Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Un templo del siglo XIX para el siglo XXI

Texto Juan Bassegoda Nonell Gráfico Servicio Telegráfico

El próximo 7 de noviembre, Benedicto XVI consagrará en Barcelona el templo expiatorio de la Sagrada Familia. Será el final de un recorrido que comenzó el 19 de diciembre de 1882, cuando se bendijo la primera piedra. La iglesia reúne todos los ideales que informaron la existencia de Gaudí: su visión de la arquitectura y de la estética, pero también sus aspiraciones morales y religiosas. Más allá de sus bóvedas forestales o del perfil parabólico de sus torres, la Sagrada Familia es una lección de teoría de la arquitectura.


El templo de la sagrada familia reúne todos los ideales que informaron la existencia de Gaudí. Fue la obra colosal que le permitió llevar su arquitectura a lo más alto, por un camino que también buscaba la perfección moral y religiosa. La arquitectura era para él una necesidad, un impulso interior que le indujo a crear formas en el espacio. Al final de su vida este impulso se sublimó en un apasionado misticismo del que el templo es su expresión más perfecta.
Gaudí se hizo cargo de la dirección de las obras en noviembre de 1883 y trabajó ininterrumpidamente en ellas hasta su muerte, en 1926. Desde 1915 se dedicó en exclusiva al templo, en cuyo taller llegó a instalarse e incluso dormir en los últimos ocho meses de su vida.

Más allá del gótico. La primera piedra de la Sagrada Familia se colocó el 19 de marzo de 1882. Los trabajos iniciales consistieron en la construcción de la cripta situada debajo del ábside, según un diseño neogótico del arquitecto Francisco de Paula del Villar y Lozano.
Gaudí se incorporó un año después y se planteó el proyecto desde el principio. Y aun cuando insinuó un esbozo de solución goticista en los planos de marzo de 1885, pronto evolucionó hacia un nuevo enfoque, hecho para superar lo que el arquitecto llamaba deficiencias del gótico.
Gaudí conocía muy bien la arquitectura gótica. Había devorado el Dictionnaire, de Viollet-le-Duc, había escuchado de labios de su profesor Elías Rogent el más encendido canto a la arquitectura medieval catalana y había participado con sus amigos de la Asociación Catalana de Excursiones Científicas en varios viajes a edificios góticos.
Comprendía perfectamente el encanto del románico, la belleza de las construcciones del Císter –es conocido su interés por el monasterio de Poblet– y el conocimiento estructural de la arquitectura gótica. Pero su mentalidad, estrictamente arquitectónica, le hacía comprender que la solución del gótico a base de pilares verticales, muros rectos, arbotantes y pináculos no era del todo perfecta, entendiendo por perfecto, según la idea gaudiniana, adaptado a la Naturaleza. Si las líneas de presiones son catenarias y, por tanto, sus prolongaciones son líneas inclinadas respecto al suelo, no podía funcionar bien el sistema gótico, ni ningún otro. Esto no quiere decir que los estilos anteriores a Gaudí fueran incorrectos, sino, simplemente, que la solución propuesta por Gaudí era más racional o, si se quiere, más funcional. Gaudí dijo que el gótico era el más estructural de los estilos y que los arquitectos del Renacimiento eran simples decoradores.
En este sentido, concibió el templo de la Sagrada Familia como un conjunto de columnas arborescentes inclinadas, cuyas ramas sujetarían un extraordinario follaje de bóvedas de paraboloide hiperbólico.
Llegar al diseño final no fue fácil, y se conocen cuatro soluciones previas, cada una más perfecta que la anterior. Finalmente Gaudí sentó para su templo unas bases de gran simplicidad, pero de difícil elaboración.
Las columnas deben ser inclinadas, porque de este modo reciben las presiones perpendiculares a su sección y no tienen peligro de vuelco. Estas columnas transmiten mejor los esfuerzos si toman la forma helicoidal, especialmente adaptada a este tipo de cargas de la naturaleza, como se comprueba en las ramas y troncos de árboles. Las bóvedas de superficies regladas en la Sagrada Familia han de ser hiperboloides, ya que el paraboloide hiperbólico es en realidad un fragmento de hiperboloide, con la ventaja de aquel sobre este que puede tener una abertura superior por la que entra la luz y, perfectamente distribuida por la superficie interna del hiperboloide, se reparte con gran uniformidad por el interior del templo. Además Gaudí pensaba que es peligroso e innecesariamente atrevido sostener grandes superficies de cubierta con unos pocos pilares que soportan enormes cargas. Pensaba que es mucho mejor que cada pilar o, mejor dicho, cada una de las ramificaciones que parten del pilar, sostenga una pequeña porción de bóveda de peso relativamente reducido.
Este esquema estructural tan simple se acompañaba de un profundo y emocionado sentido litúrgico. Gaudí leyó con pasión L’Anné Liturgique, del abad de Solesmes, Dom Guéranguer, y supo conferir a cada piedra de su templo un sentido religioso.

Claustros, torres, capillas. Gaudí imaginó una iglesia de planta de cruz latina sobre la cripta inicial. Encima de la cripta, el altar mayor rodeado de siete capillas absidales, dedicadas a los siete dolores y los siete gozos de San José. Frente al altar quedaba el crucero o transepto con las dos grandes puertas en sus extremos: la del Nacimiento en el lado de la Epístola y la de la Pasión en el lado del Evangelio. Este transepto está compuesto de tres naves. Sigue en sentido perpendicular el cuerpo central del templo, formado por cinco naves y cerrado por el colosal monumento, que debe ser el Portal de la Gloria o puerta principal del templo.
Todo el conjunto está rodeado por unos claustros que sirven para las procesiones y aíslan el templo del resto de la ciudad. Junto al presbiterio están las sacristías y, centrada entre ellas, justamente en el eje del altar mayor, la capilla de la Asunción. Correspondiendo a las sacristías, pero a los pies de la iglesia, están las grandiosas capillas circulares del bautismo y de la penitencia. Interiormente, el templo dispone de amplios triforios o galerías para cantores con capacidad para varios centenares de voces.
Las torres han de ser 18. Encima de cada puerta hay cuatro que forman en total las 12 dedicadas a los Apóstoles. En el centro está la torre cimborio dedicada a Jesucristo, con 167 metros de altura e, inmediatamente detrás, el cimborrio de la Virgen. Alrededor de la torre central están las de los cuatro Evangelistas.
Amplias escalinatas conducen a cada puerta, las más monumentales son las del Portal de la Gloria, de tal amplitud, que salvará la calle Mallorca mediante un túnel. En el rellano de esta gran escalera habrá un surtidor de agua y un tedero, como símbolo constante de los elementos de la Naturaleza, en el Bautismo y la Eucaristía.
En alzado la iglesia presenta unos hermosos ventanales tallados como si fueran piedras preciosas siguiendo superficies alabeadas. Cada ventanal está dedicado a un santo fundador.
Las torres tienen perfil parabólico y disponen de unas escaleras helicoidales con la parte central hueca para situar allí unas campanas tubulares, dispuestas como carrillón, que deben conjugar su sonido con las voces de los cantores.

Despliegue escultórico. Tan vasto plan va mucho más allá de la vida de un hombre, y así lo entendió Gaudí, por lo cual, en vez de levantar el templo por hiladas horizontales, o sea, en vez de hacerlo crecer uniformemente, prefirió acabar completamente una fachada, dejando para sus sucesores una maqueta que diera idea del conjunto, pero sin fijar excesivamente los pormenores, que quedan en manos de los sucesivos directores de la obra.
Comenzó, pues, la fachada del Nacimiento con sus cuatro gallardas torres, que se inician en forma cuadrada y, a determinada altura, pasan a ser de sección circular. El cambio lo hace utilizando unos graciosos balcones o tribunas.
La portada del Nacimiento es la de la Esperanza, y en ella quiso Gaudí colocar una gran cantidad de esculturas como esplendoroso complemento de la arquitectura. Un detenido examen del Portal del Nacimiento permite localizar en él casi medio centenar de especies vegetales y otras tantas especies animales, representados escultóricamente en sus arquivoltas y hornacinas.
El más exaltado naturalismo parece pulular por esta fachada, en la que trabajaron escultores tan notables como Carlos Mani y Juan Matamala, y sobre la cual Gaudí aplicó un método nuevo de hacer estatuas. Levantó un estudio fotográfico, con espejos múltiples que le permitían obtener pormenores desde varios planos distintos del modelo, del que después sacaba moldes de yeso, y de él vaciados que luego se pasaban a la piedra.
Quiso escudriñar en la forma y en la estructura del cuerpo humano, por lo que se agenció esqueletos, a los que colocó rótulas en las articulaciones para poder obtener las posiciones más convenientes y estudiarlas debidamente.
Gaudí tenía una gran habilidad manual que le permitía hacer por sí mismo las lámparas de cristal y alambre que quería colocar en la cripta, así como los modelos en alambre retorcido a pequeña escala de los ángeles que se enroscaban en las columnas helicoidales del templo. Estas columnas, que empezaron siendo simplemente torsas, acabaron formadas por un polígono estrellado que, al girar helicoidalmente, produce una serie de intersecciones de gran sutileza y sensibilidad.
Las torres de la Fachada del Nacimiento, de las que Gaudí sólo alcanzó a ver terminada la de San Bernabé, se rematan con un aplacado de mosaico veneciano, que recubre unas formas aparentemente abstractas pero que, sin embargo, representan objetos tan concretos como el anillo pastoral, el báculo y la mitra del obispo.

El taller de Gaudí. La poesía de la fachada del Nacimiento ha sido celebrada por Juan Maragall y por José Pijoan, pero hay otra poesía, íntima y sensible, que es la que se centra en el estudio o taller de Gaudí. Se conservan algunas fotografías publicadas en la Gazeta de les Arts que muestran un mundo aparentemente confuso, un abigarrado conjunto de moldes de yeso, esculturas, molduras, planos y muebles. En este lugar Gaudí trabajaba y recibía a sus amigos y admiradores, a los que informaba de sus pensamientos, de sus esperanzas. Todos cuantos concurrieron a aquel taller recuerdan el clima de tensión artística y emocional que allí se vivía. Aquel taller era como una firme roca en medio de un mundo en quiebra. Gaudí conoció los constantes desórdenes públicos de la Barcelona de principios del siglo XX, pero prefirió ignorarlos, y se movió entre los tiroteos como si las balas no silbaran para él. En el taller de la Sagrada Familia se centró y ahincó profundamente el foco de espiritualidad más importante, por no decir el único, de la Barcelona del primer cuarto de aquel violento siglo. Era verdaderamente un foco de espiritualidad religiosa, pero fue y sigue siendo un foco de espiritualidad arquitectónica. El mundo y la arquitectura han evolucionado mucho, pero el gran secreto de la construcción y sobre todo del concepto total de la arquitectura como expresión artística, y por tanto metafísica del hombre, allí se encuentra, esperando a los que tienen interés en el estudio y amor a la primera de las bellas artes. De allí puede surgir una Escuela de Arquitectura y todo un periodo de historia del Arte. Tarde o temprano eso sucederá y entonces muchos se preguntarán por qué se ha perdido tanto tiempo.
El desgraciado accidente que causó la muerte del arquitecto no significó el fin de su obra. Dos años después de muerto Gaudí en 1928, Le Corbusier pronunció el famoso elogio del maestro. Un año antes de morir, Frank Lloyd Wright hablaba de “mi maestro Gaudí”.
Mientras, la ola del racionalismo parecía querer desdeñar la florida y exuberante arquitectura gaudiniana.
Por un argumento aparentemente simple, pero intelectualmente retorcido, se llegaba a la conclusión de que la arquitectura debía hacerse a base de paramentos verticales, muros blancos y techos rigurosamente horizontales en un intento, logrado, de tener abundantes goteras.
La facultad de simplificación del racionalismo condujo no a lo sencillo sino a lo abstracto.
Gaudí, en su aparente complejidad, es mucho más sencillo. Las formas geométricas por él empleadas no tienen de complicado más que el nombre. Un paraboloide hiperbólico es, por ejemplo, algo mucho más simple y natural que un cubo.
El único secreto de la arquitectura gaudiniana es el de ser hija de una detenida e inteligente observación de la naturaleza. De ella tomó los ejemplos, tanto en la geometría de sus estructuras como en los motivos de la decoración.
Esta arquitectura se adapta perfectamente al paisaje, puesto que nace de él.
La arquitectura de Gaudí no contamina el ambiente, al contrario de la que, por esnobismo, copiaron muchos arquitectos posteriores de modelos extranjeros y que han venido destruyendo el encanto de las modernas ciudades.

Una puerta a la investigación. Puede asegurarse, sin temor a error, que Gaudí en la Sagrada Familia hizo mucho más que proyectar e iniciar un edificio. Durante 43 años se ocupó de esta obra y los diez últimos en exclusiva dedicación. Habló repetidamente de ella, la mostró complacido a cuantos se tomaron la molestia de acercarse al Camp de l’Arpa. En sus elucidaciones sobre arquitectura terminaba siempre poniendo ejemplos referidos al templo.
En una de las frases recogidas por Bergós, Gaudí explicaba así su parecer sobre las bóvedas: “La de cañón seguido es la cárcel o, mejor, la cloaca, es la intimidad oprimida; la cúpula esférica es el horno; la intimidad con amplitud es el bosque que será el interior del Templo de la Sagrada Familia”.
Si a la muerte de Gaudí todos los edificios por él proyectados hubiesen quedado concluidos, intentar revivir su estilo hubiese sido historicismo, pero en la Sagrada Familia queda abierta la puerta a la investigación y el campo libre para la experiencia.
Solamente hace falta para ello mirarla con ojos de curioso y de artista, pues si se observa con prejuicios, aunque sean de tipo moral, religioso, ético o económico, el templo puede deformarse o torcerse.
Con la honrada curiosidad del arquitecto puede hallarse en las maquetas del templo la fuente inagotable de audaces soluciones arquitectónicas.
Un edificio que se hace por voluntad popular, que crece sin pausa, ajeno al tiempo, a las modas y a las circunstancias, es una preciosa posibilidad para la experiencia arquitectónica.
Es vano decir que la Sagrada Familia tiene que hacerse de tal o cual forma, o que debe dejarse de hacer. Se trata de un proceso continuo e irreversible del que se puede aprender muchísimo.
Basta con estudiar el camino que Gaudí trazó magistralmente: se trata de un camino amplísimo que permite las interpretaciones holgadas, pero que tiene un sentido y una dirección claramente definidos.
Para el barcelonés ajeno a la profesión arquitectónica, la Sagrada Familia es una entrañable parte de la ciudad que con ella crece y se desarrolla; pero para el profesional, para el constructor, para el homo faber, es un libro abierto del que se puede aprender, no sólo cómo continuar el Templo, sino cómo resolver problemas constructivos y estéticos dentro de un modo de hacer que, inexorablemente, dará como fruto una auténtica escuela de arquitectura.
Gaudí dijo que le hubiese gustado ser profesor pero que debía ocuparse constantemente en su obra. No es sólo profesor el que habla o escribe sino también el que imparte las tridimensionales lecciones de la piedra.
Cada edificio de Gaudí es una lección de historia de la arquitectura. La Sagrada Familia es una lección de teoría de la arquitectura.
Esta obra singular ha tenido a lo largo de su dilatado tiempo de construcción diversos enemigos que han basado su inquina en la envidia o en el rencor o en el odio a la religión, aunque nunca han podido fundamentar su actitud en razones técnicas, y el tajo de la Sagrada Familia es fuente de sorprendentes e ingeniosas soluciones constructivas.
La perforación de un túnel de ferrocarril innecesariamente cercano a sus cimientos es otro de los motivos de preocupación para los responsables de la edificación de tan insigne obra, que contará con la excepcional presencia de S.S. el Papa en el solemne y cercano acto de consagración, lo que da la medida de la importancia del monumento que es, además panteón en el que descansa el cuerpo de Antonio Gaudí.

Juan Bassegoda Nonell es presidente de la asociación Amigos de Gaudí. Fue titular de la Real Cátedra Gaudí (1968-2000) y presidente de la Real Academia de Bellas Artes de Sant Jordi (1990-1998).