Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Margarita del Val: «La investigación previene gasto y, sobre todo, sufrimiento»

Texto: Blanca Rodríguez Gómez-Guillamón [His Com 15]  

La investigadora Margarita del Val es una de las principales voces que ha contrarrestado el miedo y la desinformación durante el covid-19. Trabaja en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa y defiende las vacunas como la mejor forma de control de la pandemia.


Margarita del Val optó por la química, en cierto modo, por descarte. Aunque sus padres compartían la profesión, no recuerda que la casa familiar fuese un entorno científico. Cabe sospechar que las conversaciones, los pedazos del día, influyeron en su elección, pero nadie le dijo qué tenía que estudiar. En 1976 el abanico de licenciaturas era todavía limitado. Desechó la Física, las Matemáticas, la Biología y la Ingeniería, porque supuso que en la carrera escogida encontraría la respuesta a cómo funcionan «las enfermedades, los mecanismos, las cuestiones más abstractas». 

Desde pequeña había sentido curiosidad por comprender los misterios de la ciencia. Hoy es investigadora en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa y, desde el inicio de la crisis sanitaria, invitó a los españoles al salón de su casa. Sentada en un sofá oscuro y al otro lado de una pantalla, Margarita continúa reflexionando sobre el coronavirus y las vacunas. No lo hace sola.

En marzo de 2020 el CSIC lanzó la plataforma Salud Global con el objetivo de «buscar soluciones desde la ciencia ante la pandemia». Detectaron que la divulgación era un antídoto contra la desinformación y el miedo y movilizaron más de trescientos grupos de investigación para explicar qué estaba ocurriendo. Para lograr una interacción intensa, colaborativa, crítica y productiva, profesionales de diferentes áreas se organizaron en reuniones telemáticas. Un año después, y pese al centenar de encuentros digitales que comparten, la mayoría no han tenido contacto en persona. Margarita del Val, coordinadora de la plataforma, es una de las científicas que compagina su trabajo investigador con las cámaras, los micrófonos y las conferencias.

Del Val saluda al otro lado del teléfono. Prefiere una entrevista no presencial, de modo que procuramos conocerla a través de la palabra ciega. Su voz es clara y constante y afronta los temas sin preámbulos. «La pandemia me ha exigido estar aprendiendo continuamente —asegura—. Analizamos cada noticia que se publica e intentamos detectar qué es lo que desconocen los ciudadanos para poder transmitirlo y abordarlo. Mi vida y mi profesión han dado un vuelco, como la de otras muchas personas». Por eso, se muestra capaz de desenmascarar unos cuantos mitos alrededor del virus y las vacunas.

 

Hubo quien desconfió de las vacunas dada la velocidad a la que se obtuvieron.

Ha sido la vacuna más veloz de la historia: se desarrolló en solo once meses. Principalmente han influido dos aspectos. Por un lado, la inversión de muchísimo dinero público en todo el mundo, una aportación que resulta fundamental [Alrededor de cinco mil millones de euros proceden de financiación pública y filantrópica según el informe «No es sano» de la Fundación Salud por Derecho]. Y, por otro, la sensación de emergencia que tenía tanta gente ha permitido reunir una elevada cifra de  voluntarios [La OMS estima que entre diez mil y cincuenta mil personas por cada vacuna]. En otros ensayos clínicos se tarda meses, e incluso años, en reclutar un número muy inferior

 

¿Repercute en la solidez de los datos de seguridad? 

Son las vacunas más seguras elaboradas hasta el momento, porque ante la enorme cantidad de inmunizados se están descubriendo las consecuencias más infrecuentes. Seguir por farmacovigilancia a un amplio grupo de personas ha permitido evaluar estos efectos tan mínimos, que revelan un riesgo muy inferior al de cualquier otro medicamento.

 

A largo plazo, ¿podrían aparecer nuevos efectos secundarios de la vacuna?

En realidad, prácticamente todos los efectos adversos surgen muy pronto. No depende del tiempo, sino de los millones de vacunados. Si habitualmente aparecen años más tarde, es porque solo entonces se alcanza la cifra de diez millones de personas inmunizadas. Pero en esta pandemia eso ha ocurrido en cuestión de días. 

 

Del Val recibió el premio Pasión por la Ciencia en la última edición del festival internacional #LabMeCrazy!, organizado por el Museo de Ciencias de la Universidad | FOTO: César Hernández - CSIC comunicación

 

¿Podemos confiar en su memoria inmunológica?

Las vacunas de AstraZeneca y Janssen se basan en vectores estudiados durante años y se espera que se potencien con cualquier otra exposición a los mismos antígenos del virus. Con las de ARN mensajeroPfizer y Moderna—, no sabíamos si serían flor de un día; ahora conocemos que se inducen linfocitos B de memoria que producen anticuerpos con alta afinidad de unión a la proteína S del virus, y eso es importante para que la memoria dure años.

 

¿Se alcanzará la inmunidad colectiva si un 70% de la población ha recibido el fármaco o es necesario llegar al cien por cien?

Los números pueden resultar engañosos, por eso hay que fijarse en quién está vacunado. Lo que importa es que lo reciban al cien por cien los grupos de alto riesgo, bien sea por la edad, por enfermedades crónicas… La inmunidad colectiva necesita que las personas vacunadas no se infecten ni transmitan el virus, que sean seguras, pero por ahora sabemos que pueden infectarse, aunque alrededor de cinco veces menos, y que probablemente puedan contagiar, porque, cuando se infectan los vacunados, su carga viral es también muy alta.

 

Si el virus sigue mutando, ¿podríamos volver a una situación de descontrol?

Para quienes se enfrentan por primera vez al covid-19, no importa de qué cepa se trate. No creo que esto sea un problema. Contra todas las variantes que se han impuesto se ha podido proteger muy bien con dos dosis de vacunación. Por otro lado, este virus tiene poca capacidad de mutación y no produce reorganizaciones de su material genético como el de la gripe. Es un tema que está magnificado en los medios de comunicación y sobre el que se ha generado una alarma innecesaria.

 

UN SOLO PLANETA

En contraste con la energía con la que desmiente bulos, la voz de Margarita del Val  se suaviza cuando recuerda sus años de investigación posdoctoral en Alemania. En 1986, inició una estancia en Tubinga y más tarde en Ulm. Era una joven científica con una formación «rigurosa y de muy buena calidad», como define la impartida en España, y tenía ante ella un horizonte amplísimo: «Es una etapa libre, porque tomas las decisiones a placer, y es muy importante que haya suficiente movilidad, pues, como se ha visto en esta pandemia, la ciencia es universal».

El sufrimiento se derrama líquido en la conversación. «En la primera oleada, pedimos un esfuerzo tremendo a los hospitales, a la atención primaria, a todo el equipo sanitario, y a pesar de ello, les hemos vuelto a someter al mismo estrés», lamenta. Su tono se apaga cuando imagina el cansancio, el dolor, la desesperanza de tantas personas infectadas en situación de vulnerabilidad.

 

Como asegura Del Val, en el desarrollo de las vacunas contra este virus ha resultado decisiva la experimentación con cuatro modelos animales | FOTO: U.S. Secretary of Defense

 

Al vivir en un mundo global, ¿dependemos de que se alcance un equilibrio tanto en los países desarrollados como en los que se encuentran en vías de desarrollo?

Sí, sobre todo si tenemos vacunas que protegen solamente a quien está vacunado. A efectos de movilidad, si no lo están todas las personas del planeta, estaremos exponiendo de forma continua a otros y también a nosotros mismos. Es cierto que el riesgo aumenta exponencialmente con la edad, y por eso es superior en poblaciones como la europea, que es la de mayor esperanza de vida junto con la de Japón. Pero en otros países están sufriendo y casi no reciben dosis de vacuna. Además, en cualquier momento nos pueden diagnosticar un cáncer y que una quimioterapia nos haga perder las defensas resistentes. O puede que nos pongan un tratamiento para una enfermedad autoinmune, o que recibamos un trasplante de órgano y nos tengan que inmunosuprimir…

 

¿Cómo le parece más justo repartir las vacunas?

Equitativamente desde el principio no es realista. Es lo mismo que cuando en los aviones explican las medidas de seguridad: en caso de despresurización, los padres han de colocarse la mascarilla antes de ponérsela a los niños. Sin embargo, una vez que hemos alcanzado un buen nivel de protección en los países más fuertes, tenemos que apoyar a los demás y llevarles dosis. No solo dinero. Dosis reales.

 

¿Qué papel juega la geopolítica en este reparto?

Los países anglosajones, por ejemplo, se resisten a compartir sus reactivos hasta que no esté el último de sus ciudadanos absolutamente protegido, aunque carezca de relevancia porque no presente ningún riesgo. Esta política, egoísta y muy agresiva, queda lejos de lo de la mascarilla de oxígeno del avión. China y Rusia realizan una labor de distribución de sus vacunas por muchos países para ganar influencia. Europa está a mitad de camino, pero más próxima a la postura de compartir.

 

CÓMO SE GESTA UNA VACUNA

A través del teléfono, su etapa formativa en Alemania se percibe como un periodo feliz, donde trazó las líneas de su carrera: «Allí empecé a entender no solo quién es el enemigo —los agentes infecciosos—, sino también cuáles son nuestras armas —nuestro sistema inmunitario—». Rememora, con tono pausado y notas alegres, a sus compañeros, con los que de vez en cuando continúa colaborando. Sin embargo, lamenta que «en ese país hay muchos fondos para investigación, pero muy pocas oportunidades para que las mujeres sean líderes en ciencias».

En España, en cambio, el sector atraviesa el túnel de la precariedad. Margarita del Val compara su trabajo con un cultivo: «No sirve anegarlo de agua, sino que hay que regarlo gota a gota y continuamente». Así concibe la investigación saludable: sin escudarse solo en planes de choque, sin considerar la inversión como una ayuda, sin supeditar la financiación basal a que se aprueben los Presupuestos Generales del Estado. Reclama estabilidad en las convocatorias y en la perspectiva de crecimiento, financiación sólida y flexibilidad: «Nos hemos dado cuenta de que los objetivos que se marcaron en mayo de 2020 habían caducado en marzo del 2021. La ciencia avanza así y no podemos prever con tres años de antelación. La gestión debe ser más flexible».

«La investigación es lo que nos ha sacado de esta pandemia», subraya la viróloga con firmeza. Las vacunas que han desarrollado los científicos en sus laboratorios han resultado ser la herramienta más eficaz contra el virus. Para algunas de ellas — Pfizer y Moderna— se ha usado una tecnología inédita, y para todas, precisa, ha resultado crucial la experimentación con animales.

 

Un virus mortal en el laboratorio

 

El único virus humano que se ha erradicado del planeta es la viruela. Después de la peste negra, se trata de la segunda enfermedad infecciosa más mortífera de la historia: se calcula que solo en Europa fallecieron cerca de sesenta millones de personas en el siglo XVIII. De modo que, cuando el médico inglés Edward Jenner encontró una variante de la viruela que lograba la inmunidad, comenzó una exitosa campaña de vacunación.

 

España cumplió un papel muy importante en esa labor. En 1803 Francisco Javier Balmis ideó una forma revolucionaria de trasladar el fármaco a otros continentes. Sin refrigeradores y con una travesía por mar que podía durar meses, se le ocurrió transportar la vacuna en personas vivas. Veintidós niños huérfanos, de entre tres y nueve años, embarcaron en una expedición que cambió la historia. Para mantener el círculo de conservación, cada cierto tiempo se extraía líquido de las pústulas del infectado más reciente y se inoculaba a otro niño sano. Así fue cómo la vacuna llegó a América y Asia. «Un ejemplo de filantropía», escribió Jenner.

 

La viruela no se dio por erradicada hasta 1980. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) muestra su preocupación por que se convierta en arma biológica. Dos laboratorios, de Estados Unidos y de Rusia, poseen muestras del virus en instalaciones de máxima seguridad biológica. Su destrucción, según un acuerdo firmado por ambas potencias, se había orquestado para 1993, pero se reculó tras un encendido debate. Desde entonces, la OMS ha retrasado cuatro veces su eliminación y ha aceptado su conservación temporal con fines científicos.

 

Los investigadores que defienden su existencia controlada advierten de que, en el caso de que se utilizase como arma de bioterrorismo, sería el único modo de actualizar la vacuna que la contrarrestase. La tecnología de biología sintética ha permitido crear el virus a partir de secuencias de aminoácidos publicadas, por lo que no se descarta la posibilidad de su reactivación. 

 

 

 

¿Cómo se desarrolla una vacuna?

Las fases de investigación son importantísimas y dan lugar a diversos modos de hacer vacunas. Las que se están comercializando están basadas en inducir anticuerpos frente a la proteína S de la espícula del virus, pero se pueden y deben reclutar más herramientas de defensa inmunitaria. Por ejemplo, hace unas décadas descubrí cómo crear una vacuna que protegía a ciertos animales de morir por la infección que provocaba un virus. Lo diferencial de la solución era que se lograba con inmunidad celular, o sea, en ausencia total de anticuerpos. Sabemos que ese proceso funciona. Algunas vacunas en desarrollo contra el covid-19 son más completas y siguen también este principio, en emplear más proteínas del virus para complementar los anticuerpos con una óptima inmunidad celular.

 

¿Por qué ha marcado una revolución científica el uso del ARN mensajero?

Las vacunas con ARN mensajero se estaban empleando en algunos ensayos clínicos pequeños, sobre todo contra el cáncer, pero era muy poco predecible cómo iban a funcionar ante una infección. No tenían recorrido en circunstancias normales por su inestabilidad y por su reactogenicidad [efectos secundarios que surgen en los siete días posteriores a la vacunación], que limita la dosis empleable y, por esta razón, restringe poder incluir más proteínas para enfrentarse a patógenos complejos.

 

¿Cuáles son sus ventajas con respecto a las biológicas tradicionales?

Es una tecnología sintética, lo que significa que no varían sus propiedades si cambia la secuencia. En las vacunas biológicas, una proteína es distinta de otra y, en cuanto modificas la secuencia, cambia radicalmente la proteína. Pero las de ARN mensajero que están autorizadas por las Agencias del Medicamento son muy sencillas, porque era necesario para que fuesen rápidas.

 

¿Han sido favorables para este desarrollo veloz las investigaciones previas en animales?

La experimentación animal es decisiva. Si con este coronavirus no hubiésemos contado con cuatro modelos animales distintos, probablemente los equipos de investigación, las empresas farmacéuticas y las pequeñas tecnológicas no se habrían lanzado a producir vacunas. Sin testar en animales, no nos podemos arriesgar con personas, porque podría ocurrir, como ha sucedido en otros casos, incluido el SARS1 en animales, que la vacuna predisponga a que la infección sea incluso más grave. [En 1967, por ejemplo, la vacuna diseñada para combatir al virus VRS, causante de bronquitis, agravó la enfermedad en los niños que la recibieron, e incluso provocó la muerte de algunos de ellos].

 

¿Se temía?

Era el principal temor. Por eso ha sido tan importante que funcionase en macacos, hurones, hámsteres y ratones. Después, en los ensayos clínicos, se evalúa la seguridad y si el sistema inmunitario responde. Durante las siguientes fases se va incrementando el número de voluntarios y de variables. Y en la última se analiza cómo es la respuesta frente a la infección real.

 

LAS PANDEMIAS QUE VIENEN

Cuando Margarita del Val mira al futuro de la ciencia en España, no es particularmente optimista. «Contamos con una buena escuela que no se ha cuidado, por lo que hay pocos investigadores expertos en enfermedades infecciosas y la mayoría tienen edad avanzada», dice. España ha colaborado en los ensayos clínicos de Janssen, en el proceso de producción de Moderna e investiga otras nuevas, pero la escasez de personal formado y de infraestructura ha dificultado la incorporación de una vacuna propia a las dosis que están aplacando la pandemia.

Curiosidad, rigor, una mente abierta, independencia y creatividad son las principales competencias que les recomienda desarrollar a los jóvenes científicos y en especial a las futuras profesionales. «He tenido la suerte de estar rodeada de mujeres investigadoras y, sin ser consciente, eso me ha hecho ver que era posible —explica Margarita cuando mira hacia atrás—. A las chicas les diría que, si disfrutan con la ciencia, sigan adelante. Encontrarán gente a la que le gusta lo mismo y harán proyectos interesantes y productivos que pueden beneficiar a la humanidad».

Parece que nos acercamos al epílogo de esta terrible experiencia. Sin embargo, «todavía hay quienes no están vacunados —constata Margarita del Val— y eso me preocupa. Lo más difícil es el perfil de riesgo tan fuerte de algunas personas. Al principio, se localizaba fundamentalmente en las residencias y en los hospitales; ahora el foco apunta a algunos jóvenes». Las vacunas, en opinión de la viróloga, «resultan la mejor opción: previenen gasto y, sobre todo, sufrimiento».

 

Margarita del Val reclama que la investigación en España se considere una inversión, en lugar de una subvención, como sucede en la actualidad | FOTO: César Hernández - CSIC comunicación

 

¿Venceremos al coronavirus?

No podrá erradicarse y probablemente tampoco tendrá sentido intentarlo. Está por todo el mundo y hay reservorios en animales. Del planeta se ha erradicado un virus en toda nuestra historia: la viruela. Está a punto de eliminarse la poliomielitis, de la que quedan solo decenas de casos en unas zonas muy concretas de Pakistán y Afganistán. El siguiente objetivo es el sarampión. El coronavirus, en cuanto tengamos inmunidad, va a ser mucho más suave. Además, forma parte del grupo de miles de agentes infecciosos a los que estamos expuestos cada día y cada hora. No vivimos en un entorno aséptico y estéril.

 

De modo que todos nos enfrentaremos a él.

La pandemia se ha producido porque el virus que se transmitía era nuevo y nadie tenía preparado el sistema inmunológico. Cuando ese entrenamiento ocurra, bien por infección o bien por la vacuna, perderá fuerza. Más adelante se irán infectando los niños al nacer, probablemente en los primeros años de vida, y no les pasará nada. Será como cualquier otra enfermedad respiratoria, que quizá repunta en invierno, o de la que habremos de estar más pendientes si, por ejemplo, nos han trasplantado un órgano.

 

¿Hemos fallado en prevención?

La salud pública es la cenicienta de la Sanidad, que ha resultado muy buena en el ámbito hospitalario. Sin embargo, está más desprotegida en atención primaria, donde debería contar con más apoyos y actuar de barrera. Si logramos una prevención temprana, seremos como Australia o Nueva Zelanda, que reaccionaron desde el principio con medidas drásticas, lo que les garantizó salud y protegió su economía.

 

Margarita del Val con compañeros científicos durante el post doc en Tübingen (Alemania), en 1988. En la fotografía aparece junto a los virólogos Antonio Alcamí, Carmen Simón y Fernando Almazán | FOTO: Cortesía de Margarita del Val

 

¿Qué se recordará de la actual pandemia dentro de unos siglos?

Espero que no se olviden dos puntos: que somos muy vulnerables como humanidad ante una nueva infección y que gracias a la investigación hemos salido de ella. La respuesta al coronavirus no se ha improvisado, sino que nos hemos basado en estudios previos. Esto hay que tenerlo muy claro. Hemos de estar muy satisfechos de lo que se ha logrado a través de la ciencia y la tecnología. También nos quedará el legado de la necesidad de una actuación precoz.

 

¿Qué enseñanzas podemos sacar ante futuras pandemias? 

En nuestra memoria lejana queda la gripe A, que nos dio la falsa sensación de que una pandemia no es tan seria. Después vino el zika, que se ha quedado en los trópicos, y el sida, que se sabe cómo prevenir y tratar. Existe una gran diversidad de agentes infecciosos. Sin embargo, debemos tener en mente que, igual que las vacunas son el mejor medicamento, más vale prevenir el dolor que curar. No hay que aguardar a que el sistema sanitario esté al borde del colapso, sino actuar muy pronto e invertir mucho en investigación de vacunas, de enfermedades infecciosas y en vigilancia, para conocer qué agentes están circulando. 

 

En 2003, el sudeste asiático se enfrentó al «hermano» del covid-19, el SARS-CoV-1, que también causaba infecciones respiratorias graves. «La actual pandemia es enrevesada —explica— porque se transmite de una manera asintomática, pero ha sido viable preparar una vacuna. Antes de elaborarlas, identificamos cuáles podían ser las incidencias que se presentasen, pero no se han producido y, precisamente por eso, las vacunas han estado listas antes de lo previsto». Ese es el motivo de que Margarita del Val advierta que esta pandemia no será la última. «Desconocemos cómo se desplegará la próxima gran enfermedad, pero debemos tener un poquito de realismo —indica—.  Las siguientes infecciones no resultarán tan fáciles».  

 

Vacunas españolas, una carrera de fondo

 

Luis Enjuanes tiene 76 años y dirige el laboratorio de coronavirus del CNB | FOTO: Emilio Naranjo - EFE

 

 

Desde el comienzo de la pandemia se vive una contrarreloj para hallar la vacuna contra el covid-19. Rusia registró la Sputnik V en agosto de 2020. La desarrollada por Pfizer/BioNtech se hizo realidad en diez meses. Existen 22 vacunas autorizadas en el mundo. Algunas voces se preguntan por qué España parece ir a la cola. Actualmente, en nuestro país, se trabaja en doce posibles vacunas. Aunque todavía ninguna ha recibido aprobación, entre las más adelantadas se encuentran las lideradas por tres científicos jubilados ad honorem del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). 

 

A principios de agosto, el salto a los ensayos clínicos en humanos de la vacuna de Mariano Esteban y su equipo del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) junto con Biofabri fue aplazado por la Agencia Española del Medicamento, con el objetivo de garantizar su seguridad. Esta vacuna está basada en una versión atenuada del virus Vaccinia, el mismo que se usó para erradicar la viruela, y le sería más fácil que a las vacunas de ARN acceder a las células, con un mecanismo más rápido que las de adenovirus.

 

Vicente Larraga, del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CSIC), trabaja en una vacuna de ADN recombinante. Una de sus ventajas es que la molécula de ADN es más estable y no requiere ultracongelación; por otra parte, puede reducir los efectos secundarios y es más barata. Ahora estudian la mejor forma de administrarla en humanos.

 

Una sola dosis por vía intranasal es la apuesta de Luis Enjuanes e Isabel Sola [Bio 91] en su laboratorio del CNB-CSIC: un ARN sintético con las mismas características del coronavirus pero sin capacidad de infectar ni transmitirse. Al ser un modelo nuevo, requiere más tiempo; el equipo de investigadores confía en poder entrar en las fases clínicas a finales de año. Sus puntos fuertes: la dosis de ARN inyectada puede multiplicarse hasta cinco mil veces en el organismo; las personas vacunadas no enferman y tampoco contagian el virus; al ser intranasal ofrece mayor protección en las vías respiratorias. 

 

Y fuera del CSIC, la farmacéutica Hipra avanza con una vacuna basada en proteína recombinante que defendería frente a todas las variantes conocidas y ya ha empezado a reclutar voluntarios para probarla. Esperan tener la aprobación de la Agencia Europea de Medicamentos en el primer trimestre de 2022.

 

Uno de los muros con los que se topan estos proyectos en España es la falta de financiación para seguir progresando: «Pasar de las pruebas en animales a los ensayos clínicos supone un salto de cientos de miles de euros a varios millones. Solo la primera fase de la investigación puede costar unos diez millones de euros», afirmó en mayo Mariano Esteban en un coloquio organizado por la Fundación Alternativas.

 

A estas alturas de la pandemia, ¿tiene sentido continuar invirtiendo esfuerzos y recursos en proyectos de este tipo? Los expertos coinciden en la respuesta: la elaboración de nuevas vacunas resulta necesaria para poder llegar a la población mundial por completo. 

 

Redacción NT

 

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