Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Buenos Aires: mucho más que tango, mate y Boca

Texto Inés Royo [Com 08]  

Le llaman Gallega, Gaita, Ine o Che, y desde hace un año y medio trabaja entre políticos y disfruta del Buenos Aires de las canciones de Sabina y Calamaro.


Buenos aires [Argentina]. Tenía previsto volar de Washington DC a Madrid el 31 de mayo de 2009 después de trece meses fuera de España; pero una cena, estar sentada al lado de un argentino que no conocía y una frase afortunada del estilo “Yo voy donde me den un buen trabajo”, terminaron desviando mis billetes de Washington a Buenos Aires al 9 de mayo. Y el argentino es desde entonces mi jefe.

Siempre había querido ir a Buenos Aires. Muchos amigos de aquí, gente que venía de viaje y volvía encantada, incluidos mis padres, y quizá un poco de destino familiar (mi abuela tiene un restaurante que se llama Buenos Aires en la calle República Argentina) me llevaban hasta aquí. Y ahora, año y medio después, entiendo a aquellos argentinos arraigados en España que me preguntaban si estaba de verdad segura. 

Porque Buenos Aires es muchas cosas. Es la ciudad del tango, de la cultura, del mate, de Boca y de todo lo que Calamaro y Sabina describen en sus canciones y el colectivo español tenemos en mente y adoramos. Pero cuando Buenos Aires deja de ser el lugar de paso y se convierte en tu casa, sale lo feo, que también lo tiene. Y ves que en el mismo escenario hay muchos problemas de tráfico, de manifestaciones diarias, de gente viviendo en la misma calle en que hay casas con cinco baños, de inflación, de limpieza y de seguridad. Cosas que antes no valoraba y que ahora casi ya son una costumbre. Pero quizá Buenos Aires no sería Buenos Aires sin todo esto, no lo sé.

Lo que sí que sé es todo lo que he aprendido y vivido aquí. En lo profesional arranqué sin tener ni idea de dónde me metía. Iba a trabajar en una de las consultoras estratégicas y de investigación más conocidas en Latinoamérica, de las que yo había oído hablar en clase, durante seis meses de “prueba” para ambas partes. Al mes y medio se terminó la prueba y en la primera visita de mis padres les recibieron con un “La niña no vuelve hasta 2015”. Ya estábamos metidos en campaña para las elecciones de un año y medio después y yo seguía sin aclararme quién era quién más allá de Macri, Cristina, Alfonsín y Néstor Kirchner.

Encuestas, focus groups, discursos, líneas de acción, eventos, comunicación directa con los ciudadanos, campañas… La cantidad de cosas que se pueden hacer para atraer y ayudar a los votantes son infinitas, y como en publicidad, en Argentina no falta la creatividad a la hora de moverse en busca de un vecino contento. Yo, mientras tanto, aprendía a pasos agigantados y, entre lo que sabía, lo que oía y lo que se me ocurría en el metro, iba siendo parte del equipo como una más. Pero no dejaba de alucinar, y alucino, cuando conocía a un ministro, cuando estaba con un gobernador, o cuando veía que algo de lo que habíamos propuesto lo estaban haciendo y salía en la televisión. Sin duda, aquí empecé a hacer a los pocos meses cosas que en España probablemente hubiera tardado años en hacer. En este caso, ser extranjera sumaba, y eso te permite crecer más rápido que en tu país natal.

 

En lo personal. Básicamente, espabilé. En Estados Unidos, a pesar del idioma, por una persona u otra siempre estuve arropada, cuidada; aquí prácticamente no conocía a nadie, empecé a vivir sola en una ciudad en la que mi barrio es más grande que la ciudad donde crecí. El trabajo me consumía. De repente me vi con momentos de estrés que meses antes hubiera jurado que nunca iba a tener. También me di cuenta de que estaba sola ante el peligro cuando vi lo lejos que estaba todo esto en el mapa del avión (bastante más abajo que Sudáfrica). Ya no había esa posibilidad de una visita rápida y barata a casa en caso de extrema morriña o alguna urgencia: demasiado lejos.

Y poco a poco me introduje en la ciudad como si fuera de “acá”. Renuncié a mi nombre. Soy la Gallega, Gaita en la oficina, Ine o Ché, en el mejor de los casos. Mi diccionario de español se duplicó. Nada se dice igual, muchas cosas tienen significados diferentes y comprometedores y todavía hoy sigo sintiendo la humillación cuando uso algunas palabras mal. Ya no sé qué decía en España, qué digo porque se dice aquí, o siquiera si existe, si lo digo bien o con la entonación adecuada. Sigo sin ser consciente de que hablo distinto. No entiendo cómo con sólo decir “gracias” en la panadería me preguntan “Española, ¿de qué parte?”, para mí ya ha pasado tiempo, para el panadero no. Ni me veo esa “cara de gallega” que muchos me dicen que tengo. Pero el acento y la extranjería tiene sus ventajas: hablen en gallego en una discoteca y luego me cuentan cuántos chicos se han quitado de encima (no todo iba a ser malo). 

Pero a pesar de la lejanía, la inexperiencia inicial, los kilos que me he echado encima porque aquí se come la mejor carne, pizza, pasta, helado, dulce… del mundo, y de la jungla esta en la que vivo, no me han faltado nunca los amigos, el amor que tanto temía mi padre que apareciera y me dejará en Argentina de por vida, y las visitas de familiares y amigos que han hecho todo mucho más llevadero, han traído el correspondiente paquete de Zara y jamón que tanto echo de menos, y han podido ver ese Buenos Aires que Sabina y Calamaro describen en sus canciones. Porque al fin y al cabo, ese es el Buenos Aires lindo que me gusta mostrarles y es el Buenos Aires que espero quede en mi memoria el día que decida hacer las maletas. Al que le debo mucho de lo que ahora soy y tengo.