Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Yo fui un niño esclavo

Texto y fotografía:  Ana Palacios [Com 95]

Hay quienes consiguen escapar por la puerta de atrás de una vida con dueño; menores vendidos por sus familias a los que algunas organizaciones logran llevar a un lugar seguro donde crecer en libertad. La cámara de la fotoperiodista Ana Palacios [Com 95] fotografió entre 2015 y 2018 a más de cincuenta niños para documentar su proceso tras la esclavitud en Togo, Benín y Gabón.


Nota: para ver el fotorreportaje en formato galería, pinche sobre una de las fotos de la columna de la derecha (en el ordenador). En su teléfono las encontrará al final del artículo.
 

La incidencia de la trata de niños en África subsahariana es la más alta del mundo, y se concentra en el golfo de Guinea. La Organización Internacional del Trabajo indica que 72 millones de niños en esta región viven bajo alguna forma de esclavitud: es decir, uno de cada cinco. Sus propias familias, ahogadas por la extrema pobreza y una tradición que favorece esta práctica, los venden por cifras ridículas, 30 euros al cambio. Con esa cantidad encuentran consuelo y una justificación: así podrán alimentar al resto de la prole durante un tiempo. Además, los traficantes, con frecuencia parientes o amigos, disfrazan la compraventa como un favor enorme que se les hace a esa familia y al niño; les aseguran que irá a la escuela o aprenderá un oficio y, de esa manera, podrá mandar dinero de vuelta.

Cuando ya está en manos de esta persona de confianza, se diluyen todas las promesas y al niño se lo llevan lejos, a veces a otro país, para anular la tentación de escapar y volver a casa. Si lo conducen a zonas rurales, lo ofrecerán como mano de obra a algún terrateniente de campos de cacao, caña de azúcar o café. Si va a parar a la ciudad, será entregado a algún comerciante para los grandes mercados o le obligarán a ejercer como vendedor ambulante. Si es niña, lo más probable es que la explotación sea doble o triple, y acabe como empleada del hogar, ayudando en el negocio familiar y, además, sea víctima de abusos sexuales.

Trabajan de sol a sol, lejos de su lugar de origen, donde aumentan el desarraigo y la pérdida de identidad. Habitualmente sufren maltrato físico y psicológico. Sus «dueños» masacran todos sus derechos fundamentales y les provocan traumas profundos y difíciles de superar. Diversas ONG se esfuerzan para devolver a estos niños su infancia perdida.

 

Los niños protagonistas de este reportaje han elegido nombres ficticios para proteger su identidad. Este pequeño gesto libre simboliza el comienzo de una nueva vida en la que pueden tomar decisiones por sí mismos.

 

28 de julio de 2015, Area Grand Popo (Benín)

A Justin, de nueve años, le echó su madre de casa y le puso en manos de Félix, un zapatero. Trabajó para él durante meses hasta que le robó dinero y huyó para vivir en la calle. La policía lo encontró y lo llevó al hogar de Mensajeros de la Paz. En febrero de 2016, Justin estaba bajo la tutela del Centro de la Alegría Infantil, donde buscaban una alternativa para que pudiera volver a vivir con algún familiar, aunque fuera lejano, ya que el marido de su madre no quería que el niño permaneciese con ellos.

 

9 de noviembre de 2016, Kara (Togo)

Una forma de identificar a niños víctimas de trata es patrullar las calles de noche, cuando se agrupan para dormir y es más fácil para los educadores de las ONG charlar con ellos. Muchos de los que han escapado de situaciones difíciles están asustados. No creen que nadie les pueda o les quiera ayudar y prefieren vivir sin techo antes que ponerse en manos de otros adultos porque piensan que quizá se repita ese patrón de violencia. Tras varios encuentros con los educadores en la calle, su territorio, algunos acceden a ir a hogares de acogida y comienzan un proceso de escolarización y búsqueda de sus familias.

 

9 de noviembre de 2016, Hogar Inmaculee, Kara (Togo), Misiones Salesianas

Rouge ha dibujado cómo se ve en el futuro como parte de su terapia, bajo la supervisión de Félix, el psicólogo. Su padre nunca lo reconoció y su madre murió cuando tenía un año. Una tía lo trajo de vuelta al pueblo. Se instaló con su abuela, que no le podía alimentar, así que se escapó. El director de un colegio lo encontró hambriento y desnudo, y lo llevó al Hogar Inmaculee para que le cuidaran. En noviembre de 2016, Rouge estaba escolarizado, pero nadie lo reclamaba, así que se desestimó la reintegración.

 

16 de noviembre de 2016, Centro Jean Paul II, Kara (Togo), Misiones Salesianas

Le Ciel y L’Amour pueden descansar tranquilas. Hasta que llegaron al centro de acogida dormían en la calle expuestas a agresiones, robos y abusos. En este tipo de hogares los menores están a salvo. Su objetivo es reintegrarlos en sus familias, aunque eso no siempre es posible por diversas razones, como la extrema pobreza en la que viven. Si los parientes no pueden recibir de nuevo al niño, se busca una familia de acogida o se les enseña un oficio para que puedan valerse por sí mismos.

 

16 de febrero de 2016, First Beach, Cotonú (Benín)

En esta playa, los niños del Centro de la Alegría Infantil juegan al aire libre y disfrutan del  contacto con la naturaleza. Esta misma orilla vio partir durante siglos a millones de esclavos hacinados en barcos hacia el nuevo mundo. Hoy, estos niños pueden soñar con algo mejor. Algunos de ellos incluso logran acceder a la universidad. 

 

30 de julio de 2015, Centro de la Alegría Infantil, Cotonú (Benín), Mensajeros de la Paz

Es la una del mediodía, la hora de la siesta, pero prefieren jugar a superhéroes antes que dormir. En el Centro de la Alegría Infantil hay unos treinta niños. Es una casa de acogida y rehabilitación de menores víctimas de trata, abandono, orfandad, violencia y otras situaciones de vulnerabilidad. Muchos sufren terrores nocturnos, e incluso de día gritan y lloran sin razón aparente, consecuencia de experiencias traumáticas que han dañado su infancia.

 

16 de noviembre de 2016, Centro Jean Paul II, Kara (Togo), Misiones Salesianas

L’Amour y Pagne dicen que tienen trece años; es lo que aparece en sus papeles. En el centro Jean Paul ll les gestionaron el certificado de nacimiento y pusieron menos edad de la que probablemente tengan. L’Amour, hija de una prostituta con problemas mentales, estaba totalmente desatendida, y Pagne, acusada de bruja, fue expulsada de su pueblo. No iban al colegio hasta que llegaron. Si hubieran sido inscritas con su edad real, no podrían haber sido escolarizadas en las clases que les corresponden por el nivel de estudios que tienen: primaria.

 

9 de febrero de 2016, Sedje Denou (Benín)

Lavande y Marron ven desde el coche Sedje Denou, su pueblo, por primera vez desde que se los llevaron de aquí. Ella trabajó durante casi dos años como empleada doméstica y él en una tienda de galletas.  A ambos los han explotado y maltratado. A Marron le dieron en la cabeza con una barra de metal, pero pudo huir. Tras su paso por el Centro de la Alegría Infantil, en el que los han atendido física y psicológicamente, están listos para volver a casa. Sus familias, después de varias conversaciones con los educadores, se han comprometido a no venderlos de nuevo.

 

5 de febrero de 2016, Gbeko (Benín) 

El padre de Grenat firma con su huella la reintegración de su hijo en la familia. Todos en el pueblo saben que fue vendido como esclavo en Nigeria. Allí trabajó en una tienda de ultramarinos de la que escapó por las palizas que su patrón le propinaba. Ha vuelto como un héroe. Este acto de devolución del niño se hace delante de toda la aldea como testigo. Así, si los parientes venden de nuevo al niño, los vecinos pueden denunciarlos. Las ONG llevan a cabo un seguimiento durante dos años: visitan a la familia, charlan con los padres, el niño y el maestro para ver si va bien en clase.

 

Sobre la autora

 

Ana Palacios [Com 95] ha documentado en el proyecto «Niños esclavos: la puerta de atrás» la esclavitud, el rescate, la rehabilitación y la devolución a sus familias de menores víctimas de trata en África occidental, la región con más incidencia de esta lacra. El trabajo, realizado entre 2015 y 2018 en Togo, Benín y Gabón, consta de un libro, una exposición y un documental. Palacios convivió durante cinco meses con esta realidad en ocho centros de acogida de Mensajeros de la Paz, Misiones Salesianas y Carmelitas Vedruna en los que entrevistó a más de cincuenta niños esclavos.

La autora de este reportaje se dedica a la fotografía documental desde 2010, cuando abandonó la producción de cine internacional, en la que había trabajado durante quince años con directores como Roman Polanski, Ridley Scott o Jim Jarmush. Su obra, con la que pretende sensibilizar sobre comunidades vulnerables, se ha expuesto en los cinco continentes y se ha publicado en medios de todo el mundo. Palacios es también formadora sobre fotografía humanitaria en varios centros de estudios superiores, autora de tres libros y directora de un documental.