Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Dorothy Day, la feminista santa

1918-1939

 


La Primera Guerra Mundial ayudó a tomar conciencia a las mujeres de que podían luchar por sus derechos políticos. En 1918 votaron por primera vez en Alemania, Austria, Gran Bretaña, Holanda, Rusia y Polonia. En el continente americano llegó el turno para los Estados Unidos en 1920 y después fue extendiéndose a otros países como Uruguay en 1927 o Chile en 1934. La primera ola de feminismo obtuvo como fruto el sufragio femenino en cada vez más naciones.

Dorothy Day (1897-1980) fue una escritora norteamericana, defensora de los derechos de la mujer y de los obreros, sufragista que murió con fama de santidad. Sobrevivió a una huelga de hambre en prisión por oponerse a la entrada de su país en la Primera Guerra Mundial y por la cuestión del voto femenino. «A mi alrededor solo percibía oscuridad y desolación —escribió en La larga soledad, su autobiografía, sobre esa época de cárcel—. La hebra de oro que cada mañana dibujaba el sol durante una breve hora en el techo me escarnecía; a última hora de la tarde, cuando las celdas estaban a oscuras y se apagaban las luces del corredor, se apoderaba de mí la angustiosa convicción de que la vida era repugnante e inútil, de modo que, incapaz de llorar, permanecía sumida en mi profunda desdicha».

Aunque al principio se resistió porque le parecía una forma de colaborar en la guerra, en los últimos meses del conflicto trabajó en un hospital como enfermera de la Cruz Roja, pero lo dejó para retomar su vocación de escritora. Transitó del comunismo y de ser defensora del aborto al catolicismo, sin abandonar nunca su preocupación por los pobres y los marginados. Así lo explica en sus memorias: «No negaré que, muchas veces, el amor del comunista hacia el hermano, hacia el pobre y el oprimido, es más real que el de muchos que se autodenominan cristianos. Pero cuando, de palabra y de obra, el comunista incita a un hermano a matar al hermano, a una clase a destruir y a odiar a otras clases, no puedo creer que su amor sea auténtico. Ama a su amigo, pero no a su enemigo, que también es su hermano. No hay en eso fraternidad humana: esta no puede existir sin la paternidad de Dios».

 

Obras para pensar

 

La larga soledad (1952)

Dorothy Day

Ed. Sal Terrae. Santander, 2000

Una mujer consecuente consigo misma. Una historia de conversión

 

«La sensación de inutilidad es uno de los mayores males. Los jóvenes dicen: “¿Qué bien puede hacer una persona?, ¿cuál es el sentido de nuestro pequeño esfuerzo?”. No pueden ver que debemos colocar un ladrillo cada vez, dar un paso cada vez»

 

El mundo cambió totalmente por el crac del 29. La bolsa de Nueva York se hundió, y cerraron bancos, fábricas, comercios. Todo el planeta entró en crisis: seis millones de parados en Alemania, dos en Gran Bretaña y hasta doce millones en los Estados Unidos en 1933.

Fue en ese momento de profunda incertidumbre cuando Day, de 36 años, fundó un diario en Nueva York, The Catholic Worker. Antes había trabajado en varios medios marxistas. Así dio voz al hombre de la calle, al hambriento, al menesteroso y al parado, y también a las mujeres despedidas y sin empleo. El objetivo de este periódico era evangelizar a partir de una visión católica de la sociedad. Publicó artículos sobre trabajo infantil, explotación de los negros en el sur, desahucios o huelgas. Además, abrió una escuela para obreros, casas de acogida para personas sin hogar, y granjas-comuna para desempleados.

Años después se opuso a la Segunda Guerra Mundial y a la guerra de Vietnam. Durante aquel conflicto sufrió mucho al ver partir a su nieto Eric hacia una contienda dura y prolongada, que terminó con la derrota de los Estados Unidos. Hasta el fin de sus días no abandonó sus dos pasiones: la escritura y los pobres. «El persistente esfuerzo de escribir, de empuñar la pluma tantas horas al día, cuando alrededor hay tantos seres humanos que me necesitan, cuando abundan la enfermedad, el hambre y el dolor, es una tarea terriblemente ardua. Tengo la sensación de que no he hecho nada bien. Pero he hecho lo que podía».