Dept. Q

Un noir escocés de almas heridas

9 de junio de 2025 3 minutos


Título original: Dept. Q
Año de emisión: 2025
Cadena original: Netflix (9 episodios de 60 minutos)
Emisión en España: Netflix
Creadores: Scott Frank y Chandni Lakhani

Buena parte del magnetismo que irradia Dept. Q, el último éxito de Netflix, proviene de una falsa disyuntiva: ¿qué importa más, resolver un crimen imposible o recomponer las almas heridas de quienes lo investigan? Desde su atrapante episodio piloto, la serie deja claro que no pretende reventar el noir escandinavo —trasladado aquí a Escocia y sus erres germánicas—, pero sí trabajarlo con personalidad visual, escritura seca y una sensibilidad emocional de amplio espectro.

La primera escena, grabada desde una cámara adosada a un casco de policía, propina un inesperado guantazo a mano abierta, así, sin anestesia: un tipo con un cuchillo clavado en el cráneo más una escabechina. A partir de ahí, la investigación de crímenes imposibles se desliza por una senda sombría, funesta.

Sin embargo, pronto entendemos que Scott Frank —el creador de las estimables Godless y Gambito de dama— apuesta por un relato sin prisas, donde lo importante no es tanto la espectacularidad del caso sino lo que se revela por el camino, pues está menos interesado en el crimen que en el daño. Dept. Q es, en el fondo, un relato sobre personajes descompuestos que buscan perdón, redención o una vía de fuga. Una de las mejores escenas resume esa pulsión: el detective Carl Morck (un contenido y poderoso Matthew Goode, a medio camino entre la misantropía y la obstinación) visita a su antiguo compañero en el hospital. Apenas hablan, pero el silencio se vuelve denso como plomo. Una mirada sostenida, un parpadeo prolongado… y el espectador comprende, sin que nadie lo verbalice, que el suicidio ha paseado por allí como un viejo conocido. Entre tanto espanto y enigma, Dept Q ofrece muchos de estos diálogos que vienen con su propio subtexto encriptado.

Esa densidad semántica que juguetea entre lo literal y lo metafórico no se limita a las conversaciones: impregna también la ambientación, los símbolos, las texturas. Morck es un hombre agujereado —en cuerpo y alma—, confinado a un despacho improvisado en unos antiguos lavabos, metáfora de su estado mental: un pasado mal cerrado, una culpa aún encharcada. Su nuevo destino —liderar una sección de casos sin resolver, los llamados cold cases en inglés— podría suponer un castigo o una vía de expiación. Pero aquí se convierte en algo más apetitoso: un laboratorio donde ensamblar rarezas, experimentar vínculos y volver a habitar el mundo.

El grupo que Morck reúne a su alrededor funciona como una suerte de familia bastarda: marginados con talento, inadaptados con intuición, cada uno con su herida, su manía y su don. No hay épica del outsider, sino más bien una labor de afinación: la serie logra que cada personaje vaya afianzando la armonía del relato con su ritmo y entonación propias. Este sabroso plantel de secundarios se ensancha con la doctora Curtis, interpretada por la siempre solvente Kelly Macdonald, una psiquiatra perspicaz que convierte sus duelos verbales con Morck en un toma y daca tenso y, por momentos, deliciosamente enrevesado.

El tono grisáceo de Edimburgo, la fotografía sin florituras y un montaje que respeta el tiempo de los personajes configuran una atmósfera más cercana al Top of the Lake de Campion o a la primera temporada de Broadchurch que al pirotécnico Criminal Minds. Incluso recuerda, en su forma de emparejar desarraigados y acentos, a la sensacional The Bridge.

Adaptación británica de la popular saga del danés Jussi Adler-Olsen, Dept. Q augura un largo recorrido, visto el éxito de esta primera temporada. No es una narración revolucionaria, pero sí sólida, algo muy valioso en estos tiempos de empacho, uniformidad y ruido en la cadena del tudum. Porque todos esos personajes que batallan para calentar crímenes antiguos también son gente herida tratando de hallar calor para sus propias grietas. Con la esperanza de que resolver un caso suponga, también, derrotar a los fantasmas internos que los asuelan. 


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