Hasta este año han llegado a la mesa de su despacho los libros que enviaban sus discípulos, como los de Ángel Bilbao [Med 66 PhD 81] desde Pittsburg. Eran los regalos que más agradecía. 

Publicó docenas de artículos, informes y libros. Hay una fotografía que refleja su alegría al ver publicado Leyendo entre líneas: una historia crítica de la contracepción (2020), una obra a la que dedicó sus últimos años. Sonriente, amable, siempre pensante y comunicativo. Maestro. En su última clase en Medicina, con fuerza, planteó frente al «drama de la eutanasia», título, por cierto, de una publicación suya, la necesidad del arrepentimiento como único remedio para quienes habían colaborado en la muerte intencionada de un enfermo.

 

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