Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Francisco Álvarez: La Economía del Bien Común

Texto Laura Juampérez [Com 05]Fotografía Alberto Sáiz Llopis

Francisco Álvarez (Madrid, 1946) conoce bien el entramado económico actual. Tras ser vicepresidente de la Bolsa de París y consejero-director de la Bolsa de Valencia, en 2000 abandonó una carrera de treinta años y se unió a la Economía del Bien Común (EBC). Nacida en Austria en 2010, esta teoría  considera que el sector financiero solo será útil si deja de perseguir su exclusivo beneficio y busca, en cambio, el equilibrio entre sus beneficios y los de sus clientes y trabajadores. ¿Es posible una Economía para el bien de todos?


La Economía del Bien Común (EBC) es un modelo alternativo impulsado por Christian Felber, profesor de Economía de la Universidad de Viena. Esta teoría propone un camino intermedio entre el capitalismo y el comunismo. ¿Es realmente una propuesta viable?

Se trata de un modelo económico, pero es también una herramienta concreta para construir una economía con rostro humano. Nació hace cinco años y ya da resultados: más de mil setecientas empresas apoyan la iniciativa. Algunos Ayuntamientos se están convirtiendo en «Municipios del Bien Común». Incluso hay dos regiones, una en Italia y otra en Austria, que tienen su programa gubernamental fundamentado en la EBC. Cada vez más universidades impulsan proyectos de investigación de implementación y difusión de este modelo económico. En Alemania, los financia el Ministerio de Educación.

Ustedes proponen cambiar el ánimo de lucro por la cooperación y la competencia por la contribución al bien común. Sin embargo, las empresas que lo practiquen estarán en desventaja frente a las que se mantengan en el modelo actual...

El modelo vigente —capitalismo de mercado— funciona «de arriba abajo», pero la propuesta es que lo haga —y algunos ya lo hacen— «de abajo arriba». Veamos, ¿qué es una empresa? Un conjunto de actores: emprendedores, financiadores, trabajadores, proveedores, clientes y el entorno en el que la empresa se encuentra. ¿Es utópico —o revolucionario— reconocer que todos ellos permiten que una empresa exista? No, no lo es: es evidente. Entonces, ¿por qué no pueden participar todos estos actores en un ejercicio/balance común que permita determinar si la empresa contribuye al bienestar social de todos? Una vez realizado este ejercicio, y ya que las empresas se encuentran ubicadas en municipios, serán los Ayuntamientos los que decidan si recompensan o no a las empresas que crean bienestar con respecto a las que no lo hacen. Este procedimiento puede extrapolarse a las regiones y más tarde al Estado en su conjunto. La EBC no impone: propone, y si en el movimiento «de abajo arriba» llegamos a nivel nacional y la mayoría decide que hay que legislar…, pues legislemos. En la práctica es muy simple: ¿qué dice la Constitución española? Que la soberanía reside en el pueblo. Pues bien, vamos a aplicar la Constitución: toda la legislación debe ser el resultado de lo que decida la mayoría. «De abajo arriba».

¿Cómo explicaría sus políticas a quienes puedan considerarlas «neocomunistas» o propias de «soñadores»?

¿Neocomunistas? ¿Soñadores? ¿Por qué no «neocapitalistas»? ¿Por qué no ilusos y muchas cosas más? La Economía del Bien Común rechaza, precisamente, lo negativo del comunismo y del capitalismo. Esa es la gran novedad. El artículo 128.1 de la Constitución dice: «Toda la riqueza del país, en sus distintas formas, y sea cual fuere su titularidad, está subordinada al interés general». ¿Es eso comunista? ¿Es utópico pedir que la Constitución se cumpla? ¿Debemos renunciar a esa aspiración? El interés general consiste, entre otras muchas cosas, en que las empresas creen bienestar, no malestar.

¿Qué papel otorgan ustedes al Estado? ¿Y al libre mercado?

Libertad total dentro de un marco estatal que tenga como prioridad el bienestar de sus habitantes. Pero no de palabra, sino con hechos. Que «de abajo arriba» se haga —con total transparencia e igualdad de información— lo que el pueblo soberano decida, como suscribe la Constitución. Todos aceptamos que no se permita asesinar, ¿por qué no se puede legislar, si la mayoría lo decide, acerca de empresas que generan bienestar y empresas que no? Libre mercado sí, libertad total, pero favoreciendo la actividad de aquellos que aporten bienestar a la sociedad. Hoy en día, la prioridad se otorga a los que, en principio, solo crean dinero para ellos mismos, aún a costa de destruir el tejido social, contaminar el medio ambiente, etcétera. 

Entonces, ¿es posible que una empresa perviva fabricando sus productos en Europa? ¿Con nuestros salarios y derechos laborales?

Claro que es posible. En lugar de explayarme en argumentos diferentes y variados, pido a los lectores de esta entrevista que accedan a las webs de La Fageda [cooperativa de alimentación donde trabajan más de un centenar de personas con discapacidad psíquica], de Microviñas [empresa vitivinícola con un compromiso ético con el ecosistema] y de la EBC para ver ejemplos concretos. Respecto a «nuestros salarios», ¿consideramos que son exagerados, particularmente en España? ¿Cómo se explica entonces que millones de familias españolas que aún tienen la suerte de trabajar confiesen que «no llegan a fin de mes»? Para tener precios competitivos, ¿debemos adoptar las condiciones laborales chinas? Si esa es la solución, me borro de esta sociedad.

Proponen ustedes que el balance financiero de la empresa sea el medio para crear el bien común. ¿Qué empresario arriesgaría su patrimonio para aspirar a él?

¿Por qué en la empresa solo hay que hablar del riesgo del empresario? Claro que existe, y hay que recompensarlo —como también a aquellos que aportan financiación sin ser empresarios—, pero eso no justifica que, si una empresa obtiene cien euros de beneficio, el empresario se lleve noventa y los trabajadores diez. Se debe reflexionar sobre el equilibrio necesario entre todos los actores. Si la empresa tiene éxito y funciona, ¿se debe solo al riesgo asumido por los empresarios? La EBC no propone que ellos se arruinen. Al revés, desea que su iniciativa tenga éxito, pero sin olvidar a los trabajadores, a los proveedores y a los clientes. En definitiva, que el esfuerzo de todos sea razonablemente retribuido.


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