Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Madres sin rostro

Texto: Lucía Martínez Alcalde [Fia 12 Com 14]. Ilustración: María Expósito  

Cuando una pareja o un individuo contratan a una mujer para que geste un niño en su lugar, lo que está en juego no es solo un vientre. La gestación subrogada implica todo un proceso fisiológico —con sus riesgos— que revoluciona el cuerpo de la madre y que dejará una huella en ella. También psicológica. El hijo es el producto final, y no tiene voz ni voto. El debate pendula entre prohibirla de manera global o regularla. Y, en caso de legislarla, si admitir solo la altruista o también la comercial. De fondo resuenan las grandes preguntas sobre la dignidad y los derechos de las madres subrogadas y de los niños.


Unas piernas abiertas sobre una camilla, las rodillas flexionadas. La matrona sonríe mientras coloca al bebé, aún unido al cordón umbilical, sobre el vientre de la parturienta. Hay dos hombres en la imagen, pero ninguno es su marido o su novio. Al fondo, difuminado, un doctor con mascarilla ordena material médico. En la esquina derecha de la foto, un señor con una nariz prominente y una frente despejada mira con emoción el rostro arrugado del bebé. 

Es, quizá, lo más cerca que va a estar nunca más la pequeña Audrey de la mujer que la ha llevado nueve meses en su vientre. El mundo que ha conocido durante 39 semanas es Ashley: el sonido de su voz, el latido de su corazón, su olor… Pero, ¡zas!, en cuanto cortan el cordón umbilical, pasa de repente a los brazos de una extraña; lleva sus genes, pero no la conoce. Es Nancy, la quinta persona en la foto, que, vestida con el mismo pijama que Ashley, se apoya sobre Justin, el hombre que contempla embelesado a la niña, expectante ante ese primer piel con piel. 

La pequeña, dentro de todo, es afortunada por no perder parte de su origen. En esta historia —narrada y fotografiada en Cosmopolitan en 2016—, Nancy y Justin acordaron con Ashley estar siempre en contacto. La madre que llevó a Audrey nueve meses aparece en el álbum familiar. Pudo volver a acurrucarla en sus brazos para una sesión de fotos. Tiene acceso a la app donde Nancy y Justin comparten imágenes con la familia —su marido le suele recriminar que esté tan pendiente del bebé, a lo que ella le contesta: «No es más que curiosidad… Es como si fuera su abuela o su tía»—. Ha mandado regalos para Navidad y Halloween, acudió a su primer cumpleaños y, en un nuevo reportaje para Cosmopolitan, admitía que estaba celosa de la niñera de Audrey, porque podía estar con ella todos los días.

Nancy cuenta que, una tarde, Audrey estaba ojeando un álbum y, fijándose en una foto de ella con Ashley, la acariciaba con suavidad. «Fue un momento muy dulce», declara Nancy. Al menos conoce su cara.

No todos los bebés de un vientre de alquiler saben quién fue su madre gestante. La situación se complica cuando el material genético es de uno o dos donantes. Un niño puede llegar a tener hasta seis progenitores: los padres comitentes (que contratan la subrogación), quienes hayan donado el esperma y el óvulo, y la madre gestante y su marido (si lo tiene). En la mayoría de los casos, se incumple la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU: todo niño tiene derecho a «preservar su identidad», incluyendo «conocer a sus padres y ser cuidado por ellos»

Como critica Katy Faust, activista por los derechos de la infancia y creadora de la organización Them Before Us, en The Federalist, lo que hace la gestación subrogada es dividir en dos o en tres lo que debería estar unido en una sola madre. «Ninguna de estas tres madres son opcionales y, cada vez que un niño no las encuentra reunidas en la misma mujer, sufre una pérdida». Un niño puede quedarse huérfano por una tragedia, pero, como añade Faust, en los vientres de alquiler, esa pérdida es intencionada.

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No todos los bebés de un vientre de alquiler saben quién fue su madre gestante. La situación se complica cuando el material genético es de uno o dos donantes

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Entre los que abogan por regular los vientres de alquiler, algunos defienden que haya un pago por el trabajo que requiere; otros declaran que hacerlo de manera altruista la convierte en una práctica aceptable. Quienes piden prohibirla subrayan la explotación que conlleva, se preguntan si todo lo que técnicamente se puede hacer es moral tan solo por desearlo (y tener dinero), y defienden que, incluso en el mejor escenario (subrogación altruista, asegurando el pleno consentimiento de la madre gestante y el conocimiento del hijo de sus orígenes), implica una violación de la dignidad humana de la madre gestante y del niño.

 

EL VÍNCULO AMPUTADO

«¿Por qué quieren ustedes hacer subrogación?» —pregunta la doctora Patel a una pareja en su consulta de la clínica de infertilidad Akanksha, en la India.

La mujer, sentada al lado de su marido, esboza una media sonrisa y le mira. «Problemas de vivienda», responde él. «¿Queréis comprar una casa porque ahora no tenéis una?», repregunta la doctora antes de precisar las posibles complicaciones: parto por cesárea, pérdida de sangre, necesidad de una transfusión, posibilidad de perder el útero… El marido asiente en cada uno de los aspectos de la enumeración. También cuando Patel pronuncia «riesgo de muerte» y añade que «nadie es responsable de esa muerte». La futura madre subrogada ya no sonríe. Parpadea y fija sus ojos en la dueña de la clínica.

Esta escena pertenece al documental Google Baby (2009) y la doctora Patel no ha expuesto ni la mitad de los riesgos a la pareja. Se ha olvidado de mencionar las complicaciones derivadas de los embarazos cuando el óvulo no es el de la mujer gestante, como una probabilidad tres veces mayor de desarrollar hipertensión y preeclampsia. Además, el uso de Lupron, que prepara el cuerpo para recibir la transferencia de embriones, puede aumentar la presión intracraneal. Otros peligros a los que se expone son: síndrome de hiperestimulación de ovario, torsión ovárica, quistes, dolor pélvico crónico, menopausia prematura, pérdida de la fertilidad, cánceres reproductivos, generación de coágulos sanguíneos, enfermedades renales, infartos cerebrales, y, en algunos casos, como sí especifica la doctora, la muerte.

Una larga lista a la que añadir el impacto psicológico y emocional para quien pasa por un proceso así. Por mucho que la mujer haya firmado un contrato en el que se afirma que el niño que gestará no es suyo, la realidad se impone. Algunas madres gestantes se esfuerzan mucho en no crear vínculos con el bebé, algo que es muy difícil de lograr, en gran parte por la oxitocina generada (la hormona que tiene un papel clave en el parto y la lactancia, y también para la creación del vínculo entre madre e hijo). Además, el embarazo implica una transformación en su cuerpo incluso después de los nueves meses y el posparto.

Antes de ser vientre de alquiler, Ashley había sido madre de modo natural de tres hijos, y cuenta que ha estado un poco más sensible tras el parto de Audrey: «La mayoría de las veces, no sé por qué quiero llorar». «Aunque no tiene ninguna parte de mí —afirma—, ella es ahora una parte de lo que soy». La segunda enunciación es cierta, la primera no. La pequeña Audrey sí tiene algo suyo. La relación entre la gestante y el niño en su vientre es sin duda una relación biológica y puede hablarse de la mujer subrogada como madre. Así lo explica Ibone Olza, psiquiatra y activista por los derechos de los bebés y los progenitores en la primera infancia: «Incluso si el óvulo no es de la mujer que gesta, la embarazada puede interferir en la expresión genética del bebé, haciendo que se expresen unos genes u otros por mecanismos de epigenética».

Ilustración: María Expósito

¿Quién saldría ganando si no hubiera vínculo entre la embarazada y el bebé? El gran damnificado es el recién nacido. En las últimas décadas se ha investigado mucho sobre los beneficios del piel con piel con la madre gestante y de los problemas derivados si eso falta. También se conoce cómo el estrés de la mujer durante el embarazo afecta al desarrollo del feto, y las mujeres que alquilan su vientre están expuestas, en general, a un estrés mayor que otras embarazadas: un estudio publicado en Human Reproduction muestra cómo las mujeres subrogadas presentan niveles más amplios de depresión durante el embarazo y en el posparto, menor conexión emocional con el bebé y una mayor preocupación por su desarrollo. 

Otra investigación, publicada en Journal of Child Psychology and Psychiatry, recoge que los niños nacidos por vientre de alquiler mostraron mayor dificultad de adaptación a los siete años. Diversos estudios han encontrado que son mucho más frecuentes los nacimientos múltiples, los partos prematuros, las muertes fetales, las admisiones a la UCI neonatal y la duración de la estancia en el hospital en los casos de subrogación, según informa el Center for Bioethics and Culture Network. 

Esta práctica tiene otros damnificados: como casi siempre involucra una fecundación in vitro, muchos embriones permanecen congelados en laboratorios o son directamente desechados por no cumplir las características que sus padres desean. Algunas noticias hablan de que solo llegan a nacer el 7 por ciento de los bebés creados por este procedimiento.

 

HIJOS OBJETO, MUJERES VÍCTIMAS

Las personas que recurren a los vientres de alquiler suelen esgrimir razones del tipo «Tener un hijo siempre ha sido nuestro sueño». El problema, según los expertos, consiste en convertir un deseo bueno y comprensible en un derecho. Y, si existe un derecho a tener descendencia, debe existir por tanto quien asegure ese derecho (los países con sus leyes) y un objeto de derecho (el niño). El Tribunal Supremo español, en una sentencia del 31 de marzo de 2022, afirmaba que, en la gestación subrogada, la madre sustituta y el niño «son tratados como meros objetos, no como personas dotadas de la dignidad propia de su condición».

La cosificación del niño es evidente en la gestación comercial, pero ocurre también en la llamada «altruista». Y se retrata en los casos en los que el producto final del servicio no sale como el cliente esperaba. 

Brizzy nació prematura y sufrió daño cerebral; la pareja de Estados Unidos que había pagado por un vientre de alquiler en Ucrania la abandonó al enterarse. Brittany Pearson, en California, gestaba un bebé para una pareja cuando le detectaron cáncer; los padres comitentes querían que abortara, no deseaban arriesgarse a las posibles consecuencias de un parto prematuro. Pearson tuvo al niño en un parto provocado en la semana 25 para poder empezar su tratamiento, pero la custodia del niño pertenecía a los padres de intención, que no quisieron hacerse cargo, y, aunque ella se ofreció a adoptarlo, ellos se negaron y pidieron que se le retirara al niño el soporte vital. Melissa Cook, en el condado de Orange (EE. UU.), estaba embarazada de trillizos, pero el padre comitente dijo que solo iba a pagar por gemelos, porque es lo que estaba en el contrato, y exigió que abortara al tercer bebé; Cook se negó y renunció al pago del tercero con tal de salvarle la vida. Meses después de nacer, se enteró de que el padre tenía actitudes negligentes hacia los niños, hasta el punto de que la propia hermana de este hombre había llamado a los servicios sociales; Melissa intentó que le dieran a ella la custodia, pero, al ser madre subrogada, fue considerada como una completa extraña, y los niños tuvieron que permanecer con el padre.

Kelly Martinez, de Dakota del Sur, narró su historia en una entrevista en Aceprensa. La tercera —y última— vez que se ofreció como madre gestante fue para una pareja española. Querían un niño y una niña, pero resultó embarazada de dos varones. «Dijeron entonces que no iban a pagar por eso», cuenta. También sufría preeclampsia y le adelantaron el parto a la semana 30. A los padres comitentes no les gustó esta nueva contrariedad y volvieron a amenazar con no pagar. Finalmente, regresaron a España con los bebés, pero sin avisar a la agencia que había gestionado el procedimiento, y dejando una deuda en el hospital de diez mil dólares que el centro reclamaba a Kelly Martinez. Tras la experiencia, padeció estrés postraumático.

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La cosificación del niño es evidente en la gestación comercial, pero ocurre también en la llamada «altruista». Y se retrata cuando el producto final del servicio no sale como el cliente esperaba

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La subrogación no es, como sus defensores dicen, otro modo más de formar una familia. Algunos la asimilan con la adopción, pero las diferencias son abismales. Como la propia Martinez explica: «Si una pareja quiere adoptar, debe pasar por una serie de trámites para demostrar que pueden ser buenos padres, pero, en el caso de la subrogación, las parejas llegan, contratan un servicio con una agencia por miles de dólares, y esta busca una persona que tenga a sus hijos. No se hace ninguna evaluación de los padres intencionales. ¡A mí sí, pero no a ellos! Simplemente han pagado». 

Katy Faust explica en The Federalist otra diferencia fundamental: «En la adopción, el niño es el cliente. La meta es encontrar una familia para los niños que no tienen una»; por otro lado, en la industria de las técnicas de reproducción asistida, «el adulto es el cliente. La meta es conseguir un niño para cada adulto, sin importar lo que le cueste a ese niño o a cualquier otro». La activista lo sintetiza en una frase: «Una sociedad justa cuida de los huérfanos, no los crea».

 

¿NEGOCIO O SERVICIO?

«Nunca has vivido realmente hasta que hayas hecho algo por alguien que nunca podrá pagarte». Es una frase de John Bunyan, predicador del siglo XVII, que se puede encontrar en diferentes páginas como cita motivacional para las mujeres que están pensando en alquilar su vientre.

Abi, de Reino Unido, le dijo a su amiga Rachel que ella «haría de niñera de su embrión, cuando le anunció que le ofrecía su vientre. Aunque en este país solo es legal la gestación subrogada altruista, se contempla que la madre sustituta reciba pagos por los gastos, que algunas asociaciones calculan que suelen oscilar entre los 14.000 y los 23.000 euros, aunque, en realidad, no existe por ley un límite. Rachel y su marido le dieron a Abi una tarjeta de efectivo.

El Parlamento Europeo pidió en 2015 la abolición universal de los vientres de alquiler y, en su resolución de 2022, declaró que «la explotación sexual para la gestación por sustitución y la reproducción es inaceptable y constituye una violación de la dignidad humana y de los derechos humanos». En España, es ilegal cualquier modalidad. En Italia, está prohibida y existen penas de cárcel. La Declaración de Casablanca, firmada en marzo de 2023 por cien expertos de 75 países, sostiene que la gestación subrogada «viola la dignidad humana y contribuye a la mercantilización de las mujeres y los niños» e insta a una prohibición universal, tanto de la comercial como de la altruista. Treintaiún países aprueban a día de hoy la gestación subrogada, según el Observatoire de la Procréation Assistée. Entre ellos, en Australia, México, Canadá y Estados Unidos, al ser federaciones, sus reglamentos son distintos en cada estado (algunos la admiten sin límites, otros ponen restricciones, otros no la aceptan).

En Utah nació Audrey. Justin, el padre comitente que contrató a Ashley, afirmaba, al comienzo del proceso, que ella no lo hacía por el dinero. Ashley añadía: «Sé que me van a compensar económicamente, claro, pero lo estoy haciendo por ayudar a crecer a esta familia. El dinero es solo un bonus. Estamos construyéndonos una casa y, cuando decidimos que me hiciera subrogada, no tenía trabajo. Pensé que esta podría ser mi contribución a nuestra casa». Como parte del contrato entre las dos partes, ambas parejas decidieron no hacer público a cuánto ascendía esa compensación. En estados como California, que algunos denominan «el paraíso de la subrogación comercial», la madre gestante puede llegar a ganar más de 46.000 euros, aunque  otras estimaciones inflan esa cifra hasta casi los 100.000. La línea entre «cubrir gastos derivados del cuidado y la salud» y «pagar a una subrogada» se difumina.

Ilustración: María Expósito

A los padres de intención, el procedimiento les puede costar entre 50.000 y 200.000 euros, dependiendo del país donde se realice y los costes marcados por las diferentes clínicas. Estados Unidos es el lugar más caro (130 000 euros como mínimo), mientras que en México, por ejemplo, pueden ser unos 70.000, según informó El País.

Cuando Suecia prohibió cualquier tipo de subrogación, en el informe presentado por el Gobierno se refutaba a quienes defendían que, en el caso de los vientres de alquiler altruistas, no había posibilidad de explotación de las mujeres. El documento argumentaba que no existen pruebas de que legalizar la modalidad altruista elimine la comercial, y añadía que, más bien, la experiencia internacional muestra lo contrario: ciudadanos de países como Estados Unidos y Reino Unido suelen contarse entre los que más demandan vientres de alquiler en países extranjeros (donde es más barato). 

Los partidarios de la subrogación comercial sostienen que ser vientre de alquiler es un trabajo a tiempo completo, y que, por tanto, es de justicia pagarlo. Quienes abogan por la opción altruista parece que no quieren ver que la mayor parte de las mujeres que se ofrecen para esta técnica de reproducción son personas con necesidades económicas. 

Ser madre subrogada no es como donar un riñón. La mujer subrogada, «más que donar, está efectivamente “alquilando” un espacio de su cuerpo durante un tiempo a un individuo o a una pareja», afirma Jennifer Lahl, presidenta del Center for Bioethics and Culture, en Verily. Tras haber leído muchos contratos de subrogación, subraya otra diferencia profunda con la donación de un órgano: el grado de control sobre el cuerpo y los estilos de vida de la mujer subrogada que ejercen los padres comitentes, desde antes de la concepción hasta el parto, incluyendo amenazas si no cumple las reglas fijadas.

En la sentencia del Tribunal Supremo de España de 2022, se recogen distintas cláusulas del contrato firmado en el caso de un niño encargado y nacido en México. Entre otras exigencias a la gestante, se le pedía renunciar a la confidencialidad médica y psicológica, se le dice qué puede comer o beber, se le prohibían las relaciones sexuales, se le restringía la libertad de movimiento. La madre comitente no solo podía encargar pruebas al azar sin aviso previo para la madre gestante, para la detección de drogas, alcohol o tabaco, sino que también, si sufriera «alguna enfermedad o lesión potencialmente mortal», la comitente decidiría si mantenerla con vida de modo artificial o no, hasta que el feto fuera viable. Tras exponer esto, la sentencia añade: «No es preciso un gran esfuerzo de imaginación para hacerse una cabal idea de la situación económica y social de vulnerabilidad en la que se encuentra una mujer que acepta someterse a ese trato inhumano y degradante que vulnera sus más elementales derechos a la intimidad, a la integridad física y moral, a ser tratada como una persona libre y autónoma dotada de la dignidad propia de todo ser humano».

 

LO QUE NO ESTÁ EN VENTA

Desde 2015, la subrogación para extranjeros es ilegal en la India. Para entonces, Akanksha, el centro del que es directora médica la doctora Patel, había alcanzado la cifra de mil bebés nacidos por subrogación, y un tercio de los encargos eran de fuera del país. En su web, escribía: «No estamos en el negocio de los “vientres de alquiler”. Lo que hacemos es proveer de un servicio legítimo a aquellos que lo necesitan: tanto a la pareja que desesperadamente quiere un niño como a la mujer que desea cambiar sus circunstancias, educar a sus hijos, construir una casa o pagar deudas». 

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Quienes abogan por la opción altruista parece que no quieren ver que la mayor parte de las mujeres que se ofrecen para esta técnica de reproducción son personas con necesidades económicas

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En un artículo publicado en The Guardian en 2016, la periodista habló con una de las subrogadas que vivían en aquellos momentos en la parte residencial de Akanksha, donde permanecen las madres gestantes durante el embarazo. Le preguntó si sentía algún apego por el bebé que llevaba dentro: «Por supuesto que sí. A veces siento que es mi propio hijo. Entonces me recuerdo a mí misma que tengo que llevar esto con dignidad. No puedo apegarme. Yo solo tengo que pensar en el dinero». Añadió que el dinero transformará la vida de sus hijos. Recibía un salario mensual equivalente a 46 euros, más unos 4700 al dar a luz.

Otros lugares que habían sido durante años destino de parejas extranjeras que buscaban vientres de alquiler también han restringido esta práctica. Diversos escándalos llevaron al Gobierno tailandés en 2015 a permitirla solo para los ciudadanos del país y en su modalidad altruista. Nepal prohibió los vientres de alquiler en septiembre de ese mismo año.

Ilustración: María Expósito

No faltan las voces que defienden que, si esas mujeres libremente han elegido ser vientres de alquiler, están en su derecho. A esto responde Laura Nuño, directora de la Cátedra de Género en la Universidad Rey Juan Carlos, en un artículo: «Hay bienes que no se pueden comercializar por mucho que haya quien los compre o los desee». No podemos, especifica, subastar nuestros órganos ni vendernos como esclavos: «El consentimiento es, en estos casos, irrelevante». Y añade que «requiere de un yo autónomo no mediado por la supervivencia o la subordinación». 

Y, ante quienes proponen que optando solo por la subrogación altruista se evita la posible explotación de las gestantes, explica: «Si la contraprestación económica es lo que define la explotación, cabría interpretar que esta es mayor cuando mayor es la remuneración. Para el caso que nos ocupa, que una gestante griega o californiana está más explotada porque cobra más que una tailandesa o hindú; diagnóstico a todas luces disparatado. Son las condiciones de la situación de explotación las que la definen como tal y no su posible remuneración».

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Anand, la India. Una figura a contraluz intenta achicar con un escobón de paja el agua que invade gran parte de un pasillo de la clínica. Es martes. Casi todos los bebés nacen los martes. Una mujer yace en una camilla. Su marido está sentado a su lado. «Me da miedo la cesárea —dice—, estoy asustada por ese momento en el que el bebé salga, e incluso después de eso… Es complicado». Se pasa las manos por el vientre y se tapa los ojos con el brazo. Así comienza el documental Google Baby. Poco después, la vemos en el quirófano, con los brazos en cruz, mientras le toman las constantes. La doctora Patel se prepara para la cesárea mientras de paso, por teléfono, ultima otros asuntos. Un delantal gris y una bata verde le cubren su colorido sari. Empuña el bisturí. La parturienta esboza una sonrisa apretada. La intervención dura menos de un minuto y la doctora saca al bebé. Cortan el cordón. El niño llora. La madre tiene los ojos cerrados y susurra unas palabras inaudibles.

—¿Está todo bien? ¿Por qué estás llorando entonces? ¿Estás contenta o no?

Le acercan al bebé a la altura del rostro. Mientras los médicos la cosen, ella posa su mano derecha sobre la cabeza del niño, que deja inmediatamente de llorar. Entrecierra los ojos y murmura algo entre sollozos. Son solo doce segundos. La doctora Patel anuncia: «Ahora llevamos al niño con la madre». 

 

La semana que viene, más

 

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