Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Festivales 2019, un recorrido

Texto y críticas: Ana Sánchez de la Nieta

Un festival de cine le sirve al crítico para ver cine, para verlo antes y para tomar el pulso a la crítica internacional y al público. Hacemos un recorrido por las cuatro principales citas del año.


¿Sirven para algo los festivales de cine? La leyenda habla de alfombras rojas llenas de famosos en Cannes, paseos por los canales de Venecia o rutas de pinchos por el casco viejo de San Sebastián. Sí, Berlín tiene menos leyenda. 

Y la realidad ostenta algo de fiesta, pero encierra más de trabajo para el crítico, que tratará de descubrir aquellos títulos que sobrevivirán al festival, identificar tendencias narrativas y encontrar esas joyas ocultas que esconden estas muestras de cine. Dicho esto, ¿qué hemos descubierto en Cannes, Berlín, Venecia y San Sebastián 2019? 

En Berlín, China nos salvó del naufragio. La Berlinale, que es siempre la primera cita del año, estuvo a punto de rozar el desastre. Fue una edición floja que ganó Synonyms, una coproducción francoisraelí dirigida por Nadav Lapid y una de esas cintas que llevan como una losa el apellido festivalera, que suele querer decir rara, lenta y minoritaria. La película cuenta el periplo de un joven israelí que busca en París una vida mejor. Pero la ganadora moral fue la china Hasta siempre, hijo mío. Wang Xiaoshuai ha dirigido un potente drama  que bucea en la paternidad, la culpa y la redención a través de la historia de una pareja durante casi cuatro décadas. Los dos protagonistas se llevaron un merecido premio de interpretación que valía por todo un palmarés.

Cannes es, sin duda, el festival con más glamour. En esta edición, el cine español acarició el cielo con los dedos. Se presentaba Dolor y gloria, y Pedro Almodóvar tenía opciones de liderar el palmarés. No pudo ser. Competía con un grande, el coreano Bong Joon-ho, que presentaba una hilarante comedia negra: Parásitos. Aprovechando la historia de una familia de impostores, Bong Joon-ho hace estallar una bomba contra la sociedad de la imagen, el postureo y la posverdad, una cruel y actual fábula. Parásitos fue una inteligente y ácida Palma de Oro que se consagró en febrero al llevarse cuatro Óscars: a la mejor película, a la mejor película extranjera, al mejor director y al mejor guion original. Con otras palabras, Almodóvar perdió con honor y, además, para su consuelo, Antonio Banderas, que interpreta al alter ego del director manchego, ganó después la Concha de Oro.

Destaca el premio del Jurado a Los miserables, un potente drama sobre las heridas de la juventud inmigrante en París dirigido con un magnífico pulso visual y narrativo por Ladj Ly, un cineasta nacido en Mali y criado en Francia que retrata en la pantalla parte de su biografía.

Venecia fue epicentro informativo por dos motivos, desde el punto de vista de debate cinematográfico. La primera  razón es que presentaba película Roman Polanski. El veterano cineasta polaco, que arrastra desde los años sesenta una acusación de agresión sexual a una menor, concursaba con El oficial y el espía, una recreación del caso Dreyfus. La película gustó a la crítica y ganó el Gran Premio del Jurado, pero el lío mediático fue considerable. La cineasta argentina Lucrecia Martel, presidenta del jurado, no acudió a ver la película para evitar tener que aplaudir al director, que, finalmente, no viajó a Venecia por temor a ser detenido. 

La segunda razón es más positiva y estimulante. El festival se atrevió a que concursase una de esas películas que suelen dar alergia a los programadores. Concursó y ganó. Estamos hablando de Joker. Que su estreno se haya dado en el marco de un festival de cine habla de la  audacia de programadores y jurado.

San Sebastián cierra el calendario y se tiene que resignar muchas veces con títulos que han sido rechazados por otros certámenes. La brasileña Pacificado —una de esas películas a las que le costará sangre encontrar distribuidor— coronó un palmarés insípido. Con todo, se presentaron  cintas valiosas —sobre todo españolas—, como La trinchera infinita o La hija de un ladrón.

De nuevo, la ventaja de San Sebastián fue su sección «Perlas», donde la prensa y el público pudimos disfrutar de las mejores películas del resto de festivales. Allí vimos Hasta siempre, hijo mío, ParásitosJoker. Un nombre, por cierto, el de esta sección, más que apropiado: ¿se acuerdan que dijimos que uno de los objetivos de los festivales era encontrar joyas? Pues eso.