El periscopio
Carne redimida
Las modelos XXL asaltan las pasarelas. Y aunque no podamos augurar un cambio inminente de cánones, como se vio en Milán hace unos meses, donde se rechazó a una diseñadora de tallas grandes, la osadía merece atención y aplauso porque muestra que el establishment de las canijas puede no ser tan inamovible como parece. No hace demasiado tiempo, estar razonablemente gordito era signo de salud, hermosura y riqueza, y estar delgado, de penuria e infelicidad. Hoy, en el primer mundo, la delgadez es privilegio de pudientes. Sólo alguien a quien le sobre el dinero puede permitirse no comer cuando puede hacerlo. Las dietas minimalistas y desestructuradas son más caras que los platos de potaje.
Pero, aunque la delgadez ya no sea señal de pobreza, estoy convencida de que sigue siendo indicio de infelicidad. No hay más que ver los rostros de esos ejércitos de escuálidas para intuir el drama que esconden. En cambio, el mito del gordito simpático sigue vigente y en estas modelos entraditas en carnes la alegría salta a la vista. A fin de cuentas, ¿no buscamos ser felices? Los kilos ponen un sobrepeso de conformidad, de inteligencia, de amor a la vida, y de olvido y humor de sí. Me atrevo a decir que es más cristiano estar rellenito y dar gracias a Dios por los bienes recibidos que hacer el sacrificio de rechazarlos sistemáticamente.
Algo así pudieron razonar los artistas barrocos al responder con su arte excesivo a la influencia del rigor, el puritanismo y la aridez. Hace unos días vinieron a verme unos parientes de Roma. La ciudad donde vivo es un prodigio de barroco andaluz, síntesis de lo morisco, lo plateresco y lo propiamente barroco. En un rato que pasé con ellos me contaron sus impresiones. Estaban maravillados de la gracia y monumentalidad de la urbe pero les sorprendían los retablos repletos de angelitos descarados, casi burlones, que mostraban en escorzo impúdico sus mollitas. Les desazonaba tanta carnosidad y tanto bullicio en la escultura religiosa muy diferente del estilizado movimiento de las obras de Bernini.
Aventuré una explicación pese a que el barroco no es santo de mi devoción. Quizá aquí, por la distancia con Europa central y por esa confluencia de culturas, hemos desarrollado una peculiar teología aplicada de la Encarnación. Por decirlo de una manera que puede sonar irreverente, Dios asume la humanidad “hasta las cachas”.
En el barroco de estas latitudes la Encarnación muestra una sobrada presencia para que quede claro que la carne ha sido redimida. Que hay materia, vamos. Una redención de pellejo y huesos no puede ser una redención plena. Por eso la carnalidad se muestra rebosante de fiesta y alegría y se contagia hasta a los seres espirituales que revolotean por los retablos desafiando la gravedad con sus alitas pequeñas.
Cada manifestación barroca aporta lo suyo. Las expresiones más estilizadas mueven al arrepentimiento, al deseo de lo espiritual. Pero estas otras llevan a decir con el gordinflón Chesterton que lo que le movió a conversión fue darse cuenta de que la religión católica era la única que aseguraba el perdón de sus pecados. Y eso sólo es posible cuando se muestra de alguna manera plástica la imperfección y el exceso. En estas modelos XXL hay un punto de desafío, de redención que me gusta. La dictadura de la delgadez esconde el fin perverso de “unisexualizar”, de revolver la naturaleza femenina contra sí misma, de controlar la mente, de forma sofisticada y glamourosa y concentrarla en lo insustancial: la apariencia. Es una especie de pseudoreligión, con sus ministros, sus dogmas y sus adeptos. Y con sus condenados: los que no cumplen con la talla.
No es mi propósito ensalzar el michelín, que me perdonen los endocrinos, sino saludar este movimiento de rebelión de las modelos y llamar a la mesura y al sentido común. Entre la Encarnación del Verbo Divino, la cuesta de enero, el Carnaval y la Cuaresma nos movemos.