Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Árabe por etnia, cristiano por religión y Tierra Santa por casa

Texto Erika Jara [Com 03] Fotografías Miriam Alster y Flash 90

La presencia de cristianos en Tierra Santa mengua de año en año a un ritmo vertiginoso. La inestabilidad política y económica les ha empujado a emigrar a lugares más prósperos y, por ello, la pequeña comunidad que aún permanece quiere que se la conozca y busca el apoyo internacional con el fin de evitar que la cristiandad desaparezca precisamente del lugar donde Jesucristo vivió y fundó la Iglesia.


Hace unos años, Rifat Kassis, cristiano palestino y director de la ONG Defense Children Internacional en Palestina, fue a dar una conferencia sobre el conflicto israelí-palestino a Estados Unidos: “Me presenté como cristiano palestino y una mujer que estaba entre el público se levantó y me dijo que no conocía la existencia de tal cosa, y quería saber cuándo me había convertido. Le conté que mis antecedentes se remontaban a la era de Cristo; ella no daba crédito”. Kassis es consciente de que “no se conoce la existencia de cristianos en Palestina, y si se conoce no se entiende, a pesar de que la primera Iglesia no se estableció en Roma o en Washington, sino en Jerusalén.”

Los cristianos palestinos achacan esta circunstancia al hecho de que desde Occidente se tiende a ver el conflicto como una guerra entres dos bloques: el judío y el musulmán. “Pero se olvidan de la comunidad cristiana, que, de hecho, hasta la fundación del Estado de Israel en 1948, representaba un alto porcentaje de la población en Palestina y era mayoría en muchas ciudades que ahora son predominantemente musulmanas”, asegura Kassis. Según la Oficina de Estadísticas Palestina, los árabes cristianos representaban a finales del siglo XIX el 24% de la población de todo el territorio histórico. Sin embargo, el siglo xx ha sido su peor pesadilla. La guerra de la independencia de Israel en 1948 dejó 750.000 refugiados palestinos (de los cuales, 150.000 eran cristianos), y provocó una gran catástrofe geográfica, económica y social en la población árabe. El panorama empeoró en 1967 con la ocupación, a manos de Israel, de Gaza y Cisjordania: las restricciones de movimiento se multiplicaron, la economía palestina se hundió y toda opción de recibir una buena educación o de encontrar un trabajo se volvió totalmente dependiente de la inestable situación política. Dadas las circunstancias, los cristianos comenzaron a emigrar de forma masiva en busca de un futuro mejor, con más posibilidades para sus hijos. Este hecho, acompañado del rápido crecimiento demográfico de los musulmanes, ha reducido en un siglo la presencia cristiana en Palestina e Israel a un 1,48%. Ciudades importantes como Ramala o Jerusalén, cuya presencia cristiana se elevaba al 80% a principios del siglo XX, sólo albergan ahora a un 5%. En Belén, la ciudad cristiana por excelencia, la representación cristiana decayó del 90% a principios del siglo XX al 30% actual. De hecho, y aunque resulte irónico, hoy es complicado conocer el número exacto de cristianos palestinos que habitan en Tierra Santa. El Centro Inter-Iglesias de Jerusalén realizó un cuidadoso cómputo del que se desprende que existen 200.000 cristianos en Palestina e Israel: 50.000 habitan en los territorios ocupados (3.000 de ellos en Gaza) y 150.000 en Israel. Los últimos datos de la Oficina de Estadísticas Palestina, que el Centro Inter-Iglesias recoge, son de 2004 y señalan que ya para ese año sólo existían en Jerusalén 9.000 cristianos. 219.000 habitantes eran musulmanes y 464.000, judíos.

 

Ritos, emigración, justicia. La fragmentación no concluye aquí, continúa dentro de la propia comunidad cristiana. Muchos cristianos de a pie se consideran miembros de una misma comunidad religiosa pero, a nivel ritual, se reparten en tantas tradiciones como escisiones han existido en la historia de la Iglesia. Por un lado se encuentra la Iglesia Griega Ortodoxa, mayoritaria en el territorio, y descendiente directa de la Iglesia Bizantina; por otro está la Iglesia Católica, que, a su vez, incluye seis ritos diferentes, uno de los cuales es el latino y el resto son orientales de cinco tradiciones: alejandrina (iglesias copta y etiópica); antioquena (iglesias siro-malankar, maronita y siria); armenia (iglesia armenia); caldea o siro-oriental (iglesias caldea y siro-malabar) y bizantina o constantinopolitana (entre las cuales se encuentra la iglesia grecomelquita, que utiliza el árabe como lengua oficial y es el rito católico mayoritario).

En un intento de explicar al mundo tan drástica reducción de cristianos en Palestina, la delegación jerosolimitana del Concilio Mundial de Iglesias emprendió un estudio para conocer las razones de aquellos que habían decidido emigrar. Un 70% adujo motivos económicos y un 26% culpó a la inestabilidad y la inseguridad política. El padre Firas Aridah, sacerdote jordano cristiano católico, vive los problemas de cualquier cristiano palestino desde que en 2003, en plena segunda intifada, el Patriarcado Latino lo envió a un poblado cercano a Ramala. “Llegué con toda mi ilusión, pero desde el minuto uno mi misión se convirtió en una lucha constante para defender a los habitantes y a mí mismo de las continuas confiscaciones de tierras que hacía el ejército israelí”. Afirma que muchos le aconsejaron no meterse en problemas políticos, “pero esto no es una cuestión política”, aclara. “Una de nuestras misiones divinas es defender la justicia; así que, si vemos una injusticia, nuestro deber es denunciarla”.

 

Sobrevivir en Jerusalén. Jerusalén, la Ciudad Santa, es el lugar donde los cristianos sufren más directamente las consecuencias de la ocupación. En el periodo anterior a 1967, Jerusalén se encontraba divida en dos zonas: la parte oeste era judía y la este era jordana, en la cual habitaban los palestinos. Pero tras la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó el este de la ciudad y, según explica Yusef Daher, director del Centro Inter-Iglesias de Jerusalén, “trata desde entonces de convertirla en la capital de su estado. Por eso los jerosolimitanos árabes están expuestos permanentemente a demoliciones de casas, expulsiones y a todo tipo de restricciones”. El plan municipal destina el 12% del territorio de Jerusalén Este a la construcción de casas árabes; sin embargo, esta zona se encuentra totalmente urbanizada ya, “y raro es el caso en el que se le concede a un palestino permiso para construir en otro sitio, mientras que los israelíes construyen sin problemas en todo el resto de la ciudad”, apunta.

En Jerusalén Este vive Jacub Dahdal, jubilado cristiano palestino de 72 años y padre de tres hijos, ya casados. Hasta 1980 fue el director de una escuela de enseñanza secundaria y después trabajó 25 años en el Consulado Británico de la ciudad como agregado, merced a lo cual la Reina de Inglaterra lo condecoró con la distinción de Oficial del Imperio Británico. Pero ninguno de estos privilegios ha conseguido eximirles a él o a sus familiares de los efectos del conflicto. La historia de su familia incluye prácticamente todas las precariedades legales que los palestinos sufren sin cesar tanto en Jerusalén como en todos aquellos territorios cisjordanos controlados por Israel, así como en algunos poblados árabes en el interior del estado hebreo. El primer tropiezo con el que se encontró fue la construcción del muro. “No sabíamos exactamente por dónde iba a pasar, pero sabíamos que, si nos quedábamos en Ram [pueblo a las afueras de Jerusalén], nos quedaríamos fuera de los límites de la ciudad, y por tanto nos convertiríamos en habitantes de Cisjordania sin identidad jerosolimitana, es decir, sin derecho a entrar a la ciudad. Así que me vi obligado a comprar otra casa en Beit Hanina [barrio de Jerusalén], y mis hijos tuvieron que trasladarse a pisos de alquiler en el mismo barrio. Nuestros nuevos hogares se encuentran a 200 metros de nuestras propiedades vacías en Ram, al otro lado del muro”.

La tranquilidad no llegó con la nueva vivienda. “La persona que construyó la casa donde se encuentra mi apartamento sólo tenía licencia para levantar cuatro pisos, pero en vez de eso erigió seis. Según la ley municipal, si existe una parte de la casa que es ilegal, se debe demoler la casa entera, lo cual, en nuestro caso, dejaría a 180 personas en la calle. Suponiendo que esta norma tuviese sentido, me pregunto por qué el ayuntamiento, que conoce la situación ilegal de esos dos pisos desde el primer momento, me ha hecho pagar durante ocho años elevados impuestos por vivir en un edificio con dos pisos de más y ha esperado hasta ahora para enviarme una orden de demolición”. Jacub Dahdal reparte su tiempo entre la defensa de su casa y la ayuda a uno de sus hijos, al que le han confiscado la nacionalidad israelí. Kress Dahdal es el actual manager del Hotel Ritz de Jerusalén; sin embargo, reside en la ciudad con un visado de trabajo para extranjeros que tiene que renovar año tras año desde el 2000. “Residí ocho años en Estados Unidos y, cuando volví, me pararon en el aeropuerto y me dijeron que era bienvenido como turista, pero que ya no tenía la nacionalidad local”, cuenta. En febrero de 2009, Kress fue al Ayuntamiento a renovar su visado, “pero no me lo dieron hasta diciembre, lo cual significa que viví diez meses como ilegal en mi propia ciudad, encerrado, sin poder cruzar los checkpoints, puesto que no tenía papeles que enseñar a los soldados para identificarme”. No entiende por qué tiene que pedir un visado de ciudadano extranjero “cuando yo nací en esta ciudad, y máxime cuando todos los judíos del mundo tienen derecho instantáneo a la nacionalidad israelí en el momento en que así lo desean”. Los datos estadísticos del Centro Inter-Iglesias de Jerusalén revelan que, de continuar el ritmo actual de confiscación de identidad jerosolimitana a árabes, la comunidad cristiana en la ciudad podría reducirse a la mitad dentro de siete años.

“El momento de la verdad”. El 11 de diciembre de 2009, las iglesias palestinas presentaron de manera conjunta en Belén el documento El momento de la verdad, o en árabe Kilmetuna (Nuestra Palabra), en el cual se expone la situación de los cristianos en Palestina y su posición con respecto al conflicto. “Tras 60 años de inestabilidad, nuestros refugiados siguen desposeídos y sin derecho al retorno, y los habitantes de esta tierra no han encontrado la calma en ningún momento”, afirma Kassis, uno de los redactores. “Tanto los gobernantes locales como los internacionales han fracasado al intentar traer la paz a esta región, por eso este es el momento de verdad, aquel en el que todas las iglesias del mundo deben escuchar nuestra palabra y tomar un papel más activo para reforzar la justicia y dar a la gente los derechos que le pertenecen”. Más de 80 representantes de iglesias de todo el mundo asistieron a la conferencia de presentación del documento, redactado por catorce cristianos palestinos: siete de ellos son teólogos de diversos ritos, y otros siete son ciudadanos comunes, entre ellos tres mujeres. La idea surgió en un Concilio de Iglesias en Amán, Jordania, en junio de 2008; allí los cristianos árabes se comprometieron a cambiar la situación. El primer paso fue redactar este documento a la imagen del conocido Kairos, publicado por las iglesias en Sudáfrica durante el Apartheid.

Durante la presentación, el ex patriarca católico de Jerusalén Michel Sabbah explicaba que, con este documento, “intentamos entender la manera en que Dios quiere que salgamos de este problema. Muchos prefieren ver a la Iglesia sólo rezando o encendiendo velas en los templos, pero si la Iglesia no escucha el sufrimiento del pueblo no puede realizar una oración verdadera”. Sabbah señalaba que el documento se sustenta sobre tres pilares, el primero de los cuales es la fe: “Cristo vino para todo el mundo, y en ningún caso el Antiguo Testamento debe justificar la desposesión del otro; por eso pedimos a todas las iglesias del mundo que combatan cualquier teología que justifique la opresión. Jesús dijo ‘No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti’, y esa es la fe en la que creemos”. El segundo pilar es la esperanza: “Es difícil mantener el optimismo en nuestra situación. Muchos cristianos emigraron ante las dificultades sociales y económicas, pero nosotros no nos dejaremos llevar por el miedo, porque creemos en Dios”. El tercer pilar, aunque no por eso el menos importante, es el amor. “El mensaje de Jesús fue ‘Ama a los demás como a ti mismo’. Por eso debemos resistir el sentimiento de odio y el mal que se genera dentro de nosotros ante la opresión, y esforzarnos por mirar el lado humano del enemigo. La experiencia nos demuestra que las negociaciones políticas no han funcionado, y la resistencia violenta tampoco. Por eso, sólo nos queda el camino del amor; si ofrecemos amor a Israel, sus pretextos desaparecerán. Mediante la resistencia no violenta debemos hacer entender al corazón del opresor lo que está haciendo”. En este sentido, el documento sugiere el boicot de todos los productos o servicios israelíes que colaboren con la ocupación de los territorios palestinos. “Con ello no buscamos venganza, sino justicia: las leyes internacionales dicen que los terceros países no deben apoyar ni con acuerdos ni con sus acciones una situación ilegal, como es el caso de los asentamientos. Lo que pedimos es que la comunidad internacional se comporte con Israel como con cualquier otro estado y que lo sancione cuando no cumpla la ley”. Y añade: “Vivimos en paz con los judíos antes de las guerras y podemos volver a hacerlo; por eso, aceptamos de buen grado a los judíos como conciudadanos o vecinos, pero no como ocupantes”. No en vano, el rabino Brian Walt, de la asociación de rabinos Ayuno Judío por Gaza, presente en la conferencia, quiso ofrecer su apoyo al documento: “Yo soy judío y es muy duro para mí ver cómo mi cultura, tan profunda y rica, se ha transformado en muros, checkpoints y ocupación. Por eso quiero ofreceros la posibilidad de trabajar juntos cristianos, judíos y musulmanes, y creo que la humanidad que impregna este documento es un punto de partida idóneo para eso”.

 

Respuestas favorables. Kassis afirma que es complicado transmitir el mensaje del documento a Occidente, porque “Europa sigue sintiéndose culpable por el Holocausto. Lo que les ocurrió a los judíos durante la II Guerra Mundial fue un completo crimen contra la humanidad, y muchos se sienten redimidos al ponerse del lado de Israel en cualquier decisión que tome. Pero si un país tiene buenas relaciones con Israel, debería hacerle ver sus errores, como lo hace un amigo con otro amigo”.

A pesar de estas dificultades, las respuestas favorables al documento han empezado a llegar, tanto a escala local como internacional: “Tenemos el apoyo de todos los líderes de las iglesias locales y de cerca de 40 organizaciones cristianas importantes palestinas; también hemos recibido 600 reconocimientos individuales y de iglesias de todo el mundo. Por ejemplo, sabemos que la organización británica Amos Trust ha iniciado una campaña de concienciación en Gran Bretaña llamada Kairos, a través de la cual pretenden actuar como lobby para que el país adopte las recomendaciones del documento. Las iglesias protestantes de los Países Bajos recibieron en mano el documento el 22 de diciembre en un gran acto en Utretch, en el que reconocieron el sufrimiento de la gente palestina y se comprometieron a reflexionar sobre su inversión en empresas que apoyan la ocupación en Palestina. Además estamos invitados a Sudáfrica, como grupo Kairos, para conocer a los autores del documento original y celebrar con ellos el 25º aniversario de su publicación”.

Los medios árabes de la región se hicieron eco del texto y “recibimos muchas reacciones positivas de representantes musulmanes”, asegura Kassis. Incluso durante la conferencia de presentación, el doctor Barakat Fawzi, erudito de la sharia coránica, declaró que “El momento de la verdad es un ejemplo de cómo deben comportarse los responsables religiosos”. Pocos días después, el Comité para el Diálogo entre Religiones de Líbano escribió una carta a los medios titulada “Los palestinos cristianos toman la iniciativa, ¿les seguirán los musulmanes?”.

 

Peregrinos concienciados. Mientras los cristianos palestinos impulsan sus iniciativas para cambiar la situación, “los cristianos del resto del mundo también deben colaborar”, señala el padre Firas. “Los peregrinos deben venir no sólo a ver los museos del pasado y visitar las rocas muertas, sino a escuchar el testimonio vivo de los habitantes cristianos. Para los creyentes palestinos, ver un autobús de extranjeros entrar en su poblado y que uno de ellos compre un simple botellín de agua en una de sus tiendas significa mucho, porque entienden que no están solos”. Para eso es necesario un guía que no sea israelí, “primero, porque los hebreos no están autorizados a entrar en zonas palestinas y, segundo, porque a muchos los han educado en el miedo y piensan que los palestinos son terroristas”. A este respecto Yusef Daher desea subrayar el problema de la nueva islamofobia, que afecta a la visión de los turistas y les frena a la hora de entrar en los territorios ocupados. Según Daher, “esta imagen creada responde, en muchos casos, a intereses políticos a los que les conviene definir Palestina como un bloque islamista extremo y brutal que desea una nación radical, y presentar a Israel como el agente occidental que detendrá la barbarie. Sin embargo, los palestinos no queremos terroristas. Es la situación de injusticia la que permite a los extremistas jugar con los sentimientos de la gente y de hacerles creer que la violencia es la única salida”.

A nivel institucional, el padre Firas invita a las iglesias de todo el mundo a apoyar la labor del Patriarcado Latino. “Tenemos ideas pero no disponemos de los medios para llevarlas a cabo; por ejemplo, en Jerusalén hemos puesto en marcha un proyecto para alojar a 72 nuevas parejas. Es una oportunidad única para ellos, porque no les suelen dar permisos para construir y si construyen por su cuenta les demuelen las casas. Pero todo esto no se puede realizar sin medios ni dinero”, argumenta.

Los cristianos palestinos confían, con sus acciones, en poder mejorar la situación en su tierra: “No queremos irnos: queremos quedarnos. Y eso vamos a hacer mientras sigamos teniendo fe”, asegura Daher, para añadir: “En cuanto a los cristianos del resto del mundo, quiero deciros que Jerusalén es vuestra. La Biblia dice que todos nacemos aquí, y aquí volveremos algún día. Esta no es la ciudad de Olmert, Netanyahu u Obama: es la ciudad de Dios, en la que se debe proteger la justicia y la paz”. Según Kassis, “no somos diferentes al resto de personas que habitan el planeta, y por lo tanto no merecemos ni más ni menos que ellos: somos árabes por etnia, cristianos por religión y humanos por naturaleza”.

 

(Para leer completo el documento “El Momento de la Verdad”: www.kairospalestine.ps)