Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Dar sentido a un universo en desarrollo

Javier Novo, catedrático de Genética de la Universidad de Navarra.


En su libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI escribe: «La irredención del mundo consiste precisamente en la ilegibilidad de la creación, en la irreconocibilidad de la verdad». La naturaleza se nos presenta como un «otro», como un don que nos supera y despierta preguntas sobre nuestro sentido más íntimo. Cuanto más avanzamos en el diálogo con la naturaleza, el cosmos se nos revela como una alteridad preñada de significado, pero a menudo oscuro e indescifrable, «ilegible».

El Papa Francisco aborda este problema en su encíclica cuando propone que la espiritualidad cristiana, si ha de renovar la humanidad, debe establecer una «sana relación con lo creado» para avanzar en la «reconciliación con la creación». Aún más, nos recuerda una conclusión fundamental de nuestro diálogo con la naturaleza: el universo todavía camina hacia su perfección última, porque Dios «de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo» [§  80]. Esto significa que la creación sigue en marcha, está haciéndose. De hecho, para Francisco, la presencia divina en el mundo no es otra cosa que «la continuación de la acción creadora».

Lo fascinante de un universo en desarrollo es que hace posible la existencia de futuro y de promesas, elementos centrales de la enseñanza cristiana: «El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal» [§ 83]. En ese camino —y esto es lo central del mensaje de Francisco— «todas las criaturas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente [...]». Así entendido, el marco conceptual supera la «cuestión medioambiental»: el ser humano puede colaborar a embellecer la creación porque «está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador». Y únicamente en un universo que está en camino podemos cooperar con la acción creadora.

En este contexto, el Papa llama a todos a una conversión ecológica que ha de «llevar al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo» [§ 220]. Esta actuación humana no es, en el fondo, otra cosa que el trabajo, que «tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de sí» [§ 125]. De este modo, la actividad profesional se convierte precisamente en el camino para restablecer nuestra relación con la naturaleza y colaborar a llevar el cosmos a su plenitud. Por eso, «estamos llamados al trabajo desde nuestra creación» [§ 128]. Podemos poner esfuerzo, creatividad y entusiasmo para que nuestra labor diaria coopere realmente a alimentar la esperanza de que este mundo físico —tantas veces ilegible— cobrará sentido. Este es el llamamiento central de Francisco a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: buscar, con nuestro esfuerzo y nuestras acciones ordinarias, una nueva relación con la naturaleza y así contribuir a que el cosmos avance hacia su culmen. De este modo, «al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (Cfr. 1 Corintios 13, 12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin» [§ 243].