Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Josefina Gutiérrez [Far 69], graduada de la primera promoción: “Las personas mayores agradecen mucho el tiempo que les dedicas en la farmacia”

Texto Chus Cantalapiedra [Com 02] Fotografías Archivo Universidad de Navarra y Chus Cantalapiedra

Josefina Gutiérrez formó parte de la primera promoción de la Facultad de Farmacia, y sus hijas, Beatriz y María José Purroy, de las promociones XI y XII.


Con 18 años, Josefina Gutiérrez cogió sus bártulos y se trasladó de Santander a Madrid para hacer la carrera de Farmacia, algo poco habitual en una mujer en la década de los cincuenta. En 1971, ya casada y con dos hijas, abría su farmacia en el Paseo de los Enamorados en Pamplona, después de terminar sus estudios en la Universidad de Navarra. Por tanto, el próximo año cumplirá cuarenta años de vida laboral. Después de tanto tiempo despachando medicinas y viendo los avances de las composiciones se queda con uno de los remedios más tradicionales.

En este tiempo ha despachado miles y miles de medicamentos, ¿cuál es para usted el medicamento del siglo XX?
La Aspirina. El paracetamol fue un boom, pero para mí no es tan eficaz como el acetilsalicílico. Sin olvidar que hay que vigilar muy bien cómo lo tomas, siempre bien disuelto y después de haber comido. Sin embargo, la investigación avanza mucho y bien. Hay muchos medicamentos nuevos. Por ejemplo, muchos hombres con cáncer de próstata tenían hasta ahora una medicación inyectable cada tres meses. En cambio, ha salido otro producto que se inyecta cada seis meses, y que es más cómodo y efectivo.

¿Cómo llegó a ser farmacéutica?
Siempre me gustaron las Ciencias y tenía claro que quería hacer Exactas. Pero mi padre, que era mayor, vio que Farmacia era una buena opción para una mujer, sobre todo teniendo en cuenta mi situación: era hija única y no tenía madre. Estudiando Farmacia no tendría que depender de nadie. Estoy hablando de los años cincuenta y tantos. Se empeñó y, como en Santander no había facultad de Farmacia, me fui a Madrid. Estando allí me eché un novio que vivía en Pamplona. Nos veíamos dos veces al año, y así durante un tiempo. Hasta que me dijo: “O nos casamos y te vienes a Pamplona, o dejamos la relación”. Y aquí estoy.

¿Y la carrera?
Me fui a Pamplona sin terminarla. Me faltaban únicamente un par de Galénicas y una asignatura de Edafología. Pero como en la Universidad de Navarra se acababa de iniciar la carrera de Farmacia, tuve que esperar a que la primera promoción llegase a cuarto y quinto para poder examinarme. Para entonces tenía yo dos hijas.

¿Qué recuerdo guarda de sus años de estudiante en la Universidad?
Me acuerdo especialmente de don Félix Álvarez de la Vega. Él me ayudó a resolver las convalidaciones de mi expediente académico y me puso en contacto con gente de mi promoción como Pilar Igartua o Daniel Fos. Ambos eran los primeros de la clase, siempre sacaban sobresalientes. Sin el apoyo de don Félix nunca hubiera llegado a ser farmacéutica. Casi le debo mi profesión a él.

¿Por qué oficina de Farmacia y no un laboratorio?

Por aquel entonces no había mucha opción, y era a lo que me había encaminado mi padre. Abrí la primera farmacia en 1971 en esta misma calle (Paseo de los Enamorados, Pamplona), a unos metros de donde se encuentra ésta, poco tiempo después de que falleciera mi padre. Desde entonces me he dedicado de lleno a la farmacia, a mis tres hijas y a mi marido, claro.

¿Qué cambios ha habido en la profesión desde que abrió?

Todos los que quieras y más. Antes, hacíamos las recetas, las fórmulas y cuatro papeles. No llevábamos más que el libro de estupefacientes y el recetario. Y que cada uno llevara las cuentas como quisiera. Ahora tengo una auxiliar que se dedica sólo a las recetas y los pedidos, y muchas cosas que tengo que firmar yo me las llevo a casa. Ante la Administración tenemos que justificar absolutamente todo y hacer muchos papeles que en la farmacia no me da tiempo a hacer.

¿Doce horas no son suficientes?
Abrimos de 9 de la mañana a 9 de la noche, pero yo sólo estoy de 1 a 6 de la tarde. El resto del tiempo está mi hija, que también es farmacéutica, y las dos auxiliares. Pero la atención al cliente ahora requiere mucha más dedicación y no puedes empezar a hacer papeles y levantarte cada dos minutos. Ahora necesito más gente, no porque las ventas hayan aumentado, sino por toda la cantidad de trámites y gestiones que tenemos que hacer.

¿Como cuáles?

Tenemos que registrar en un libro oficial todos los estupefacientes que vendemos. Cada tres meses tenemos que llevarlo a la Inspección de Farmacia y justificar que hemos vendido tanto y que hemos comprado otros tantos. Cada fórmula con su PNT (Plan Normalizado de Trabajo) hay que guardarlo durante cinco años. Deberían idear un sistema informático que registre cuántos pedimos y cuántos vendemos sin necesidad de tener que pasarlo todo a mano.

Hay comunidades que ya disponen de un sistema informático coordinado con los centros de salud para evitar muchos papeleos…

Sí, automáticamente el farmacéutico podría saber las cantidades de medicación que tiene que tomar y durante cuánto tiempo sin necesidad de receta. Esto ayudaría al farmacéutico. Sabe que aún le queda tanto o que le falta de una u otra medicación antes de que tenga que volver a ir a su médico. En Navarra se empezó a plantear hace unos años, pero no he vuelto a escuchar nada. El sistema informático tiene sus ventajas pero no deberíamos depender exclusivamente del ordenador, porque el día que se estropea o hay un corte eléctrico, ¿qué hacemos?

¿Usted cree que compensaría?
Esta es la forma de que haya un poco más de organización. Es el modo de llevar más controlado el hecho de que las personas tomen lo que deben. Ahora viene una persona mayor, me dice que se ha quedado sin pastillas y no sé si es verdad o no. Al pensionista, por naturaleza, le gusta tener medicación de sobra en casa.

La atención al paciente requiere ahora más dedicación, ¿a qué se debe?
Antes no se atendía haciendo tanto hincapié en las cosas y con tanta intención de enseñar. En los centros de salud los médicos dedican entre cinco y diez minutos a cada paciente y estos muchas veces llegan aquí sin saber muy bien lo que tienen que tomar ni cómo. Tanto si se lo han explicado como si no, te lo preguntan igualmente. Explicar bien las cosas lleva tiempo.

¿Cómo es la relación entre el médico y el farmacéutico?
Nunca ha llegado a ser excelente, ni como debiera ser. Nosotros somos el último eslabón de la cadena. Los medicamentos muchas veces están mal prescritos. En algunos casos falta la fecha de la receta o la que pone no es la del momento. Y en otros casos falta la posología para poder asignar una cantidad de medicación. En estos casos, ¿qué hago?, ¿llamo al médico? Pues a lo mejor una vez me contesta, pero a la siguiente dirá que soy una pesada.

Realmente, ¿compensa esa dedicación en las explicaciones?
A mí, sí. Intento que las cosas se hagan bien. Me gusta, y por eso lo hago.

Sí que es cierto que esa fidelidad a la farmacia, como a la panadería o a otro establecimiento de barrio que existía antes, quizá se ha ido perdiendo. Hoy compran aquí y mañana allí…
La gente joven es la menos fiel a las farmacias. Es la que podría andar trescientos metros en lugar de cien, porque es joven y no en cambio el señor mayor que va con su bastón y se mueve malamente. Por la zona en la que está situada nuestra farmacia, tengo mucho cliente que es mayor y pensionista. Hoy, precisamente, nevando, ha venido uno y le he dicho: “Pero, Fulanito, ¿cómo se le ocurre venir con este tiempo?” Y me ha dicho: “Es que tengo que andar y ya de paso que me tomen la tensión”. A este señor le da igual que nieve o que no. Viene siempre aquí, y pasa por otras dos farmacias antes de llegar. Pero tiene su farmacia de confianza. Agradecen mucho el tiempo que pasas con ellos. La gente joven, pues sí, gracias, estupendo y adiós.

¿Qué puede aportar un farmacéutico que no pueda dar un auxiliar?
El farmacéutico entiende la composición, las interacciones, la forma de administración... pero realmente hay cosas de dermofarmacia que con interés y experiencia se pueden aprender igual. Yo tengo una auxiliar desde hace cuarenta años que acude a los cursos de formación y conferencias de dermatología que organizan los laboratorios. Se sabe de memoria qué lleva cada cosa y con el dermoanalizador puede decirte el tipo de piel que tienes y ver qué es lo que puede ir a cada caso. Lo hace mejor que yo. Si hay alguien que se quiere meter en más profundidad sobre la composición química, entonces salimos mi hija o yo y se le explica de forma más técnica.

¿De ahí la importancia de que siempre haya un farmacéutico? Antes no era obligatorio…

Bueno, yo he sido de las “tontas” que he estado siempre en la farmacia. Para mí, la profesión ha sido lo primero después de mi familia. Gracias a Dios he tenido buena salud, e incluso, cuando tuve a mi tercera hija, me incorporé una semana después de dar a luz. Prácticamente la he criado en la farmacia.

Tiene que ser muy satisfactorio poder decir que ha podido compatibilizar su vida laboral con la familiar, sobre todo hace treinta años…
Sí. Cada día lo complicamos más. He tenido que trabajar muchísimo. Además yo no era de aquí y no tenía familia con quien poder dejar a las niñas. Por las mañanas venía corriendo después de llevarles a clase a las 9. Y a mediodía tenía que volver a ir corriendo para que comieran y para que fueran a francés e inglés, antes de entrar a trabajar por la tarde. Pero no me da ninguna pena. He disfrutado muchísimo. Si me meto en una cosa, me meto de lleno y con todas las consecuencias. Ahora me dicen: “¿Por qué no dejas de ir a la farmacia?”. Yo, al ser autónoma, en principio no tengo límite de edad para jubilarme. Así que, mientras la cabeza me funcione, pueda trabajar y ayudar, seguiré viniendo.