Carmen Iglesias: «La historia es abierta, por mucho que quieran cerrarla»
Ha roto tantos techos de cristal que podría ser un icono feminista y, por su relación con la Corona, encaja como «señora bien» de rancio abolengo. Sin embargo, Carmen Iglesias (Madrid, 1942) es en esencia una intelectual meticulosa que ha conjugado un concienzudo y discreto estudio de la historia moderna de España, la defensa a ultranza de la verdad de los hechos y la convicción de que los méritos no pueden desaparecer de las aulas.
Carmen Iglesias vivió como una de tantas jóvenes universitarias el Mayo del 68 español, en el que la lucha contra la dictadura lo centraba todo y cuyo derrocamiento era el único fin. Ha hablado poco sobre aquellos años, pero resulta evidente que encontró su particular revolución escondida en una pila de libros. En concreto, en clásicos del siglo XVIII europeo, como la obra de Montesquieu. El filósofo francés, cuyo pensamiento construyó las bases del liberalismo clásico, ensalzó la pluralidad como condición necesaria para articular el poder político con la libertad individual. ¿El objetivo? Evitar a toda costa el peor gobierno de todos, el despótico, que pierde contacto con la realidad e impide el desarrollo de la naturaleza humana. Unos ideales que Iglesias hizo propios durante el ocaso del franquismo.
No es de extrañar. Nació en 1942 en el seno de una familia que legó a su hija única un verdadero tesoro: la certidumbre de que lo único que no se puede arrebatar es lo aprendido. Así descubrió muy temprano su primera pasión, la lectura, que le sirvió más tarde como un salvavidas en el mar revuelto de una adolescencia solitaria. Quedó huérfana de padre a los diez años y su madre, de la que estuvo separada mucho tiempo, volvió a su lado para morir «en sus brazos», según explicaba en una entrevista de 2015. Iglesias dice habitar una «tierra de nadie», desembarazada de la opinión de los demás a fuerza de no encajar con lo que se esperaba de una chica, sobre todo entonces. Aunque su juventud fue dura, pudo conocer el valor de la amistad en la figura de su madrina, una mujer independiente y contradictoria, que le mostró lo relativo de las ideologías y lo absoluto de la calidad moral de una persona.
Sus intereses la llevaron a cursar Historia en la Universidad Complutense de su Madrid natal; y sus méritos, a ser aceptada por unanimidad como miembro de número de la Real Academia de la Historia (RAH) en 1991. En 2014, se convirtió en la primera mujer en dirigir la institución en casi trescientos años, después de 36 hombres. En el año 2000 ocupó el sillón E de la Real Academia Española. Su trayectoria, que siempre se ha desarrollado entre aulas, conferencias y un estudio exhaustivo y disciplinado, también la ha llevado a ser la primera mujer en el Consejo de Estado desde su creación en el siglo XVI, y presidenta del Grupo Unidad Editorial entre 2007 y 2011. Y tras haber publicado más de dos centenares de trabajos sobre investigación histórica, resulta natural la admiración que le pregonan figuras como el nobel Mario Vargas Llosa, quien en una columna publicada por El País admite desconocer cómo logra que «el tiempo le alcance para hacer todo lo que se impone».
Pero ¿quién es esta persona que ha pasado tan discreta por tan altos cargos? La magnanimidad que impregna esta lista, adornada también por reconocimientos de diversa índole, contrasta con el sosiego y la cercanía que transmite en las distancias cortas. Iglesias trae consigo su equipaje, puesto que su paso por el campus de Pamplona es fugaz. Renovó por tercera vez su mandato al frente de la Real Academia de la Historia en enero de 2023, apenas unos días antes de esta conversación. Si, como cabe esperar, lo completa, habrá estado doce años al timón de la RAH. Y a pesar de todo el lío en su agenda, vino a la capital navarra con el único objetivo de impartir la conferencia principal del Día del Patrón de la Facultad de Filosofía y Letras: «Historia y lengua. Sobre la verdad y la mentira».
El título recuerda vagamente al discurso que pronunció en el año 2002, cuando tomó posesión de su sillón en la RAE. En aquella disertación, como es costumbre en la profesora Iglesias, incluyó un cuento, el del ciempiés y la cucaracha—¿son tan distintos los cuentos y la historia?—. Entonces abordó la ambivalencia y la complementariedad entre la historia y la literatura. Ambas, aseguró, son «vivencias cognitivas y emocionales en las que, como diría el propio Brodsky, nos va el frágil sentido que podemos dar a nuestro paso por la tierra». En otra ocasión, a propósito de la cuestión de la verdad, recordó que, en griego, lo contrario de la verdad no es la mentira sino el olvido. Responde a las preguntas antes del acto académico sin prisas y fijándose en los matices, de manera pausada. Sopesa con cuidado cada palabra. No es que le embargue la duda, sino que, precisamente, la vida le va en ello, porque cree que el lenguaje es «expresión de nuestro pensamiento». «Es del todo imprescindible y hay que cuidarlo mucho».
¿El pensamiento está determinado por el lenguaje? ¿O, por el contrario, impulsa a la palabra más allá de sus límites?
Ninguno de los grandes científicos cognitivos, como Gerard Holton o Steven Pinker, habla de determinismo, sino de interrelación. No sabemos lo que es primero, pero el ser humano es la única especie que puede representar su pensamiento a través del lenguaje. No solo se comunica, sino que se vuelve algo más: es una creatividad. Otras especies, sobre todo los mamíferos, también se comunican entre ellos. Las experiencias científicas que se han hecho con gorilas, chimpancés y bonobos muestran que es posible que entiendan signos, pero no son capaces de comprender la complejidad de un lenguaje. Por lo tanto, estamos ante uno de los productos de la evolución de la especie humana que nos sitúa en un grado de importancia y de responsabilidad en la naturaleza. Las dos cosas.
En su discurso de ingreso en la RAE afirmó que «los humanos pueden resistir cualquier cómo si tienen un porqué». En la era de la posverdad, ¿cómo construir un porqué común?
Me resulta difícil dar una norma. Creo que cada uno, al hacer nuestro trabajo con rigor y honestidad intelectual, colaboramos en ello. No cambiamos el mundo, pero sí podemos cambiar nuestro entorno. Una experiencia que tengo después de tantos años dando clase en la universidad es que hay detalles que, en ese momento, parece que pasan desapercibidos pero calan en las personas. Sucede con frecuencia que algunos exalumnos me cuentan algo que yo dije, de lo que no me acuerdo, pero que les conmovió entonces. Esto es muy satisfactorio para una profesora.
Hay que definir la verdad con minúscula siempre, porque no hay verdades absolutas. La verdad de los hechos, en la historia, es una verdad factual. Los hechos existen y, como decía Hannah Arendt, no se puede volver atrás. Pero la historia, igual que todo en la vida, necesita de un marco de significación. Arendt también defendía que no se pueden confundir las opiniones con la realidad del hecho. Lo que sí puede pasar es que el marco de la significación, con su metodología y un quehacer riguroso, puede cambiar de acuerdo a los nuevos datos que surjan. De lo contrario, culmina Arendt, hay que salir corriendo. Es lo que hizo ella con los nazis.
¿Y en qué consiste la mentira?
Este tema me recuerda a la historia de la relación entre España y América, que ha sido siempre tan enrevesada. Al respecto, Enrique Sueiro escribió un libro contra las leyendas negras titulado Mentiras creíbles y verdades exageradas. Es decir, trata asuntos que ocurrieron en parte, pero, al exagerarlos, se convierten en mentiras. Por ejemplo, aunque sí se puede hablar de violencia, nunca hubo genocidio contra los indígenas por parte de España. Isabel la Católica los protegió desde un primer momento a través de la legislación.
«HAY QUE DEFINIR LA VERDAD CON MINÚSCULA SIEMPRE. LOS HECHOS EXISTEN Y, COMO DECÍA HANNAH ARENDT, NO SE PUEDE VOLVER ATRÁS. PERO LA HISTORIA, IGUAL QUE TODO EN LA VIDA, NECESITA DE UN MARCO DE SIGNIFICACIÓN»
¿Qué alcance tiene ese nuevo movimiento que pretende aclarar las relaciones entre España y el continente latinoamericano desde la desmitificación?
En 2021, la Real Academia de la Historia participó de un documental llamado España, la primera globalización, que vale muchísimo la pena. En él también habla una nueva generación de historiadores latinoamericanos, personas con alrededor de cincuenta años, una edad muy importante a nivel intelectual, que están escribiendo sobre muchos aspectos de esta historia. Muchos cuentan cómo pensaban que España se había llevado toda la riqueza. Pero descubrieron que todo se había quedado ahí: desde las iglesias hechas con pan de oro hasta las universidades, que se construyeron en Latinoamérica dos siglos antes de que lo hicieran en América del norte.
Precisamente, desde que encabeza la Real Academia de la Historia, ha impulsado muchos proyectos que han intentado divulgar en el espacio digital el conocimiento científico en esta línea de investigación.
Este mismo año, los reyes presidieron la presentación del portal Historia Hispánica. Se trata de un mapamundi que geolocaliza la historia de España y América, así como de los hispanistas que hubo en los cinco continentes. La base de todo ello es el Diccionario Biográfico electrónico que lanzamos en 2018. [La herramienta, que engloba más de 50.000 personajes, ya ha captado a doce millones de usuarios al mes, procedentes de doce países]. Este portal responde al quién, describe la vida de personas relevantes de todas las profesiones: maestros, payasos, futbolistas… Ahora, con este mapa, hemos añadido al quién el cuándo, el dónde y el qué. El objetivo es que los jóvenes, que utilizan cada vez más los medios digitales, tengan la historia disponible en este formato. No hay nada en el mundo en este momento parecido a esto. Nos copiarán.
«HAY ASUNTOS QUE OCURRIERON EN PARTE, PERO, AL EXAGERARLOS, SE CONVIERTEN EN MENTIRAS. POR EJEMPLO, AUNQUE SÍ SE PUEDE HABLAR DE VIOLENCIA, NUNCA HUBO GENOCIDIO CONTRA LOS INDÍGENAS POR PARTE DE ESPAÑA»
¿Inspiró la pandemia nuevos proyectos en la Real Academia de la Historia?
En efecto. Decidimos aportar nuestro grano de arena y, por eso, nos dedicamos a hablar sobre un periodo histórico o un personaje cada día de los 99 que pasamos encerrados en casa. Después de todo ello pude escribir un pequeño libro titulado Historia de las pandemias, un recorrido al modo en que las pestes y las epidemias colectivas acompañan la historia de Europa.
Todos estos proyectos dan cuenta de la atención que ha prestado al cómo de la historia, es decir, a la forma en que contamos y transmitimos. En esta línea, defendía en una entrevista que es importante cuidar de este aspecto «no para ahondar en la división de los españoles, sino en la normalización de la vida».
Eso lo decía Ramón Menéndez Pidal en Los españoles en la historia, que se puede leer como si fuera un libro de ahora. Es breve, pero se escribió en una situación política parecida a la actual, aunque Menéndez Pidal creía que no volvería a ocurrir.
Parece que nos repetimos siempre.
Pero la historia no se repite. Las emociones de los seres humanos son siempre las mismas, lo que cambia es la razón. Los impulsos que guían las situaciones, sobre todo los negativos, se parecen. Pero son totalmente diferentes porque el contexto no es el mismo. La clara interacción social que existe hace imposible estar seguros de lo que va a pasar nunca. La historia es abierta, por mucho que quieran cerrarla.
«EL SISTEMA EDUCATIVO HACE QUE EL NIVEL VAYA PARA ABAJO. LOS MÁS PERJUDICADOS SON LOS MÁS DESFAVORECIDOS, PORQUE LAS FAMILIAS QUE PUEDEN INVIERTEN EN INSTITUTOS Y UNIVERSIDADES QUE ENSEÑAN DE VERDAD»
¿Cómo normalizar el continuo diálogo sobre la historia y sobre la memoria?
La memoria es experiencia. Pero la historia es una de las patas fundamentales de nuestra existencia. Respecto a este tema, me gusta mucho citar a Jacqueline de Romilly, una académica francesa: «En la escuela, si te enseñan a leer y escribir, tienes ganado el terreno». Hace poco, me encontré con las declaraciones de un científico cognitivo que comentaba la posibilidad de que la escritura a mano desaparezca en esta civilización. Los jóvenes cada vez escriben menos porque recogen la información en dispositivos. Pero lo que no puede desaparecer es la lectura. Da igual que sea en papiros, pergaminos, imprenta… Siempre habrá una tecnología u otra, pero es fundamental leer, porque es lo que trasciende a la experiencia de lo que ha sucedido hoy. Es crucial para el futuro saber qué ha pasado e intentar que no ocurran los mismos errores.
Real aprecio
En el currículum de Carmen Iglesias, la referencia a la Corona no aparece solo en las dos Reales Academias a las que pertenece. Después de conseguir la cátedra de Historia de las Ideas y Formas Políticas en la Complutense, la designaron en 1984 tutora de la infanta Cristina y fue preceptora en temas de Historia del entonces príncipe Felipe entre 1988 y 1993. Inauguró el nuevo milenio con una segunda cátedra, esta vez en Historia de las Ideas Políticas y Morales en la Universidad Rey Juan Carlos. Como reconocimiento a su labor en favor de la Casa Real, el rey emérito le concedió en 2014 el último de los siete títulos nobiliarios vitalicios que nombró durante su reinado: condesa de Gisbert, el primer apellido de su abuela materna. En una entrevista en El País en 2015, Iglesias admitió que este título le hace sentirse «cercana a los personajes» de sus estudios.
En 2021 se realizó una encuesta en Navarra, y un 57 por ciento de los estudiantes de la ESO dijo saber lo que era ETA y un 0,5 por ciento sabía sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco. ¿Qué diagnóstico hace de las aulas para que suceda esto?
En primer lugar, me gustaría decir que llevo en el corazón el Premio Miguel Ángel Blanco, que me otorgaron en 2022. [Lo dice emocionada, con un tono muy noble]. Respecto a las aulas, debo decir que el actual sistema educativo hace que el nivel vaya para abajo. Los más perjudicados son los más desfavorecidos, porque las familias que pueden hacer un esfuerzo invierten en institutos y universidades que enseñan de verdad. Pero las que no… se quedan atrás. Además de dejar absolutamente abandonadas a las personas, se pierde mucho talento en el camino. Porque el talento no se halla entre altos y bajos, sino que está por ahí esperando a ser encontrado. Y hay que sacarle el lustre, algo difícil en una enseñanza que niega el estímulo de obtener una buena nota y poder conseguir unas becas. Yo, por supuesto, no hubiera podido salir adelante sin un sistema como el que hemos tenido toda la vida.
Es un libro que hice con mucho gusto [Se ríe]. Debería haber preparado otros dos, pero ya no tengo tiempo. Escribo mucho, pero para conferencias y artículos dispersos. Nunca cuento con el espacio para ordenarlos.
«HEISENBERG, SCHRÖDINGER, TODOS LOS GRANDES CIENTÍFICOS ALCANZARON UNA ECUACIÓN DE UN MODO MÁS BIEN MISTERIOSO. LO DESCRIBEN COMO UNA ESPECIE DE ÉXTASIS, DE CONCENTRACIÓN RARA Y PURA. ESOS DESCUBRIMIENTOS HAN MOVIDO LOS CIMIENTOS DE NUESTRA ÉPOCA, PORQUE AHORA PARECE QUE EL UNIVERSO ESTÁ CONSTANTEMENTE CONSTRUYÉNDOSE»
¿Qué tiene que leer un universitario para entender el mundo actual?
Recomiendo La tabla rasa de Pinker. Y luego hay novelas que se complementan con la historia de forma ejemplar. Por ejemplo, Un verdor terrible, de Benjamín Labatut, transmite cómo la ciencia nos ha cambiado la percepción de la realidad desde que comenzó a finales del siglo XIX y principios del XX. Es un libro que, al hablar de ciencia, no puede ser ficción, porque los asuntos sobre los que trata son verdad. A mí me llamó un poco la atención cuando me lo regalaron. Me preocupaba mucho un libro que mezclaba ciencia y ficción. Pero Labatut hizo lo que Ana Caballé, una querida amiga que se dedica al género biográfico. Ella dice que la biografía no es el exterior de una vida, sino también penetrar en la psique del biografiado.
¿No es esa una ambición utópica?
Penetrar en el alma es bastante difícil. Heisenberg, Schrödinger, todos los grandes científicos alcanzaron en su momento una ecuación de un modo más bien misterioso. Lo describen ellos mismos como una especie de éxtasis, de concentración rara y pura. Desaparecían de repente para meterse en lugares aislados. Labatut coge eso que sabemos sin detalles y lo cuenta de forma que te pones en el lugar del protagonista. Y está bien narrado, con los detalles de cómo llegaron a estudiar las famosas partículas elementales que cambian con la mera observación y que hacen al mundo en apariencia tan inestable. Esos descubrimientos han movido los cimientos de nuestra época, porque ahora parece que el universo está constantemente construyéndose, como también es el caso del marco conceptual de la historia.
Pensamiento crítico y humanista
Durante su intervención en el Día del Patrón de Filosofía y Letras, Iglesias realizó una defensa de la trascendencia de las humanidades en la educación como salvaguarda del pensamiento crítico. En este sentido, señaló que la palabra y la historia son «cuestiones indispensables para el conocimiento social». De ahí que la tarea del historiador sea ejercer de «traductor» del pasado: «La historia no es ficticia, por lo que no puede decirse de cualquier manera. El lenguaje y la historia tienen unas reglas convencionales». De esta forma, presentó los hechos y la realidad formal como «dos de las cosas más atacadas hoy en día» con el fin de realzar la necesidad de cuidar cómo se muestran las verdades factuales: «La narración tiene la capacidad de modificar la percepción de los hechos históricos, puede afectar incluso a la inclinación ética y destruir lo que nos une». Por eso, culminó su conferencia abogando por basar la narrativa historiográfica en la verdad de los hechos para restituirla.
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