Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Manuel Casado: «El profesor tiene que saber cuándo a un alumno le brillan los ojos»

Texto: Leyre Santos [His Com 22] Fotografía: Manuel Castells [Com 87] y Archivo Fotográfico  

Manuel Casado es experto en decir que sí a la Universidad de Navarra. El teléfono sonó en 1976, cuando se incorporó al claustro; en 1977, cuando le nombraron director de Estudios; en 1984 como decano; y de nuevo en 1997, cuando le ofrecieron ser vicerrector. Y siempre dijo que sí. El profesor Casado ha consagrado su vida a la lengua española y a la Universidad.


Los de la maleta

 

Don Ismael Sánchez Bella llegó a Pamplona en 1952 con una maleta y el sueño de comenzar la Universidad de Navarra. La serie Los de la maleta muestra a los protagonistas de los primeros años de nuestra historia. Las entregas anteriores a esta son::

 

Entrevista a Francisco Ponz (número 705)

Constructores de un sueño (número 706)

Entrevista a Ignacio Araujo (número 707)

Entrevista a Pilar Sesma (número 707)

Vamos a dar esta clase (número 708)

Sevilla, primavera de 1976. Tres meses antes del comienzo del nuevo curso en Navarra, Manuel Casado almuerza en el Puesto de los Monos, en plena avenida de La Palmera, junto al Colegio Mayor Guadaira, con Carlos Soria y con Juan Francisco Montuenga, administrador de la Universidad. El profesor Soria, al que Casado llamará años después «encantador de serpientes», trata de convencerle de que se traslade a Pamplona a dar clase de Lengua a futuros periodistas, sin abandonar sus raíces filológicas. Y lo consigue.

Carlos Soria, entonces decano de la Facultad de Ciencias de la Información, tenía una misión: armar un equipo docente de periodistas con formación universitaria que compartiera su afán con otros profesores de las materias humanísticas clásicas. En aquella época, el campus se encontraba en gran parte  todavía por hacer y fue la idea de participar en el desarrollo de la Facultad lo que le atrajo. «La Universidad de Navarra no tenía tanta solera y tradición de siglos como la de Sevilla —cuenta Manuel—, pero ahí precisamente residía el atractivo: como argumentaba Soria, aquí se podían llevar más iniciativas innovadoras que en otros centros ya consolidados». 

Manuel llegó a Pamplona el 14 de septiembre de 1976. En un par de semanas arrancaría el curso académico, y este extremeño de Don Benito tuvo que adaptarse rápido. «Muy pronto hizo amigos entre sus colegas, descubrió las particularidades lingüísticas de la zona y comenzó a patear los montes y senderos de la Cuenca de Pamplona», recuerda Soria

De dar clase a filólogos, como había hecho en Sevilla durante su doctorado, el joven profesor pasó a enseñar a futuros informadores. «En estas aulas ponía el énfasis en la corrección idiomática, la argumentación, la eficacia —que no está reñida con la belleza expresiva—, y no tanto en las cuestiones lingüísticas teóricas». Le supuso un reto y, en sus primeros catorce años en el campus, desde 1976 hasta 1990, fue corrigiendo constantemente el rumbo: «El profesor tiene que saber cuándo a un alumno le brillan los ojos, cuándo le engancha la asignatura. No tuve tiempo de aburguesarme. En cierto modo, siempre estuve en crisis de crecimiento; la crisis del aprendiz».

 

EL AULA 11 DEL EDIFICIO CENTRAL

Su primera clase debía de rondar los ciento cuarenta alumnos, casi el doble del actual grado en Periodismo. Fue en el aula 11 del edificio Central, en la ampliación del Aula Magna, aunque Casado recuerda haber impartido también algunas clases en la Escuela de Arquitectura. 

Mercedes Montero, profesora de Historia en la Facultad, pertenece a esa primera promoción de Casado: «Era nuestro profesor más joven. Me hubiera gustado saber apreciar mejor aquello, porque nos daba rigor a la hora de escribir».

En sus primeros años, el profesor Casado obligaba a sus alumnos a estudiar el Esbozo de Gramática de la Real Academia Española. Con el tiempo, acabó por escribir un breve manual específico para su asignatura. El castellano actual: usos y normas, ya en su 11.ª edición, sigue siendo el primer libro que se recomienda a los alumnos de Comunicación. Lo llaman «el Casado».

La Facultad tenía entonces un núcleo duro de profesores excepcional que le ayudó a aprender las particularidades del lenguaje periodístico. Fernando González Ollé, filólogo y catedrático de renombre internacional, le descubrió el mundo de la lexicología. «Otros colegas, como José Luis Martínez Albertos y Julio Martínez Torres, que llegaría a ser director de Diario de Navarra, le familiarizaron con el idioma de la prensa: géneros, diseño, terminología…», cuenta Carlos Soria.

 

 

En la Facultad daba clase un buen puñado de celebridades que siguen citándose en las aulas. Alfonso Nieto, Luka Brajnovic, Francisco Gómez Antón, Esteban López-Escobar, Gonzalo Redondo, Ángel Faus, Juan Antonio Giner, o el propio Carlos Soria, fueron algunos de los grandes maestros que Casado se encontró en el claustro como colegas. «En esa época, más que aprender de lo que te decían, aprendías de ellos mismos. Sus testimonios me dieron amplitud de miras y eso, en plena Transición, me ayudó mucho», explica Montero.

Los profesores invitaban a la reflexión. La actualidad de aquellos primeros cursos de Casado fue frenética; coincidió con los años de plomo de ETA. «Vivimos tiempos socialmente complicados, que enfrentaban incluso a los alumnos. Hoy, en general, los cursos son balsas de aceite, pero, entonces, cualquier cuestión que se planteaba, como el paso del ecuador o la fiesta de fin de carrera, era motivo de confrontación», apunta Casado. Uno de sus alumnos fue Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA en 1995, al que califica como «un estudiante muy inquieto políticamente, muy implicado en la vida pública».

Montero coincide con Casado. Ella lo vivió como alumna. Mientras estudiaba, ETA puso dos bombas, en 1980 y en 1981. A partir de la segunda, se instauró el uso de carné a la entrada.

Desde siempre, la de Ciencias de la Información fue una Facultad que se planteó el propósito de prestigiar la profesión y elevar el listón de la vida pública. El objetivo era que los jóvenes se hicieran preguntas. «Las facultades de arriba —las de Ciencias— tratan de añadir años a la vida. Las de abajo —las de Letras— procuran añadir vida a los años. Que la gente lleve una vida más rica, con mayor densidad, gozo y belleza. Una vida más armónica. Lo cual no quiere decir que los de arriba solo se preocupen de que la gente coma bien y se cure. La persona es una unidad en la que el espíritu, la mente y el cuerpo constituyen algo único. Hay palabras, ideas, que tienen una virtud curativa más sustancial que una fórmula química», dice Casado.

 

EL GOBIERNO COMO SERVICIO

En 1977, un año después de llegar a la Universidad, Casado recibió otra llamada de Carlos Soria. «Oye —le dijo—, si no tienes inconveniente, y no quiero que tengas inconveniente, vas a ser el director de Estudios, en sustitución de Francisco Iglesias». Después, en 1984, Casado reemplazó al profesor Soria como decano, y se encargó de fichar a la siguiente generación de profesores de Ciencias de la Información.

Y no resultó tarea fácil. «Esta universidad es una casa con dueño —explica—; tiene identidad propia, una visión definida, compatible con la pluralidad de escuelas científicas. Y eso se nota, claro. Cuando uno piensa en posibles candidatos, valora que conozcan y respeten la cultura de la propia universidad».

Entre 1984 y 1990, se incorporaron muchos de los actuales profesores. Casado los tuvo de alumnos a todos: al actual rector, Alfonso Sánchez-Tabernero, a Mateye La Porte, a Mercedes Montero, a Ana Azurmendi… También era alumno —aunque ya de segundo, un aventajado— José Javier Sánchez Aranda, que hoy es el más veterano. Y otros que marcharon a otras universidades: Paco Sánchez, Norberto González Gaitano o Alfonso Méndiz. «Intuitivamente, se seleccionaba a gente con entusiasmo por la Universidad», dice. Mercedes Montero, que leyó la tesis en 1991, recuerda su habilidad para elegir talento: «Él empezó a fichar a mujeres. Junto a mí, tantas otras. A mediados de los noventa, al cerrar nuestra etapa como ayudantes, nos dieron la oportunidad de ocupar cargos de responsabilidad en la Facultad. Entramos porque él tenía esa convicción personal».

 

UNA PAUSA PARA VENTILAR

Manuel Casado se trasladó en 1990 a la Universidade da Coruña. Se fue allí para, como dice él, ventilarse. A él le gustan esos sitios donde corre el aire, donde la gente llega y se marcha tras enriquecerse con nuevas experiencias; donde los profesores tienen la oportunidad de colaborar con colegas de otros lugares. Eso quiere para la Universidad. «Me hacía ilusión concurrir a una plaza de catedrático en mi especialidad: Lengua Española». No era la primera vez que lo hacía; en 1978 había obtenido plaza de profesor titular en la Autónoma de Barcelona. 

Cuando ya pensaba que se jubilaría en las plácidas tierras gallegas, sonó el teléfono de nuevo. En esta ocasión, José María Bastero, el rector en 1996, le dijo: «Ven y te comento». Quería que fuera el nuevo vicerrector de Profesorado. Y Casado volvió a Navarra, donde compaginó este cargo con la docencia. Ya no impartió clase a periodistas, salvo ocasionalmente: su cátedra era de Filología Hispánica.

Las responsabilidades de gobierno, a menudo, le ocupaban más tiempo del que le gustaba. A pesar de que, para un profesor, lo más gratificante es dar clase e investigar, piensa que deben ser los docentes los que dirijan el rumbo de las universidades: «Si los puestos clave los ocuparan técnicos, tendríamos empresas». 

 

 

Al regresar a Navarra, Casado encontró una Universidad cambiada: «La gente había crecido». Nada más llegar, descubrió el nuevo edificio de la Facultad de Comunicación, que ya no era solo de Periodismo, sino que también acogía a estudiantes de Comunicación Audiovisual y de Publicidad y Relaciones Públicas. Y un edificio de Bibliotecas a punto de inaugurarse.

Casado ocupó el cargo de vicerrector hasta 2007. Paralelamente, le nombraron académico correspondiente de la Real Academia Española. Poco a poco, a medida que se iba acercando su jubilación, se fue centrando, como investigador principal,  en el proyecto «Discurso público» del Instituto Cultura y Sociedad.

A pesar de estar jubilado desde septiembre de 2019, sigue acudiendo a su mesa de la biblioteca. Está terminando un manual sobre semántica léxica del español. Como profesor emérito, se atreve a aventurar el futuro de la Universidad: «Va a tener más importancia de la que pensamos, porque es una universidad que no ha abdicado de su objetivo de buscar la verdad en todos los órdenes de la vida, y de ofrecer algo que esté a la altura de la sed humana, consciente de que, como dice el papa Francisco en su última encíclica, “si se renuncia a la verdad, se da la primacía a la fuerza”; o sea, que el relativismo no es la solución». Cuenta Casado que, cuando el cardenal Ratzinger, futuro Benedicto XVI, visitó el campus en 1998 para recibir el doctorado honoris causa, se dio cuenta de ese “algo” especial de la Universidad: «En ningún otro lugar he percibido el ambiente interdisciplinar que veo aquí». Eso hace, según nuestro profesor, que el conjunto de la Universidad de Navarra sea superior a la suma de las partes que la integran.

 

 

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