Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Rosa Mª Calaf: "Conseguir que la gente no sepa cosas es también una manera de manipular"

Texto Sonsoles Gutiérrez [Com 04]  Fotografía José Carlos Cordovilla [Com 93]  (Diario de Navarra)Ilustración Luis Grañena

Durante casi cuarenta años, su cabellera roja ha ondeado al gélido viento del Kremlin, y se ha recortado sobre la silueta del Empire State, del Corcovado o de una pagoda en Timor. Hasta su salida de Televisión Española, ha puesto rostro y voz a innumerables crónicas, en directo y de primera mano, en el Telediario. Tantas, que le han hecho merecer el tratamiento propio de una gran dama del periodismo: La Calaf.


¿Qué balance haría del año que lleva fuera de Televisión Española?
Una locura. Estoy súper agradecida. Y también estoy asombrada de la acogida: he tenido ofertas de todo tipo y no he podido aceptar la mayoría, porque no quiero comprometerme a cosas fijas. También tengo que organizarme en cuanto a lo legal. Lo que sí he hecho mucho son cosas esporádicas: charlas, jurado de festivales… Hace poco presenté en Huelva la botadura de una réplica del galeón de Manila, imagínate.

Vamos, que no le ha dado tiempo a aburrirse.
No me he aburrido nada, y psicológicamente me ha ido muy bien, se me ha hecho mucho más fácil.

¿Le daba miedo afrontar este año?
Claro. Soy muy adaptable, sabía perfectamente que no me iba a deprimir ni nada de eso, pero sí que me producía cierta inquietud pensar cómo me iba a organizar. No puedo pasar de toda una vida de superactividad –en el colegio, en la universidad… en todos los sitios he sido activa, me metía en el grupo de teatro, en veinte cosas– a otra de calma total. Eso me inquietaba: “A ver cómo me lo voy a montar”, pensaba.
Una de las cosas que más está haciendo es ir a universidades a hablar con los alumnos de Periodismo. ¿Cómo los ve?, ¿cómo ve el futuro de la profesión?
Para empezar, hay demasiadas facultades de Periodismo para la oferta de trabajo existente. O sea, que es muy difícil que no se frustren. Luego creo que, en general, hay cierta desorientación sobre lo que es el periodismo: veo mucha gente que quiere salir en la tele, ser famosa… y ¡ese no es el objetivo! El objetivo tiene que ser el trabajo bien hecho. Pero también, en todas las universidades que he visitado, he visto un segmento de gente muy determinado, muy motivado, muy dispuesto a pelear por la profesión. Eso reconforta mucho, porque creo que la profesión está pasando por muy mal momento.

¿Peor que otros?
Ha habido más momentos de transición a lo largo de la historia, todos crean cierta incertidumbre. Ahora hay que ver cómo nos reorientamos. Lo que está claro es que esto no funciona. El famoso modelo productivo requiere un cambio, igual que el modelo social. La prensa tendrá que buscar otras formas y vías, valiéndose de las nuevas tecnologías, pero sin perder la esencia por el camino. Lo que quiero transmitir es que no se puede perder el objetivo: no importa el soporte de la información, pero esa información tiene que cumplir su objetivo, que es el de función social, de denuncia, o loa de lo que está bien. Esto que se está haciendo ahora se aleja cada vez más de lo que debería ser el periodismo serio y riguroso.

¿Qué dificultades se encontró cuando empezó y qué dificultades ve ahora?
Cuando yo empecé no había tanta dificultad para encontrar trabajo ni tanta precariedad. Era más fácil, pero claro, yo quería hacer internacional, cuando no había mujeres en internacional. Tuve suerte porque me encontré personas muy abiertas para la época y me dieron la oportunidad. Si no, jamás hubiera podido hacerlo. Había menos apertura hacia la aceptación de la mujer en un trabajo de hombres.

¿Qué aporta la mujer al periodismo?
Lo mismo que aporta a todo lo demás. Hay una visión de las cosas, algunos aspectos, como la aproximación a los sentimientos, que las mujeres tratamos mejor. Independientemente de ser hombre o mujer, hay que ser un buen profesional, pero como somos diferentes, sí hay una aportación: quizá mayor sensibilidad, menor competitividad, mayor perfeccionismo… Como las mujeres estamos acostumbradas a que nos cuestionen mucho más, nos obligamos todo el rato a demostrar que somos mejores para no quedarnos fuera. Sobre todo en la primera etapa, ahora ya es distinto.

Enseguida tuvo claro que le gustaba la sección de Internacional. ¿No es un poco frustrante para el periodista tener que informar sobre un país entero desde una localización muy concreta?
No de un país entero: ¡me ha tocado informar desde Nueva Zelanda a Pakistán, que es casi un tercio del mundo! Por eso es muy importante estar al tanto de lo que pasa en todas partes. Si estás en Hong-Kong y hay un golpe de estado en Pakistán, tienes que saber quién es Musharraf, que está fatal con Sharif y que podía ocurrir eso. Entonces ya eres capaz de mandar inmediatamente una crónica de situación y empezar a organizarte para ir allá corriendo. Con las comunicaciones de ahora es muchísimo más fácil. Aún así, en Asia, si hay un terremoto en una isla de Indonesia, puedes tardar dos días en llegar.

¿Cómo prepara un corresponsal sus crónicas?

Depende. Si se trata de una crónica que ya está prevista, primero te informas sobre aquello que quieres contar, sobre las personas con las que deseas hablar: contactas, haces citas de rodaje... Una vez que ya has grabado las imágenes, lo escribes y lo montas. Para los imprevistos es muy importante tener algo de información previa. Yo hago muchas fichas porque soy muy de la vieja escuela. Tengo fichas de todo: personajes, lugares, situaciones... De ese modo, si estoy en Argentina y hay un golpe de Estado en Bolivia, dispongo ya de la información para saber quién es quién, qué hacen, qué les pasa, por qué... Así puedes reaccionar inmediatamente.

¿Cómo se enfrenta a la información interesada?
Para bien o para mal, que traten de influirte es algo continuo. Hay que evitar esas trampas, que pueden ser como en la Unión Soviética, donde no te dan nada, y tienes que buscar como puedas; o como en Estados Unidos, que te dan demasiado, y hay que pararse y pensar bien de qué quieres hablar. En países más latinos, como Italia o Argentina, tratan de influir por la amistad: te halagan, te invitan… Otra cosa es cuando te piden ayuda en situaciones concretas. Ahí hay dos corrientes: la de los periodistas que piensan que deben ser completamente asépticos y no comprometerse, mantener una distancia… y otros que pensamos que no. Hay gente como Gervasio Sánchez, por ejemplo, que cree que depende, que hay situaciones donde sí tienes que comprometerte, sobre todo si son situaciones de abuso y de tragedia. Yo estoy de acuerdo con él. No puedes tomar partido en los conflictos, salvo que haya una diferencia tal entre víctimas y verdugos que no puedes ponerlos al mismo nivel. Es un trabajo de equilibrio muy complicado, de equilibrio profesional y personal. Es el gran equilibrio que hay que buscar, por eso es tan importante formarse bien y disponer de tiempo. No se pueden hacer las cosas deprisa, porque se corre el riesgo de hacerlas mal, o superficialmente.

A veces esa información interesada viene de instituciones, que funcionan con estrategias muy estudiadas.
Claro, ¡y la los periodistas les va bien que les den los textos hechos! Los periodistas de ahora trabajan con una precariedad horrorosa, y no les da tiempo a preparar, a confirmar, y a comprobar una información, así que lo más cómodo es convertirse en un lector de comunicados. Conseguir que la gente no sepa cosas es una manera de manipular, y es lo que hay que resistir, echando todas las horas que hagan falta, para informarse y para investigar, que cada vez es más difícil. A mí se me ponen los  pelos de punta cuando veo que en las facultades se ha mezclado la Publicidad con las Relaciones Públicas y el Periodismo… ¡Si son antagónicas!

¿Por qué?
Porque el departamento de comunicación es, en realidad, el departamento de propaganda. Punto. Lo que pasa es que propaganda suena mal, y además tiene todas las reminiscencias que tiene: fascistas por una parte, y comunistas por la otra. Nunca tienes que fiarte de lo que te dice un departamento de comunicación. En tiempos de Larra los periodistas estaban tan mal pagados –como ahora– que se decía que se les “echaba de comer” para tenerlos a favor. Hoy pasa igual, quizá de manera un poco más sofisticada. Lo primero que se debe hacer al recibir un mensaje es ver de quién procede, y qué pretende. Pero si tienes un cuarto de hora para hacer la información…, eso no es posible. Ahí está el peligro.

De todos sus años de carrera, ¿de qué etapa o cobertura se siente más satisfecha?
Uff… Me es dificilísimo elegir. La etapa asiática ha estado bien, a pesar de las limitaciones de tiempo y de medios. También estuvo muy bien la etapa de América Latina, fue muy completa: estaba todo el día viajando, tenía un espacio enorme, era un momento interesante. Viví los regresos de varios países a la democracia después de las dictaduras…  Creo que me quedo con el conjunto: no ha salido mal, la realidad es que la gente me para por la calle, sobre todo la gente mayor, y me dice: “Qué cosas más interesantes nos contaba”, o “Yo a usted la creía”. O sea, había un vínculo claro con la audiencia.

¿Qué cosas cambiaría si pudiera volver a las decisiones que tomó en el pasado?
No muchas. Ya sé que suena tremendamente pedante, pero no creo haber cometido ningún error de bulto. Soy muy meticulosa y además he tenido la suerte de tener a mi alrededor gente muy buena, porque la televisión no la hace uno solo. Creo que lo que he hecho lo haría igual, porque era lo mejor que se podía, o lo que yo era capaz de hacer en cada momento. Si eres lo que eres, si das lo máximo que puedes, y si encima, estás rodeada de gente fantástica –tanto en los equipos como en la central, que siempre me ha arropado– es difícil que metas la pata. Claro que he cometido errores puntuales. Un día dije que el premio Nobel lo daban en Noruega en vez de Suecia. No me di cuenta yo, tampoco se dieron cuenta el cámara y la productora, y la pieza llegó así a Madrid.

¿Qué acontecimiento le hubiera gustado cubrir?
La caída del Muro de Berlín. Me la perdí por tres meses, porque me acababa de ir de la Unión Soviética a Argentina. La frustración mayor es no haber podido cubrir eso.

¿En qué países se lo ha pasado mejor?
En lo personal, sin duda alguna, en Argentina y en Italia, a años luz de cualquier otro lugar.

¿Porque son más parecidos a España, quizá?
Efectivamente. Estás en las mismas claves, y en cualquiera de los dos sitios podría vivir sin ningún problema. Con todo, a mí donde me gusta vivir es en España.

¿Tiene más amigos dentro o fuera de la profesión?
No tengo muchos amigos porque creo que la palabra amigo es algo muy serio. Amigos a los que realmente se puede llamar amigos, esas personas con las que puedes contar para todo lo que haga falta, tendré cinco o seis, y muy repartidos. Mi mejor amigo es de Derecho, mantenemos la amistad desde los 17 años. Pero son mitad y mitad, de dentro y de fuera del periodismo.

¿Cuál ha sido el momento de mayor intensidad delante de una cámara?
Depende. En China, por ejemplo, ha habido momentos realmente intensos. Había dificultades allí por los obstáculos que te ponen para trabajar, y había dificultades aquí para que entrasen los temas: de China solo se quiere la luz de neón, el oropel y la transformación. Me han tocado también situaciones de catástrofe y conflicto, donde la intensidad viene de la fuerza de la situación, del dramatismo. Cuando recuerdo lo que pasamos en Timor se me ponen los pelos de punta, es que era una guerra civil: gente matándose con sus vecinos.

¿Alguna vez ha pensado que su trabajo ha contribuido a mejorar el mundo?
Ojalá. Quiero pensar que es mejor haber dicho algunas de las cosas que he dicho. Lo que no sé es si eso ha tenido realmente una consecuencia positiva. La periodista americana Martha Gellhorn, una de las primeras enviadas especiales, decía que hay que echar un guijarro en un lago, y que después siempre hay una onda, una, aunque sea débil, pequeñita, que llega al otro lado. Quizá basta con eso. Quiero creer que en algunos casos concretos sí que he tenido la ocasión de hacer algo, en el sentido de devolución. Por ejemplo, en Armenia. Hicimos una petición de filtros para diálisis en Informe Semanal, y España los mandó inmediatamente. Después recibí un aluvión de cartas de madres cuyos niños se habían salvado por esos filtros.

En otra ocasión consiguieron un vehículo para un hombre que no podía vender sus mercancías…
Sí, le compramos una moto entre los tres del equipo: el cámara, la productora y yo. Fue en Sri Lanka. Pienso que realmente le cambiamos la vida a aquel hombre, porque le habían trasladado a 20 kilómetros de donde estaba, y no podía recorrer esa distancia todos los días con la carga. Son situaciones de miseria total, y creo que ese tipo de cosas las hacemos muchos de los que estamos por allí. Pero mi mayor satisfacción sería confirmar que contar las cosas realmente mueve a la gente. Y no solo porque envía dinero o mantas en casos puntuales, sino porque descubre cómo viven otras personas en otros países, y se hace solidaria con esas realidades. Ojalá haya ocurrido así.

¿Qué le han enseñado sobre la condición humana sus años de profesión?
Siempre pienso que hay esperanza. De una parte, la gente puede ser muy mala. Mala de verdad. El ser humano puede ser tremendamente cruel, tremendamente despiadado, y hacer cosas que nadie creería posibles. Pero al mismo tiempo, el ser humano también es capaz de seguir adelante en las condiciones más tremendas, y de no perder la esperanza, y de seguir siendo solidario con quienes más le necesitan. Yo es que soy muy optimista, y siempre creo que hay muchas cosas malas, pero que también hay muchas buenas, y mucha gente que hace cosas buenas. Lo que ocurre es que en el periodismo, sobre todo estos últimos años, solo se cuentan las malas, y siempre da la impresión de que todo es horrible. No se puede ser catastrofista.

De todas las cosas que le ha dado el periodismo, ¿cuál es la que más valora?
La posibilidad de ver las cosas en primera persona y de conocer a tantísima gente. Y no sólo gente famosa o célebre, que también: al final, siempre aprendes de la gente que tiene talento. Pero no me refiero a ese tipo de personas. Lo más fantástico que he podido sacar de todos estos años es la posibilidad de viajar sin parar conociendo gente.

Habrá tenido que renunciar a algunas cosas a cambio...
Sinceramente, no he renunciado a nada. Claro, siempre se tiene esa idea de que, si eres mujer y no tienes hijos... se supone que tendrías que haber formado una familia. ¡Pero es que yo nunca he querido una familia! Ya sé que es raro, y sobre todo en mi generación, pero hay una opción de vida que es estar solo. A cambio, me siento extraordinariamente privilegiada de haber podido hacer lo que de verdad quería hacer. Hubiera tenido que sacrificar lo que he hecho, porque no se puede –o al menos yo no sería capaz– compaginar la profesión –tal como yo la entiendo, que es una forma de vida, viajando siempre, estando fuera…, que es lo que yo me planteaba– con unos hijos. O te ocupas de los hijos o te ocupas de la carrera, pero una de las dos cosas se resiente, y si se hubiera resentido la carrera, ahí es donde hubiera sacrificado.

¿Con qué cosas desconecta?
Ah… Me cuesta mucho desconectar de mi trabajo. Por ejemplo, mis lecturas de los últimos diez o doce años han estado generalmente relacionadas con lo que tenía entre manos: si estaba en China, leía novela china, o novela japonesa. Otra cosa que me encanta es salir de paseo, hablar con la gente. Eso lo hacía muchísimo en Pekín y en Hong-Kong. El cine también me gusta mucho, pero no en pantalla pequeña.

Hablando de pantallas pequeñas, ¿en qué canal ve los informativos?
Normalmente en la BBC.

¿No ve ninguno español?
Ahora que estoy aquí, sí, pero no mucho, porque siempre me coincide con alguna comida o una cena: nunca estoy en casa a esas horas. Desde luego, si tengo que ver uno, vería el de TVE, o el de la TV3, pero me despierto con la BBC, y mi información siempre va a través de la BBC.

¿Por qué?
Me parece que son los mejores. Siempre. Son los que tienen una mejor cobertura en Internacional. Después de tantos años ya me he acostumbrado. Si no tengo la BBC es como si me faltara algo.

Dentro de la profesión, ¿cuáles son sus mitos, o sus nombres?
Siempre son anglosajones. Empecé desde muy joven a viajar y a ver televisión fuera, y me gustaba mucho. De Estados Unidos me gustaban Diane Sawyer, Barbara Walters, Bob Simons… Y al principio Oriana Fallaci. Sin embargo, creo que al final de su carrera se le fueron un poco los papeles.

¿Qué le pareció la publicación de su último libro?
Estuve con ella en Florencia en torno al año 1995 o 1996, y ya estaba enferma, y muy pasada de vueltas. En este último libro hay cosas con las que estoy absolutamente de acuerdo, aunque no son políticamente correctas. Pero creo que fue demasiado visceral, no me gustó. La Oriana Fallaci de los primeros tres cuartos de su vida profesional fue muy buena.

¿Y cuáles son esas cosas con las que está de acuerdo, aunque sean políticamente incorrectas?

Creo que se exagera mucho cuando hablamos de lo islámico. Parece que tenemos un cierto sentido de culpa. Evidentemente, no tengo nada contra el Islam, pero da la impresión de que debemos referirnos al extremismo islámico con la boca pequeña. Y yo creo que sí hay que plantarle cara. Por ejemplo, pienso que no se pueden dejar a un lado los logros tan costosos de nuestras sociedades respecto a la mujer por evitar problemas con determinadas mentalidades. Soy muy tolerante, pero creo que la tolerancia y la comprensión –que es una palabra que me gusta más– deben darse en el doble sentido.
¿Se hace mejor periodismo dentro o fuera de España?
Se hace mucho mejor periodismo fuera. Aunque depende de dónde, claro. Deberíamos aprender muchas cosas del mundo anglosajón. Se hacen también cosas horribles, ojo, pero, en general, su periodismo es muchísimo más riguroso y puede considerarse modélico.

¿Por la independencia?
Por la independencia, por el rigor, por el trabajo en profundidad, por la responsabilidad… No hay tanto corporativismo. No es concebible, por ejemplo, que alguien plagie y no le pase nada. Aquí eso sucede cada dos por tres. Ellos tienen los principios deontológicos totalmente arraigados, y ni se te ocurre pensar que alguien se los pueda saltar. Si un periodista lo hace, es castigado y barrido por la profesión: no se mira para otro lado.

Sobre la afirmación de Kapuscinski de que para ser buen periodista primero hay que ser buena persona…
Yo lo creo, pero para todas las profesiones. Sobre todo para las que tienen un componente de responsabilidad social. Evidentemente, tenemos nuestros fallos, y nuestras pequeñas maldades, pero si no tienes una aproximación a la vida y a los demás, y una cierta categoría moral, difícilmente vas a poder ser buen periodista. Pero es que tampoco vas a poder ser buen médico, ni buen abogado… ni buen político.

Entre periodistas, a veces parece que se presume un poco de cinismo: para ser periodista hay que ser “malo”, escéptico, capaz de pisar por una exclusiva…
Depende de lo que quieras conseguir. Si realmente te importa mucho más el scoop que tu propia conciencia o tu propia dignidad... Pero no es así, o no debe ser así nunca. Hay mucha gente que pasa por encima de las víctimas y que todo le da igual. Pero eso no es así, o no debe serlo.