Crítica cultural Vida buena Nº 723 Escena
La ternura de la piel ajena

Crítica cultural Vida buena Nº 723 Escena

Con una voz que acaricia y unas letras que sobrecogen y hacen presente la realidad, Valeria Castro presenta El cuerpo después de todo, su segundo álbum, un trabajo maduro y delicado.
«No sé por qué empezar primero». Así abre Valeria Castro (Santa Cruz de Tenerife, 1999) «Devota», la primera canción de El cuerpo después de todo: desde una duda genuina y sincera. Paradoja deliberada: es un disco sobre certezas emocionales que arranca desde la duda. Su voz sola, sin música, sin resguardo, lanza una pregunta que aparece como una grieta por la que entra la luz. Desafía a la épica del empoderamiento y se atreve a no saber: «Lo cuento todo / por si se vuelve lodo / lo que yo pensé que era oro».
¿Qué le parecía tan valioso? «La ternura de la piel ajena / no merece hacer como que no resuena». Ese es el tema de Valeria. Ya su discografía anterior daba pistas. Lo vimos en Chiquita (2021), su EP, que presentó con 22 años, y en su primer álbum, Con cariño y con cuidado (2023). Este segundo disco transita entre el minimalismo folk y un nuevo contraste con una producción compleja, con intensidades sonoras e instrumentales. Valeria se atreve con vientos y violines y se adentra en un territorio emocional poco frecuentado en la música de ahora: la ternura. Dice en una entrevista en el pódcast El sentido de la birra: «La solución va a ser volver a los cuidados, a las redes, a la confianza, a las personas que tenemos en frente, a los vínculos». A la ternura como la forma más honda del cuidado, que no se impone, que no grita, que no corre.
Llega hasta allí a través del dolor de su propio cuerpo. «Y dueña del cuerpo que habito / a mí hace un tiempo me enseñaron / son las mías, no tus manos, las que necesito». Su herida es física, es encarnada. Se hace cuerpo; uno al que le sobrevendrán la dureza de la vida, el paso del tiempo, las cicatrices. Y solo en él y por él se puede dar la reconciliación.
Expuesta la tesis, lo que ofrece El cuerpo después de todo es la posibilidad de hablarle al dolor con ternura para reenamorarse. Así lo dijo la actriz Itsaso Arana en un cuaderno que Valeria compartió en Instagram: «Ha inventado un nuevo género musical: en vez de canciones de desamor ha hecho canciones de REamor [sic]. Reamor hacia una misma. Reamor hacia el propio cuerpo, después de todo…». No es consuelo superficial, sino un acto de valentía. De quererse a uno mismo en su propia piel, con sus estrías y cicatrices —marcas del paso del amor—, sí, pero también de saberse querido en la debilidad. Dice en «El cuerpo después de todo», canción que da nombre al disco: «Y ojalá la piel desnuda / la miren con ternura / cuando una no puede».
A lo largo del disco, sus heridas se manifiestan en canciones dolorosamente humanas. Desde el cuerpo con el que no se reconcilia («Tiene que ser más fácil el quererse / no puede el cuerpo ser tan cruel al verse», canta en «Tiene que ser más fácil»); de soltar la mano a un amor que le ha hecho sufrir («Que a ti ojalá que te vaya bonito / que yo esta historia no repito», en «Honestamente»); hasta el «Cuánto me va a querer la soledad pa no soltarme», en «La soledad». Y desde ahí, en la misma canción, a la duda de si existe un amor real, sin condiciones: «Y creo que voy aceptando que se convierte en quimera / el querer que exista algo que dure la vida entera». Lo que podría ser una catarsis individual se manifiesta como un dolor colectivo, el eco de una generación a la que le han legado soledades, complejos, silencios.
Valeria se inscribe en el feminismo vital que ha definido Gema Pérez en Barbie eres tú: habla sobre la mujer millennial y sus anhelos, de un cuerpo que se detiene a preguntarse por el sentido. Abraza lo femenino, como en estos versos de «El cuerpo después de todo»: «La herencia que no se ha llevado el oleaje», «Sentir presente, humana y colectiva / la historia generalizada femenina».
Viviendo —quizás sobreviviendo— como mujer, descubre que la humanidad clama a gritos ternura: «Corazón migrante / que busca en el cariño ajeno forma de salvarse». Es la ternura de alguien valiente, no derrotado. Este disco es un intento de resignificar ese concepto. De plantearnos por qué la presión ideológica y social nos exige mostrarnos siempre imbatibles, cuando podemos abrazar la ternura, para convertirla en una virtud poderosa, transformadora, con poco de frágil.
El cierre del disco, «Sobra decirte», brinda un manifiesto de esperanza: «Que no me asusta esta forma de vivir / que me cansé de tenerme que resistir». No es una rendición, es la conquista de aceptar, con alegría, la ternura como lenguaje. El bien y el amor sí que pueden vencer y ser para toda la vida. «Sobra decirte que no quiero morir / sin que conozca esta otra parte de mí / la de un amor que me parece que no tiene fin».
La cantante y compositora española Silvia Pérez Cruz no solo fue una inspiración para Valeria Castro, sino también el motor que cambió su vida musical para siempre. Hace ocho años, cuando Valeria aún no era conocida, le regaló entradas a su hermana gemela, Paulina, para ver a Pérez Cruz en el auditorio Alfredo Krauss de Gran Canaria. En ese concierto, Silvia subió a Paulina al escenario y le cantó sentada a su lado. La voz de Pérez Cruz, libre y ajena a los moldes del mercado, le mostró a Valeria un camino distinto: el de la emoción como centro, el de la belleza sin artificio. El 17 de julio, la tinerfeña cumplió un sueño: actuar junto a Silvia Pérez Cruz en ese mismo auditorio. La de vueltas que da la vida. En El cuerpo después de todo destaca su primera colaboración, «Debe ser», una de las piezas más especiales del disco.
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