Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

2011, cita en Madrid

Yago de la Cierva [PhD 00], director Ejecutivo de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011

La Jornada Mundial de la Juventud: un encuentro que sigue sorprendiendo fuera y dentro de la Iglesia Católica


Este año se han celebrado las bodas de plata de la primera jornada mundial de la juventud (JMJ), que tuvo lugar en Roma en 1985. Juan Pablo II ideó esta iniciativa, reflejo de la confianza que tenía en los jóvenes, a quienes siempre miró con especial predilección. Benedicto XVI, con una mentalidad que en cierto modo está en las antípodas del estilo personal del Papa polaco, ha participado ya en dos JMJ, y se apresta a venir a Madrid el año que viene. ¿Sigue siendo eficaz esta fórmula para presentar el mensaje cristiano a las nuevas generaciones? Hay quienes afirman que en el mundo de los jóvenes se está produciendo una “revolución silenciosa”, cuyo potente motor propulsor son las Jornadas Mundiales de la Juventud. Estos encuentros siguen sorprendiendo dentro y fuera de la Iglesia. Y son la fotografía de una juventud, muy distinta de la que proponen algunos medios de comunicación, que está sedienta de valores y en búsqueda del significado más profundo de la vida.

 

un mayo del 68 al revés

Existe una pregunta habitual que surge en cada nueva edición de la Jornada Mundial de la Juventud: la pregunta sobre cuál es el secreto de este sorprendente fenómeno. Algunos expertos han hablado de “revolución silenciosa”. Joaquín Navarro-Valls, que fue portavoz de la Santa Sede de 1984 a 2006, describió los actos del hipódromo de Longchamp en la JMJ de París 1997 como “un mayo del 68 al revés”. Esos jóvenes de París eran hijos de los jóvenes de mayo del 68, una generación que pretendió liberarse de la tradición, de todo poder establecido y de cualquier límite a la autonomía individual. Pero fueron más hábiles para derribar que para construir.

Hoy, un importante porcentaje de los participantes de las JMJ se siente como abandonado por sus padres, que no les han transmitido ningún valor objetivo, ninguna certeza, ningún modelo de vida. En esa situación mental y cultural sin puntos de referencia, el Papa se les presenta como la figura del hombre coherente, con respuestas a las preguntas claves que nadie ahora mismo se atreve siquiera a plantearse.

Algo parecido a París ocurrió en la última JMJ, en Sidney 2008. La alegría y la amabilidad de miles de jóvenes católicos “acabaron por fundir el cínico corazón de Sidney” escribió Miranda Devine en The Sunday Morning Herald (24/07/2008). En su artículo resaltaba ejemplos como el de los conductores de autobús, que a pesar de haber acabado su turno recogían a jóvenes que se habían quedado abandonados sin transporte, o a las familias que espontáneamente ofrecían las duchas de sus casas a los visitantes acampados en las escuelas del vecindario.

“Católicos o no, la gran mayoría de la gente quiere encontrar amor y bondad en sus vidas, y el contraste entre las caras radiantes de los peregrinos y las crispadas máscaras de los detractores que lanzaban preservativos, como gesto en contra de la Iglesia, era muy llamativo”, recalcó la periodista australiana.

Hablar de la juventud en general tiene poco sentido. Muchos expertos han destacado que nos encontramos ante una nueva generación cuya actitud ante la religión es distinta a la de sus padres. Se acercan a las jornadas mundiales de la juventud no con ganas de polémica, sino con actitud de búsqueda. El interés de los cristianos de la generación anterior por cuestiones organizativas e institucionales, por la “estructura” de la Iglesia, ha sido sustituido por un interés vital y personal.

La búsqueda y la conquista de las convicciones

En su encíclica Spes Salvi, Benedicto XVI recuerda: “Un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar. La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de conquistarse siempre de nuevo. La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio”.

Pero ¿vale la pena organizar una Jornada Mundial de la Juventud? ¿Será eficaz para conseguir afianzar convicciones sólidas en los corazones de los miles de jóvenes que llegarán a Madrid en 2011? No es una pregunta baladí. Organizar una JMJ requiere literalmente millones de horas de trabajo, poner a disposición de los jóvenes recursos de todo tipo, dejar de hacer cosas que se consideraban importantes, y un sinfín de quebraderos de cabeza: organizar ocho millones de comidas y cenas en agosto, por ejemplo. ¿No habríamos sacado más provecho si hubiéramos dedicado las mismas energías a lo de siempre? Nunca es tarde para esa pregunta. Es más, hemos de tenerla continuamente ante nuestros ojos. Sólo pensando en cómo querríamos estar cuando termine la JMJ, podremos poner los medios adecuados. El hilo conductor de las JMJ es siempre el mismo: la presentación del mensaje evangélico a los jóvenes. Si da frutos espirituales en proporción a los desvelos, habrá valido la pena; si no, habríamos perdido lastimosamente el tiempo.

Tuve la suerte de estar con los organizadores de la JMJ de Sidney y preguntarles qué frutos habían recogido. No dieron impresiones subjetivas ni apreciaciones vagas, sino números contundentes. El 25,5% de los jóvenes australianos que participaron en la JMJ señaló que fue una experiencia muy buena; el 44,9%, una de las mejores experiencias de su vida, y un 24,2% afirmó que la JMJ había cambiado su vida de manera radical.

Además, el 40% de ellos afirmó que su fe se había robustecido, y que la principal consecuencia de su participación en la JMJ había sido una relación más personal con Jesucristo, basada principalmente en la oración, la Misa y la Confesión. Se ha multiplicado el número de jóvenes que participan en actividades asistenciales. Y 55.000 jóvenes siguen en contacto a través de una red social.

El principal reto: hacerse entender

Comunicar es transmitir saberes, valores y emociones entre personas: por tanto, evangelizar es comunicar, y puede incluso decirse que lo único que hace la Iglesia es comunicar y gobernar esa comunicación.

Una de las preocupaciones del Comité Organizador Local de la JMJ Madrid 2011 es conseguir que el mensaje de la JMJ llegue a quien tiene que llegar. El objetivo de un acontecimiento como este es presentar a Jesucristo a muchísimos jóvenes, y ser capaces de que entiendan que seguirle es camino seguro para encontrar la felicidad.

Lo decisivo será que se empapen a fondo del mensaje de Cristo, que lo conozcan de cerca, que pasen tiempo con Él, que le hagan todas las preguntas que quieran, y que no paren hasta ser capaces de explicarle. Si lo conseguimos, será el mejor regalo de la JMJ a la Iglesia.

En la encíclica antes citada, Benedicto XVI subraya que “el mensaje cristiano no es sólo ‘informativo’ sino ‘performativo’. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se puedan saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida”. ¡Ojalá nosotros consigamos algo parecido a los frutos de Sidney, y podamos decir que esas convicciones han removido y cambiado la vida de tantas personas!

Para conseguirlo, tenemos que superar varias barreras: la barrera de la indiferencia, para que perciban que es un mensaje relevante para ellos; de los prejuicios y clichés, que son abundantes, y bloquean su curiosidad por conocer a Cristo y a su Iglesia; y la barrera de los canales: los cauces de información no son imparciales a la hora de transmitir algunos mensajes.

Recuerdo una frase de san Josemaría Escrivá que me parece gráfica: la indiferencia de tantas personas se debe tanto a su falta de entendederas como a nuestra falta de explicaderas. Esta es mi primera preocupación: no tener las explicaderas necesarias para mostrar el tesoro de la fe en toda su belleza.

Quizá mi preparación como comunicador me juegue una mala pasada, pero me atrevería a decir que las JMJ significan en cierto modo el redescubrimiento del evento como instrumento de comunicación. La Iglesia católica lo hace desde siempre: todo en la doctrina y en la vida de la Iglesia es un continuo concatenarse de eventos con un fin evangelizador. Piénsese por ejemplo en el año litúrgico: siempre me sorprendió que los Santos Inocentes se celebrase el 28 de diciembre, es decir, antes de los Reyes Magos. Todo por una razón educativa, comunicadora.

La JMJ sería como un evento global para un mundo global. Un modo de hacer experimentar a los jóvenes que la pertenencia a su comunidad eclesial local implica formar parte de una comunidad mucho más grande, universal. Y de una comunidad de ese estilo, única en el mundo, se aprende mucho, porque cada Iglesia puede enseñar algo a los demás. Sin ir más lejos, a finales de agosto estuve en Accra (Ghana), presentando Madrid 2011 a los episcopados africanos. La Misa conclusiva, celebrada en la Catedral del Espíritu Santo, fue como una revelación: la cuidadísima ceremonia, el ritmo y la música, y hasta la predicación, eran prueba evidente de que la liturgia es celebración, fiesta. Asistir a la JMJ es para muchos jóvenes el mejor modo de conocer una Iglesia verdaderamente católica.

Es cuestión de redes

No sé si Barack Obama participará en la JMJ Madrid 2011. Pero algo suyo sí que estará presente. Partidarios y adversarios le reconocen su prodigiosa estrategia de comunicación 2.0. Los primeros dirán que está al servicio de una buena causa, los segundos replican que sólo vende humo. Pero ambos coinciden en que ha sabido entender cómo funcionan los retorcidos meandros de la opinión pública, y ha sabido hacer llegar su mensaje a muchos americanos que, de ordinario, no prestan la más mínima atención a la política.

En la JMJ nos gustaría imitarle en una cosa: en saber plantear la comunicación para una sociedad que trabaja en red. Durante su campaña electoral, el ahora Presidente de los Estados Unidos era bien consciente de que la información no viene de un solo lugar, sino de muchos, que están al mismo nivel. Si algo se ha quedado en la cuneta en la sociedad digital es el concepto de autoridad: nadie es más que nadie.

Las redes sociales fueron por eso su principal plataforma de comunicación. Obama supo interpretar bien el cambio de paradigma: no usó las redes, sino que se adaptó a ellas. Usar un canal de comunicación u otro dice mucho de mí: si ante un auditorio elijo dirigirme a los presentes con un discurso leído, o bien decido mantener una conversación coloquial y admito preguntas, proclamo con mis hechos qué pienso de mí y de mi misión.

Elegir las redes como principal canal de comunicación implica tres cosas: que los medios ya no son tan importantes, puesto que han perdido su monopolio; que yo mismo no soy suficiente, y otros pueden explicar lo que pienso incluso mejor que yo; y que tengo que aceptar el reto de dedicar mucho tiempo a preguntar sin buscar una respuesta favorita, a escuchar y a seguir lo que me dice la comunidad. En este sentido, organizar la JMJ se parece al surf: no puedo pretender cambiar la ola, sino adaptarme a ella para dirigir la tabla adonde quiera.

Por ello, en la JMJ Madrid 2011, las redes sociales son una de las tareas prioritarias del departamento de comunicación. A día de hoy, en Facebook, Madrid 2011 tiene más de 125.000 seguidores muy activos, y los perfiles oficiales de la JMJ están disponibles en 18 idiomas: español, inglés, francés, italiano, alemán, portugués, ruso, árabe, chino, tagalo, polaco, eslovaco, checo, esloveno, maltés, japonés, vietnamita y croata. El último perfil en abrirse es en Orkut, la red social de Google utilizada por el 53,94% de la población brasileña. También la JMJ tiene ya una página en Tuenti, la red social española, que cuenta ya con alrededor de 5.000 seguidores.

Todo esto es posible por la ayuda inestimable de 70 administradores de diferentes países que prestan su tiempo desinteresadamente atendiendo las preguntas de los seguidores, resolviendo sus dudas, animando a los jóvenes a venir a Madrid, las 24 horas del día. Siempre hay un administrador despierto.

Llegar a la fe a través de la belleza

Otra de las prioridades de evangelización de las nuevas generaciones, y por tanto de todas las Jornadas Mundiales de la Juventud, es que descubran la fe a través de la belleza. El cristianismo no se reduce a un árido moralismo, a un yugo pesado de “debes” y “no debes”. El Evangelio descubre un horizonte apasionante por el que merece la pena jugarse la vida.

No en vano, el Santo Padre, en un encuentro con artistas en la Capilla Sixtina, subrayó el valor de la belleza para alcanzar la fe: “Una función esencial de la verdadera belleza, que ya puso de relieve Platón, consiste en dar al hombre una saludable ‘sacudida’, que lo hace salir de sí mismo, lo arranca de la resignación, del acomodamiento del día a día e incluso lo hace sufrir, como un dardo que lo hiere, pero precisamente de este modo lo ‘despierta’ y le vuelve a abrir los ojos del corazón y de la mente, dándole alas e impulsándolo hacia lo alto”.

Benedicto XVI continuaba diciendo: “La expresión de Dostoievski que voy a citar es sin duda atrevida y paradójica, pero invita a reflexionar: ‘La humanidad puede vivir —dice— sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí’. En la misma línea dice el pintor Georges Braque: ‘El arte está hecho para turbar, mientras que la ciencia tranquiliza’. La belleza impresiona, pero precisamente así recuerda al hombre su destino último, lo pone de nuevo en marcha, lo llena de nueva esperanza, le da la valentía para vivir a fondo el don único de la existencia” (21/09/2009).

Eso mismo pretende el Vía Crucis de la JMJ Madrid 2011, que estará formado por 14 pasos de gran valor artístico y devocional de la imaginería española, de los últimos cuatro siglos. Tallas que se realizaron con una finalidad catequética, y que servirán para que jóvenes de todos los rincones del planeta puedan rezar y acercarse más a la Pasión del Señor. Decimos a menudo que estamos en un mundo audiovisual, pero no somos consecuentes, y por desgracia los ejemplos de feísmo religioso no son infrecuentes. Ojalá esta iniciativa ayude a rescatar el gusto por lo bello, también en la vida espiritual de tantos cristianos.

Un regalo para españa

Por primera vez la Jornada Mundial de la Juventud regresa a un país en que ya había sido acogida antes. Fue precisamente en Santiago de Compostela 1989 donde se delineó la estructura base que la Jornada Mundial de la Juventud conserva hasta el día de hoy: triduo de catequesis, vigilia de oración, celebración eucarística.

Algunos se preguntan si no será un gasto innecesario en un país en crisis. ¿No sería mejor donarlo para fines sociales o asistenciales? La primera respuesta que viene a la mente es afirmar que la JMJ supondrá una revitalización económica de primer orden a la economía española, y un reforzamiento de la marca “Madrid” como organizadora de eventos internacionales de primer nivel. Por eso, todas las administraciones públicas –central, autonómica y local– apoyan a la JMJ: el retorno será enorme.

Pero la verdadera respuesta es otra: no hay nada más social y asistencial que la JMJ, por el efecto catalizador que tiene en la generosidad y vocación de servicio de la juventud. La crisis actual no es una crisis económica, sino una crisis cuya raíz está en la crisis de valores. Las JMJ han dejado siempre una estela de vocaciones al sacerdocio y a la vida de entrega a Dios en tantas instituciones de la Iglesia, provoca una movilización de jóvenes, que desempolvan su fe y se remangan los brazos en servicio de los demás. ¡Por eso son rentables! El tiempo y el dinero que se dedica a la JMJ es la mejor inversión para fines sociales y asistenciales, y por eso habría que organizarla aunque no fuera un buen negocio para la ciudad, que lo es, y grande.

El barómetro del CIS de marzo señala que, en la franja de 18-24 años, un 59,3% se declara católico, pero sólo un 6,5% afirma ir a la iglesia más de una vez al mes, frente a un 86,3% que no va a misa casi nunca. Se entiende lo que comentaba el cardenal Rylko, Presidente del organismo vaticano responsable de las Jornadas: “La elección de Madrid es un verdadero regalo para la Iglesia en España”.

Las JMJ son una gran “misión joven”, que mejora la vida cristiana de los que están ya cerca de la Iglesia, y acerca a muchos jóvenes que estaban alejados. Y debo decir, también remueve a gente menos joven. Recuerdo la “fiesta del perdón” de la JMJ del año 2000: el Circo Máximo de Roma, con millares de jóvenes haciendo cola ante trescientos confesores. Al verlo, un obispo que llevaba mucho tiempo sin confesar, pidió un lugar y volvió a impartir ese sacramento. El viejo adagio, “Roma veduta, fede perduta”, dado la vuelta.

Pienso que la JMJ es un tesoro para la Iglesia. Si conseguimos que la organización refleje la identidad cristiana, que los que trabajamos en la JMJ seamos transparentes y no ocultemos la belleza de la fe, muchos jóvenes y no tan jóvenes descubrirán o redescubrirán el orgullo y el privilegio inmerecido de ser católicos, y la responsabilidad que tenemos de transformar este mundo nuestro en un lugar más vivible para todos.