Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Educando miradas en la gran urbe

Texto Miguel Tabares

Miguel Tabares [His 13], de la primera promoción del Diploma de Estudios Curatoriales, trabaja actualmente en el departamento de Educación de la Hispanic Society of America de Nueva York.


Nueva York [EE. UU.] En mi habitación de Pamplona tengo una antigua vista del skyline neoyorkino, tomada en el puente de Brooklyn. Desde la adolescencia esa imagen me ha acompañado, incluso  fantaseaba con la idea de vivir allí. ¿Quién no ha soñado con callejear por la Gran Manzana alguna vez? Mi abuelo José Luis ya había visitado la ciudad, por trabajo, en los años sesenta. Y recientemente varios amigos —Javier Mosquera [Med 12], Sofía Trivelli [Hum 13] y Allende Santamaría— me habían hablado muy bien de su estancia allí.

En verano de 2018 decidí presentar mi candidatura a las becas que convoca anualmente el Programa Internacional del Gobierno de Navarra. En esta edición, la Hispanic Society of America, galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional en 2017, figuraba entre las instituciones donde se podían realizar prácticas. En Career Services me ayudaron con los trámites de la solicitud. Se trataba de una oportunidad inmejorable.

La espera de la resolución se hizo larga. En otras ocasiones había quedado suplente en algunas becas públicas de museología y preferí no alimentar mis expectativas. La carta llegó en noviembre y, para mi sorpresa, el resultado fue satisfactorio, puesto que valoraron positivamente mi formación y mi experiencia en el Museo de la Universidad. Como colaborador del departamento de Educación, dirigido por Fernando Echarri, coordiné el equipo de guías, integrado por estudiantes voluntarios de distintas facultades. Además, preparé talleres y participé en el montaje de algunas exposiciones. Recuerdo esa época, cuando el Museo daba sus primeros pasos, con especial cariño.  

Ilusionado por emprender una nueva aventura, puse en marcha la logística del viaje: obtención del visado, el seguro médico y, sobre todo, buscar alojamiento. Conseguí plaza en una residencia ubicada en uno de los mejores barrios de Manhattan, el Upper East Side, en la que convive gente muy diversa: desde personas de distintas procedencias que llevan años trabajando aquí hasta estudiantes de los city colleges o de la Universidad de Columbia.

Llegué el 31 de enero a Nueva York, donde me topé con una gran ola de frío que azotaba los Estados Unidos. Llegamos a alcanzar los 22 ºC bajo cero. Afortunadamente, unas semanas después, el tiempo mejoró y disfrutamos de un clima templado y suave, con pocas nevadas. 

Sin duda, regular las horas de sueño fue el primer reto al que me enfrenté. Aún bajo los efectos del  jet lag, tuve que amoldarme a los nuevos horarios, ya que se come y se cena más temprano que en España. 

Acostumbrado a la excepcional calidad de vida de Pamplona, mi adaptación a Nueva York me llevó unos días. Es una capital alejada de lo que hemos podido ver en la pequeña y en la gran pantalla. Puede resultar caótica, populosa, frenética, descuidada, pero, de forma paradójica, todos estos rasgos la hacen auténtica y cautivadora desde el momento en que la pisas.

 

VECINO DE SOROLLA EN LA HISPANIC

 Para acudir al trabajo necesito coger primero un autobús que cruza Central Park hasta el West Side, y después el metro, en el que paso al menos una hora al día, si no hay retrasos en las líneas. La Hispanic Society está situada en Washington Heights, en Harlem Oeste. Fuera de las fronteras españolas, es el museo de patrimonio hispánico que cuenta con la colección de arte más extensa. En él se exponen pinturas de El Greco, Velázquez, Goya y Sorolla, entre otros, y se conservan documentos y obras literarias de gran valor, como la primera edición del Quijote y de La Celestina. Es una institución centenaria, fundada en 1904 por Archer Milton Huntington, gran amante de la cultura hispánica.

La Hispanic Society se encuentra ahora [junio de 2019] cerrada al público. Como es un edificio de planta antigua, se van a renovar sus cubiertas y a mejorar su accesibilidad. Parte de sus fondos está de gira mundial: ya se han efectuado exposiciones en el Museo del Prado y en México. En la actualidad, los cuadros se muestran en Albuquerque (Nuevo México) y, más adelante, se trasladarán a Cincinnati (Ohio). Debido a esta situación, el ritmo en el departamento de Educación es algo más pausado y tenemos que desarrollar los talleres fuera de nuestras instalaciones.  

La responsable del equipo es la valenciana Cristina Doménech. Después de trabajar en el Museo Sorolla, en Madrid, y en la Real Academia de Historia, cruzó el Atlántico en 2013 para investigar en la Hispanic Society sobre la figura del pintor Joaquín Sorolla en América. Mis otras dos compañeras, Isabel Rivero y Cristina Aldrich, tienen relación con España: Isabel realizó una estancia en Sevilla y la madre de Cristina nació en el País Vasco.

Mi labor se centra en preparar talleres educativos para cuando el museo reabra sus puertas. Actualmente, estoy investigando cómo hablar sobre las emociones con personas que sufren la enfermedad de Alzheimer. Nuestra idea consiste en fomentar diferentes estímulos y analizar expresiones de personajes en retratos de las colecciones del Museo, como el de la duquesa de Alba de Francisco de Goya, pintado en 1797. Durante este periodo también he participado, en colaboración con el Museo Thyssen de Madrid y el Museo de Artes Visuales de Chile (MAVI), en un proyecto llamado «Y tú qué miras. Identidades transfronterizas», que busca que los jóvenes profundicen en el concepto de identidad cultural. 

Mi inquietud por los museos viene de que son espacios donde hay un diálogo entre las obras y el visitante; se siente esa comunicación. Estas instituciones, al servicio de la sociedad, no solo custodian, sino que investigan, difunden y educan. Si no lo hicieran, los museos serían solo un almacén.

 

LA VIDA EN LA CAPITAL DEL MUNDO

 Mi jornada en el museo es muy agradecida, así que siempre encuentro tiempo para otras actividades: asisto a clases de inglés en una biblioteca pública y sigo estudiando en mis ratos libres. Ya que tengo la suerte de vivir en este lugar tan fantástico, aprovecho para visitar exposiciones como las del MoMA o el MET, y galerías como la elegante Frick Collection, en la Quinta Avenida. 

Otra de mis pasiones es el deporte. Soy aficionado al running, que suelo practicar cuatro veces por semana, por lo general en Central Park. Las rutas del famoso parque, tanto para correr como para andar en bici o simplemente pasear, son formidables si uno quiere desconectar de la rutina.

Además de visitar los puntos más turísticos, resulta  recomendable perderse por otros rincones menos conocidos, como Carl Schurz Park, cercano a mi barrio. Es una especie de paseo marítimo, estupendo para relajarse, que da al East River y a las islas Randall. 

Viajar es otra de las innumerables opciones. Por menos de cincuenta dólares  puedes comprar un billete de un autobús con destino a la capital del país, Washington D. C. —a unas cuatro o cinco horas de distancia—, o bien visitar ciudades más cercanas de otros estados, como Boston o Filadelfia.

En definitiva, Nueva York tiene siempre sus puertas abiertas. Una vez que cruzas su umbral, hay que tener en cuenta que esta metrópoli cambia tu percepción sobre ti mismo, transforma tu vida de una manera sutil, pero para siempre. A mí me ha ayudado a eliminar prejuicios y obstáculos que paralizan y, a nivel profesional, he adquirido una valiosa experiencia tanto en el ámbito museístico como en el educativo. Dicen que «Quien bien siembra buena cosecha recoge», pero yo creo que no hay que relajarse. Se trata de intentar ser flexible día a día para seguir creciendo con humildad, aunque a veces cueste sacrificar la cercanía de la gente a la que uno quiere.