Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

José María Romera : «Carlos Pujol siempre me pareció culto, sagaz, inteligente y divertido»

Texto: Teresa Vallès-Botey, profesora de Literatura Comparada en la Universitat Internacional de Catalunya y coordinadora del grupo de investigación Carlos Pujol, Literatura y Humanismo  


«Es imposible —asegura Carlos Pujol en Cuaderno de escritura— que un buen escritor no encuentre en algún momento un puñado de buenos lectores. Estos, junto con su ilusión y su arte, ya bastan». Las cartas de numerosos escritores, críticos y editores, conservadas en su archivo personal, son la prueba de que a él, que vivió alejado del foco mediático, no le faltó el aliento de ese «puñado de buenos lectores» que apreciaron su obra. Uno de ellos es el profesor, escritor y periodista José María Romera (Pamplona, 1953) [Filg 76], articulista en las últimas décadas en varios medios, entre ellos los pertenecientes al grupo Vocento y El País, y autor de media docena de libros en los que entrelaza sus intereses filológicos e históricos. Director general de Cultura en la Comunidad foral entre 1986 y 1992, actualmente colabora como columnista en Diario de Navarra. Con ocasión del décimo aniversario del fallecimiento de su amigo Carlos Pujol, aporta algunas pinceladas a su retrato y a la relación que mantuvieron ambos gracias a las visitas de Pujol a Pamplona.

 

En 1988 Carlos Pujol publicó Cuaderno de escritura en la editorial navarra Pamiela e impartió una conferencia en Pamplona sobre «El arte nuevo de hacer novelas». ¿Se conocieron entonces?

No recuerdo las fechas exactas pero debió de ser ese año. En los ochenta yo daba clases de literatura y hacía crítica literaria en Navarra Hoy. Carlos publicó algunas de sus obras de ese periodo en Pamiela, que había surgido de una revista del mismo nombre con la que yo tenía relación. Nos conocimos gracias a amigos comunes de ese círculo.

¿Qué le interesó de su narrativa?

Antes de conocer al Pujol novelista yo había disfrutado su Leer a Saint-Simon (1979), una magnífica introducción a la obra del escritor francés, y el ensayo Balzac y la comedia humana (1974). Recuerdo también algunas de sus traducciones en la colección de clásicos de Planeta. Como novelista siempre me pareció culto, sagaz, inteligente y divertido. Me interesó mucho su tendencia a mezclar los personajes históricos reales con otros de su invención y también su capacidad para crear atmósferas de época como hicieron los grandes novelistas del realismo decimonónico. Pero él lo lograba de una manera propia, más poética y menos dependiente de la reproducción fiel de un escenario.  

En 1994 usted participó en la presentación de dos de sus libros. Tituló sus palabras «Carlos Pujol o la discreción». ¿Por qué cree que Pujol se mantuvo en la sombra?

Creo que la sombra era su hábitat natural, tanto por carácter como por la manera que tenía de concebir su relación con la literatura. No me parece que perseguir el éxito le interesara gran cosa, sobre todo si el éxito se podía interponer entre él, las lecturas y la escritura. Aparte de eso, nunca cayó en el error de confundir vida y literatura, lo cual le previno de ciertas tentaciones como la vanidad, tan irreprimible para muchos escritores.

Ha descrito a Pujol como «un hombre ilustrado y romántico, melancólico e irónico, fantasioso y racionalista». ¿Lo ve como una síntesis de contrarios?

En cierto modo sí. Suelo acordarme de un aforismo que anotó en el primer Cuaderno de escritura: «Mezclar con criterio armonioso locura y medida». Es lo que él sabía hacer como nadie, de modo que la síntesis se inclinase siempre hacia el lado clásico, sereno, equilibrado, y no hacia el desvarío. Yo diría que era un romántico, pero un romántico ilustrado.

En el acto de 1994 ya mencionado presentó a Pujol como «uno de esos contados escritores a los que acudimos en busca de entretenimiento y acabamos cargados de sosiego, ironía y clarividencia». ¿Cómo interpreta su «hacer libros divertidos pero secretos, esta es la fórmula»?

Con Carlos Pujol la ironía nunca está descartada. Me imagino que aquí está apelando a la necesidad de ambicionar lectores cómplices, capaces de percibir y entender el lado «secreto» de la obra, a la vez que se procura la amenidad y la ligereza del libro «divertido» que pueda llegar a lectores menos ambiciosos. Carlos sabía cultivar un humor amable, discreto e incisivo, tres cualidades indispensables para la práctica del humor. 

Pujol —ha escrito usted— permite recorrer la gran literatura, «de la que es testigo, heredero y fidelísimo intérprete». Para él, ¿la tradición es un conjunto de reliquias intocables o una herencia de la que disponer?

Ninguna de las dos cosas. La tradición es más bien un espacio donde habitar y no un mausoleo que visitamos asombrados y paralizados. Carlos se desenvolvía en la herencia literaria como Pedro por su casa, pero no por ello de manera irreverente ni frívola. «En literatura o se es un clásico o no se es nada; se escribe con perennidad o para el olvido», dejó escrito. Era un humanista que sabía humanizar la literatura y convertir en cercano todo lo que hacía pasar por su filtro.