Cátedra abierta
Al parecer, y como probablemente conozcan incluso los legos en la materia, dos economistas norteamericanos de gran prestigio –Reihnhart y Rogoff– cometieron un grave error en uno de sus estudios. Otro grupo de economistas –Herndon, Ash y Pollin– descubrieron que, además de un tratamiento algo discutible de varios datos, había un error en las fórmulas de Excel empleadas. Si se corrigieran esos fallos, quedaría en entredicho la conclusión inicial de que niveles de deuda pública por encima del 90 por ciento del PIB lastran el crecimiento.
En principio, una cuestión técnica como esta difícilmente sería noticia. Hay, sin embargo, un elemento que cambia de inmediato esa percepción: los resultados del análisis de Reihnhart y Rogoff habrían servido para que algunos organismos aconsejaran la adopción de medidas de austeridad.
Para aquellos que desde hace tiempo señalan el daño que las políticas de austeridad hacen al crecimiento, este episodio refrendaría sus posiciones. Por el contrario, para los que abogan por los recortes y la disciplina fiscal como requisitos para retomar el crecimiento, este error sería una mera anécdota.
Las políticas de austeridad suponen un problema práctico y político muy complejo, por eso me parece que el mayor error es hacer simplificaciones irresponsables. Ese es un error que, hay que reconocerlo, la profesión económica ha alimentado. Por un lado, porque la creciente sofisticación matemática y cuantitativa de la economía transmite la idea equivocada de que estamos ante una ciencia cuasi exacta, y de que valores umbral como el 90% de Reihnhart y Rogoff marcan la frontera entre el bien y el mal. De otra parte, porque economistas de gran impacto mediático pontifican sobre este tema al modo de profetas o agoreros, según el caso.
El debate de austeridad frente a crecimiento difícilmente va a cerrarse. Es lógico, porque, además de que no existe un único criterio con que valorar los términos de esa disyuntiva, las interacciones entre ambos son muchas y complicadas. La controversia se diluirá conforme mejore la coyuntura económica, algo que esperemos suceda pronto. Ahora bien, esto no puede tomarse como excusa para confiar la solución de los problemas al mero transcurso del tiempo. Hay que atacarlos y, para hacerlo, no estaría de más partir de algunos puntos de cierto consenso.
En primer lugar, nadie discute la falta de previsión de las Administraciones Públicas, que no supieron ahorrar lo suficiente en los tiempos de bonanza. Por desgracia, esto obliga ahora a cierto grado de austeridad, cuando más falta haría una política expansiva del sector público. Podremos discrepar en la velocidad y profundidad con que se aplican las medidas de austeridad, pero hemos de reconocer que la política fiscal expansiva es una opción poco viable, pues obligaría a incurrir en déficits mayores para los que sería imposible obtener financiación sostenible.
Un segundo punto de consenso es que la austeridad no puede ser un objetivo en sí misma. El objetivo es alcanzar cierta disciplina fiscal que transmita confianza y facilite la acción creadora de empresas y ciudadanos. La austeridad por la austeridad carece de sentido.
Así mismo, convendremos que la austeridad puede alcanzarse actuando sobre diferentes partidas de los presupuestos públicos. Al elegir los renglones presupuestarios sobre los que actuar, debe tenerse en cuenta su mayor o menor capacidad de estabilizar las cuentas de manera sostenible. A la vez, deben valorarse con cuidado sus diferentes impactos sobre los ciudadanos y sobre el crecimiento, a corto y a largo plazo.
Por último, coincidiremos en que las reformas estructurales que permitan un uso más eficiente de los recursos públicos y privados servirán para aclarar la disyuntiva entre disciplina fiscal y crecimiento. Al fin y al cabo, la mejor receta para estabilizar las cuentas públicas es el crecimiento económico.
Nada de lo anterior, evidentemente, constituye una receta mágica. Solo son algunas de las muchas reflexiones que, junto con los datos disponibles, pueden y deben informar este debate en la búsqueda de la estabilidad macroeconómica. Se trata, en última instancia, de abordar las decisiones de política con la prudencia que requieren. Y eso es algo que ninguna hoja Excel nos dará.