Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Andrej Matis: «El público y Dios quieren ver cómo tú interpretas a Vivaldi»

Texto: Marcos Ondarra [Fia Com 20] Fotografía: Daniel Ibáñez

Andrej Matis (Eslovaquia, 1988) dejó su trabajo de violinista profesional para ordenarse sacerdote. La música lo acercó a lo divino y ahora hace las delicias de Dios a través de cuerdas sublimes. Sus dos vocaciones remiten, en última instancia, a una misma: la del servicio a los demás.

 


Decía Beethoven que la música es una revelación más alta que la ciencia o la filosofía. El arte es la mejor manera que tiene el hombre de expresar la verdad, pero también de conocerla, pues la belleza que alberga es el lenguaje más inteligible. El arte es perenne precisamente porque habla al corazón, y ya sabemos por Pascal que este tiene razones que la razón no entiende.

Tanto es así que a Andrej Matis (Eslovaquia, 1988) la música le acercó a lo divino.  Violinista de profesión, se ordenó sacerdote en Roma en septiembre de 2020. Desde entonces, compatibiliza sus dos vocaciones con un alegre desprendimiento. «Dios no nos quita nada y nos lo da todo», sostiene. 

La vida del joven eslovaco siempre ha ido acompañada de una melodía. Por su cabeza aún resuenan los tonos que emitía la trompeta de su abuelo. Su padre, según cuenta, llegó a formar una banda. «Algo tipo The Beatles, con todo lo que eso implica: pelo largo y cosas por el estilo», bromea. Por eso no sorprende que el sueño de Matis con quince años fuera dedicarse profesionalmente al violín. 

Antes de ponerse la sotana, trabajó durante varios años como violinista del cuarteto de cuerdas Mucha Quartet, con quienes ofreció conciertos en Suiza, Italia, Polonia, Austria o República Checa. 

Por suerte, dice, Dios tenía otros planes para él. El joven conoció el Opus Dei en Bratislava e inmediatamente quedó sorprendido por la «cercanía, elegancia y humanidad» de las personas de la Prelatura: «Vivían su sentimiento cristiano con intensidad, pero sin llamar la atención; me gustó que no se llenaban la boca con palabras pías, pero dejaban claro con hechos que se habían tomado a Dios en serio».

No sintió, como imaginan algunos cineastas, una «llamada», ni se tropezó con un ángel rodeado de un coro de trompetas celestiales. «Veía en la oración y en la dirección espiritual que el sacerdocio es un camino que Dios quizá había preparado para mí; era una idea que me sorprendía y al mismo tiempo me alegraba», relata.  Matis comprendió que la música, además de una hermosa profesión, puede ser una vía para conocer a Dios que santo Tomás ni siquiera sospechó.

 

—¿Cómo compatibiliza usted su vocación musical con la religiosa?

—Ya no dedico tanto tiempo a ensayar con el violín, mis deberes son distintos. Pero, cuando tengo oportunidad, sigo disfrutando muchísimo de tocar o escuchar música. Durante mis años de estudio, cantaba en un coro. Ahora suelo preparar alguna pieza para las celebraciones de cumpleaños de la casa en la que vivo.

—¿Qué lecciones ha sacado de su experiencia en el mundo artístico que puedan ayudarle en el ministerio sacerdotal?

—Pienso que me ha ayudado a entender a la gente que vive en medio de este mundo tan agitado. Me hago cargo más fácilmente de las preocupaciones de tantas personas que no saben si van a llegar a fin de mes, o de los esfuerzos y dificultades para conciliar.

 

Andrej Matis ha realizado sus estudios de Teología en la Universidad de la Santa Cruz de Roma | DANIEL IBÁÑEZ

 

Matis no ve contradicción entre sus dos oficios, del mismo modo que no la hay entre ser dueño de su destino y siervo de lo que Dios disponga: «Mi reto diario es convertir esas dos aspiraciones en una sola; cuanto más sirvo a los demás, más disfruto de mi vida». Mientras se cumpla esa premisa, poco le importa a dónde le lleve su futuro. Vive en Roma mientras completa su doctorado en Filosofía. «Cuando acabe, me gustaría volver a Eslovaquia y trabajar como sacerdote en alguno de los centros del Opus Dei».«En mi país  las personas viven su fe con mucho fervor. Y cuando se encuentran con el espíritu de san Josemaría, se sienten interpeladas», asegura.

 

REZAR A TRAVÉS DE LA MÚSICA: LO SAGRADO EN LO PROFANO

En cuanto a la más noble de las ciencias humanas, Matis hace gala de un criterio exquisito. Y no hay mejor prueba de ello que su devoción por U2, Pink Floyd o Natalia Lafourcade, que el sacerdote escucha para rezar durante sus paseos por la città eterna.

Su gran suerte ha sido encontrar en la música una manera de «redescubrir lo sagrado». Si santa Teresa veía a Dios entre pucheros, Andrej Matis lo percibe entre violines. Acaso porque la música inflama el alma hasta que vuela y se acerca al Creador en una transverberación musical.

 

—¿Ha tenido experiencias cercanas a Dios a través de la música?

—Sí, sobre todo gracias a mi descubrimiento del canto gregoriano. Primero tuve que aprender latín, eso sí. Tolkien dice que para el hombre es más natural cantar que tartamudear. Los elfos de El señor de los anillos hablan con tanta nobleza que casi parece que cantan. Con el gregoriano pasa algo similar: son palabras recitadas de un modo tan auténtico que llegan a convertirse en música, en oración.

Andrej Matis tiene esa rara vocación por lo añejo que le hace mezclar en una misma parla a Tolkien y U2 con Bach y el canto gregoriano. Y aunque parezcan elementos inconexos, todos componen la pieza armónica que es su vida.

 

—¿Qué encuentra especial en el gregoriano?

El canto gregoriano es capaz de activar en el hombre la percepción de algo sagrado. Basta escuchar un poco, incluso sin entender la letra, y uno dice «Aquí hay algo que va más allá, que me trasciende». Además, es universal. No hay una cosa más común que el uso de latín en la liturgia. Une a la Iglesia en la tierra y une el presente con todos los siglos en los que ya se rezaba con este lenguaje.

 

Sin miedo al anacronismo, la reivindicación del canto gregoriano forma parte de la concepción que Matis tiene del arte como perenne; huella indeleble que Dios ha dejado en el mundo. «Una cosa es anclarse en el pasado y otra recibir y hacer propio algo que tiene siglos de existencia y que sigue mereciendo la pena», asevera. Resulta que «siempre se puede crecer en la comprensión de esos tesoros que vienen de tan lejos». Lo mismo sucede con la fe o con la liturgia.

Unos días antes de esta conversación con Nuestro Tiempo, Matis escuchó Nunc Dimittis de Paul Smith en la interpretación del ensamble inglés Voces8. Y pese a que la polifonía sería, según dice, demasiado «audaz» para el renacentista Palestrina o para Bach, puede acompañar bien a la oración: «Evoca desde el primer momento la sacralidad; ayuda a rezar».

Si algo ha aprendido bien el violinista de san Josemaría es que se puede rezar con canciones profanas. «Uno va por la calle cantando “With or Without You” y la canción le sirve para hablar con la Virgen o con Jesús». Pero eso no significa que se deba desplazar la liturgia: «U2 te puede servir para una oración privada, mientras que la liturgia es una oración pública que busca universalidad. No sé si mi abuela de 94 años, que iba a misa todos los días, habría conectado con U2…».

 

El violín ha dejado de ser su profesión, pero nunca lo ha abandonado del todo | DANIEL IBÁÑEZ

 

—U2 es un claro ejemplo de cómo se puede expresar lo atávico y lo actual a la vez.

—Sí, y eso que no es fácil. La clave es darse cuenta de que lo sagrado es distinto de lo profano. La jarra que utilizas para tomar cerveza con tus amigos no la puedes emplear para celebrar la misa, al menos si consideras que es un misterio, una actuación divina en favor de la humanidad. Por eso te sirves de un vaso distinto. Las diferencias tienen que ver con el material, con las formas, con los colores… Lo mismo ocurre con la música.

—¿En qué consiste la dignidad formal de un elemento de culto?

A Dios lo podemos encontrar en medio del mundo. Pelando patatas, por ejemplo. Pero, dicho de un modo un poco bruto, Dios no está en las patatas. Se puede rezar y estar en la presencia de Dios mientras uno come, pero es mejor no comer mientras uno reza. Jesucristo es Dios y hombre a la vez, es puente. Los antiguos romanos tenían al pontifex entre los cargos públicos de la ciudad, comprendían que el sacerdote era el que unía cielo y tierra. Y Jesucristo, siendo a la vez Dios y hombre, también tiene esa función. Pero eso no significa que la tierra sea el cielo, sino que se puede pasar de un lado al otro.

 

Para evocar lo sagrado, la música debe «usar ritmos distintos, melodías diferentes, armonías y colores que contrasten con lo que suena en la radio». Si no, podría darse el caso de que la gente confundiera la iglesia con una discoteca: «A veces pensamos que para atraer a los jóvenes a la Iglesia hay que actualizarse. Y es cierto. Pero habría que ver en qué. Quizá solo estén buscando a Dios, y Él es siempre actual».

—Cuesta encontrar a Dios en el arte hoy. La mayoría de los artistas buscan transgredir, provocar… no la armonía, la paz y la belleza.

—El arte es el reflejo de lo que se piensa y se vive. Tal vez por eso nos cuesta reconciliarnos con el arte contemporáneo. Somos inmaduros para reconciliarnos con nuestra verdadera imagen. El mundo es más rápido, caótico y ruidoso que antes. No sé si comparto la filosofía de John Cage, pero en su «4’33’’» hay algo profético: lo que la gente necesita escuchar hoy es el silencio para darse cuenta del ruido que nos rodea continuamente. 

—¿Llegará un momento en el que la sociedad se canse de tanto ruido?

—Imagino que lo mismo se preguntaron hace un siglo al escuchar a Schönberg. Y después llegaron disonancias todavía más atrevidas que las suyas. Lo cierto es que en la actualidad hay muchos compositores que están volviendo a cierta simplicidad y armonización. Es algo que también interpela: el orden y la armonía dentro de un mundo caótico.
 

Ese es, en opinión del violinista, el camino sobre el que debe discurrir la música litúrgica en los próximos años. Acaso porque la armonía y simplicidad remiten a lo sumamente armónico y simple, que es Dios.

 

«CADA PERSONA ES UN MISTERIO INAGOTABLE»

Rezando y tocando, la vida del sacerdote eslovaco transcurre con el equilibrio de la melodía de Tchaikovsky. La música es un arte que se nutre de otros artes a los que vampiriza, como el de vivir y el de amar. Por eso, Andrej Matis tiene un proyecto vital y violinístico que es consciente de los enriquecimientos mutuos que se dan en quienes crean cuanto viven y viven cuanto crean.

Matis es el ejemplo de que la banalidad no carcome a toda la juventud, de que esta sí se preocupa por los grandes temas sobre los que debe orbitar la existencia.

 

En la vida de Andrej, lo sagrado y lo profano forman una unidad | JAVIER MARRODÁN

 

—¿Siente un alejamiento de la juventud hacia el Creador?

—Los jóvenes tienen que aprender a compaginar la dimensión virtual con lo que experimentan offline. Internet es seductor, se lo pone fácil al individualista que necesita satisfacer todos sus deseos aquí y ahora, pero las relaciones entre personas en el mundo no virtual son distintas. Las personas no funcionan como la tecnología, no responden siempre de un modo previsible e inmediato. En este sentido, el encuentro con el arte puede ser transformador.

—¿No le parece que la juventud ya es suficientemente sentimental para insistir todavía más en la dimensión estética de la vida? ¿No es más bien la formación intelectual lo que se necesita hoy?

—El arte no es una cuestión puramente sentimental. Esa es una visión muy del siglo XIX, aunque el proceso ya había empezado probablemente en el Renacimiento. Es mucho más que los sentimientos, intenta transmitir un mensaje.

—Pero este mensaje también se puede transmitir con otros medios menos elaborados. ¿Para qué sirve entonces el arte?

—Sí y no. En realidad, el arte tiene otra dimensión que hoy está un poco ausente. No se puede guardar dentro de una caja, no se puede dominar del todo, nos trasciende. En este sentido, es como una persona: no está ahí para responder siempre a unas órdenes o exigencias, como sucede con el móvil. Nunca se sabe lo que puedes esperar de alguien, aunque creas que lo conoces bien. Eso es lo bonito: cada uno de nosotros es un misterio inagotable. Y como el ser más trascendente e inagotable es Dios, la experiencia artística nos puede ayudar a acercarnos a Él. 

—¿La Iglesia debe adaptarse para atraer a la juventud, o ser un faro inamovible por mucho que algunos pierdan el interés por ella?

Todos buscamos en primer lugar la felicidad, pero no siempre sabemos dónde encontrarla. La Iglesia la ofrece, porque ofrece a Cristo. Y la renovación de la Iglesia consiste en esto: que cada cual vive su vida como si fuera la de Cristo. Es como ser un intérprete de música clásica. Tú no has compuesto la pieza que vas a tocar. La ha compuesto un tal Vivaldi. Y tú vas a tocar su pieza tal como está. Pero al mismo tiempo vas a tocar tú. Si sales al estrado e interpretas Las cuatro estaciones con un ordenador, no le va a interesar a absolutamente nadie. El público y Dios quieren ver cómo tú interpretas a Vivaldi. 

—Entonces, ¿se trata de tocar a Vivaldi o de ser tú mismo? 

—Las dos cosas. Haces de Vivaldi algo tuyo. Una vez me preguntó un amigo: «¿Qué sentido tiene que la gente siga sacando nuevas interpretaciones de Las cuatro estaciones. En ese momento no supe responder, pero hoy le diría que es clarísimo: cada interpretación es distinta. Una nueva interpretación de la misma pieza. Y así es la vida cristiana, identificarse con Cristo. Cristo es uno para siempre. Pero nosotros nos queremos identificar totalmente con Él y, al mismo tiempo, conservar nuestra identidad. Y así, con mucha naturalidad, la Iglesia se va renovando. No solo desde arriba, sino sobre todo desde abajo. El mensaje, que es el mismo Cristo, es siempre igual. Y si alguna vez los jóvenes —o quien sea— no creen en el mensaje, quizá nos podemos preguntar si realmente vivimos el cristianismo como algo nuestro, con coherencia.

 

Así entiende Matis la vida, la música y la juventud del ánima: como excelsos placeres que condimentan toda vida dichosa y que nos acercan a nuestro principio. Por eso, con su personal ora et labora, Matis hace las delicias de Dios a través de cuerdas sublimes. Pues lo sublime es huella de lo divino.

Violinista con sotana o sacerdote con violín. Sea como sea, Matis es un melómano rompedor de tópicos. Y esto es porque su fe consiste en creer que la condición humana, con la banda sonora correcta, se puede ir domando y sublimando en una perfección paulatina. Una perfección de la que da cuenta su música, que es arte. 


 

«El primero, pero ni el mejor, ni el último»

 

Matis jamás ha ambicionado la fama ni los honores. Tras publicar el primer disco y el primer DVD, decidió compartir con sus compañeros su vocación sacerdotal. «Dije que me iba. Desde el punto de vista profesional no tenía mucho sentido, y mis colegas no eran practicantes».

 

—¿Lo entendieron?

—Al principio les costó. Para ellos mi decisión suponía mucho sacrificio. En cierto sentido debían empezar desde el principio, o casi, con un nuevo miembro, pero al final todo fue bien. Mucha Quartet da conciertos en sitios importantes, sigue ganando premios y tengo una buena relación con mis antiguos colegas.

 

En septiembre, se ordenó en la basílica de San Eugenio de Roma. La celebración tuvo que ser sencilla, sin apenas invitados, por las restricciones derivadas de la pandemia. Pero Matis, optimista empedernido, siempre encuentra una lectura positiva de cuanto acaece: «La imposibilidad de un gran montaje suponía que no había tanto estrés por si salía bien el banquete, sino que te centrabas en lo esencial: en la ordenación».
 

«Sucede lo mismo que con una boda; no es necesario una supermegafiesta, 250 invitados y luna de miel en Tailandia. Basta con decidirte, dos testigos y un cura», arguye el eslovaco, que es el primer sacerdote de la Prelatura de esa nacionalidad. 
 

El cardenal Parolin, en la ordenación, se acercó a Matis y le dijo: «Il primo, ma né il migliore, né l’último» («El primero, pero ni el mejor, ni el último»). Y así lo siente este treintañero: «Todos tenemos, más que la responsabilidad, la suerte de ser llamados a la santidad. Y da igual qué número tengamos en la camiseta».
 

Tras la ceremonia, Matis ofició su primera misa en Bratislava. Allí estuvo Mucha Quartet acompañando la ceremonia con sus instrumentos. «Uno de los regalos más bonitos que he recibido por la ordenación», admite.

 

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