Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Aliados en la Norteamérica nativa

Texto y fotografía: José Luis González [Bio 91], Eduardo Huarte [Bqm 97] y Fernando Aranda [Bio 06].

Carambola del destino, la investigación doctoral ha llevado a José Luis González, Eduardo Huarte y Fernando Aranda, tres graduados de la Facultad de Ciencias, hasta el Lejano Oeste.


Brookings, Dakota del sur [EE. UU.]. George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln son los cuatro presidentes estadounidenses cuyas efigies están esculpidas en la roca del Monte Rushmore. Este monumento, uno de los más emblemáticos de Norte América, se encuentra aquí, en Dakota del Sur. ¿Quién no ha visto esas caras en películas o reportajes?

Otros tres presidentes, Bill Clinton, Barak Obama y Donald Trump son, respectivamente, quienes estaban al mando del país cuando José Luis González [Bio 91], Eduardo Huarte [Bqm 97] y Fernando Aranda [Bio 06], tres graduados de la Universidad de Navarra, llegaron a este pequeño estado, con unos ochocientos mil habitantes en un terreno equivalente a una tercera parte de España.

¿Por que José Luis, Eduardo y Fernando dejaron las playas de Cádiz y Barcelona o el verde de Pamplona por las llanuras de Dakota del Sur?

José Luis, el veterano.

Todavía recuerdo el día en que aterricé en el aeropuerto de Fargo (Dakota del Norte) en 1996, solo unos meses después del estreno de la película Fargo. Vine a cursar el doctorado en Mejora Genética Vegetal con la idea de regresar a España al cabo de tres o cuatro años. Pero conocí a la mujer que hoy es mi esposa, y el resto ya es historia. Actualmente, trabajo de profesor asociado en la South Dakota State University, donde compagino investigación y docencia —doy clases en los programas de máster y doctorado— con la dirección de las tesis de varios estudiantes. También estoy al frente del Laboratorio de Secuenciación Genómica, cuya puesta en marcha impulsé el año pasado.

A menudo me preguntan si echo de menos el mar gaditano. ¡Por supuesto que sí! Aunque, con el tiempo, he aprendido a apreciar la singularidad de este rincón de EE. UU. Conducir al atardecer por las desiertas y rectilíneas autopistas, sin ningún coche a la vista en todas las direcciones, me transmite la misma serenidad que cuando me sentaba en la playa para contemplar la puesta de sol sobre el océano.

Muchas personas sienten curiosidad por los inviernos en esta zona. Os confirmo que, efectivamente, es verdad casi todo lo que habéis oído: en enero la temperatura puede caer por debajo de los treinta o cuarenta grados bajo cero. Esas olas de frío extremo dan paso a mareas de calor en el verano; en julio, los termómetros marcan con facilidad los treinta o cuarenta grados sobre cero.

Pero, sin duda, lo que más intriga en España es el American Way of Life. ¿Realmente son como en las películas? Pues depende del film. Esto ya no es el antiguo oeste, aunque el carácter independiente persiste. Por un lado, el hecho de vivir en una región muy despoblada desarrolla la autosuficiencia. Y, por otro, lleva a mucha gente dedique su tiempo y su esfuerzo a labores de voluntariado, sin las cuales nada sería igual. En Brookings, por ejemplo, los bomberos son todos voluntarios. Y las actividades para jóvenes también salen adelante gracias a ellos. En mi caso, soy juez de mesa del USA Swimming —equivalente a la Federación Española de Natación— porque mis hijos participan en competiciones de natación.

Eduardo, el nómada.

Llegué a EE. UU. con la intención de quedarme un par de años y luego volver al Centro de Investigación Médica Aplicada de la Universidad de Navarra. Soy muy PTV (de Pamplona de Toda la Vida)—, y nunca me planteé estar fuera de casa mucho tiempo. Hubo cambio de planes. Después de tres años en la Universidad de Dartmouth, en New Hampshire, decidí alargar mi estancia un poquito más y hacer otro postdoc en Montana, cerca del parque natural de Yellowstone —el del oso Yogui—. Para entonces, ya le había cogido el gustillo a la vida americana: los espacios abiertos, las grandes distancias, sus contrastes... Así que, cuando conseguí una plaza de profesor en la Universidad de Texas en El Paso, no me lo pensé. Preparé las maletas de nuevo para cruzar el país casi de punta a punta. Dos años más tarde, surgió esta oportunidad en Dakota.

Once años y cuatro estados después de cruzar el charco por primera vez, me instalé en Dakota del Sur en agosto de 2015 para estudiar cómo las bacterias de nuestros intestinos (gut microbiota) interactúan y modifican el sistema inmunológico. Cualquier avance en el proyecto resulta muy complicado porque depende de si has sido capaz de recabar el apoyo económico necesario.

En mi tiempo libre aprovecho para disfrutar de la América rural y viajar a Chicago o Florida. ¡O escaparme a Pamplona, claro! En Navidad, no he fallado nunca. Dakota del Sur es uno de los estados menos conocidos del país. Más allá del Monte Rushmore, merece la pena visitar el monumento a Toro Sentado, el parque nacional Badlands o La casa de la pradera original.

Aunque Brookings se encuentra bastante aislada, compensa residir en esta pequeña ciudad. Su día a día gira en torno a la universidad, y es muy fácil conocer gente, sobre todo en verano, cuando las barbacoas florecen en los jardines. El centro del pueblo tiene mucho encanto porque parece sacado de una película del Oeste.

Mis amigos y mi familia suelen preguntarme por el billete de vuelta a Pamplona, y la verdad es que, cuando estamos a veinte grados bajo cero, a veces yo mismo me lo planteo. ¡El tiempo dirá!

Fernando, el recién llegado.

No aterricé en Dakota del Sur por casualidad. En enero de 2016 contacté a través del correo electrónico con Eduardo Huarte para comentarle la posibilidad de abrir una colaboración con los proyectos de investigación que él llevaba a cabo al otro lado del Atlántico. Me interesaba adquirir conocimientos sobre la microbiota y su implicación en las inmunoterapias del cáncer. Pese a no habernos conocido antes en persona, no deja de ser anecdótico que dos doctorandos de un mismo mentor, el Dr. Pablo Sarobe, coincidan en una población tan remota como Brookings.

Resulta bastante poco probable que la primera vez que una persona pisa Estados Unidos tenga como destino Dakota del Sur, esta parte de la América profunda donde al alzar la mirada no se ve más que el horizonte, donde el viento puede constituir un contratiempo cuando atizan las bajas temperaturas y donde todavía se respira un aire de la América nativa, ya que es el estado con más reservas sioux.

La naturaleza y el ritmo sosegado de Brookings hacen de esta pequeña localidad un lugar de desconexión perfecto. Durante mi paseo de camino al trabajo, encuentro ardillas, conejos, distintas especies de pájaros… Algo impensable en la vorágine de Barcelona. Por el contrario, su principal problema es la movilidad: no disponer de un vehículo para hacer la compra o para salir de la rutina los fines de semana se convierte en gran hándicap.

Sorprende la amabilidad de las personas, de quienes, sin conocerlas de nada, siempre recibes un gesto o un «How’s it going?», una cercanía que no ves en las grandes ciudades. Continuamente dispuesta a ayudarte, la gente de Brookings ha facilitado muchísimo mi adaptación.

Como curiosidad monumental, un campanario alto, que se aprecia desde casi cualquier zona del campus universitario, símbolo de la institución, y que, a modo de faro, sirvió para que me orientara los primeros días.

A unos treinta minutos a pie se puede llegar al centro del pueblo, el downtown, donde en ocasiones nos reunimos con la excusa de algún evento deportivo. Rodeados de gente que no entiende nuestras protestas o comentarios, desde una de las mesas del bar Cubby’s Sport, Eduardo y yo seguimos los partidos de fútbol del Osasuna y de la Unión Deportiva Las Palmas.

Pronto volveré a España a continuar mis investigaciones, con la experiencia ganada durante seis meses, y sin olvidar que en esta ocasión la ciencia me llevó al corazón de la Norteamérica nativa, la tierra sioux.