Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

José Levy: «Hay que ser optimista, porque la alternativa es demasiado dolorosa»

Texto: Roberto Calvo Macías [His Com 21] y Miguel Ángel Iriarte [Com 97 PhD 16]  

Sus más de treinta años como corresponsal de CNN en Español en Jerusalén convierten a José Levy en un curtido experto en Oriente Medio. En esta conversación con Nuestro Tiempo recuerda cómo vivió la Primavera Árabe, señala las raíces más profundas de la inestabilidad de la zona y muestra un optimismo moderado cara al futuro.

 


José Levy (Melilla, 1958) se trasladó a Israel en 1978 para completar su doctorado en Biología en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Desde entonces vive en la única ciudad santa para las tres grandes religiones monoteístas, uno de los principales focos informativos del mundo. Tras orientar su actividad profesional hacia el periodismo en 1983, ha tenido la ocasión de cubrir eventos de primera magnitud, como la caída del Muro de Berlín, el final de la Unión Soviética, los ataques terroristas en Londres y Madrid, la muerte y beatificación de Juan Pablo II, la elección del papa Francisco, y diversas guerras y crisis humanitarias relacionadas con el conflicto árabe-israelí. Ha entrevistado a personajes históricos como Fidel Castro, Alberto Fujimori, Yasser Arafat, Isaac Rabin, Shimón Peres, Benjamin Netanyahu o el fundador del grupo palestino Hamás, Ahmed Yasin. Su experiencia ha quedado reflejada en los libros Testigo directo: viviendo la noticia con CNN (2010) y Terror: alerta ISIS (2017). Un estilo expansivo y apasionado, a la vez que equilibrado en sus valoraciones, caracteriza sus frecuentes crónicas y su pódcast semanal Desafíos globales en CNN.

 

¿Cómo vivió la Primavera Árabe? ¿Pudo estar en la primera línea de los hechos? 

Nos pareció ver el despertar de la democracia. Fueron días apasionantes, con muchos sentimientos a flor de piel: deseos, esperanzas… También hubo peligros y situaciones extremas. Yo viajé a El Cairo. Estuve en la plaza Tahrir, entre los pro-Mubarak y los opositores. ¡Es increíble estar en el lugar donde transcurre la historia! Durante horas se limitaron a conversar y debatir. Todo cambió cuando alguien lanzó la primera piedra. Se pudo ver en todo el mundo. Recuerdo que esos días nos evacuaron del hotel donde nos alojábamos porque los partidarios del Gobierno quisieron quemarlo. Algo que tampoco he olvidado ocurrió cuando estaba solo en medio de la calle, quebrantando el toque de queda: pude ver un tanque apuntándome directamente. Más allá de lo personal, la Primavera Árabe fue algo tan imprevisto, en su estallido y propagación, que es un proceso histórico único.

 

¿Cuál es su balance? ¿Mereció la pena?

No me atrevo ni a hacer una valoración general, porque existe una gran fragmentación en la zona, ni a decir que «valió la pena» cuando en Siria ha habido medio millón de muertos. Incluso antes de las revueltas parecía atisbarse la cercanía de la democracia, pero ahora se aleja esa posibilidad. Eso sí: la esperanza es la misma, si cabe mayor, porque el deseo de libertad y el anhelo por los derechos humanos son sentimientos intrínsecos al hombre. No se pierden.

 

Decía que el gran problema es la fragmentación. ¿Está ahí la clave para entender Oriente Medio?

No se entiende Oriente Medio sin la división entre musulmanes chiíes y suníes. Es la base de la conflictividad religiosa, social y política de estos países. El resto de factores son secundarios. Los suníes son el 85% de los musulmanes, guiados por Arabia Saudí y Egipto, mientras que  los chiíes suponen un 10% del total y encuentran en Irán su principal bastión, aunque también tienen una importante presencia en Irak y son minorías muy influyentes en Yemen, Siria y Líbano. En el pasado, aparcaron sus rencillas para hacer frente al enemigo común: Israel. Hoy la realidad es otra: los países suníes, junto con Israel, forman un frente contra Irán, cuya influencia en la zona aspiran a detener, sobre todo en vista de que Irán pueda hacerse con su propio arsenal nuclear. Y dentro de Irán el líder supremo es el ayatolá Ali Jamenei, un hombre enigmático que controla el Estado, da instrucciones al Consejo de Sabios y dirige a la Guardia Revolucionaria, la fuerza militar principal del país.

 

¿Qué papel podrían tener países como Arabia Saudí o los Estados Unidos?

Trump nunca se planteó romper relaciones con los saudíes. Con Biden, Arabia se encuentra en el filo de la navaja. Siendo candidato pidió el aislamiento internacional de la monarquía saudita, aunque aún no ha anunciado medidas. Personalmente, creo que los intereses norteamericanos en la zona pasan por la normalización de las relaciones entre suníes e israelitas, con vistas a una coalición anti-Irán. Si Biden rompiera relaciones con los saudíes, toda la ecuación estratégica estadounidense se complicaría. Por ahora, centrará su atención en resolver los problemas internos de su país: la pandemia, la crisis económica y la polarización social. 

 

¿Cómo ve el futuro de Siria? ¿Es Al-Ásad parte del problema o de la solución?

En 2015 hubiese dicho que Al-Ásad iba a desaparecer, bien porque lo asesinaban o bien porque huía. Pero no tuvimos en cuenta la fuerza con la que un nuevo actor iba a aparecer en escena: Vladímir Putin. Su interés es puramente geopolítico. A través de su base naval en Tartús, Siria es la auténtica salida de Rusia al Mediterráneo. El armamento y la intervención rusa permitieron a Al-Ásad retomar pueblo a pueblo y casa a casa el control del país. Mi impresión es que todavía tenemos Al-Ásad para rato. También considero que, si quiere gozar de estabilidad, necesita dialogar con la oposición.

 

Con frecuencia se acusa a Occidente de hipocresía en su relación con Oriente Medio: ¿cree que es acertado?

La importancia que se les da a las guerras depende en gran medida de los medios. A mayor violencia, mayor difusión, mayor audiencia. A la hora de adjudicar su atención, el mundo es muy caprichoso. ¿Quién se acuerda hoy de Siria? Por triste que parezca, los criterios de la actualidad informativa no están regidos por intereses humanitarios y democráticos. Ahora los ojos están puestos en la pandemia y se ha reducido la capacidad de ayuda internacional.

 

Ha cubierto eventos relacionados con los últimos papas. ¿Piensa que pueden aportar a la pacificación de la zona?

El papa Francisco es el líder religioso más importante del mundo e intenta encauzar el acercamiento interreligioso, ser fuente de consensos. Si Juan Pablo II fue el «papa viajero», Francisco hará historia siendo el «papa valiente». ¡Es increíble que durante la visita del papa a Irak se detuviese la violencia y que con su partida se reanudase! Su encuentro con el gran ayatolá de Irak fue el momento más trascendental de su viaje porque decidió dar un paso inusual: reunirse con el líder de los musulmanes chiíes. Tiene un significado enorme, porque el acercamiento religioso pasa también por el diálogo con el chiismo. He tenido la suerte de conocer a los tres últimos papas y ver cómo para ellos Oriente Medio es una cuestión fundamental. ¡Estamos hablando de las tierras bíblicas! Se palpa, además, que solo quieren dar gloria al Dios del cielo y traer paz a los hombres de buena voluntad. Para mí, Francisco personifica, con su vida y su predicación, la búsqueda del denominador común de las grandes religiones: que todos somos hijos de Dios.

 

Llevando tantos años en Jerusalén, ¿es optimista sobre el futuro?

Yo siempre, por mi naturaleza, intento ser optimista. [Se ríe]. Luego, la realidad muestra que, en esta zona del mundo, el pesimista es el realista. Es terrible ver cómo millones de niños solo han conocido la pobreza, la destrucción, la guerra… Por eso hay que ser optimista: porque la alternativa es demasiado dolorosa.