Dos veces cuento
Meritoriaje
Del fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson sigue siendo esa idea sublime de atrapar el instante decisivo, de apresar sobre la marcha “images à la sauvette”, retratos a hurtadillas, sin que nadie lo note. Numerosos microrrelatos se acomodan a esa estética: saben detener un furtivo instante eterno, y trepan rápidos hasta la culminación de una escena relevante.
En “Meritoriaje”, Javier González (Madrid, 1957), que publicó su primer libro de cuentos, Frigoríficos en Alaska, en 1998, tiene el acierto de convertir en un instante unos cuantos calendarios y de llegar a la página del hoy en pocas líneas, con la contundencia sumarial del resumen. El mérito de tratar los hechos y las acciones de un verdadero Óscar, de refilón, de pasada, como si no hubieran casi existido. Como fotos que nadie saca y tienen su hueco —decisivo y familiar para alguien— en el álbum de la vida.
MERITORIAJE
Desde que veinte años antes un tipo con nombre de cantante de tangos le predijo una vida de éxito en su trabajo, Óscar comenzó a pasearse por la vida como si temiera que la felicidad pudiera alcanzarle en cualquier momento y no hubiera hecho méritos para merecerla. Hoy, con cincuenta y cinco años, y una subjefatura en el departamento de siniestros de una compañía de seguros, es consciente de que su meritoriaje ha terminado en el más anónimo de los fracasos. Durante todos esos años ha agachado muchas veces la cabeza ante imposiciones discutibles, se ha tragado algunas contestaciones ante superiores maleducados y reconoce que ha sido inflexible con varios subordinados en algunas situaciones delicadas. También ha realizado cursillos intrascendentes y se ha perdido muchas horas de estar junto a sus hijos que ahora ellos ya no están dispuestos a recuperar. Pero hoy sabe que todo ha acabado: le han ofrecido una retirada discreta, una prejubilación ventajosa en términos económicos, una claudicación silenciosa que incluye un viaje a Canarias con su esposa como premio final a más de treinta años de servicio fiel y abnegado a la compañía.
Sabe que algo importante ha terminado. Se siente extraño. Ni siquiera está enfadado con el tipo con nombre de cantante de tangos; sí, acaso, consigo mismo, que no ha sabido estar a la altura de su destino.
Javier González
(Inédito)