Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Daniel Rosino: «La lectura no es un reflejo de la vida: es vida en sí»

Texto Lucía Martínez Alcalde [Fia 12 Com 14] / Fotografía Manuel Castells [Com 87]

Henry D. Thoreau, escritor estadounidense del siglo XIX, vivió durante casi tres años en la ribera del lago Walden (Massachussets), en busca de una vida sencilla y en contacto con la naturaleza. De ahí surgió el libro Walden, la vida en los bosques. A finales de 2013, Daniel Rosino [His 98] inauguró la librería-café Walden, donde las estanterías de roble talladas a mano y las mesas de nogal recuerdan a una cabaña en medio de un bosque. Walden quiere ser un refugio donde se pueda —en palabras de Thoreau— «extraer toda la médula de la vida».  


«Llega más lejos quien no sabe adónde va» es la frase que aparece en la página de Facebook de Walden. ¿Quién es su autor? ¿Podría decirse que esta cita es el lema de la librería?
Yo se lo leí a Jünger. La frase no es suya pero él la cita. Vivió ciento dos años y enterró a sus dos hijos: el mayor se suicidó, el otro murió en la Segunda Guerra Mundial, y entre sus papeles encontraron esta frase y se le quedó a Jünger marcada. Cuando la leí me impactó, y la frase me parece absolutamente maravillosa: todo es un no saber, y así avanzamos. Probablemente va de acuerdo con mi carácter y mi modo de ver las cosas: al final las cosas te conmocionan cuando hay una resonancia interior. 

Abrir una librería se le ocurrió al terminar la carrera de Historia, pero, ¿siempre pensó que sería así, que sería Walden?
En un viaje en el otoño tras acabar la carrera tuve el chispazo de abrir una librería, contando con que tenía un local de mis padres en el centro de Pamplona. Más tarde, la librería se formó poco a poco dentro de mí. Ha coincidido que encontré a una persona que hablaba mi mismo idioma, Aser Longás [Arq 08]. Nos entendimos muy bien y el diseño surgió de la manera más natural que podíamos pensar. Aser me ayudó a crear esta especie de «cabaña» estilo Walden, una librería-bosque. Le regalé el libro cuando empecé a contarle esta historia, a principios de 2013, aunque en el fondo él ya lo llevaba dentro. Yo leí el libro muy joven, a la vuelta de ese viaje: me encontré Walden y me ha acompañado desde entonces. La idea de que la librería se llamara así la apunté en algún cuaderno, uno o dos años antes de abrir la librería, recuerdo que pensé: «Esto, si existe, ya tiene nombre», aunque aún era una especie de locura. Pero, bueno, los lectores somos un poco así. 

¿Estudiar Historia tuvo algo que ver con este proyecto?
Aunque me matriculé en Historia, siempre me han gustado las Humanidades en general, así que durante la carrera intenté ir teniendo diferentes enfoques: por ejemplo, en cuarto de carrera teníamos más asignaturas de libre configuración y aproveché para cursar  varias de Filología. En concreto todas las que tenían que ver con historia de la literatura: con Francisco Crosas, Ignacio Arellano, Rosa Fernández Urtasun, Carmen Pinillos… También tuve la oportunidad de conocer a profesores de Filosofía, como Lourdes Flamarique, porque a veces nos juntábamos a leer. Eran grandes lectores de novelas, y creo que eso es algo importante en los profesores.

¿Cómo fue su trayectoria profesional antes de fundar Walden?
Estuve siete años en la Librería Gómez, en Pamplona, allí aprendí el oficio. De esa etapa me llevo sobre todo los compañeros: ahora seguimos en contacto, todos estamos un poco locos por los libros. Fueron unos buenos años, también duros, de mucho trabajo, de aprendizaje. Era la primera vez que trabajaba de cara al público, y eso es una experiencia interesante y afecta también a tu vida. Vas descubriendo un lenguaje, una manera de comunicarte, de hacerte entender.

¿Por qué librería-café y no solo librería?
Lo del café surgió a última hora. Pensé que había que darle un añadido, un complemento a la idea de la librería. En aquellos tiempos de decisiones leí una entrevista a un librero y él decía que las librerías tienen que ser un sitio donde la gente no solo pase y compre un libro sino que pueda estar. Eso también fue un chispazo y pensé: «A pesar de que el espacio que tengo es pequeño, hay que sacar algo así como sea». Por eso planteamos el café y los sitios para sentarse: para propiciar que la gente se encuentre.

¿En Walden podemos encontrar libros de todos los géneros o hay alguna preferencia?
Podría decirse que es una pequeña librería de Humanidades. Tengo Literatura, ensayo clásico, Filosofía, Historia, Arte, Música, biografías, religiones y también el ensayo transversal, que es algo medio político, medio económico, social… También alberga una sección de Ciencia. En el fondo son los temas humanísticos. 

¿Se considera un privilegiado por haber podido unir su negocio con su pasión?
Si no hubiera hecho esto, estaría en cualquier sitio, y tampoco me consideraría un desafortunado. Pero sí que me siento agradecido: me lo he montado así y estoy contento. Hago lo que me gusta y no respondo ante nadie. Esto también es muy del espíritu de Thoreau.

Se habla mucho de la crisis del sector. En España, el 55 por ciento de la población no lee casi nunca o solo a veces. ¿No le daba miedo lanzarse?
Miedo no es la palabra. Un poco de respeto por el salto al vacío, sí. Porque yo sabía lo que podía dar de mí, y sabía que, si hacía las cosas medianamente bien, podía salir adelante, porque conocía el oficio y el sentimiento de la gente. Lo único que iba a perder si salía mal era eso: un poco de «pasta», porque invertí los modestos ahorros de un sueldo que ni siquiera era de mileurista, y alguna ilusión. Era respeto y era atención, atención a cómo están las cosas y a no hacer tonterías. Yo ya sabía dónde me metía. Sabía qué es lo que este negocio puede dar de sí  y, sobre todo, qué es lo que no puede dar.

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