Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Racimos de cultura

Texto Joseluís González [Filg 82], profesor, escritor y crítico literario en @dosvecescuento

Una editorial veterana selecciona una bodega de títulos necesarios en humanidades. Mensualmente, Rialp redescubre un libro imprescindible, de un centenar de páginas: «Doce Uvas». 



Sabiamente, Cicerón escribió un tratado sobre la vejez cuando se le encorvaban los sesenta y dos años de edad. Tenía, sin saberlo, la muerte cerca: provocada por enemigos que le envidiaban y le temían. Aquel discurso suyo, una defensa, desmontaba cuatro argumentos contra la ancianidad: que la vejez aparta de las actividades, que es la edad en que se confirma la pérdida del vigor físico, además de representar la demolición de los placeres sensuales, y que acerca sin remedio a la muerte. Hoy día, aun con las transformaciones que han hecho variar a nuestras sociedades, sería considerado un libro de autoayuda. La refutación de esas objeciones formulada por el tribuno Cicerón casi medio siglo antes de que naciera Cristo puede leerse en una útil colección: «Doce Uvas».

Veintiún siglos después de Cicerón, cuando se crea una nueva disciplina, la geriatría, que afortunadamente duda de que tengamos la misma edad que nuestras arterias, un profesor belga —valón— de Sociología, de Filosofía Moral, Jacques Leclercq (1891-1971), publicó La alegría de envejecer. Las últimas páginas del ensayo de ese hombre casi octogenario las encabezaban unas reveladoras palabras: «Este querido presente». Leclercq no perdió el tiempo a lo largo de su fecunda biografía. Pero visionariamente, a finales de 1936, había pronunciado un discurso académico con un título valiente y desconcertante en alguien laborioso como él. Elogio de la pereza recalcaba que una vida —y la sabiduría y acaso la felicidad— no es propiamente humana a no ser que haya en ella lentitud, sosiego. «Acumular carrera tras carrera no es acumular montañas sino vientos». Cuanto más se corre, menos se ve. Cuanto más tumulto y más atropellamiento, menor capacidad para reconocer la belleza o saberla reverdecer. Su Elogio de la pereza brilla en esta selección «Doce Uvas» junto con El instante presente de Jacques Philippe, donde sobresale la certeza de que se puede recomenzar en todo tiempo y en toda circunstancia.

«Siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído». Lo reconocía Italo Calvino. Por ejemplo, tesoros como los de Chateaubriand, Memorias de ultratumba y El genio del cristianismo, que espiga Rafael Gómez Pérez. Un descubrimiento. Seguro.

Fundada a mediados del xx por profesores universitarios, la editorial madrileña Rialp, con un catálogo nutrido y coherente, orientado esencialmente a las humanidades, destaca por sus publicaciones de filosofía, historia y espiritualidad. Su célebre colección Adonáis retrata la salud de la poesía en nuestro idioma desde hace media centuria. Desde 2014, Rialp ofrece al año «doce pequeños grandes libros» propuestos por docentes y escritores. «Doce Uvas».

«¿Qué es un verso lírico?». Para los más jóvenes es de lectura obligada y de reflexión ineludible —creo— la respuesta que dio el francés Max Jacob, en 1941 y por escrito, a un estudiante de Medicina que le había retado con esa pregunta. Consejos a un joven poeta amasa consideraciones de estética de aquel pintor vanguardista, novelista y dramaturgo revolucionario que quiso replantear el arte. «Reflexione sobre la cuestión de densidad. ¿Ha notado usted la diferencia que hay entre el agua del mar y el agua de una fuente? Que su verso y su prosa tengan densidad». «El “¿Qué quiere decir esto?” es el reproche que se le hace al poeta que no ha sabido emocionar. Tal vez el mayor reproche». Jacob (1876-1944), de origen judío, se convirtió a la fe católica en 1915 —Picasso fue su padrino de bautismo— y murió de neumonía en un campo de concentración nazi, dos semanas después de haberlo detenido la Gestapo.

Italo Calvino dejaba caer, al referirse a lecturas de clásicos, que los fervorosos lectores de Dickens en Italia eran minoría pero que, si se reunían, se ponían a rescatar la memoria de personajes y episodios como si se tratara de parientes o vecinos o compañeros de trabajo. Su definición «Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir» queda confirmada en esta selección. Lázaro de Tormes, aprendiendo a saborear, aquí sí iría grano a grano. Uno a uno. Una buena manera de dar pasos inagotables.