Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Miguel López-Remiro: "La buena obra de arte es la que busca una aportación, una forma nueva de ver la vida"

Texto Sonsoles Gutiérrez [Com 04] Fotografías Manuel Castells [Com 87], Elker Azqueta.

Miguel López-Remiro [Eco 99, PhD Fia 03] habla con la misma soltura de arte, de gestión de empresas o de creatividad. Puede permitírselo porque, después de licenciarse en Económicas, cursó un diploma de Estudios Filosóficos y se doctoró con una tesis sobre Mark Rothko, uno de los pintores abstractos más relevantes del siglo xx. Además, él también pinta desde que era adolescente. Ahora es el subdirector curatorial del Museo Guggenheim de Bilbao.


¿En qué consiste su trabajo?

Dirijo la investigación sobre la colección del Museo y la programación. Es una plaza difícil de explicar en castellano, “curatorial” es un término que viene del inglés y se aplica a las labores de comisariado en torno a la colección y las exposiciones temporales. Creo que es un trabajo que se adapta muy bien a mi formación, y con el que estoy realmente ilusionado. 

Su perfil profesional no es muy común, ¿cómo explica esa mezcla de intereses tan dispares?

Siempre me habían interesado la filosofía, las humanidades... Más concretamente, el arte. Venía pintando desde joven, tenía cierta inquietud artística y en la filosofía encontraba respuesta a ciertas cosas que se planteaban en la pintura. Y a la vez me interesaba mucho el mundo de la gestión, es algo que me sigue interesando. Creo que toda facultad o toda licenciatura aporta al fin y al cabo lo mismo. No es que dé igual lo que estudies, sino que cualquier grado, como se va a llamar ahora, aporta una perspectiva concreta sobre el mundo, y al final, si la universidad es buena, si tiene una visión concreta de qué debe ser la universidad, en el sentido de acercamiento universal a la verdad, lo mismo da Económicas que otra carrera.

Da un poco igual lo que uno estudie si lo hace en un sitio abierto a otras inquietudes. Pero, en su caso, esa inquietud artística era anterior… ¿Recuerda por qué empezó a pintar?

No sabría decirlo. Creo que se nace con ello, aunque sea un tópico. Hay una serie de inclinaciones artísticas que de repente surgen. También influye lo que uno tiene en casa... Ahí mis padres desempeñaron un papel primordial, porque puedo imaginarme otros padres que, ante las primeras cosas que empecé a hacer, me hubieran dicho que no perdiera el tiempo o que jugara al fútbol (que también lo hacía, no era un bicho raro). No sé muy bien por qué, pero a los 15, 16 años me empezó a interesar la pintura. Mis padres supieron recoger esa afición y empecé a trabajar con un pintor ya consagrado. 

¿Quién era?

Fernando Iriarte. Iba los fines de semana a su estudio, que estaba en Barañáin. Yo era muy joven, así que quizá aquella inclinación tenía algo de genético. Se nace con ese “talento”, y si el contexto familiar ayuda a desarrollarlo, se mantiene. Sigo manteniéndolo, y me cuesta, porque pintar no es fácil; se necesita sitio, concentración, tiempo… Lo veo como un reto, algo que tengo que seguir desarrollando, porque es de las cosas que más me gustan en la vida.

Algo que exige tanto, ¿qué aporta a cambio?

Mucho. Toda persona con una vertiente creativa enseguida se da cuenta de que, si tiene un impulso creativo, por mucho esfuerzo que suponga dedicarle tiempo, espacio, materiales…, recibe mucho de vuelta. En ese tiempo se puede descansar, o hacer otras cosas, pero la creatividad revierte tanto… Esos momentos de intimidad creativa son algo básico. Una persona creativa tiene la necesidad de crear. La creatividad es un gran misterio, se ha escrito mucho sobre ella a nivel científico, neuronal…, pero no está del todo claro de dónde procede, qué hay detrás de ello. Al hablar con artistas, con gente creativa, se nota. Cuando me toca hablar con artistas, aquí en el Museo, veo que es gente que tiene que estar creando, y se les ve creando en cualquier momento, en los momentos más peculiares que uno pueda imaginar.

¿Recuerda alguna de esas conversaciones?

En general, lo que detecto con los artistas es el mismo interés, la dinámica de intentar crear cosas nuevas. Enseguida conectas con ellos. Cualquiera de los que ha venido por aquí o he podido conocer fuera tiene un interés real por lo nuevo, por ser sensibles al mundo exterior, por crear cosas que enriquezcan y, habitualmente, es verdad que es gente muy sensible.

¿Y a qué se debe la inseguridad, tan frecuente, de los artistas?

A que son outsiders, gente bohemia, y con un peligro: lo que le ocurrió a Tales de Mileto, que de tanto mirar a la luna cayó en un pozo. Pero la creatividad debe ser fruto de la vida. A veces el artista cae en el esteticismo, y es dramático, creer que su vida es su obra. Todo lo contrario de una persona apasionada de la vida. 

Sobre lo de crear algo nuevo… Para muchos, desde que en 1911 Kandinsky irrumpe con la abstracción, se va rizando el rizo con las vanguardias (cubismo, expresionismo…) hasta llegar a un punto donde parece que no se puede ir más lejos. ¿Se pueden seguir diciendo cosas nuevas?

Pienso que sí. Es verdad que hay muchas teorías en torno a ello, y muchas banalidades que intentan sacar partido, reírse del arte como algo que ya carece de contenido, pero yo soy de los que piensan que está todo por hacer. Las artes visuales analizadas como una ciencia, como algo biológico, dan a entender que todo está desapareciendo, que todo se ha diluido. Pero creo que vivimos un momento de gran auge creativo, que hay muchos artistas haciendo cosas verdaderamente interesantes, que están poniendo al hombre en su lugar en el mundo. Es fascinante. Nunca ha habido tantos artistas trabajando, nunca ha sido tan fácil ver el arte, los nuevos medios, tantos museos que están naciendo…  Como pasa en cualquier otra disciplina, dentro de toda esa abundancia, hay que saber cribar. Esto no es una visión intelectualista del arte contemporáneo, en la que a veces también se cae, sino una apuesta por la formación humanística. Muchas cosas que tienen rango de arte marcan la vida de las personas. El gusto, la sensibilidad por la naturaleza, por la belleza, por la relación humana… Creo que vienen de aquí.

Hoy es fácil que cualquiera distinga una buena jugada de fútbol, un buen gol, pero ante una obra de arte es frecuente caer en el tópico: “Eso lo hace mi hijo de siete años”. ¿Cree que eso es un problema? ¿Es malo que el arte sea elitista?

Es cierto, todo el mundo opina hoy de todo, sobre el último gol de Messi o de quien sea, y a mí me parece muy interesante la opinión sobre el hecho público. Se establece un tejido del lenguaje muy interesante. Yo no sé si el arte es elitista o no. Creo que sí tiene algo de elitista, y tiene algo de dificultad, en el sentido de que supone un esfuerzo. Toda actividad que requiere un esfuerzo, ya sea subir una montaña, o lo que sea, tiene su esencia en el propio esfuerzo, en la propia búsqueda. Puede parecer elitista porque si te enfrentas de manera frontal –que es lo que pasa en muchos centros donde la obra se expone sin ningún texto–, entiendo que mucha gente se frustre porque, claro, te están exponiendo un cuadro blanco, te están exponiendo una caja de cartón… Superado eso, vuelvo a lo mismo: toda actividad que requiere esfuerzo merece la pena. Entrar en el arte contemporáneo es una actividad intelectual. Hay que ponerse a ello, igual que una novela: no puedes decir si te gusta o no sin pasar del prólogo; tienes que entrar, igual en la página 100 te das cuenta de que la novela te gusta, o no, entonces la cierras y la dejas.

¿Cómo se distingue una buena obra de arte, cómo tener buen criterio?

En primer lugar, poniéndose en contacto, fomentando una nueva sensibilidad, un gusto, un sentido crítico. Quizá nunca has visto una obra de arte contemporáneo, pero tienes costumbre de ir al monte, y tienes facilidad para apreciar la luz, las formas…, la belleza. Entonces, cuando te enfrentas a una obra de arte, y la ves, te sugiere algo. La buena obra de arte es la que busca una aportación, una nueva forma de ver la vida. Es difícil dar “guiones” para aprender a distinguir: acudir a buenos centros de arte, garantes de cierta calidad… No hace falta ser crítico de arte para disfrutar de una obra de arte, como no hace falta ser crítico de cine para disfrutar de una película. Por otro lado, no todo el mundo tiene la misma sensibilidad y no para las mismas cosas: a unos les atrae la pintura, a otros la música… La cultura se cultiva, y aporta mundos nuevos, formas nuevas de entender las cosas. En ciencia también se da esto, pero es, incluso, más difícil. Al final, en comparación, una obra de arte es más asequible. Otra manera de acercarse al arte es hablar con los artistas; “somos” (ríe) gente muy peculiar, un poco filósofos, siempre pensando sobre la vida, la belleza… y apasionada por lo que hace. 

Cuando Duchamp presentó un urinario del revés, en su momento fue un escándalo, pero hoy sí se puede entender que tenía cierto sentido, que respondía a un fundamento filosófico o antropológico. Sin embargo las obras de arte actuales despiertan el recelo de no tener ningún fundamento ¿El arte actual está comprometido con algo?

Como en todo, hay gente y artistas que sí están comprometidos con la búsqueda de algo. Lo que busca el buen artista es crear algo verdadero, algo que tenga sentido, que aporte, que signifique algo. La pura presentación de un simulacro es una pérdida de tiempo, aunque una obra que no tiene ningún significado también puede tener cierto sentido filosófico… Sobre lo de Duchamp, es verdad que inicia el planteamiento posmoderno: “todo es arte”. Y ahí empieza un gran dilema: si todo es arte, si todo el mundo puede ser artista, ¿dónde está el límite?

No hay, es el final del arte. En el momento en que todo es arte, se acaba el arte…

Puede parecer así, aunque creo que el arte siempre existirá.

Que se anunciara hace cincuenta años que “todo es arte” podía tener su gracia, pero que cincuenta años después se siga con ese planteamiento… ¿Los artistas de ahora son adelantados a su tiempo o viven anclados en el pasado?

Sí, hay una vuelta de eso. Mucha gente ha querido vivir en ese esquema que resultó del giro conceptual de los años sesenta, el de “todo vale”, “todo el mundo es un artista”, borrar al autor, la conciencia del artista como genio… Pero se está volviendo de eso. El auge de la pintura contemporánea, de la buena fotografía, de la videoinstalación… está reclamando el papel de ese artista que está creando cosas nuevas, que está creando signos. Quizá yo soy de una escuela –la de Rothko y los de Nueva York– de gente muy mítica en ese sentido. Gente que piensa que el artista es un creador de mitos, de una ficción, de un espacio donde se encuentra la verdad. En los años sesenta y setenta esta visión se consideraba demasiado dramática, y la posmodernidad vino a negar esos fundamentos. Pero creo que ahora hay una vuelta a esos postulados. 

¿En qué artistas?

Estoy pensando en Cy Twombly, o Rauschenberg.

Pero son muy anteriores…

Sí, aunque han estado creando recientemente: Rauschenberg murió hace un año y Twombly sigue creando y es de los más asentados. Los destaco porque son artistas que despuntaron en aquellos años y, vistos con perspectiva, funcionan como anclajes. Hoy forman parte de los imprescindibles. Los hay más jóvenes, como Bill Viola y otros que trabajan con videoinstalación y están recuperando cuestiones clásicas de la imitación, del tiempo en la obra de arte, de la representación, del drama humano. En la primera planta del Museo hemos tenido una pieza de Douglas Gordon y Philippe Parreno que se llama Un retrato del siglo xxi. Es una filmación que realizaron hace dos años a Zidane durante los 92 minutos que dura un partido contra el Villarreal. Se proyectaba en dos canales, en dos pantallas. Es la cara de Zidane durante esos 92 minutos, nada más que eso y, por supuesto, el ruido de fondo del partido. Al ver ese retrato te das cuenta de que tiene mucho parecido a lo que puede ser un busto romano, aparte de la propia similitud de Zidane con un busto, que tiene unos rasgos muy peculiares. No está tan lejos de lo que era la representación de un senador romano. A mí me parece que los grandes artistas siguen preocupados por las mismas cuestiones que preocupaban a los clásicos. Da igual el tiempo en el que viva; todo artista tiene una inquietud por buscar cosas nuevas, y si se hace un análisis demasiado evolutivo, se pierde esa noción. 

En la filmación de Zidane hay un concepto, una idea que se quiere transmitir. En ese caso, lo que el gran público rechaza es el proceso. Si se expusiera la cabeza de Zidane perfectamente tallada, con un proceso de trabajo duro, de estudio, de técnica, de martillo y cincel, se valoraría de forma distinta, no cabría decir “yo también cojo la cámara y grabo”.

Sí, porque estos artistas, además, no lo hacen ellos, subcontratan.

O sea, que tendrán sus técnicos. Ahí lo valioso es la idea que ha tenido el artista, no el proceso, y mucha gente solo  valora la obra de arte si entiende que es fruto de un proceso creativo y técnico esforzado.

Es que yo creo que lo creativo no es solamente lo manual, lo creativo puede ser perfectamente la idea: concebirla y ejecutarla con los medios que uno crea necesarios. Quizá exige un poco de pedagogía, porque venimos de una concepción del arte como lo artístico, lo virtuoso, y se valora a quien tiene un don y es virtuoso con el lápiz o el violín. Eso puede ser así, pero también puede ser que un artista sea bueno conceptualizando ideas, y que esas ideas las lleve a cabo otra persona. Eso es una revolución, aunque pensándolo bien, también los artistas del Renacimiento tenían grandes talleres donde se seguían las fórmulas que establecía el maestro. Hoy el ejemplo más impresionante es Murakami. Murakami tiene 200 empleados. Él no pinta, establece unas pautas de creación y supervisa todo paso intermedio. He hablado con él y es muy interesante: llegó un momento en que se dio cuenta de que no podía llegar a lo que quería, e hizo una reflexión, además, muy ética: no llego por tiempo, porque no tengo la técnica exacta que requiero –su obra es una reflexión sobre la estética manga, pero con una técnica perfecta, por ordenador, con una ejecución como nunca se ha pintado en la historia– y eso lo consigo con 200 empleados, especialistas en diseño gráfico por ordenador.  Existe este tipo de artistas, con una gran estructura de estudio, que quizá supone una ruptura con el mundo tal y como lo entendemos de artista solitario encerrado en su estudio. Pero también hay otros que crean en su taller sin ningún tipo de ayuda. Y hay cosas interesantes en ambos mundos.

Derivado de ese hermetismo propio del mundo del arte contemporáneo, se detecta cierto esnobismo, a veces muy vacío ¿Cómo evitarlo?

Sí hay cierto elitismo, por el esfuerzo que supone, porque la obra de arte no es un talk show al que uno se enchufa sin ningún problema y que además tiene gran poder de atracción  y te hace quedarte pasmado. Con la obra de arte también te puedes quedar pasmado, pero requiere un paso intermedio de apreciación y de juicio crítico. Si la relación es verdadera, no hay que ser rico ni intelectual para apreciar la obra de arte. Al final, el arte, la belleza, las cosas importantes, las grandes categorías... se dan de forma personal. El esnobismo es una de las cosas que frustra a la gente; no es solo  el impacto con la obra, es que además te cuentan una historia que no podrías ver en tu vida, y al mismo tiempo detectas cierta actitud de mirar por encima del hombro, que yo creo que es contraria al arte. El artista, o la persona que sabe de arte, no debe mirar por encima de nadie, como tampoco lo hace un buen cirujano o un buen catedrático. Una persona que tiene gran sabiduría en un concepto es también porque ha tenido mucho tiempo para cultivarla, pero no todo el mundo sabe de todo. 

También en el mundo del arte se mueven cifras altísimas, en ferias, subastas… ¿Por qué los japoneses arrasan adquiriendo obras de arte?

Japoneses, rusos, chinos… Es verdad. Asia está cogiendo fuerza, y están comprando mucho. Los japoneses compran sobre todo pintura occidental, tienen fijación con lo que se pueda hacer en Europa o en Estados Unidos.

¿Compran porque les gusta o por visión de mercado?

Hay de todo, hay muchos hedge funds, que trabajan en inversiones en arte. El mercado del arte hoy es espectacular. La cantidad de artistas, de ferias, de bienales…, también es algo muy especial de nuestra época. Antes nunca había habido un mercado tan sumamente en auge y, además, tan rentable. Como todo mercado, ahora está un poco a la baja con respecto a cifras de 2007, que fue el pico del mercado, pero bueno, parece que se estabiliza.

¿Hay algún sitio concreto donde le gustaría ver colgados sus cuadros?

Se me ocurren ideas... Por supuesto, en el espacio habitual de galería, pero también en lugares públicos, como un claustro, ese tipo de espacios no expositivos. Me interesan los espacios que no son artísticos, donde te encuentras la obra de manera un tanto sorprendente. El ejemplo de Miquel Barceló en la Catedral de Palma me parece excepcional: crear lo artístico fuera del entorno de la galería o del museo. Los museos también estamos buscando innovar en eso.

Sobre la nueva función de los museos, todos los que se han inaugurado recientemente aseguran como principio que no van a ser un mero contenedor, sino un espacio, un centro de actividad cultural… ¿Es una aspiración realista o se pasa de ambiciosa?

Es lógico que se plantee. Pero también es lógico que unos lo consigan y otros no. A veces es preferible centrarse en exponer una colección, hacer algo de interpretación, pero sin aspirar a aportar un nuevo paradigma. Los museos hacen benchmarking, quieren diferenciarse y aportar cosas nuevas. Y algunos lo están consiguiendo.

¿Cuáles?

El Guggenheim, el MACBA, el MUSAC, o el Centro de Arte Laboral de Gijón, el CAC de Málaga, o el Centro de Arte Contemporáneo de Santiago… Creo que están poniendo a España en un buen lugar. También ARCO, que lleva años como una feria importante de arte contemporáneo. En el extranjero lo que más me ha impresionado últimamente es el Museo Schaulager, en Basilea. Es un centro concebido como almacén museo: no tiene galerías, sino habitaciones donde se guardan las obras. A esas salas, iluminadas con tubos de neón, acceden estudiantes e investigadores para estudiar las piezas, que están en el suelo. Es un concepto realmente trasgresor que busca una audiencia muy especializada, y a la vez, gente que está aprendiendo. A veces los museos somos muy generalistas, y quizá también es interesante ir a los multiplicadores, a los profesores que van con sus 40 alumnos, estudian una obra concreta y, además, revierten en investigación, o pueden aportar textos. Creo que es un modelo que lanza una línea.

No hay capital de provincia, grande o pequeña, que en los últimos años no haya inaugurado un centro de arte contemporáneo. ¿Qué futuro cree que les espera a ese tipo de centros?

Los buenos van a sobrevivir, y sobrevivirán bien, pero no es fácil que todos ellos lo consigan. Quizá ha habido un exceso de expectativa; dinamizar una ciudad desde un centro de este tipo va más allá de abrirlo simplemente.

¿Qué busca un museo a la hora de planificar una temporada, de programar sus exposiciones?

Se combinan la misión estratégica del museo, que en este caso es contextualizar el arte contemporáneo, y la intención de llegar a una audiencia lo más amplia y diversa posible. Que el encuentro con la obra de arte sea ilustrativo, que la persona que pasa por el museo salga por la puerta habiendo aprendido algo. Se trata de facilitar el contacto con el arte, con el arte que de alguna manera ya está establecido, que cumple ciertas garantías. También hay espacio para los artistas emergentes, por supuesto, aunque es un papel más propio de las galerías.