Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Afganistán en primera persona

Texto María Malo [Com 11] Fotografías Sergio Caro

La normalidad es una aspiración casi utópica en un país que ha padecido guerras y enfrentamientos en todos los rincones de su enrevesada geografía. Con la perspectiva de Occidente, ninguna familia afgana es una familia normal. Feroz Farzam cuenta en estas páginas cómo es la suya. Podría decirse que se trata de un relato de la vida cotidiana, pero es más bien una historia de estricta supervivencia.


Nunca ha conocido la paz en su país. Es el segundo de diez hermanos. Feroz farzam nació el 12 de octubre de 1982 en Afganistán, tres años después de que el Ejército soviético apoyara al comunista Babrak Karmal en un golpe de Estado que derivaría en una guerra civil sin cuartel entre el Gobierno pro-soviético y las guerrillas islámicas. Esta situación marcaría su vida y la de su familia para siempre. Desde 2007 estudia Relaciones Internacionales en Italia.

La ilusión de Feroz siempre fue ser médico: “Me gusta ayudar a la gente, pero sobre todo pensando en mi familia. Nuestra cultura no permite que las mujeres vayan al médico. Si lo hacen tiene que ser porque sus vidas están en verdadero peligro. Y por supuesto, acompañadas de un hombre”.
Feroz era consciente de que para llegar a ser un buen médico tenía que esforzarse mucho. Por ello, desde pequeño, fue un chico aplicado en los estudios. De hecho, no recibía ayuda de nadie para las tareas que le mandaban en la escuela. Por una parte, su madre, por su condición de mujer, no sabía leer ni escribir. Por otra, su padre trabajaba demasiadas horas al día y el cansancio eliminaba cualquier tipo de acercamiento al ámbito académico. Otro de sus sueños era ser rico para viajar por el mundo, conocer Europa y otras culturas. También quería tener una mujer muy guapa. Pero solo una: “Mi padre se casó con mi madre. Podría tener cinco o seis mujeres si él quisiera, pero creo que eso no es lo correcto”.

La vida con su familia en Kabul duró hasta que cumplió los doce años. Con el paso del tiempo admite que el día a día en la capital del país era muy peligroso. Sus padres no le permitían jugar en la calle, temían que alguien lo raptara: “Había gente que secuestraba a niños y se los llevaban fuera del país”. Así que casi siempre jugaba con sus hermanos en casa, una vivienda construida con tierra, de sólo un piso: “Un pasillo dividía las únicas dos habitaciones de la casa. Una de ellas era bastante grande, de unos ocho metros. También había una cocina y un baño”. En ella Feroz vivió con sus padres y sus cuatro hermanos mayores. Los otros cinco nacerían tiempo después en Panjshir, la ciudad a la que se trasladaron en 1994.

Durante la última etapa del Gobierno comunista, Feroz presenció una de las escenas más violentas de su vida. Sus padres le mandaron a comprar el pan, que era uno de los productos que el Gobierno ruso controlaba. Para adquirirlo debía portar una cartilla de racionamiento y esperar en fila a que abrieran el edificio donde lo repartían. Un niño comenzó a alborotar y un soldado le llamó la atención: “Lo amenazó con el Kalashnikov para que respetara el orden. El soldado apretó el gatillo con el fin de asustarlo, sin saber que en su interior había una bala. El chaval recibió un tiro en la cabeza y murió en el acto”.

De kabul a panjshir. Entre los años 1986 y 1989 las tropas soviéticas se retiraron. Sin embargo, continuaban los enfrentamientos. Desde 1986 presidió Afganistán Mohamed Najibulá, hasta que en abril de 1992 abandonó el país. En septiembre de ese mismo año las guerrillas formaron un gobierno de coalición, con Burhannudin Rabbani como presidente. La retirada de las tropas soviéticas provocó más inestabilidad si cabe. El enfrentamiento, que se produjo en el seno del Gobierno comunista, duró dos días. Feroz tenía poco más de seis años cuando vio “la primera bomba caer del cielo” en Kabul. Se encontraba, de nuevo, comprando. Era habitual que su madre lo enviara al mercado a buscar algún ingrediente para cocinar. “Cuando cayó la bomba no pude regresar a casa, era demasiado peligroso. Así que me fui en la dirección opuesta a donde yo vivía, y acabé en la casa de mi tía”. En aquella época ni en su casa ni en la de su tía tenían teléfono. No podía ponerse en contacto con sus padres. Ellos, al enterarse de lo sucedido, comenzaron a buscarlo por todos los hospitales. Pero no aparecía y lo dieron por muerto. Al día siguiente, su primo lo llevó de regreso a casa, en su bicicleta. Desde ese día, y en agradecimiento a Alá por traerlo sano al hogar familiar, siempre que Feroz regresa a su casa, matan un animal y se lo comen con los más allegados. En aquella ocasión fue una gallina, ahora suele ser una oveja.

Pese al peligro, Feroz también tenía tiempo para el ocio, aunque de forma “clandestina”. Acompañado de su hermano Zaker, tres años mayor, fue al cine por primera vez a los diez años. Sus padres se lo habían prohibido: “Era el sitio idóneo para poner una bomba”. Su hermano solía escaparse y nunca los pillaron. Veinte años más tarde, sus padres siguen sin saberlo.
En esas circunstancias la familia Farzam decidió cambiar la inseguridad de Kabul por la tranquilidad de Panjshir, una pequeña ciudad donde habían nacido sus padres y donde construyeron una casa. A diferencia de la de Kabul, era más grande: “Tenía cinco habitaciones: dos eran de ocho metros, otra de seis, otra de cuatro y otra de tres, dos pasillos, una cocina y un baño”. La familia vivía en el segundo piso y en el primero tenían la cuadra con los animales: dos vacas –una para cultivar la tierra y otra producir leche–, un burro, dos cabras, gallinas y un gato. “Mi padre dejó su trabajo en Kabul para dedicarse al campo en Panjshir”. Ante la imposibilidad de salir a la calle, las mujeres de la familia, se encargaban de la alimentación y el cuidado de los animales que se encontraban dentro de la casa.

La vida en Panjshir era mucho más tranquila que en Kabul, pero, para no perder la casa que tenían en la capital, el padre decidió que su hijo mayor se quedara allí cuidando de la propiedad. Zaker asumió la responsabilidad que su padre depositó en él mientras Feroz, cuando terminaba de estudiar, se encargaba de ayudar en lo que podía en los trabajos del campo. Precisamente estaba allí cuando un día de 1991 un amigo fue a buscarle. Le dijo: “Ven a casa, tu tía ha regresado de Kabul”. De camino a su casa vio que la gente andaba cerca del cementerio y muchos parientes lloraban: “Fue entonces cuando entendí que mi hermano había muerto”. Nunca supo qué había sucedido exactamente ni por qué, sólo le explicaron que no llegaron al hospital a tiempo.

La llegada de los talibanes
. Al morir Zaker, Feroz pasó a ser el hermano mayor de la familia Farzam. Por eso lo reclamaron para que cumpliera el servicio militar y defendiera a la patria. Sus padres no querían perder otro hijo y decidieron pagar a una persona para que lo sustituyera: 130 euros cada seis meses. Pero los talibanes, poco a poco, iban conquistando Afganistán. Los ciudadanos de Panjshir optaron por resistir, aunque fue una decisión muy dura: “Si lograban entrar en la ciudad huiríamos a las montañas. Decidimos que antes de ser capturados mataríamos a nuestras mujeres y luego nos suicidaríamos nosotros”. No tenían otra alternativa. Si entregaban el poder estaban seguros de que a los hombres los matarían y a las mujeres las harían casarse por la fuerza. Afortunadamente, los talibanes no consiguieron entrar en la ciudad. Feroz llegó a colgarse un Kalasnhnikov a la espalda durante dos días, pero nunca lo utilizó.

Mientras, Afganistán seguía siendo un país inestable. Un informe del Ministerio de Asuntos Exteriores español resume así la historia de esos años: “En 1993 el opositor Gulbudin Hekmatiar fue designado primer ministro. El conflicto bélico se polarizó en torno a las cuatro fuerzas principales en 1994 y dos años después los talibanes ocuparon completamente Kabul. En el norte del país, el general Dostum y el expresidente Rabbami resistían a duras penas. Pero los talibanes no acababan de controlar la situación. En 1997 se unió el conjunto de fuerzas anti talibanes para formar el Frente Islámico Nacional Unido para la Salvación de Afganistán”.

Con diecinueve años Feroz tuvo que ponerse a trabajar a tiempo completo para ayudar a su familia. Seguía pensando en Medicina y en ayudar al débil, así que se decantó por las urgencias de un hospital de Panjshir donde ayudaba a los enfermeros. Trabajaba alrededor de 180 horas al mes, por las que cobraba unos 150 dólares, que enviaba casi íntegros a sus padres: “Vivía con la familia, no tenía que pagar el alquiler de la casa y todos los días comía en el hospital”.

Un país sin oportunidades. A finales de 2000 el Ejército talibán consiguió controlar más del 95 por ciento del territorio afgano. Feroz entró en la universidad en 2001. La nota media de acceso a Medicina le hizo desistir de su sueño y optó por estudiar Ciencias Políticas.
Tan sólo unos meses antes del atentado contra las Torres Gemelas, el líder de Panjshir, Ahmed Shah Massoued, fue invitado por el Parlamento Europeo para hablar de la difícil situación que atravesaba su país. “Él sólo pidió ayuda –recuerda Feroz– y advirtió de que los talibanes podrían llegar a Europa. A los pocos meses, el 9 de septiembre de 2001 fue asesinado. Dos terroristas suicidas, que se hicieron pasar por periodistas, activaron una bomba que llevaban oculta en la cámara. Dos días después de su muerte, se cometieron los atentados en Estados Unidos”.
El 7 de octubre de 2001 comenzaron los bombardeos en territorio afgano. Por un lado, los estadounidenses, bajo el nombre de “Operación Libertad Duradera”; y por otro, los británicos, con la “Operación Herrick”.

Cinco años más tarde, la OTAN se hizo cargo de la región sur del país, tradicionalmente en manos de narcos y talibanes. La violencia no se limitó a combatir a las fuerzas internacionales, los talibanes comenzaron a atacar las escuelas para desestabilizar el sistema educativo, una de las apuestas del nuevo Gobierno.

En 2006 Feroz terminó su carrera pero no consiguió encontrar trabajo: “No hay muchas oportunidades en un país en guerra”. Decidió que ya era hora de cumplir al menos uno de sus sueños: viajar. Quería ir a estudiar a Europa y lo consiguió. Solicitó una beca para ir a Italia. En el concurso participaban 150 personas de las que resultaron cuatro finalistas. El Gobierno italiano se encarga de pagar su bolsa de estudio, de 700 euros al mes (excepto en verano). “Mi objetivo era hacer un máster o la especialidad”, pero sus planes se torcieron seis meses después cuando le negaron la convalidación de estudios. Se abrieron entonces dos opciones: empezar la carrera desde cero o volverse a Afganistán. Optó por la primera.

Feroz notó el contraste con la vida en Occidente. Se le hace raro no escuchar “los bombardeos, los misiles. Llega un momento en que piensas que todo el mundo vive en tu misma situación”. Una de las cosas que más le gustaba era dormir tranquilo, sin miedos.
Este es su tercer año en Italia. Habla árabe, inglés e italiano. Ha comenzado con el estudio del japonés y del español. Pese a ello, no piensa que su vida tenga futuro en Afganistán: “No hay trabajo en un país en guerra”. Sin embargo, no pierde la esperanza: “Podría haber un futuro mejor para nuestros nietos si empezamos de cero”.