Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

«Acabaremos viviendo en Marte antes que solucionar los problemas ambientales de la Tierra»

Texto: Laura Juampérez [Com 05] / Fotografía: Manuel Castells [Com 87]

Osvaldo Peinado (Mendoza, Argentina, 1966) era el coordinador, hasta 2015, del equipo que supervisa a los astronautas en la Estación Espacial Internacional. Invitado de la III Lección Albareda de la Cátedra Timac Agro-Universidad de Navarra, este ingeniero aeroespacial se sinceró ante más de 200 estudiantes en la Facultad de Ciencias: «Estamos invirtiendo más dinero en llevar una misión fija a Marte que en salvar el Amazonas».


¿Cómo llegó a coordinar un equipo internacional del que depende la vida de los astronautas en el espacio?
Estudié Ingeniería en Computación en la Universidad de Mendoza. Nada más terminar, en 1990, la NASA me contrató para realizar trabajos de teledetección en Washington. A raíz de mi participación en un congreso me ficharon para hacer esto mismo en Alemania. Aterricé en 1991, dos años después de la unificación del país, en  Leipzig [zona oriental]. Aquello era otro planeta, literalmente hablando: no había publicidad, ni tiendas de ropa, ni carteles luminosos, ni hoteles… Todo estaba en ruso y en alemán. Al mes de llegar abrieron el primer McDonalds y la gente hacía colas de varias horas para entrar.

¿En qué consistía la teledetección a comienzos de los noventa?
En el caso de Alemania, este sistema les sirvió para solucionar varios problemas ambientales muy graves. A causa de la lluvia ácida y de las industrias más contaminantes, el agua de los pozos de minería y de los ríos estaba completamente sucia. Ciudades como Bitterfeld mantenían las luces encendidas durante el día debido a la densa niebla de contaminantes, que obligaba a los ciudadanos a llevar máscaras por la calle. Nuestra labor era obtener imágenes por satélite donde se observaba el nivel de contaminación en bosques y lagos. También colaborábamos con los equipos de cartografía responsables del catastro alemán. Su objetivo era devolver bienes expropiados durante la Segunda Guerra Mundial y el período comunista. Aunque íbamos de un lado a otro con una mochila de treinta kilos cargada con el GPS, me encantaba mi trabajo. Por eso decidí comenzar el doctorado en Ciencias Espaciales en la Universidad de Múnich en 1996.

¿Fueron ustedes los precursores de la tecnología de geolocalización como la que, por ejemplo, utiliza Google Maps?
Realizamos los primeros GIS (Geographical Information System) usados para situar calles, hoteles y otros servicios en las ciudades. Entonces era algo muy novedoso. Cuando me doctoré, en 1999, quise volver a mi país para aplicar allí todo lo aprendido. Al cabo de cuatro meses de búsqueda de empleo, y tras escuchar reiteradamente que mi currículo era demasiado completo, regresé a Alemania. Dos días después me ofrecieron un puesto en la Agencia Espacial Alemana.

¿Qué cometido le adjudicaron en ese centro?
Entonces la Agencia Europea llevaba varios años desarrollando el módulo espacial Columbus, que tenía que viajar a la Estación Espacial Internacional (EEI) en el quinto centenario de la llegada de Colón a América, en 1992. Finalmente, el Columbus despegó en 2007 debido a varios incidentes, como la explosión del transbordador espacial Columbia, en 2003, en la que fallecieron sus siete tripulantes. Mi objetivo inicial en la Agencia era realizar los test al Columbus y a los astronautas antes de enviarlos a la EEI. La estación se encuentra en construcción desde 1998 y es el único centro de investigación en la órbita terrestre, gestionado por una entente internacional y habitado por astronautas de distintos países desde el año 2000.

Y lo nombraron jefe de operaciones en tierra a escala internacional.
Al principio, mi papel se basaba en echar a andar todos los protocolos y equipos, unificar procesos, etcétera, ya que Europa no tenía nada listo para poder enviar a sus propios astronautas a la EEI. Al mismo tiempo, el trabajo que se hace desde las distintas agencias espaciales (norteamericana, rusa, japonesa, canadiense, china y europea) se ha centralizado para que todo funcione bien en la EEI. Mi tarea consistía en coordinar, para Europa, lo concerniente a la preparación y seguimiento de los astronautas durante su estancia en la EEI.

¿Cómo es el proceso de selección y entrenamiento de los astronautas?
Hasta tres mil aspirantes concurren en las convocatorias europeas y solo dos o tres de ellos resultan elegidos, tras superar las pruebas físicas y psicológicas. Después se entrenan una media de cinco años, pero nada garantiza que vayan a volar. En la actualidad solo es posible enviar a tres astronautas a la vez. Hasta 2011 los Space Shuttles norteamericanos permitían subir a seis personas al mismo tiempo, pero Barack Obama frenó este programa por sus elevados costes.

Finalmente la carrera espacial sigue dominada por EE. UU. y Rusia. 
Exacto. De los tres tripulantes que pueden subir con las cápsulas rusas Soyuz, normalmente uno siempre es ruso, otro es estadounidense y el tercero rota entre Japón y Europa. Los chinos querían participar en la Estación, pero EE. UU. se opuso, de modo que el gigante asiático optó por construir su propia EEI. Su tecnología es realmente una copia de la rusa, que hoy por hoy sigue siendo la que menos fallos comete. Quizá alguien recuerde cómo en la película Gravity (ganadora de siete premios Óscar en 2014) Sandra Bullock tiene que pasar de la EEI a la Estación China y allí sabe manejar todos los aparatos. Esto es real porque son clónicos. Solo cambian los rótulos en chino y la pintan de blanco. 

¿Qué característica resulta crítica en la selección de los astronautas?
Como cualidad principal destacaría que sean capaces de mantener la calma en situaciones de máxima tensión. También deben estar preparados para convivir entre seis meses y un año y medio con personas de culturas diferentes en un espacio de tres metros de diámetro por treinta metros de largo. Si te enfadas con el otro tripulante, no puedes salir fuera a que te dé el aire. En los centros de Colonia, Houston y Moscú, médicos y un equipo de psicólogos están alerta por si sucede cualquier cosa. En los doce años que trabajé como coordinador, nunca tuvimos que bajar a nadie por una urgencia médica. No obstante, siempre hay tres módulos Soyuz disponibles para poder regresar. En realidad, la mayoría de los astronautas están encantados cuando se produce algún retraso y deben quedarse varias semanas más.

¿Alguna vez ha tenido que resolver una situación en la que estuvieran en juego vidas humanas?
En el espacio el peligro se vive con otra escala de presión y de tiempo. Atendí varias llamadas, siempre de madrugada, que comenzaron con un «Osvaldo, tenemos un problema». Fueron pequeños conatos de incendio en la Estación, o la posibilidad de que una basura espacial impactara contra ella. En esos momentos tienes tres minutos como máximo para tomar una decisión y valorar cuál es el riesgo real, si es necesario evacuar a los astronautas, si se deben apagar los experimentos, etcétera. Los experimentos que se desarrollan en la Estación cuestan varios millones de dólares —en especial los biológicos y químicos— y, si abres la cabina para despresurizarla y apagar el fuego, lo más probable es que se estropeen. Por supuesto, existe un protocolo de actuación muy detallado, que debes conocer tan bien que nunca más lo tengas que consultar: solamente aplicarlo en unos pocos segundos y de forma rigurosa.

Parece bastante estresante.
Por ese motivo lo dejé. Me pasaba nueve meses fuera de casa en Houston. Y el resto del año viajaba a Moscú, Japón… Afectó a mi vida familiar y a mis amistades. De hecho, mi puesto ya no existe. Ahora cada país realiza la coordinación de forma individual y muchos de los procesos se han automatizado.

Ahora supervisa el envío de satélites al espacio. ¿Le resulta menos estresante?
La presión en este tipo de trabajos es siempre elevadísima, pero ahora no tengo a mi cargo a ochocientas personas en varios países, sino a pequeños equipos por proyecto, con decisiones que implican mucho dinero, pero donde no está en juego la vida de ninguna persona. 

¿Cómo van a cambiar nuestras vidas las telecomunicaciones?  
Estamos en plena vorágine del lanzamiento de lo que se conoce como constelaciones de satélites. Space Web, por ejemplo, ya ha planeado poner en órbita satélites y Google pretende lanzar 1 200 microsatélites (satélites de hasta 200 kilos de peso). Algunas universidades ya tienen sus propios nanosatélites (de entre 1 y 10 kg);también muchas empresas. Asistimos a una carrera de fondo en la que todos buscan dominar las transmisiones vía satélite, que en un futuro inmediato, van a garantizar el flujo de comunicación en todos los rincones del planeta. Aún hoy existen lugares sin internet —en la Antártida, en el desierto o en medio del Amazonas—, pero dentro de muy poco tiempo ya no quedará un rincón al que no llegue la tecnología y, además, lo hará con un ancho de banda (y con una velocidad de transmisión de datos) muy superior a la actual. 

Entonces internet por fin democratizará la comunicación en el mundo.
No. Aunque nos hayan vendido esta idea, en realidad internet hoy no es libre. Algunos bancos y empresas pagan por tener prioridad para transmitir su información por encima de cualquier usuario. Y los países pueden controlar —y de hecho controlan— la red. Por eso en China, Cuba o Venezuela no puedes acceder a determinadas páginas; Google Maps no funciona en países como Japón, etcétera. 

¿Hay sitio en el espacio para esa cantidad creciente de satélites?
Los niveles de basura espacial son preocupantes. Se han registrado más de un millón de objetos de más de un centímetro de diámetro volando por la órbita terrestre sin control. Circulan a 5 000 kilómetros por hora y, al impactar con algo, lo atraviesan. Este inconveniente se ha tratado de solucionar con una ley que obliga a los satélites a reservar el combustible suficiente para propulsarse al espacio exterior, fuera de la órbita terrestre, o para impactar contra la atmósfera cuando dejen de funcionar, en cuyo caso quedan destruidos a nivel atómico. La dificultad está en que muchos de ellos no cuentan con esa tecnología. Se supone que los objetos caerán por sí solos a la atmósfera, pero pueden tardar entre trescientos y cuatrocientos años. Y algunos tienen componentes que no se destruyen, como los motores de titanio de los cohetes, que ya han caído sin causar daños humanos, por el momento. Solo nos queda la esperanza de que al llevar muchas piezas de oro, que resisten muy bien la radiación del espacio, las empresas se esfuercen en recuperarlos.

¿Cree que acabaremos viviendo en Marte antes que ser capaces de salvar nuestro planeta?
Vivir en Marte es tecnológicamente posible desde hace mucho tiempo. La cuestión es que resulta muy costoso. Para vivir en el planeta rojo —el más parecido al nuestro— habría que llevar módulos con agua —la que se han encontrado está congelada, ya que la temperatura allí es de 150 grados bajo cero—, dispositivos con oxígeno —su atmósfera es mucho más débil que la nuestra—, módulos para obtener cultivos  —su suelo es muy similar pero mucho más rico en hierro, por eso es de color rojo— y, sobre todo, su radiación es altísima al no existir un campo magnético. A pesar de ello, acabaremos viviendo allí antes que solucionar todos los problemas ambientales que estamos generando. Es una cuestión de prioridades, de concienciación y de inversión económica, y ahora mismo estamos gastando mucho más dinero para llevar una misión fija a Marte que para preservar la selva del Amazonas.